lunes, 29 de septiembre de 2008

depresión pre-parto

La Supercopa debería ser una fiesta. La Supercopa, antes llamada Showtime (supongo que ese nombre acabó por resultar un tanto pretencioso) debería ser pregonada a los cuatro vientos como la gran fiesta iniciática de nuestro baloncesto, el verdadero punto de partida, la puesta de largo de cada nueva temporada. Y las buenas gentes, que en su inmensa mayoría no ven baloncesto de clubes desde hace cuatro meses ni baloncesto de competición oficial desde hace un mes, acudirían ilusionadas al grito de anda qué bien, otra vez estos, ya empieza el espectáculo, y al acabar éste saldrían entusiasmadas ante la gran temporada que se les avecina…

Vale, sí, ya me despierto. Sí, así debería de ser, o al menos así me gustaría que fuera. Así acudí (televisivamente) yo, que aún a pesar de mi avanzada edad aún vivo de ilusiones (sí, como el tonto de los cojones), con la misma tierna ingenuidad de cada comienzo de temporada, tan convencido de que tras acabar la final quedaría yo rebosante de optimismo y henchido de satisfacción por los cuatro costados. Y sin embargo, al acabar la Supercopa, mi resultado final fue que se me quedó una cara de idiota aún superior a la habitual (lo que ya tiene mérito), a la par que una sensación depresiva en torno a nuestro deporte que aún me dura a día de hoy.

Viernes, 19 horas. Comienza la primera semifinal, todo un Tau-Barça, y en las gradas hay literalmente cuatro gatos. Pero vamos a ver, ¿no habíamos quedado que en Zaragoza llevaban doce años esperando este momento? ¿No se suponía que, después de tantas temporadas en LEB abarrotando el Príncipe Felipe, estarían ansiosos por volver a ver baloncesto de altísimo nivel? ¿Dónde están, entonces? Ah bueno, será que para muchos la tarde del viernes aún es día de labor y hay que esperar a que cierren los comercios, o será que el Tau-Barça se les da una higa, que ellos lo que realmente quieren es ver a su CAI, que según vayan pasando los minutos irán acudiendo y cuando empiece la segunda semifinal esto estará hasta la bandera… Pues tampoco. Más gente hay, sí, y se hacen oír y da gusto escuchar como animan a su equipo, pero llenar, lo que se dice llenar el pabellón, no lo llenan ni de lejos. Y sin embargo el CAI gana brillantemente, se mete en la final y Arsenio Cañada, prodigio de optimismo, proclama que ¡¡¡y mañana esto estará a rebosar!!! Veremos.

Sábado, 18 horas. Hola hola, comienzaaaaa… ¡¡¡Carrusel!!! El de los goles, el del espectáculo, el de… Y tras las presentaciones, tras los resultados, tras la relación de festejos futbolísticos previstos para esa tarde, tras las múltiples chorradas de rigor Paco González va recibiendo a sus colaboradores en esa primera hora de programa, uno de los cuales viene siendo Miguel Ángel Paniagua, se supone que el máximo y supremo especialista de baloncesto en aquella casa. Así que González le pregunta: “oye, esto de la Supercopa, los triples, los mates y eso, ¿se puede ver por algún sitio, lo dan por algún canal?" A lo que Paniagua, ni corto ni perezoso, responde: “pues… la verdad es que no lo sé, Paco, yo es que estas cosas las sigo sólo por Internet así que la verdad es que no tengo ni idea, no te puedo decir si lo dan o no…” Interviene Castaño (Pepe Domingo): “ayer yo creo que sí lo dieron, me suena que ayer sí lo estaban dando por algún canal, no sé…” Y sólo entonces se escuchan algunas voces de fondo, del que lee los mensajes o del que hace los coros en la publicidad, diciendo que “será la Española, pues la Española debe ser, Televisión Española, será…

