domingo, 31 de agosto de 2008

la riquirrubina

Hace ya unos cuantos años, el cantante dominicano (y gran amante de este deporte, por cierto) Juan Luis Guerra popularizó un tema dedicado a cierta sustancia corporal llamada bilirrubina, nada más y nada menos. Dado que el saber no ocupa lugar permítame que, aunque me consta que usted sabe perfectamente qué es y en qué consiste dicha sustancia, le recuerde someramente que, según la Wikipedia (no se me quejará de labor de investigación), la bilirrubina es un pigmento biliar de color amarillo anaranjado que resulta de la degradación de la hemoglobina; esta biomolécula se forma cuando el eritrocito desaparece del aparato circulatorio por su extrema fragilidad, aproximadamente cuando ha alcanzado la plenitud de su vida; su membrana celular se rompe y la hemoglobina liberada es fagocitada por los macrófagos tisulares del organismo, sobre todo los macrófagos del bazo, hígado y médula ósea (...) Los macrófagos de los tejidos transportan la porfirina de la hemoglobina en bilirrubina que viaja unida a la albúmina sérica (proteína transportadora) por el torrente sanguíneo al hígado, donde se separan y la bilirrubina se secreta por la bilis y se degrada... Todo lo cual está muy bien y es muy instructivo, pero digamos que Juan Luis Guerra le dio un sentido mucho más romántico a la par que lúdico, algo así como que me sube la bilirrubina, cuando te miro y no me miras, y no lo quita la aspirina, no, suero con penicilina, aaaaay, me sube la bilirrubina... (más o menos, que tampoco es que esté yo muy ducho en asuntos salseros).

Vamos, que bilirrubina viene (al menos la primera parte de su nombre) de bilis. Una pena, porque uno podría tener la fantasía de que hubiera sido descubierta en su día por algún investigador llamado precisamente Billy Rubio, de quien habría tomado su denominación... Nada más lejos de la realidad, al parecer.

Pero ustedes, de natural gente amable y comprensiva (cómo no van a ser comprensivos si están leyendo toda esta sarta de tonterías) me permitirán que yo les hable de otra sustancia infinitamente más desconocida que la anterior, una sustancia que no figura en la Wikipedia, que por increíble que parezca si googleamos su nombre aún no encontraremos ni una sola referencia siquiera. Una sustancia que, al contrario de la anterior, sí debe su denominación a la persona que la descubrió y nos la descubre cada día, y que la segrega y la expulsa y contagia con ella a todos los que están a su alrededor. Una sustancia que a partir de ahora llamaremos rickyrrubina, o, si se prefiere para facilitar su lectura en castellano, sencillamente riquirrubina.

¿Cómo podríamos definir la riquirrubina? Por ejemplo: dícese de la reacción química que experimenta todo jugador, entrenador o mero aficionado al baloncesto justo en el preciso instante en que Ricky Rubio salta a la cancha y comienza a presionar al base del equipo rival. O bien: llámase así igualmente a una sustancia aparentemente imperceptible que segrega el susodicho jugador y que provoca un efecto inmediato sobre propios y extraños, resultando enormemente benéfica en los propios y sumamente perjudicial en los extraños.

Ciertamente dicha sustancia no había sido formulada hasta la fecha, si bien no podremos decir que haya sido descubierta precisamente ahora. De hecho sus primeros síntomas aparecieron en la ciudad de Sevilla durante los primeros meses del año 2004, mientras allí se disputaba una extraña competición infantil denominada Minicopa. Aunque la manifestación definitiva de su existencia se produjo apenas año y medio más tarde, en los comienzos del otoño de 2005, durante la disputa de la Lliga Catalana y de las primeras jornadas de la ACB. Y a partir de aquel momento su expansión resultó ya imparable: en apenas un año se había extendido por todo el país, en apenas dos años había contagiado a todo el continente, en apenas tres ha terminado por epatar a todo el planeta.

Dicha sustancia no ha podido aún ser sintetizada en laboratorio alguno, por lo que resulta particularmente difícil definir sus características. No es fácil decir cómo es, es mucho más sencillo decir qué no es: no es inodora ni incolora ni aún menos insípida, y ello aún a pesar de su aparente imperceptibilidad. No es incolora porque tiene color (obviedad), el cual de otoño a primavera suele ser verde penya, si bien cada verano acostumbra a mutar a rojo selección. No es inodora porque huele (otra obviedad), si bien preguntarse a qué huele sería como preguntarse a qué huelen las nubes (por ejemplo). Y sin embargo podemos conjeturar que muy probablemente huela a sudor, a intensidad, a adrenalina en estado puro (y no me venga usted ahora con que la adrenalina no huele, por favor, permítame la licencia). Y en ningún caso es insípida porque tiene sabor (última obviedad), ese sabor del baloncesto bien jugado atrás y adelante, el de la sensatez unida a la brillantez, el del equilibrio junto a la chispa, el de todo lo que hace bello a este maravilloso deporte.

