miércoles, 30 de enero de 2008

Encuentros en la Segunda Fase


13 sep 2007

Son las cuatro de la tarde, y hacia el pabellón ya nos encaminamos unos cuantos, panda de adictos, dispuestos a tragarnos la jornada entera (y las que vengan) sin masticar si es necesario. Predominamos (lógicamente) los de aquí, pero nos acompañan unos cuantos rusos, incluso algún lituano (no juegan hasta mañana, pero tendrán abono y se quieren dar el gusto de disfrutarlo) e incluso (más todavía) algún letón. Sí, letón, de Letonia, con sus camisetas color berenjena y sus rótulos de Latvia para que no haya dudas. Rostros cariacontecidos, pero que aún transmiten la determinación de disfrutar del viaje y del juego, ya que no de su equipo.

Apenas acabados de salir del metro, ya laSexta se nos aparece regalando camisetas. La eñe enorme por delante, el seis no menos enorme por detrás. La pido con muchas equis (la talla, me refiero); me la dan sólo con una, no tienen más. Un poco justa pero es gratis, tampoco será cuestión de ponerle pegas… Es la primera prueba de que esto no se va a parecer en nada a lo vivido hace apenas un mes, con ocasión del Sub 18. La segunda será la seguridad: te esperan ya a 50 metros del pabellón, te abren la mochililla, te la registran a conciencia. Vendrán muchas pruebas más…

Para empezar: Portugal-Rusia. Habrá a quien le dé igual, pero a mí particularmente me resulta conmovedor encontrarme al país vecino metido entre los doce mejores de Europa. Por carambola, por el cansancio letón, por lo que se quiera, pero están aquí. Y tan felices que da gloria verlos.

Claro que portugueses, lo que se dice portugueses, haberlos haylos (en las gradas, me refiero), pero más bien pocos. Menos que rusos, en cualquier caso. Y sin embargo la organización, que está a la que salta, no se priva de ponerles cada tiempo muerto una cancioncilla cuyo estribillo reza “Portugal campeao”. Campeao, lo que se dice campeao, me temo que de momento no. De hecho la única duda estriba en saber cuándo se romperá el partido. La respuesta llega en el segundo cuarto. No habrá más historia.


Entre partido y partido, exploración. Unos paseos por el hall, unas pasadas por las tiendas de merchandáisin. Busco la camiseta que promueve Calderón, la de la organización Right to Play. No estoy decidido a comprarla (dependerá de lo que cueste) pero si finalmente decido gastarme el dinero (que no tengo), al menos que sea por una buena causa. Y sin embargo, apenas tardo unos minutos en comprobar que dicha camiseta no existe en todo el pabellón. No se ve ni en un solo expositor, decido preguntar a una vendedora y no parece tener ni idea de lo que le estoy hablando… Vuelvo a mi sitio sin camiseta pero eso sí, durante el paseo los de Central Lechera Asturiana me han regalado una pelotita de goma, los de Expert una bolsa que contiene propaganda de Expert, los de ARDO (que es una marca de frigoríficos, aunque el nombre parezca indicar exactamente lo contrario) me han dado un folleto… La mochila me acabará reventando de cosas inútiles a este paso.



Israel-Croacia. Israel es el ejemplo perfecto de la optimización de recursos: no se puede hacer más con menos. En aplicación perfecta de aquella táctica del conejo que un día describió Manel Comas, van todo el partido dos pasos por detrás, pero cuando se acerca el final pegan el arreón y se ponen siete pasos por delante. Ganan y hacen felices a casi todo el pabellón, convertido a la causa judía por unos minutos, sea por croaciafobia, sea por mera utilidad clasificatoria. El pinchadiscos también se suma a la causa pero se ve que su repertorio hebreo se reduce a canciones de Eurovisión: aquella de Abanibí oboebé, abanibí quiere decir te quiero amor (en versión del Chaval de la Peca, no debe tener a mano la original), aquella otra de Viva la vida, viva Victoria, Afrodita… Escalofriante.