Llegados a este punto, ya no sé qué me deprime más: acaso la ignorancia de unos profesionales que probablemente sepan perfectamente qué canal da un Conquense-Alcoyano o un Portuense-Linense, pero que no tienen ni zorra idea de por dónde se puede ver el que se supone que es uno de los grandes acontecimientos deportivos del fin de semana; o acaso el desinterés que les merece dicho acontecimiento, mostrando bien a las claras que no es ya que no lo sepan sino que ni siquiera les importa un pimiento no saberlo; o acaso el desprecio, el que ni siquiera les importe mostrar toda esa ignorancia y ese desinterés en antena, total qué más da que esto no lo sepamos, total a quién le importa toda esta mierda; o acaso la impotencia (o incompetencia) de una Asociación de Clubes de Baloncesto incapaz de hacerse oír, incapaz de hacer saber, no ya a sus aficionados sino a sus intermediarios dónde, cuándo, cómo, por qué y (sobre todo) por dónde se juegan sus propios acontecimientos, esos que digo yo que deberían de estar obligados y encantados de promocionar…

Decido apagar la radio, no sin antes escuchar como Miguel Ángel Paniagua (que al menos esto sí se lo sabe) pide a su jefe, y de paso a la audiencia, que en el concurso de mates preste especial atención a un joven congoleño de 19 años llamado Serge Ibaka. Lo cual sin duda deja impresionado a un Paco González a quien todo lo que se le ocurre preguntar (aguantándose claramente la risa) es cómo se escribe ese apellido, Vaca (que imaginaremos que debió entender algo así como Sergi Vaca, como si no fuera congoleño sino catalán). Paniagua se lo explica pacientemente, poniendo mucho énfasis en la I latina inicial para así al menos evitar en lo posible el cachondeo, para dejarlo más o menos claro… Apago la radio, definitivamente.

Y enciendo la tele, que el chou ya está a punto de comenzar. Desde el plató, el presentador (o director, o lo que sea) de ese macroprograma llamado Teledeporte 2, es decir, Juan Carlos Rivero, anuncia con su (escaso) entusiasmo habitual que damos paso a los triples, a los mates, a la gran final de la Supercopa, así que nos vamos a Zaragoza y lo hacemos con el equipo habitual de comentaristas de Televisión Española, ¡esta vez, con un nuevo refuerzo! ¡¡¡Cielo santo, un nuevo refuerzo, loado sea el señor, sea por siempre bendito y alabado!!! Y claro, todos en nuestras casas de inmediato pensamos en Pepu, automáticamente suponemos, deducimos que habrán cristalizado finalmente las presuntas conversaciones de estas últimas semanas...

Así que nos vamos al pabellón Príncipe Felipe, hoy también más vacío que lleno, que será que el presunto lleno a rebosar será luego, cuando juegue el CAI, y esto otro de los triples y los mates casi mejor que lo vea su padre... En medio de la pista, rodeados por un graderío desolador, emergen como de costumbre Cañada y Romay, cada uno en su taburete. ¿Y el refuerzo? ¿Tendrán a alguien nuevo para las entrevistas? (Pero rápidamente comprobamos que no, que allí sólo está Virtudes Fernández dado que su habitual ex compañera Fe López parece haber sido abducida para causas de más alto rango) ¿Tendrán un nuevo operador de cámara, un nuevo productor, acaso un nuevo realizador que nos ofrezca el concurso de mates de forma particularmente brillante a la par que creativa? (Quizá fuera esto último, por lo que pudimos presenciar después) Pero no, no puede ser, será Pepu o en su defecto otro similar, lo que pasa es que soy un impaciente, seguro que ahora en breves segundos Arsenio y Fernando nos lo introducen (con perdón)... Pasan los segundos. Pasan los minutos. Cañada y Romay no introducen ni presentan a nadie que no sean los propios participantes del concurso de triples. ¿Dónde está el refuerzo? Claro, será que no quieren quemarlo con los concursos y le reservan para el partido, seguro que será entonces cuando...