En cualquier caso hoy sabemos que se trata de una sustancia sujeta a previsibles mutaciones, especialmente en todo lo relativo a su color. Hoy, como quedó dicho, es verde (y negra) durante la mayor parte del año pero parece haber suficientes indicios de que no siempre va a ser así. En apenas un año, tal vez dos, la riquirrubina previsiblemente cruzará el charco y se extenderá por esos Estados Unidos de América que al parecer ya la esperan con los brazos abiertos. Y para saberlo no hace falta ser científico, no es necesario hacer prospección alguna, basta con acudir a las fuentes del saber, que en este caso serían las webs dedicadas a adivinar (o intentarlo, al menos) cómo serán los próximos drafts. Es decir, podemos consultar (insisto, no se me quejarán ustedes de labor de investigación) por ejemplo draftexpress.com, que no se para en barras y sitúa a Ricky Rubio como número uno del próximo draft, éste de 2009 nada menos. Nbadraft.net no se tira tan claramente a la piscina: no le sitúa en 2009 sino en 2010 y concretamente en su número 2, sólo por detrás de un reputadísimo chaval de instituto llamado John Wall (Juan Muro, si hubiese nacido a este lado del Atlántico). Basketdraft.com también lo lleva al 2010 pero para situarlo en el mismísimo número 1 de dicha promoción, por delante del susodicho Wall… y así sucesivamente. Sí, vale, su año para ser drafteado de serie sería 2012, pero podría presentarse ya el próximo… y probablemente no lo haga en 2009, pero será muy difícil que nuestra riquirrubina no viaje definitivamente a USA allá por el verano de 2010.

Pero no se me inquiete, no en exceso al menos. Tal vez en apenas dos años perderemos la riquirrubina verde, pero aún podremos disfrutar durante muchos otros veranos de la otra versión, la de coloración roja. En este sentido sencillamente produce vértigo ponerse a imaginar, echar la vista hacia delante, contar de cuatro en cuatro y soñar los sueños que aún nos quedan: contar que en Londres 2012 aún tendrá 21 años, edad con la que muy probablemente aún seguirá siendo el más joven de esa selección (de hecho, de haber tenido hoy esa edad aún habría seguido siendo el más joven de esta selección de Pekín); que en (pongamos, supongamos) Chicago 2016 (Madrid es demasiado sueño como para hacerse realidad) aún tendrá 25 años; que en (sigamos suponiendo) París 2020 tendrá la óptima edad de 29 años; y que incluso en Sabediosdónde 2024 estará todavía en los 33, aún a falta de dos o tres meses para cumplir los 34. Es decir que, siempre y cuando nuestra selección se clasifique (nunca demos nada por supuesto), él podría completar un perfecto repóker de cinco participaciones olímpicas al máximo nivel (y de Mundiales y Europeos ya ni hablemos). Lo dicho, produce vértigo sólo pensarlo…

Pero produce aún más vértigo pensar en lo que puede suceder allá en USA, a partir de ese mismo momento en que se nos vaya. No lo diré yo, dejaré que lo diga un tal Jason Kidd, que en estos días pasados afirmaba, en frase típicamente norteamericana, que sólo el cielo es el límite de Ricky Rubio. Y él lo sabe bien. Él, que ha sido uno de los mejores bases de la NBA en estas últimas dos décadas; él, que ha convertido el triple-doble en pura rutina, experimentó en sus propias carnes los efectos de la riquirrubina durante la histórica final de Pekín, tan maravillosa que aún me estremezco al recordarla y hasta me tiemblan los dedos al teclear. Él, que le dobla la edad, que hasta podría ser su padre, que ya jugaba en NCAA cuando Ricky aún iba a la guardería, que ya jugaba en NBA cuando Ricky aún estaba en preescolar, tuvo que ver cómo aquel imberbe chaval de El Masnou se la liaba una y otra vez, atrás y adelante… Probablemente nunca Jason Kidd se haya sentido tan viejo sobre una cancha como se sintió el pasado domingo 24 de agosto.