A estas alturas habrá ya como media entrada en el pabellón, pero de repente caigo en la cuenta de que por televisión probablemente ni se nota. Las cámaras están en mi lado, pero el primer piso del lado de enfrente está compartimentado en su totalidad, a modo de palcos VIP, para autoridades, federativos, patrocinadores y demás familia experta en conseguir entradas que luego apenas usan. Ahora están completamente vacíos, ofreciendo a los telespectadores (sospecho) una imagen que en nada se corresponde con la realidad. Luego, cuando llegue el partido de España, se llenarán, pero ni siquiera lo harán en su totalidad.



Escapada a mear, antes de que empiece el plato fuerte. Escena insólita: la fila (no diré cola, para evitar el chiste fácil) para el servicio de caballeros supera todas las dimensiones conocidas en la historia; al lado el de chicas está prácticamente vacío, lo que colma de dicha y regocijo a más de una, ya era hora de que a los hombres les tocará alguna vez…



De repente un estremecimiento, un retumbe de tambores, un estruendo generalizado: llegan los griegos, todos juntos. No serán más de 200, 300 a lo sumo, pero tal como suenan parecen muchos más; nos tememos lo peor, pero pronto descubriremos que no hay nada que temer. Animosos, incansables, pero pacíficos. Tanto, que incluso en el último cuarto intentarán incitar al resto del pabellón a hacer la ola, sin conseguirlo finalmente.



Claro que, a estas alturas, el partido está resuelto ya. Justo antes del comienzo el pincha nos había regalado un Paquito el Chocolatero (versión King África), dejándonos todo a punto de caramelo para que España, durante toda la primera mitad, reeditara la final de Saitama en versión corregida y aumentada. Luego un tercer cuarto de breve espejismo heleno, un último de vuelta a la normalidad y una definitiva hemorragia de satisfacción, como de habernos sacado de golpe los fantasmas de hace apenas dos días.



Nos vamos. Los griegos aún estarán un rato, para evitar líos (aunque no tiene pinta de haber ningún lío), pero el sensible e ilustrado pincha les entretiene la espera con la banda sonora de Zorba el Griego, faltaría más. Allí se quedarán saltando y bailando, casi tanto como nosotros camino del metro, con toda la felicidad rebosando por todos los poros de nuestra piel.



Felicidad incluso en la cara de Aíto (sí, Aíto, el de toda la vida, el de los García Reneses de siempre), con quien unos cuantos tendremos el inimaginable placer de hacer un corto viaje en metro. Y allí está él, con una (desconocida) sonrisa de oreja a oreja, haciéndose fotos con todo el mundo, departiendo con todo dios, atendiendo a preguntas insospechadas (¿qué le dais de comer al Rudy, para que pegue esos saltos…?). Venzo mi timidez, le estrecho la mano, le felicito muy brevemente por cómo juega su Penya, le digo que espero que sigan haciéndonos disfrutar. Ojalá, me contesta. Ojalá.



II



Cuatro y cuarto de la tarde. Agitando el cocido que me acabo de meter entre pecho y espalda, remonto bajo un sol de injusticia las duras cuestas (es un decir) de la Casa de Campo. No es cosa de llegar tarde, Francia y Alemania esperan.



Si hace, qué sé yo, pongamos tal vez diez años, alguien nos hubiese dicho que un día no muy lejano podríamos presenciar en Europa un partido de competición oficial, que enfrentaría por un lado al MVP de la temporada regular NBA y por el otro al MVP de las finales NBA, directamente no le habríamos creído. Y sin embargo, ahí están: Dirk Tío Loco Nowitzki versus Tony Longorio Parker, face to face.



En las gradas un puñado de franceses y otro de alemanes, los unos al lado de los otros tan solo separados por una escalera, sin vallas, sin zanjas, sin alambradas, sin cordones policiales. Esto en otros deportes no debe ser tan fácil. Así da gusto.



Los franceses son sobrios, discretos y silenciosos. Los alemanes en cambio animan sin parar. Gritan Deutschland Deutschland (en alemán) y defense defense (en inglés). Debe ser cosa del idioma porque es evidente que sus jugadores no les entienden, ofreciendo un inmenso coladero por el que la troupe francesa se mueve como pedro por su casa (como pierre por su maison, diríamos...)



El que más, Parker. Si en Belgrado 2005 estuvo mal y el Japón 2006 no estuvo, ahora está que se sale. ¿Le habrá sentado incluso bien el matrimonio (quizá porque lleva poco tiempo)? Aunque la gran duda no es esa, la verdadera duda es, ¿estará Eva Longoria en el pabellón? Si estuvo en Alicante, no habría razón alguna para que no esté aquí... y sin embargo, no consta que nadie la haya visto siquiera.