Así que asistimos al concurso de triples, correctamente realizado y amenamente narrado (o sea, lo normal; pero que conviene reflejarlo porque hubo un tiempo, aún no demasiado lejano, en que esta mera normalidad ya resultaba excepcional). Cuartos de final, semifinales... A la final llegan Bullock y Mallet. Tira Bullock, consigue 20 puntos, se va medianamente satisfecho, llega el turno de Mallet... Y es justo entonces, en ese preciso momento, cuando Televisión Española decide dar paso a la publicidad, que son exactamente las 18:53 así que es ahora cuando tiene que entrar el corte de las 18:53, ya que si esperáramos un solo minuto (tan solo uno, lo que tarda en tirar Mallet) entonces ya no sería el corte de las 18:53, sería el de las 18:54, quizás incluso 18:55 y eso sí que no, los anuncios entran cuando deben y a quien no le guste que se joda, que pa cuatro gatos que son total les estará bien empleado, por depravados, por estar viendo esta perversión en vez del Cine de Barrio como dios manda...

Y así transcurren siete hermosos minutos, siete: anuncios surtidos, autopromociones, teletiendas inclusive... ¿Será posible que, gracias a la perfecta y ejemplar coordinación ACB-TVE, por otra parte tantas veces demostrada, en Zaragoza hayan parado el concurso, que tengan allí esperando al pobre Mallet hasta que acabe la publicidad? Así que pruebo a poner la radio, justo en el momento (también es casualidad) en que conectan con el compañero destacado en el pabellón Príncipe Felipe (que hasta enviado especial tienen, por dios qué lujo, ya ves tú, y yo antes poniéndoles verdes), que nos cuenta que ya hay campeón del concurso de triples, Louis Bullock, tras haber derrotado a Mallet en la final... Mientras, en mi televisor aún continúa la teletienda.

Eso sí, acaban los siete interminables minutos y La2 retoma el concurso exactamente donde lo dejó, es decir, con la actuación de Mallet: evidentemente en diferido, aunque tal vez aún quedara algún ingenuo que pensara que no, que habían tenido parado el chou y aquello seguía siendo en directo... Que, si lo pensamos, esto del breve diferido (seguro que ellos preferirán llamarlo semidirecto) abre un inmenso abanico de posibilidades; imaginemos: última posesión del encuentro, el equipo que pierde de 1 lleva el balón, faltan 8 segundos para el final, el base cruza el medio campo, se la pasa al tirador y... justo entonces congelamos la imagen y metemos diez minutos de anuncios, con toda la gente ahí expectante ante la pantalla; y luego ya sí, claro, después de haberse aguantado la publicidad ya les ponemos el desenlace, que al fin y al cabo si esto ya lo hacemos (sistemáticamente) en todas las series televisivas, a ver por qué no vamos a poder hacerlo en el baloncesto... ¿En el fútbol? No hombre no, en el fútbol no, por dios, la gente se enfadaría, hasta ahí podíamos llegar...

Llega pues la hora de los mates. Pero antes, conozcamos al jurado... Por cierto, hablando del jurado (o más bien, de lo que rodea al jurado), antes me van a permitir que me ponga un poco tiquismiquis, pejiguera diríamos, tocapelotas incluso... Los miembros del jurado, a la hora de puntuar un mate, tienen la posibilidad de utilizar, además de puntos enteros (los 7, 8, 9 ó 10 de toda la vida), medios puntos: es decir, pueden puntuar ocho y medio, nueve y medio, incluso (en el último mate) diez y medio. Y para ello disponen, además de las tablillas habituales, de otras que se supone que son las que otorgan esos medios puntos, y en las que se lee “05”. No, no 50 sino 05 y da igual que se le dé la vuelta, se lee exactamente lo mismo por ambas caras. De tal manera que si alguien por ejemplo decide puntuar un mate con nueve y medio, lo que se lee no es 9,50 sino 9,05. Que vale, que sí, que nos entendemos, que todos sabemos lo que significa... pero que en mi pueblo 9,05 no es nueve y medio sino nueve con cero cinco, es decir, nueve puntos y cinco centésimas de punto. Y si sumáramos dos puntuaciones de nueve y medio nos debería dar diecinueve, pero 9,05 más 9,05 suman 18,10... ¿No hubiera sido más fácil poner en las tablillas “50”, ó “,5” (es decir, simplemente la coma y el cinco, o el cinco sin coma incluso)? Sí, me dirán que todo esto no es más que una soberana gilipollez (pero no se me quejen ahora, que conste que yo al principio ya se lo advertí), pero qué quieren que les diga: sí, se trata de un detalle nimio, sin importancia ninguna (lo reconozco) pero también, al mismo tiempo, de muy significativa cutrez.