Pero es que la riquirrubina es también eso: es descaro, picardía, atrevimiento, es faltar al respeto a tus mayores, a esos mismos mayores cuyos pósters probablemente aún empapelen las paredes de tu habitación. Es decisión, la que le permite meter la mano donde nadie más la mete, cortar ese pase al que nadie más llega, es tirarse ese triple aún reconociéndose no ser (aún) buen tirador, pero con la certeza de que es precisamente ése y no otro el que tiene que meter. Es, sobre todo, inteligencia, la que le lleva a bajar con el pecho un balón a falta de 28 segundos para sólo empezar a jugarlo a falta de 24 para que el reloj de posesión coincida con el de partido, para no dejar posesión al rival rompiendo así los esquemas de propios y extraños, de los que tendrían que saberse el reglamento y hasta de los que supuestamente se lo saben; suprema inteligencia para saber dónde hay qué estar, cuándo hay que hacer una cosa o la contraria, como y por qué tomar una determinada decisión, precisamente esa decisión y no otra…

En apenas un par de meses Ricky Rubio tendrá dieciocho años. Podrá ya votar, podrá sacarse el carnet de conducir, podrá hacer toda clase de trámites administrativos sin necesitar la autorización de su progenitor, podrá ya legalmente salir de copas o tomarse unas cañas con los colegas si ese es su deseo… Y todo ello le sucederá apenas dos meses después de haber logrado algo que algunos privilegiados tardan media vida en lograr, algo que la inmensa mayoría de deportistas no conseguirá jamás durante toda su carrera: una medalla olímpica, de oro por más señas, si bien se la dieron (a él y a todos sus compañeros) bañada en plata por aquello del qué dirán… Sí, en dos meses Ricky será mayor de edad y sin embargo algunos, todos aquellos que padecemos los efectos (sumamente benéficos, en nuestro caso) de su riquirrubina, hace ya mucho tiempo que le vemos así, de hecho jamás le hemos visto de ninguna otra manera. Ricky Rubio ejerce como mayor de edad desde hace ya unos cuantos años, por más que su DNI se empeñe en querer demostrarnos lo contrario.

Todo eso y mucho más es la riquirrubina, ésa que, como diría (más o menos) Juan Luis Guerra, se nos sube cuando le miramos y él no nos mira, es decir, todas y cada una de las veces en que le vemos jugar. Esa sustancia sólo aparentemente formulada, apenas descubierta y sin embargo aún por descubrir, por contradictorio que ello parezca. Porque eso es lo más maravilloso: con ser extraordinarios sus efectos conocidos, resulta todavía mucho más extraordinario imaginar cuántos efectos aún nos quedarán por conocer. Sigamos soñando.

jueves, 21 de agosto de 2008

enigmas olímpicos

(… o dicho de otro modo: todo lo que usted siempre quiso saber sobre estos Juegos, pero jamás se atrevió a preguntar):

¿De dónde se sacaron la bola? Es decir, aquella esfera inmensa que emergió del suelo durante la ceremonia inaugural, a modo de gigantesco globo terráqueo, con multitud de personas circunvalándola para simbolizar no sé qué… ¿de dónde salió? ¿Dónde la tenían guardada, dónde ocultaban el resto de cosas enormes que emergieron del centro de la tierra aquella noche? ¿Existirá una base sólida bajo el (presunto) césped del Nido, o estará todo hueco? ¿Habrán de tener cuidado los lanzadores de jabalina de no pinchar muy fuerte, no se les vaya a colar para abajo?

¿Alguien vio bajar a Li Ning tras encender la antorcha? ¿Se chamuscaría el pobre hombre con la llama aquella? ¿O le habrán dejado allí arriba mientras duren los Juegos, para que se encargue él de apagarla el domingo 24?

¿Acaso sabía usted antes de estos Juegos que la esgrima es el único deporte de origen español? Es más, ¿acaso sabía usted antes de estos Juegos algo acerca de la esgrima, por poco que fuera? Es más, ¿acaso sabía usted antes de estos Juegos que en nuestro país existiera la esgrima, que existieran esgrimistas incluso?

Ay no, perdón, esgrimistas no, que resulta que a los de esgrima se les llama tiradores. Pues vale, pero entonces ¿cómo llamamos a los del tiro al plato (por ejemplo)?

¿Y en qué momento los levantadores de peso dejaron de serlo para convertirse en halteras?

Y en aras de los principios de igualdad de género actualmente imperantes, ¿no debería llamarse halteras únicamente a las practicantes de este noble deporte? ¿No deberían los levantadores ser llamados halteros?

¿En qué momento los ucranianos se convirtieron en ucranios?

¿Y los de Estonia qué son, estonios o estones (mira, como los Rollings)?

“¿Éstos no tienen que ducharse antes de bañarse?” (ésta es de mi hijo, con cara de profunda sorpresa mientras presenciaba las pruebas de natación)

¿Veinticinco récords del mundo en nueve días? ¿Qué clase de agua utilizan en las piscinas chinas? ¿Será acaso agua ligera (Fontvella)?

¿Cómo se lo monta Phelps para ganar incluso aquellas pruebas que aparentemente no gana?