Enfrente, Nowitzki se tira lo suyo y lo de los demás, mete lo suyo y lo de los demás (aunque lo de los demás también lo falla demasiadas veces). No es suficiente. Mi vecino de la fila de atrás lo tiene clarísimo, "este se acabará retirando sin haber tenido a su alrededor una selección decente".



A esas horas ya hay más lituanos en el pabellón que franceses y alemanes juntos. Lo que no es nada comparado con lo que se avecina. A pocos minutos del comienzo de su partido ante Italia, muchos cientos de lituanos ocupan ya casi todo el segundo piso del fondo a la derecha, justo encima de la tribuna de prensa. Y no están solos, que hay muchos más diseminados por todo el pabellón. Si hasta las cheerleaders parecen estar de su parte (aunque procuran disimularlo), más que nada porque son las Zalguiris Kaunas Dancers...



En cambio los italianos son pocos y mal avenidos: tres aquí, cuatro allá, cinco acullá... Parecen estar más preocupados por hacerse la foto y por mostrar pancartas para saludar a su mamma que por animar a su selección. Y a ésta no le vendría mal un poco de animación: porque el ambiente hace que parezca que estamos en Vilnius (o en Kaunas, tanto da) y porque en la cancha tampoco les van mucho mejor.



Y sin embargo al borde del descanso Italia se mete de improviso en el partido, canasta imposible sobre la bocina incluida. Se lo juegan casi todo, y eso hará que nos regalen (de común acuerdo con los lituanos) una fantástica segunda mitad, aún jugando muchos minutos con su selección B. ¿Selección B? Bulleri, Bassile, Belinelli, Bargnani... Lástima que el pívot no se llame Barconato (por ejemplo), lástima que ya no juegue (Gus) Binnelli, lástima que Bettini y Bennati sean ciclistas y no pallacanestristas...



Pero no nos quedemos sólo en la anécdota: otros no empiezan por B pero también rayan a gran nivel, con mención especial para Soragna. Aún así no será suficiente: la orquesta sinfónica de Lituania, con su (¿renqueante?) Saras Jasikevicius a la cabeza, sencillamente lo borda y se lleva el gato al agua, aprovechándose además de la endémica debilidad italiana en el rebote.



Acabado el partido, desbandada general. Será que el Turquía-Eslovenia les resulta menos atractivo, será que es sábado noche y toca salir, será que quieren ver a la selección de fútbol (allá ellos, no escarmientan). Nos quedamos los turcos, los eslovenos y los fieles: un puñado.



Turquía está al borde del precipicio, pero no lo parece. Algún día habrá que intentar desentrañar el misterio de esta selección que siempre presenta envidiables plantillas que parecen eternamente incapaces de jugar en equipo, como si se hubieran conjurado para arrojar el prestigio de Tanjevic por la borda.



Nunca dieron sensación de estar en el partido pero a comienzos del tercer cuarto nos regalaron un espejismo en pleno arrebato de Turkoglu, que no parece estar dispuesto a que este año le acusen de nuevo de falta de compromiso con su selección. Pero fue sentarse y fue el acabose: como diez minutos sin meter una canasta, eternamente clavados en 40 puntos mientras los eslovenos sin apenas esfuerzo se iban disparando en el marcador...



Mención especial merece el otro NBA, Memo Okur (no es insulto sino apodo). Está totalmente fuera de punto pero eso no le impide tirarse absolutamente todo lo que le llega, lo que quizá no sería tan grave si al menos metiera algo. Será que los aciertos los deja para cuando vuelva a Salt Lake City. Algo así como cero de infinito en triples debió hacer, la criatura.



A los eslovenos también se les acusó en algún campeonato de problemas de actitud, pero en éste se han propuesto disimularlos; y a fe que lo están consiguiendo: son una orquesta perfectamente bien engrasada en la que cada uno desempeña estupendamente su papel. Hoy con mención especial para tres invitados inesperados: los hermanos Lorbek (Erazem sin Scariolo juega más suelto, mientras Domen se ha familiarizado con sus aros de esta próxima temporada) y un sorprendente Uros Slokar, que parece ir pidiendo a gritos que este año le den más bola en Toronto.