Retomemos el hilo: estábamos conociendo al jurado, compuesto como cada año por Walter Szczerbiak y cuatro más (si bien este año los cuatro más son todos gente de prestigio en el mundo de la canasta, démonos con un canto en los dientes por ello), cuando de repente se escucha un clamor en el pabellón. ¿Qué había pasado? ¿Acaso se había caído una lámpara, acaso habían descubierto al presunto refuerzo Pepu acercándose por fin a la posición de comentarista, acaso había irrumpido Fluvi (mascota de la extinta Expo) sobre el parquet? Pues no, no había ocurrido nada de eso sino algo muchísimo más simple: el concurso de mates acababa de comenzar. Es decir, mientras nosotros comprobábamos en primer plano la evolución del bigote del señor Szczerbiak del año pasado a éste, Pops Mensah-Bonsu (hay que ver, qué impaciente la criatura) se dedicaba ya a machacar el aro sin piedad ninguna. Con razón dirá Arsenio Cañada pocos segundos más tarde que hay que estar muy pendiente de las repeticiones, que en esto de los mates las repeticiones son muy importantes. Ya te digo, sobre todo si no te dejan verlos en directo...

A todo esto el concurso de mates sigue avanzando, mate va mate viene, y poco a poco vamos comprendiendo que el realizador tiene un estilo muy suyo, muy particular en lo que a dar mates se refiere: el realizador, movido por criterios estéticos muy discutibles y por criterios baloncestísticos más bien nulos, parece haber decidido que veamos casi todas las tomas en directo desde la cámara cenital, situada en todo lo alto del pabellón como su propio nombre indica. Un plano cenital que en algún momento de algún partido puede quedar muy aparente, pero que en un concurso de mates nos quita todo el relieve: imposible apreciar la altura del salto, la profundidad, la estética de casi todos los movimientos... Sí, claro, luego veremos dos, tres, hasta cuatro repeticiones que nos mostrarán todos los detalles de pe a pa, y es que un mate puede maravillarte en las repeticiones, pero no sin antes impactarte en el directo. Capacidad de impacto que se nos quedará seriamente mermada si sólo podemos ver los mates desde el cielo.

En un momento dado, Pops Mensah-Bonsu tiene una idea: hará un mate saltando por encima de un operador de cámara (de esos que van con la herramienta a cuestas sobre el parquet) y de su auxiliar, el que le va dirigiendo. Y allá que se sitúan los dos, cámara en ristre, con más miedo que vergüenza, y en éstas que el realizador decide pinchar precisamente esa cámara, vaya por dios: de tal manera que vemos venir como un toro a Mensah-Bonsu, saltar, abrirse de piernas, desaparecer... y medio segundo después escuchamos el lógico griterío en el pabellón, y mientras nosotros seguimos pinchados en esa cámara, contemplando un magnífico plano de la canasta de enfrente, allí al fondo... Que digo yo que un realizador medianamente normal podría haber pensado: ya que éste no va a poner la cámara en posición vertical cuando pase el jugador, dado que ello podría poner en peligro su integridad física y hasta menoscabar su masculinidad (la del jugador, se entiende), está claro que si doy ese plano el mate no se va a ver, así que mejor lo dejo para repeticiones y el directo lo doy con otra cámara... Sí, ya lo sé, que eso ya habría sido pensar mucho, que supongo que pido demasiado. Cuánta razón tenías, Arsenio, qué importantes son las repeticiones en esto de los mates...