¿Cómo logran no ahogarse las nadadoras de sincronizada? ¿Y cómo logran seguir la música bajo el agua? (Sí, ya sé que son preguntas estúpidas, pero es que por más que lo pienso no deja de parecerme prodigioso)

¿Qué es el Madison? Si hace unos cuantos días usted hubiese salido a la calle a hacer esta pregunta, 99 de cada cien entrevistados le habrían contestado que no tenían ni la menor idea, y el otro (el listo) habría dicho “sí, hombre, la cancha ésa de Nueva York, donde juegan los Knicks…”. Pero hoy, orgullosos como estamos de la plata de Llaneras y Tauler en la prueba Americana de ciclismo en pista, claro está que ya todos sabemos perfectamente qué es el Madison, en qué consiste, cómo se disputa, cómo se puntúa, cómo se gana… ¿Verdad que sí?

¿Por qué algunas voces insinúan (pero no dicen) que en nuestra selección de baloncesto no es oro todo lo que reluce, que hay mar de fondo, que están pasando cosas, que cuando acaben los Juegos será el momento de comentar largo y tendido todo lo sucedido en la Villa Olímpica? ¿Acaso no fue todo tan idílico en 2006? ¿Acaso es todo tan problemático en 2008? ¿Por qué, si realmente pasa algo, no lo cuentan? Y si no pasa, ¿por qué no se callan? ¿O será más bien que hay algunos empeñados en ver fantasmas aunque no sepan dónde?

¿Por qué Pau (según cuenta Gigantes, y copio textualmente), ante China, si Pepiño Casal no le atrapa, enfilaba hacia los vestuarios sin acudir al ritual del centro de pista al término de los partidos?

¿Qué hace Nowitzki pensándose la retirada de su selección, precisamente ahora que les ha llegado Kaman? ¿Para esto me he nacionalizado yo, para esto he estado yo escarbando en mi árbol genealógico? (pensará el de los Clippers)

¿Qué hace Nowitzki pensándose la retirada de su selección en vez de emplear todas sus fuerzas en exigir a la FIBA que amplíe el (presunto) cupo de nacionalizados, que con uno por equipo se les queda muy corto, que así no van a ninguna parte?

¿A qué espera su Federación para contactar con Carlos Boozer (nacido casualmente en Alemania), o con Drew Gooden (de madre finlandesa, que alemana no es pero casi como si lo fuera), o con Kirk Hinrich (con ese apellido, algo de alemán tendrá), o con Walter Herrmann (y éste ya no digamos), o con Óscar Schmidt (otro que tal, y que a sus años aún lo haría mejor que Greene o Garrett, y que hasta se cascaría unos cuantos triples cada noche), o con Steve Nash (amigo íntimo de Dirk, y que además es canadiense, nació en Sudáfrica, se crió en Inglaterra y trabaja en Estados Unidos por lo que puede afirmarse con absoluta propiedad que es ciudadano del mundo, así que por qué no va a ser alemán también), o con…?

¿Acaso lo soñé, o acaso fue verdad que durante una retransmisión me pareció escuchar a Romay contando que se había encontrado con Óscar Schmidt, que habían estado hablando y que éste le había pedido que le mandara por Internet toda clase de vídeos de Chiquito de la Calzada, de quien se declaraba fan incondicional? Y es que a poco que te descuides se te rompen los mitos en pedazos… (Supongo que la estancia de Óscar en Valladolid debió coincidir en el tiempo con la eclosión mediática de dicho personaje, si bien lo digo más que nada por buscarle una explicación al fenómeno)

¿Por qué los árbitros de baloncesto pitan indistintamente partidos del torneo masculino y del femenino, y en cambio las árbitras sólo pitan partidos del torneo femenino? ¿No estamos ante un flagrante caso de discriminación por razón de sexo? ¿O será simplemente que la FIBA no se fía de ellas? Y en ese supuesto, ¿por qué las lleva? Y (siguiendo con el supuesto) si es así, si no se fía ¿entonces el hecho de que piten sólo partidos del torneo femenino significará acaso que la FIBA considera éste de menor importancia que el masculino? Y si así fuera ¿no estaría incurriendo entonces en otro flagrante caso de discriminación?

¿Por qué en baloncesto jamás se saben con antelación los horarios de cuartos de final? En una gran competición de fútbol (por ejemplo) siempre sabes de antemano que si quedas primero de grupo te tocará tal día a tal hora, y que si quedas segundo te tocará este otro día a esta otra hora... ¿Por qué en baloncesto no? (Es decir, ya sé por qué no: porque manda la pasta, mandan las televisiones que imponen sus horarios, la de USA en primer lugar, la del anfitrión tal vez en segundo lugar... Pero cuanto más conozco el porqué, aún más me sigo preguntando por qué...)

¿Qué clase de premonición tuvieron los padres del base angoleño (y futuro fuenlabreño, al parecer) Olimpio Cipriano para ponerle precisamente ese nombre y no otro? ¿Tanta premonición no acabaría por ser gafe, dado que apenas se ha estrenado en estos Juegos? ¿Acaso intentaban compensar con ese nombre su apellido, que en Angola será neutro pero aquí suena como a viejo cuplé (o lo que fuera aquello) de una tal Olga Ramos, que cantaba cosas como ay Cipriano, Cipriano, Cipriano, no bajes más la mano, no seas exagerao, si no bailas con más comedimiento, al primer movimiento te la has cargao... (o algo así)?