III



Llego tarde. Escapar dos días consecutivos de la comida familiar de fin de semana puede ser excesivo, ayer volé para no perderme el Alemania-Francia así que hoy será cuestión de sacrificar un poquito del Israel-Portugal.



¿Un poquito? La maravillosa red de transportes de Madrid pone todo lo que puede de su parte para que sea un muchito, más bien. Son las 17:25, el partido está en el descanso, doy por supuesto que irá ganando Israel... y lo que veo me llena de estupor: 46-34 para Portugal.



¿Aún más estupor? La mitad de los puntos de Israel en la primera mitad (o sea, 17) parecen haber salido de la mano de Elías, o sea Eliyahu, interesantísimo prospecto enebeable, pero que aquí como en el Maccabi sale desde el banquillo la mayoría de las veces.



La imaginada fiesta portuguesa prosigue en el tercer cuarto: baloncesto de altos vuelos con mención especial para ese Joao Gomes al que llaman Betinho, el cual parece haber descubierto el placer de colgarse del aro a partir de los alley oops que le sirven a chorros sus compañeros, todo ello ante la mirada desesperada de unos macabeos que aún no parecen enterarse de qué va la vaina.



A siete minutos para el final Portugal ya gana de 19 y es entonces cuando Israel decide entrar en el partido, más vale tarde que nunca. Lo hace a su manera: defensa física, uso constante de las manos, toquecitos varios, múltiples faltas tan evidentes como protestadas... El partido se encabrona (con perdón), Portugal entra al trapo y, menos ducho en estas lides, sale perdiendo. Joao Santos, pieza imprescindible, ve cómo le pitan una antideportiva (que casi ninguno vemos, por producirse en un lugar alejado del juego). Era la segunda (a mí la primera no me había parecido antideportiva en absoluto, sino más bien un lance normal del juego) por lo que me lo mandan a la calle ante el asombro de un público poco acostumbrado (yo el primero) a suceso semejante.



Quedan cuatro minutos, Portugal sólo gana de nueve, Israel hace faltas sin parar para parar el crono, la inexperiencia portuguesa hace que se masque la tragedia... Pues no, Portugal sobrevive y bien orgullosa deberá sentirse de ello, mientras los israelíes, tal capaces de lo mejor como de lo peor de un día para otro, aún se tiran de los pelos sin entender qué ha podido pasar.



Entre partido y partido, paseíto: Expert me da la bolsita de todos los días, Central Lechera Asturiana me da el diario frasquito de NaturLínea que se supone que me ayudará a reducir las grasas de mi organismo (buena falta me hace, por cierto)... pero hay algo raro en el ambiente, algo parece indicar que no todo es como los demás días: policía nacional por doquier, en los vestíbulos, en las escaleras, en los vomitorios, en los pasillos, en todas partes.



¿Qué estará pasando? Me da por pensar que quizá haya habido alguna amenaza de algo, algún chivatazo de un posible petardazo, qué sé yo. Sin embargo mi vecino de atrás lo tiene más claro, "eso es que irá a venir el Príncipe Felipe al partido de España, lo normal es que venga hoy, como es domingo no estará trabajando, no tendrá que atender a tantas ocupaciones..." (........................) (Sirva la anterior pausa, a modo de sobreentendido, como sutil homenaje solidario a la revista El Jueves)



Grecia-Croacia: sabemos ya que el partido promete, pero aún desconocemos que vamos a ver el mejor partido de lo que llevamos de esta Segunda Fase.



De entrada, dos lecturas en clave local: 1ª) Durante el primer cuarto, enfrentamiento directo Papadopoulos-Kasun, preludio de futuros Madrid-Barça: el Rústico madridista se come al SúperMario barcelonista. 2ª) El Madrid decidió ceder a Marko Tomas al Fuenla para hacer hueco al griego Pelekanos: viendo a uno y a otro sobre la cancha se me hace muy difícil encontrarle sentido a esa decisión; lo tendrá, no lo niego. Pero yo no se lo veo.