Pero se acabaron los concursos, llega ya el partido y con él tiene que llegar ¡¡¡el refuerzo!!! A ver: Arsenio Cañada como siempre impecable en la narración, Fernando Romay en los comentarios técnicos (precioso eufemismo), Virtudes Fernández en las entrevistas, y el juego que comienza y allí que no presentan a nadie, que no aparece nadie más... A estas alturas, hasta el telespectador más ingenuo (o sea, yo) supone ya que Juan Carlos Rivero tal vez oyó campanas, y vaya usted a saber dónde...

Y sí, la gente acabó acudiendo; no en masa, no a rebosar ni a reventar, pero sí en número suficiente para que el Príncipe Felipe acabara teniendo un aspecto más que presentable. Demasiado buen aspecto, en cualquier caso, porque ahora ya vamos sabiendo algunas cosas: por ejemplo que la afición zaragozana, volcada con su equipo hasta el punto de haber arrasado en unos pocos días con todos los abonos disponibles para la Liga, alucinó sin embargo en colores cuando vio los precios fijados por la ACB para esta Supercopa, el más barato de los cuales (el de esos fondos casi siempre vacíos, seguramente) resultó ser de 35 euros (o sea, casi 6.000 pelas de las de antes). O por ejemplo que a esa misma hora, y en el estadio de La Romareda que digo yo que no debe andar muy lejos de allí, se disputa un emocionante choque futbolístico entre el Real Zaragoza y el Real Murcia. Y que ambos eventos no tienen por qué tener necesariamente el mismo público, pero que habrá unos cuantos que sí coincidan, que quieran ir a las dos cosas y se vean en la tesitura de tener que escoger. Y que yo, entre toda una final de la Supercopa y un partido cualquiera de la Liga Adelante, antes Segunda División, desde luego que no tendría ninguna duda, pero yo soy yo (y mis circunstancias), y me temo que en estos temas mi opinión no es ya que no sea mayoritaria, es que no es ni tan siquiera minoritaria, es más bien irrisoria.

Así pues, qué quieren que les diga: vale que se vieron muy buenos momentos de baloncesto; vale que la Supercopa nos dejó un gran Tau, un estupendo Teletovic, un sorprendente McDonald, un fantástico Vidal, un sublime Prigioni; y un gran CAI, y un muy buen Barça, y una Penya plagada de agujeros (bajas, y bajas formas) pero que aún así hizo un digno papel; y un buen concurso de triples y un mejor concurso de mates y todo lo que ustedes quieran, pero con todo y con eso yo sigo aquí con mi desencanto a cuestas; como si la ACB se hubiera empeñado durante todo el fin de semana en transmitir y contagiar a todo dios una permanente sensación de desgana, de apatía, de pura rutina carente por completo de entusiasmo. Como si organizasen la Supercopa por mero compromiso, como procurando que la gente diga joder, ya están éstos otra vez aquí en vez de qué bien, ya están éstos otra vez aquí. Si trataban (entre otras cosas) de generar expectación de cara al inicio de la Liga, a mí lo único que han conseguido provocarme es un considerable bajón.

O quizá no sean ellos, o tal vez seré yo, que no tendré un buen día, que estaré de lunes, qué sé yo. Será el otoño.

lunes, 22 de septiembre de 2008

como si no hubiera pasado el tiempo

Estos últimos días de septiembre, esta rara segunda quincena, siempre a medio camino entre la competición internacional de selecciones y la doméstica de clubes, tiene siempre, aún a pesar de su aparente vacío, unas cuantas fechas marcadas en rojo en nuestro calendario. Por ejemplo el llamado Torneo de la Comunidad de Madrid, para aquellos que vivimos en dicha Comunidad. O por ejemplo la Lliga Catalana, para quienes viven en Cataluña o para quienes, aún a seiscientos kilómetros de distancia, podemos acceder a su televisión a través del dial 93 de Digital +.