¿Para qué hacemos estadios de nueve calles si luego sólo utilizamos ocho? ¿Para qué sirve entonces la calle 9, sólo para poder dejar de utilizar la calle 1?

¿Por qué se toca la campana para indicar la última vuelta en las carreras de 800 metros, que tan sólo tienen dos vueltas? Vale, sí, en los 10.000 puede haber atletas que no sepan cuántas vueltas quedan, pero, ¿en los 800? ¿Acaso puede haber alguien que tras dar una sola vuelta se crea que ya ha acabado? ¿Acaso puede haber alguien que tras dar sólo una vuelta crea que aún le quedan unas cuantas más? ¿Acaso puede haber alguien que no recuerde qué prueba está corriendo?

¿Por qué en todas las competiciones de atletismo, cada vez que suena la campana para indicar la última vuelta, el realizador siempre nos muestra un primer plano de la campana? ¿Acaso para que comprobemos que se trata de un tilín tilín tolón tolón cien por cien natural, sin edulcorantes artificiales, sin artilugios tecnológicos de ninguna clase? ¿Acaso es más importante ver meneándose un badajo (con perdón) que ver los movimientos que se producen en carrera a tan sólo 400 metros de la llegada?

¿Es de verdad Usain Bolt? ¿Existe realmente o es un dibujo animado? ¿O se tratará acaso de un ente virtual, una creación de laboratorio, un personaje de videojuego?

¿Por qué, una vez tras otra, un año tras otro, competición internacional tras competición internacional, me veo en la tesitura de tener que explicar a todos los que me rodean quién es Marta Domínguez? ¿Por qué (fuera de círculos reducidos, es decir, fuera de aquellos a los que nos gusta esto) no la conoce ni dios? ¿Por qué seres humanos teóricamente aficionados al deporte (si bien básicamente aficionados al fútbol), que recuerdan perfectamente a Cacho, que recuerdan incluso a González y Abascal, que hasta conocen a Reyes Estévez (a Casado y a Higuero ya no, claro) y que hasta les suena Paquillo Fernández, te ponen una incomparable cara de estupor cuando les dices “sí, hombre, no te acuerdas, Marta Domínguez, la de la cinta rosa”? ¿Cómo es posible que la mejor atleta española de todos los tiempos, repleta de medallas y gestas en Europeos y Mundiales, persona carismática y telegénica a la par, sea sin embargo una perfecta desconocida (fuera de círculos reducidos, repito) en su propio país?

¿Por qué Marta Domínguez se nos pasó a los obstáculos si éstos, como su propio nombre indica, tan sólo sirven para obstaculizar?

Y por cierto: ¿qué fue de su cinta rosa? ¿Acaso pudo volver luego a recogerla, aún tambaleante y medio grogui como iba? ¿O acaso se quedó allí perdida para siempre bajo el obstáculo, a riesgo de que se la pisara cualquiera o aún peor, de que algún chino, con la mejor voluntad (los voluntarios es lo que tienen), la recogiera y la arrojara a la basura cual si de un desperdicio se tratara?

Si a una amazona danesa (un suponer) se le lesiona el caballo en mitad de la prueba de doma (por ejemplo), ¿puede ir a donde esté la amazona croata (otro suponer), supuestamente ya eliminada, y pedirle que le deje el suyo, que luego se lo devuelve? ¿y hasta podría incluso, ya puestos, proclamarse campeona olímpica con tan hermoso alazán, aún siendo éste extranjero y además prestado?

¿Por qué se quejaron Martínez y Fernández si saben perfectamente que Croacia aspira a ser miembro de pleno derecho de la Unión Europea, por lo que el préstamo de su barco fue simplemente un gesto de amistad para con sus hermanos daneses?

¿Por qué se quejaron Martínez y Fernández si saben perfectamente que llamándose así nadie jamás les hará el menor caso?

¿Por qué nos indignamos todos con lo de Martínez y Fernández si hasta hace unos días ni siquiera sabíamos que en vela existiera una clase 49er (léase forináiner), si lo de 49er tan sólo nos sonaba a equipo de fútbol americano de San Francisco (y eso en el mejor de los casos)?

¿Impugnará la Federación Española de Atletismo el oro e incluso el récord de Isinbayeva, tras descubrir que ésta al parecer se ayudó con un palo?

¿Por qué quedó cuarto el triatleta Javier Gómez Noya (vale, sí, háganme la rima) pudiendo quedar (por ejemplo) décimo, posición que le habría generado mucho menos sufrimiento?

