miércoles, 30 de enero de 2008

Estudianteces


23 nov 2007

Ya a la entrada te encontrabas con el primer síntoma. Te daban una especie de octavilla, una carta de la Demencia (la Madre de la Ciencia) a todos los socios, accionistas y simpatizantes, denunciando la gestión deportiva, económica e incluso laboral del club, y pidiendo con más fuerza que nunca la dimisión de su directiva y/o Consejo de Administración. No cabía la menor duda, aquella iba a ser una tarde difícil.

No diré que se mascaba la tragedia porque suena muy cursi, pero una intensa sensación de angustia pronto sobrevolaría nuestras cabezas cual si del dirigible se tratara. Ahí abajo, en la cancha, un Estu sin bases, aún más pobre y descabezado que de costumbre, recibía nada menos que a la Penya, a la intratable criatura de don Alejandro sobradamente preparada para hacer una muesca más en su imponente trayectoria, mientras que por aquí arriba las gradas se atiborraban merced a la llamada de socorro a la cantera, que acudía como un solo hombre para apoyar a su club en estos momentos difíciles. El farolillo rojo, la crisis galopante, la demencia encrespada, la visita del colíder, las bajas, el más difícil todavía... ¿Acaso podía caber más dramatismo?

Podía caber, sí. Podía extinguirse esa misma tarde la existencia del histórico Alejandro González Varona, su vida apagada apenas minutos antes del comienzo, su previsto homenaje en vida reconvertido deprisa y corriendo en homenaje a título póstumo, su fallecimiento anunciado por una speaker que vio quebrada su voz y apenas pudo contener sus lágrimas. Habría que jugar, aunque fuera con un nudo en la garganta.

Y bien podría decirse que se jugó, si por jugar entendemos voluntad, entrega, deseo, disposición. O bien pudiera decirse que apenas se jugó sólo el segundo cuarto, si por jugar entendiéramos sólo calidad y acierto. Se diga como se diga, la única realidad es que el Estu fue un mero juguete en manos de una imponente Penya, un juguete que sólo empezó a dejar de serlo cuando ya perdía 11-31, que volvió a serlo en cuanto el Joventut se dio cuenta de que quizás aún necesitaría trabajar un poco más. Luego ya sólo fue el erre que erre, el R & R Show, ambos jóvenes maestros haciendo las delicias de chicos y grandes, sus virtuosas cabriolas epatando al respetable, arrancando ovaciones y oooohhhhs ante esos chicos de la casa que eran la viva imagen del quiero y no puedo, tal vez con las honrosas excepciones de Jasen, Lewis y el esperanzador talento de Jayson Granger (uruguayo de padre norteamericano y pasaporte italiano afincado en España, toma mestizaje), solución de emergencia para dirigir lo indirigible (e indigerible).

Pero para entonces las gradas ya estaban en otra cosa. La cantera (o parte de ella) recorriendo los pasillos con su pancarta para reivindicar la cantera. La Demencia (o parte de ella) recorriendo los mismos pasillos, arrojando sus papelillos a diestro y siniestro, gritando directiva dimisión con auténtica devoción. La directiva mirando para otro lado, haciéndose la loca como suele hacerse en estos casos. Y la peña (no la Penya, la peña) mayormente a su bola, generando avalanchas para pillar cualquier regalo a cual más absurdo, y ocupada afanosamente en el noble arte de la elaboración de avioncitos de papel, a cual mayor, con el encomiable objetivo de que llegaran planeando hasta la cancha (si bien generalmente sólo llegaban hasta la calva de algún espectador del piso de abajo). Todo dios por libre, cada uno a lo suyo, compartimentos estancos, entes independientes carentes de un objetivo común, fractura institucional. Y mientras, allí abajo, continuaba el partido... ¿el partido? ¿pero es que acaso alguna vez hubo un partido?

Sigamos haciendo frases. Del mismo modo que suele decirse que la primera víctima de una guerra es siempre la verdad, cabría decir que la primera víctima de una crisis (deportiva) es siempre el técnico. Siempre. Pide la cabeza de la directiva y obtendrás la del entrenador, nunca falla (bueno sí, hay excepciones: a veces no puede caer el técnico porque resulta que es nuevo, que ya cayó el de la semana anterior; a veces se acaban las cabezas de turco, a veces ya ni siquiera quedan entrenadores para sacrificar).

¿Dimisión? ¿Cese? Qué más da. Esto es como aquello que siempre nos contaban de la mili, el militar ilustrado explicando a sus reclutas que las balas caen al suelo por la ley de la gravedad, pero que si ésta no existiera también acabarían cayendo por su propio peso. Dimisión y cese son dos caras de la misma moneda, dos términos etéreos, a menudo no está claro dónde acaba el uno y dónde empieza el otro. Ruedan las cabezas y nosotros podremos definirlo como queramos, decir que se caen o que las dejan caer; tanto da.