Dos competiciones que así al principio parecen lo mismo, pero que (al menos en mi consideración) no lo son, en absoluto. El Torneo de la Comunidad de Madrid, aún a pesar de su aparente oficialidad, no consigue quitarse de encima cierta apariencia de mero trofeo veraniego, quizás agravada por el hecho de que se disputa en formato triangular, a modo de liguilla, en fechas más o menos separadas en el tiempo, en canchas más o menos pequeñas ubicadas en localidades más o menos alejadas de la capital. En cambio la Lliga Catalana, que en principio podría parecer tres cuartos de lo mismo, transmite desde el primer momento una absoluta sensación de competición oficial, y ello aún a pesar de que de lliga (o al menos de lo que nosotros solemos entender por liga, es decir, algo así como el enfrentamiento de todos contra todos) tenga más bien poco, de que sea más bien en formato de copa, de semifinales y final... Pero da igual: basta ver con qué solemnidad todos los protagonistas (catalanes o no) escuchan Els Segadors, antes del comienzo de la final, para darnos cuenta de que nos disponemos a asistir a un acontecimiento realmente importante...

Aunque el pronóstico previo a dicho acontecimiento pareciera empeñado en desmentir la trascendencia y la grandeza del mismo. Escenario el mismísimo Palau Blaugrana, la casa de un Barça que resulta ser (no podía ser de otra manera) uno de los finalistas. El mismo Barça imponente de toda la pretemporada, el mismo Barça plagado de fichajes de relumbrón, el mismo Barça que presume legítimamente de poseer una de las mejores plantillas de Europa. Un Barça que tan solo presenta la baja de Ilyasova (ya de vuelta del preeuropeo, pero aún no incorporado al equipo), frente a un DKV Joventut privado de media columna vertebral: sin Ricky Rubio, convertido ya, a sus (aún) diecisiete años, en referencia principal, en faro y guía de este equipo; sin Pops Mensah-Bonsu, el que en una sola noche cambió el destino del Granada y que ahora tendrá un año entero para reafirmarse como el principal fichaje de esta Penya; sin el aún desconocido (pero no por ello menos importante) Luka Bogdanovic... Una Penya así, plagada de caras nuevas e imberbes yogurines, parece carne de cañón, y tanto da que empiece ganando, que comience jugando como los ángeles: en el fondo todos estamos convencidos de que es sólo cuestión de tiempo, de que en un momento dado el Barça dará un puñetazo en la mesa, dirá hasta aquí hemos llegado y hará valer su supuestamente evidente superioridad. Y sin embargo...

Y sin embargo pasaron cinco minutos que luego fueron diez, y luego veinte, y más tarde treinta, y finalmente resultó que ya no había vuelta de hoja, que aquello ya no tenía vuelta atrás, que aquella seguía siendo la misma Penya de siempre, como si no tuviera bajas, como si Aíto aún ocupara su banquillo, como si Rudy aún estuviera sobre la cancha en vez de sobre la grada, allí en primera fila, disfrutando de sus últimas horas en Barcelona antes de emprender (de hecho lo habrá emprendido ya, esta pasada madrugada) viaje hacia lo desconocido (o sea, hacia Portland); como si no se hubiesen producido cambios, como si todo siguiese exactamente igual que estaba hace cuatro meses, como si no hubiera pasado el tiempo.

O dicho de otra manera: la Penya sigue siendo una gozada, verles jugar sigue siendo gloria bendita de principio a fin. Y no importa que no esté Aíto porque está Sito (al fin y al cabo sólo cambia una letra), cuya cara de chico tímido esconde o parece esconder toda una enciclopedia del baloncesto en su interior. Un Sito Alonso cuya zona 2-3 (muy activa, muy móvil, muy trabajada, muy bien hecha) se basta y se sobra para descuajaringar de un plumazo todo el entramado ofensivo blaugrana. Un Sito Alonso que parece ser algo más, mucho más que un mero alumno aventajado. Algunos ya lo sospechábamos.