¿Por qué quedó cuarto el triatleta Javier Gómez Noya (más rima) si los medios de comunicación nos habían dicho hasta la saciedad que sería oro seguro, con total y absoluta certeza? ¿Cómo se puede consentir tamaña indisciplina? ¿O es que acaso su estado físico va a resultar ahora más importante que lo que digan y piensen los medios? ¿O es que acaso va a resultar ahora que sus rivales también nadan, pedalean e incluso corren? ¿Y con qué derecho?

¿De qué nos sirvieron tantos años de Samaranch como Presidente del COI si ni siquiera fue capaz de conseguir que el naipe fuera deporte olímpico? Imaginemos: el mus, el tute, la brisca, el julepe, la pocha, el chinchón, el cinquillo, las sieteymedia, tantos otros... Partiríamos como favoritos al oro en todas las categorías (excepto tal vez en póker, de favoritismo claramente norteamericano si bien nosotros aún seríamos serios candidatos a la plata), nuestras posibilidades se dispararían, nuestra posición en el medallero subiría como la espuma...

Si una chica está sola en una playa porque empezó una conga y nadie le siguió (o porque contó un chiste y nadie se rió), ¿de qué le sirve que se le aparezcan dos o tres maromos que llevan la cara de Iván Campo tatuada sobre su pecho (o que van peinados a lo Colón, que para el caso viene a ser lo mismo)? ¿A qué clase de ser humano puede servirle de consuelo tamaña gilipollez?

viernes, 8 de agosto de 2008

OlimpicLand

Podría decirse con cierta propiedad que los Juegos Olímpicos son al deporte lo que Disney es a la vida (frase que tomo parcialmente prestada del insigne gomaespumero Juan Luis Cano, si bien él la utilizó para referirse a algo completamente diferente): un inmenso parque temático, abierto al mundo entero, que concentra en poco más de un par de semanas buena parte de las actividades deportivas que en el mundo son, todas ellas envueltas en un maravilloso barniz de bondad, limpieza, pulcritud, esfuerzo, sacrificio y abnegación sin par.

O sea, Disney (o Warner o quien se quiera, tampoco vayamos a discriminar; si bien me permitirá usted que continúe con el símil original, por ser éste más universalmente comprensible). Entras en una Disneylandia cualquiera, pongamos por ejemplo en la de París (más que nada porque es la que conozco), y de antemano quizá no puedas evitar cierta mueca de escepticismo, cierta actitud de ya ves tú, todo un mundo de fantasía e ilusión, hay que ver, vaya engaño, si todo es mentira... Así que de entrada vas de serio, de distante, de vaya rollo, esto no va conmigo... pero de repente algo sucede: de repente es todo tan puro y tan limpio, es toda la escenografía tan perfecta, y encima está esa musiquilla que a uno le envuelve por dondequiera que va (es lo que más recuerdo: fueras por donde fueras siempre escuchabas una música de fondo, siempre tenían la melodía adecuada para cada ocasión, hasta cuando ibas al servicio)... y entonces, incluso antes de que te des cuenta, resultará que eres ya uno de ellos, uno más imbuido de absurda e incomprensible alegría, uno de tantos poseídos por esa extraña magia del lugar, y de repente hasta te verás montando en atracciones en las que jamás pensaste que subirías, desde las más atrevidas a las más chorras, y hasta te irás pegando brincos de una a otra cual si estuvieses en plena regresión a la infancia, y hasta posarás con Mickey o Goofy a poco que te descuides... Claro, luego a la noche sales del recinto tras la cabalgata final (parade, lo llaman) y es entonces cuando la cruda realidad te da en los morros, cuando vuelve a hacer frío (o calor, según), tarda el autobús, tu visa echa humo, tu trabajo y tus problemas cotidianos ya amenazan acechantes tu inminente vuelta...

Y sí, algo muy parecido me sucede con los Juegos, por más que usted me ponga esa cara de qué tendrán que ver los higos con las brevas. De entrada no me creo, nadie en su sano juicio se cree todo este rollo maravilloso de la pureza del deporte, todo este magnífico envoltorio de los Juegos como vínculo de unión entre pueblos y culturas, toda esta parafernalia entre sentidos juramentos de limpieza y hermandad. Todo precioso cual si no existiera el mercantilismo, el dinero a espuertas, el dopaje y hasta las corruptelas que al otro lado la realidad cotidiana se empeña en recordarnos a cada rato. Y sin embargo...

Y sin embargo serán Disney, de nuevo. Y sin embargo entraré en los Juegos como cada cuatro años, entraré virtualmente desde mi sofá para ya no querer nunca jamás salir de allí. Entraré y los disfrutaré como si me importaran mucho más de lo que deberían importarme, los viviré con casi más pasión que casi cualquier otra cosa, soñaré y me emocionaré y brincaré y hasta correré y lanzaré como si fuera uno de ellos, como si en verdad formara parte de ello. Y cuando se acaben, cuando el domingo 24 de agosto me los quiten será como si me quitaran un trozo de mi vida, será la caída de bruces hacia una realidad que tan solo habré visitado tangencialmente durante las dos semanas anteriores.