Pero que nadie me malinterprete (o que yo no me malexplique, mejor): sé que De Pablos se ha ido por propia voluntad, sé que decidió poner fin a tanta angustia, sé que se sintió incapaz de reconducir la situación (pero no sé si el sabe que quizás su única incapacidad se produjera este verano, cuando debió conformarse con la limitada plantilla que pusieron a su disposición); sé de sobra que esto ha sido dimisión y no cese. Sé que la directiva dice la verdad cuando afirma que no quería que De Pablos se fuera, no me cabe la menor duda de que deseaba fervientemente su continuidad. ¿Porque tenía fe en el proyecto? Tal vez. ¿Porque no hay ni un mal euro en caja para fichar a otro entrenador? Seguro. Esta vez no hay soluciones externas, ni sentimentales ni de las otras. Las sentimentales (o sea, Pepu) ya están colocadas, y las otras se salen del presupuesto.

Pero ya no soy quién (o no me siento quién) para juzgar otras cosas. Ni para pedir la dimisión de la directiva ni para pedir su continuidad. No estoy dentro, ni siquiera estoy cerca, no sé qué está pasando, sólo soy un mero espectador y como tal simplemente veo, lo que me cuentan las noticias, lo que ocurre en la cancha, lo que se percibe en las gradas, lo que muestra la clasificación.

Y las noticias me hablan de un equipo descapitalizado en lo económico, de una institución empobrecida, de que incluso la sacrosanta cantera se resiente, de que se renunció a jugar competición europea porque al parecer echaron números y descubrieron que era menos lo que valía que lo que costaba.

Y la cancha me habla de un equipo descapitalizado en lo deportivo, descompensado, desestructurado y ahora también descabezado. De un equipo sin alma, sin ese espíritu de los toreros que toda la vida le identificó. ¿Qué quedó de aquellos tiempos en los que ganar o perder no importaba tanto como disfrutar, como divertir? (y disfrutando y divirtiendo también se ganaba, vaya si se ganaba). Hoy en su lugar sólo se aprecia presión, tensión, drama. Aquella forma de ser, aquel espíritu lúdico tal vez fuese pueril pero era su imagen de marca, la verdadera esencia de este club, lo que le hacía realmente especial. Ya nada de eso queda, ya sólo queda un club como tantos otros.

Y las gradas me muestran simplemente la consecuencia de todo lo anterior, la fractura institucional que ya mencioné, las camarillas, las múltiples facciones, las luchas intestinas, las infinitas disidencias. Me muestran una afición menguante, apática y desmotivada (¿qué fue de aquella institución que hace apenas tres años presumía de ser el club de baloncesto con mayor número de abonados de toda Europa?); y me muestran una Demencia que ya apenas en nada se parece a aquella que antaño conocimos, aquella tan diferente a tantas y tantas otras aficiones vulgares. Hoy ya no, hoy la vulgaridad ya puede con todo, hasta con ellos incluso (y ustedes me perdonarán si no están de acuerdo, que no niego que quizás el que esté equivocado sea yo; al fin y al cabo, repito, no trato de sentar cátedra, sólo doy mi opinión).

Y la clasificación me muestra un precipicio, un vacío inmenso a sus pies. Los más futboleros de entre los estudiantiles suelen ser también atléticos, y aún recordarán sin dificultad aquella campaña publicitaria de un añito en el infierno (que fueron dos); campaña terriblemente injusta por otra parte, que lo que es infierno para unos es cielo para otros: cuántos no darían cualquier cosa por estar en Segunda, o en LEB Oro; pero campaña eficaz al fin y al cabo. Estos días a más de uno se le estarán viniendo a la cabeza aquellos tiempos: el año pasado el descenso ya fue una posibilidad, este año ya es una probabilidad, el día menos pensado será también una realidad.

Y todo ello apenas tres años después de jugar una inolvidable final de Liga, de eliminar al opulento Tau, de llevar hasta el límite y tener contra las cuerdas a todo un Barça milmillonario y todopoderoso. ¿Qué ha pasado, qué se nos está rompiendo, con qué se está jugando? No sé ni me importa si Estudiantes es el primer equipo de Madrid, pero sí sé que tiene detrás, por activa o por pasiva, a una inmensa masa social. Creo que lo definió muy bien una vez el Director de Gigantes, Paco Torres: el primer equipo de muchos, el segundo de casi todos. Si hasta conozco madridistas más o menos acérrimos, de esos que jamás se alegrarían con una victoria atlética, que en cambio disfrutan con los éxitos estudiantiles, que hasta se disgustan con sus derrotas...

Señores dirigentes: dimitan si les place, o si no quédense. Tanto da, que ya dije que no soy ni seré quién para opinar. Pero hagan lo que hagan, sean ustedes quienes sean, por favor, no echen esto a perder, no permitan que esto se pierda. Sea en ACB o tenga que ser en LEB, pero que vuelva aquella alegría, aquel espíritu, aquel jugar por el mero placer de jugar. Que Estudiantes vuelva a ser, para bien o para mal, un equipo de patio de colegio.

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