Y no importa que no esté Rudy, al menos esta vez no importó porque le han puesto una réplica llamada Bracey Wright, ayer idéntico (en sus muchos aciertos, y también en sus errores) a aquél que un día conocí en los Hoosiers de la Universidad de Indiana. Y tampoco importa que aún no haya llegado Mensah-Bonsu porque está Jasaitis: sí, el mismo Simas Jasaitis que un día no lejano nos deslumbró en el Lietuvos Rytas, que luego se nos fue diluyendo en el Maccabi, que acabó desapareciendo en el Tau (tal vez, después de tantos años, víctima de una sobredosis de Spahija), que reapareció tímidamente en los pasados Juegos Olímpicos (cualquiera que viera la que nos lió en semifinales puede dar fe de su reaparición) y que ahora, ya plenamente desintoxicado, emerge de nuevo como la estrella que siempre pensamos que era: alternando (por necesidades del guión) su puesto de tres con el de cuatro, ayudando en todo, reboteando aquí y allá, clavando triple tras triple en las mismas narices de cada defensor... Si sigue así, en Vitoria no tardarán en preguntarse si éste es el mismo jugador que tuvieron durante todo un año pelándose el culo en el banquillo.

Y ni siquiera importa que no esté Ricky porque está, sigue estando Demond Mallet. El primo pequeño de Shaquille O’Neal (cabría un Mallet entero en cada pierna de Shaq), aún más pequeño incluso si lo comparamos con el de enfrente, con un ya de por sí pequeño Andre Barret, pero que ayer, en casa del vecino, ante el mejor rival posible decidió hacerse grande, muy grande: triple va, triple viene, algunos muy difíciles, otros sencillamente imposibles y todo ello envuelto por una especie de halo de infalibilidad, como si estuviese tocado por la gracia divina, como si no pudiese fallar pasara lo que pasara. Quizá las ausencias le hicieran sentirse más protagonista que de costumbre; quizás eso, sentirse protagonista, sea lo único que este jugador necesite para sentirse plenamente feliz sobre una cancha de baloncesto.

Pero a una maquinaria bien engrasada no le basta sólo con algunas piezas, las necesita todas: piezas ya curtidas como Laviña, Jagla o Sonseca, o más nuevas como Pau Ribas o Henk Norel (ojo con este chico, que está para liarla a poco que le den minutos), todas ellas funcionando a pleno rendimiento. Y sin olvidarnos de esas pequeñas incursiones de futuro (aún más) verdinegro, de las fugaces (pero intensas) apariciones de Pere Tomás durante la final, o antes de Franch y Eyenga...

¿Y el Barça? Bien, gracias. El Barça (que este año por esa cosa de los patrocinios se llama Regal Barça, así que los duelos Madrid-Barça bien podrían ser llamados Real-Regal, que queda muy propio) bien, pero bien a secas. Bien porque en tan buen partido estaría feo decir que uno de los dos contendientes estuvo mal. Bien sin excesos, el típico bien de pretemporada, ése que todos sabemos que ahora carece por completo de importancia, que nada tendrá que ver este momento con tantos (presumiblemente buenos) momentos posteriores. Bien con matices porque bien, lo que se dice bien, estuvo Navarro (pero de más a menos), estuvo Grimau (una vez más el clavo ardiendo al que agarrarse cuando las cosas no funcionan) y estuvo, sobre todo, por encima de todos, Fran Vázquez: sin apenas equivocarse, sin regalar faltas innecesarias, reboteando todo lo habido y por haber, metiéndolas de dentro y de fuera, de todos los colores. Dejando salir toda esa clase que se le supone, y que esperemos que esta vez ya no sea flor de un día. Que dure. ¿Los demás? Sí, se supone que allí estuvieron, que también anduvieron por allí. Muy poco más por ahora.