Y sí, puede que exagere pero créame, sé lo que digo, hablo con el conocimiento de causa que me proporcionan unos cuantos Juegos Olímpicos ya a mis espaldas, todos ellos desde la distancia y la cercanía de mi televisor. Empezando por México 68 (que sí, que ya son años, no me ponga esa cara), mi primer recuerdo lejanísimo, absolutamente vago e inconcreto. Sólo se me vienen a la memoria grises imágenes en blanco y negro, tan solo esas imágenes sin ningún contenido. Podría tirarme el folio y decir que viví los 8,90 de Beamon, los históricos récords de 100 y 400 metros lisos y hasta el salto de Fosbury, pero sería mentira. Es decir, tal vez lo vi, tal vez dichas gestas y otras semejantes pasaran por delante de mí pero yo aún era demasiado pequeño para darme cuenta. Sólo con el paso de los años tuve conciencia de su existencia.

Luego fue Munich 72, aún yo un crío pero ya menos crío: un bigotudo norteamericano llamado Spitz inflándose a medallas, un terrible lío (nunca demasiado bien explicado) en la final de baloncesto, un lío inmensamente mayor en la villa olímpica, terrorismos y contraterrorismos aún peores que los propios terrorismos, unos Juegos que se detienen, que hasta se interrumpen un día completo... Nada de esto vi tampoco: me habían llevado de vacaciones (también es casualidad, porque en aquellos tiempos casi nunca íbamos de vacaciones), allí no había televisor, la radio (concretamente Radiogaceta de los Deportes, aquel legendario programa de aquella terrible Radio Nacional) fue mi única y lejana conexión con aquello que entonces aún llamábamos Olimpiada (habrían de pasar muchos años para que nos enteráramos de que esa denominación no era correcta, de que la Olimpiada no eran los Juegos sino todo lo contrario, el período de cuatro años que transcurre entre unos y otros Juegos).

Así que mis primeros Juegos verdaderos, conscientes y puramente televisivos fueron tal vez Montreal 76. Montreal 76 o sea Nadia Comaneci, o sea la perfección hecha gimnasia. Y luego fuimos a parar a los desangelados Juegos de Moscú 80, esos de los que los americanos (los de USA, concretamente) nos robaron con su ausencia una buena parte del pastel. No podías ver una prueba, un partido, cualquier cosa sin pensar no tanto en los que estaban sino en los que faltaban. Si hasta ganábamos medallas en natación con aquel ciudadano americano apellidado López-Zubero, que pocos días más tarde no tendría ningún reparo en reconocer que él se sentía estadounidense por los cuatro costados y que si mantenía la nacionalidad española era sólo para poder competir, dejando así sumida en el desconcierto a su estupefacta (aún más que de costumbre) entrevistadora Mari Carmen Izquierdo…

Cuatro años más tarde, Los Ángeles 84, los soviéticos en justa correspondencia devolvieron el boicot pero ya poco nos importó, quizá porque ya nos íbamos acostumbrando o quizá porque preferíamos creer que no nos importaba: fuimos inmensamente felices, noche tras noche trasnochando, perdiendo sueño para vivir un sueño, el de nuestra selección de nuestro deporte encaramada en el segundo escalón más alto del trono, tan solo un peldaño por debajo de aquellos imberbes y prometedores universitarios llamados Jordan, Ewing o Mullin… A ratos aún nos pellizcábamos, para confirmar que era cierto todo lo que estábamos viviendo.

Seúl 88. Seúl 88 fue, sobre todo, una mañana de sábado en la que me levanté a las cinco de la madrugada para vivir en directo dos acontecimientos irrepetibles, a saber: un España-Brasil de baloncesto que ganamos tras anotación de locura, cientoypico a cientoypico, enfrente un tal Óscar Schmidt batiendo un récord de anotación que aún hoy perdura; y una final de 100 metros lisos que iba a ser y fue la madre de todas las batallas, Ben Johnson versus Carl Lewis, la caraba... Dos acontecimientos históricos que al cabo de pocos días resultó que no habían servido para nada: nuestra buena primera fase baloncestera se nos quedó en agua de borrajas cuando Australia nos cosió a triples en el cruce de cuartos, y la apoteósica victoria de Ben Johnson se convirtió tras sólo unas horas en el dopaje más famoso de la historia de la humanidad.

Pero aquello era ya imparable, ya teníamos el virus olímpico inoculado en nuestras venas y entonces llegó Barcelona 92, los Juegos casi al lado de casa (o sea, a seiscientos kilómetros), esos Juegos a los que quise ir y no pude, probablemente dejando escapar la única oportunidad que tuve y tendré de vivir in situ algo así... De repente nos habíamos hecho mayores, de repente ya no parecíamos los africanos de Europa, de repente ganábamos medallas por doquier, ya no cero, dos o tres sino veintitantas, estabas viendo a Kiko y compañía ganar la final de fútbol, cambiabas de canal y te encontrabas a Fermín Cacho ganando el milqui, la de dios era aquello...

Barcelona 92 son un montón de recuerdos maravillosos, de mañanas en el trabajo pegados todos al transistor, de tardes en casa pegados todos al televisor, de noches con Matías Prats (Júnior) y Olga Viza resumiendo mano a mano la jornada, de madrugadas con el incomparable Trecet... De infinidad de recuerdos felices, también de algún recuerdo amargo (como aquel angolazo que por más tiempo que pase jamás dejará de escocernos)... e incluso de momentos chorras como el de aquella tarde del salto con pértiga, en casa está mi sobrina (aún niña en aquellos tiempos) que mira al televisor, ve a un atleta y (sin tener ni idea, lógicamente) exclama “ese falla, seguro”, y yo que también miro y le respondo “¿ese? ese lo va a saltar con la gorra, ya lo verás...” Ese era Sergei Bubka, por aquel entonces en la cumbre de su carrera. Pero que va y derriba el listón, y pocos minutos más tarde lo tira de nuevo, y luego otra vez y de repente resulta que está eliminado, y todo ello ante el regocijo y la hilaridad de mi querida sobrina... Aquella tarde, en mi casa, Bubka se convirtió ya para siempre en El de la Gorra. Aún hoy me lo recuerdan, incluso cuando aparece de traje y corbata en algún palco, o para entregar las medallas de alguna gran competición...

Fue tanta la efervescencia en el 92 que luego Atlanta 96 nos dejó un poco fríos, quizá por pura comparación o quizá porque realmente fueron los Juegos más sosos de la historia reciente. Al menos siempre nos quedará el recuerdo de aquel Michael Johnson volando sobre el tartán, sus zapatillas doradas y su zancada minúscula... Y Sydney 2000 y Atenas 2004 aún frescos en nuestras memorias, qué les voy a contar que ustedes no sepan...

O también podríamos contarlo todo de otra manera, también podríamos agarrarnos a nuestro deporte (que para eso estamos aquí, se supone) y hablar, qué sé yo, de Belov (cualquiera de ambos) 72, Meneghin 80, Jordan 84 (o si así se prefiere, por la parte que nos toca, Corbalán 84), Sabonis 88, Dream Team 92 (imposible particularizarlo en sólo uno de ellos), Jasikevicius 2000 (sí, a pesar de haber fallado aquel tiro que pudo cambiar la historia; o quizá precisamente por fallarlo), Ginóbili 2004... No, no me tienten, no me pidan que me lance al vacío y escriba ya el nombre del 2008. Por lo que pueda pasar.

2008. Pekín (o Beijing, como ustedes gusten). Mi particular parque temático cuatrienal, mi Olimpic Park u OlimpicLand u Olimpolandia o como demonios queramos llamarlo. Mi mundo, durante estos próximos dieciséis días. También el mundo de tantos otros, fieles o agnósticos, creyentes o descreídos, incluso el de todos aquellos que hoy reniegan de todo esto, incluso el de aquellos que confunden deporte con fútbol y sólo fútbol, y que aunque hoy no lo crean también acabarán pasando por el aro. Un mundo que el 24 de agosto cerrará sus puertas para siempre jamás... para abrirse de nuevo una olimpiada más tarde, ya de otra forma, ya con otro nombre y otro número: entonces hablaremos de Londres 2012, más tarde de (me temo) Chicago 2016, más allá quién sabe...

Pero no nos vayamos tan lejos. Hoy es hoy, 8 del 8 del 08, el día en que una simple antorcha encenderá nuestros sueños y nos introducirá, al más puro estilo Disney, en un mundo de fantasía e ilusión. Hágame caso, métase hasta el cuezo (sea esto lo que sea), déjese llevar y no preste atención a todos aquellos que intenten romper la magia desde el otro lado del espejo. Que más tarde ya tendrá usted tiempo de despertarse, de recordar que la vida no es bella, que Papá Noel no existe y los Reyes son los padres, pero eso, más tarde, mucho más tarde... Ahora no. Ahora y en los próximos días limítese a soñar, y no permita que nada ni nadie interrumpa su sueño.

(Y sí, ya sé que este tocho no me ha salido muy baloncestero que digamos, y que ésta sigue siendo una web de baloncesto... Disculpen ustedes las molestias, perdonen las disculpas; procuraré que no vuelva a pasar...)