En suma: un muy buen partido, un gran espectáculo, una verdadera delicia. A la que contribuyó, un año más, la Televisió de Catalunya. Es ésta la única vez en todo el año que puedo ver baloncesto a través de su señal internacional, que luego ni dará ACB (como suele hacer, por ejemplo, Andalucía TV) ni competición europea alguna (como solía hacer, por ejemplo, la Televisión Canaria); pero siempre salgo encantado de esta única cita anual: evidentemente no es mi idioma, ni siquiera lo hablo en la intimidad como algún otro, acaso entienda apenas el cincuenta por ciento de lo que escucho. Y con eso me resulta más que suficiente para apreciar el buen trabajo de Rovirosa, Solozábal y compañía, el gusto que destilan por este deporte, la pasión que le ponen, la sensibilidad con que lo tratan.

Claro, usted tal vez piense que exagero, y no lo niego, quizá tenga razón. Pero entienda que yo llegué a este partido justo después del tenis, es decir, justo después de apreciar en toda su magnitud la portentosa elocuencia de ese Nacho Calvo cuya ausencia de nuestro deporte nunca agradeceremos lo bastante. Nacho, debieron decirle, que como el tenis es en Las Ventas metas algún símil taurino de vez en cuando, y él, ni corto ni perezoso, verónica, media verónica, derechazo, manoletina, pase de pecho, qué gran faena, faena de aliño, no hay quinto malo, un toro bravo (ése era Roddick), se crece con el castigo, ha clavado el estoque, estocada hasta la empuñadura, vuelta al ruedo, salir por la puerta grande y tantos otros que a estas alturas ya habré olvidado, tantos que hasta parecía que no era a Nadal sino a ese tal José Tomás a quien estábamos viendo (de tantas veces como lo nombró), tantos como para acabar contagiando a su compañero Arseni Pérez e incluso al pobre Alex Corretja, el único que ponía allí algo de tenis de vez en cuando...

Así que claro, comprenderá usted que yo llegara a la Lliga Catalana presto para entusiasmarme con cualquier cosita... Entusiasmarme, sencillamente, con ver baloncesto bien realizado, bien contado y bien tratado; con poder escuchar los tiempos muertos y que éstos, incluso, se oigan; qué digo se oigan: que hasta se entiendan (y ello en ambos banquillos, por increíble que parezca); y hasta con tener micrófonos en las solapas de dos de los tres árbitros del encuentro (uno de ellos Alzuria, en su despedida del arbitraje), que no es que sea algo nuevo, que ya lo había hecho (por ejemplo) laSexta en los amistosos de la selección, pero que ésta es casi la primera vez (y el casi lo pongo por curarme en salud) que se hace en partido oficial, que hasta escuchamos en primer plano sus discusiones con Laviña, Pascual o Sito Alonso, que hasta escuchamos de primera mano como se ha de interpretar la nueva regla de los codos: si hay contacto es antideportiva, si no lo hay es técnica, y poco importa que en este caso se hayan equivocado, que interpreten como sacada de brazos un mero giro del torso de Jagla: sabemos qué pitaron, y sobre todo sabemos por qué lo pitaron. Ojalá pudiera cundir el ejemplo.

En resumidas cuentas: un soplo de aire fresco, un estupendo oasis en medio del desierto (en términos baloncestísticos) de mediados/finales de septiembre. Una fiesta que de algún modo tendrá continuidad en breve: ambos equipos se volverán a enfrentar en la primera jornada de la ACB, el domingo 5 de octubre, cita a la que llegará el Barça rumiando venganza por lo ocurrido ayer... o tal vez no porque es probable que se encuentren incluso antes, quizás este mismo sábado 27 en la final de la Supercopa. Puede que acaben jugando tres partidos en apenas quince días, que empiecen la Liga estando ya hasta las narices los unos de los otros...

Pero a nosotros, que nos quiten lo bailao. Como a esa Penya, ese DKV Joventut que, en contra de todos los pronósticos, tiene ya en sus vitrinas el primer título oficial de la temporada: que sigue ganando, que sigue maravillando, que sigue jugando que te cagas al baloncesto, exactamente igual que lo hacía hace cuatro, seis u ocho meses; como si no se hubiera ido nadie, como si todo siguiera igual, como si no hubiera pasado el tiempo.