Todo apunta a paseo griego, pero en el segundo cuarto Repesa decide que de algún modo tiene que frenar el chorreo de puntos interiores encajados, y toma dos grandes decisiones: pone a su defensa en zona y coloca juntas a sus torres gemelas, Kasun y Stanko Barac, prometedor e interminable pívot de excelente mano, recientemente fichado por Querejeta para su Tau. Y el partido gira como un calcetín. La iniciativa ya es croata, la fanaticada griega sufre...



Pero ya estamos en el último cuarto, y empezamos a tener la sensación de los griegos ya se saben la zona croata. Tal vez no metan puntos de dentro, pero su trío calavera, Papaloukas, Diamantidis, Spanoulis, ya ha encontrado la manera de meterlos de fuera. El partido es una gozada, un toma y daca, un tira y afloja (sutil homenaje al nada recordado Nacho Calvo), todo ello con la banda sonora griega de fondo, todos saltando y cantando su retahíla machacona una y otra vez, muchos ni miran a la cancha, total qué más da si animar es lo que cuenta... En cambio al otro lado a la presunta afición croata ni se la ve ni se la oye, por no contar ni siquiera cuentan con los fuenlabreños aquellos que hace un mes tanto animaron a su Sub18.



A 16 segundos para el final, Grecia está cuatro arriba; a 15 segundos (o sea, uno después) la ventaja se ve reducida a un punto merced a un portentoso triple de Popovic. Viajes a ambas líneas de tiros libres, aquí y allá, quedan cinco segundos, la prórroga parece inevitable... Spanoulis, fresco como una lechuga tras su año sabático en Houston, no parece pensar lo mismo: triple sobre la bocina, delirio griego, alucine general. Partidazo de los de guardar para siempre, en vídeo o en la memoria.



El pabellón ya es un hervidero: vestíbulos a rebosar, colas interminables en los bares, en los baños, vips que van llegando a toda velocidad, el presi madridista Ramón Calderón que en un momento dado casi se me lleva por delante...



21:30. Allá enfrente ya está el Príncipe, flanqueado por Lizavetski (cómo se escribirá), Gallardón, Sáez y demás familia; más abajo está también la Infanta Elena con sus criaturas (marido e hijos). Todo el mundo está en sus puestos, suena Estopa, suena la dosis habitual de Paquito el Chocolatero, suena la Fiesta Pagana de Mago de Oz, clímax conseguido, ya podemos empezar.



Empezamos mal. Basta ver el comienzo para descubrir que, por extraño que parezca, Rusia va a ser mucho más difícil que Grecia. Si en otros torneos no muy lejanos Rusia fue una banda, en éste es un equipo, un señor equipo. Y el culpable está ahí abajo y se llama David Blatt, sin la menor duda.



El ruido lo ponen Kirilenko (buenísimo, espectacular como de costumbre, quizá un poco pasado de vueltas a veces) y Khriapa (intermitente, ahora clavo tres triples, ahora desaparezco, ahora vuelvo a meter). Pero otros con menos ruido ponen más nueces: con mención especial para John Robert Holden, un base que no hace nada que no deba hacer, un tipo que está haciendo un campeonato extraordinario.



Holden es un grandísimo base, pero tiene un defecto: no es Calderón. Calde es un lujo, una impagable joya, todo carisma desde su sencillez, todo liderazgo desde la naturalidad. Cuando hay que dirigir dirige, cuando además hay que anotar, anota, cuando hay que echarse el equipo a la espalda, pues para eso estamos. Su inicio del tercer cuarto, triple va triple viene, asistencia va asistencia viene, es de los que no se pagan con dinero.



La máquina, una vez más, había tardado en empezar a funcionar. La máquina, una vez más, acaba funcionando como la seda. Navarro lo borda, Garbajosa (por primera vez titular) supera un mal comienzo para acabar metiéndolas de todos los colores... Mi vecino de atrás lo tiene claro: "tanta historia con el seguro, pero en realidad son los de Toronto los que deberían pagar a la Federación Española, porque se lo vamos a dar ya rodado, ya con la pretemporada hecha..."




Fin de fiesta, 12 arriba. La agonía ha sido mayor que contra Grecia, pero el resultado casi el mismo. Nos vamos, que por hoy ya está bien de disfrutar.



IV



Aparezco en el Italia-Turquía justo en el mismo momento del salto inicial. En las gradas unos cuantos paisanos, media docena de turcos, un buen puñado de italianos y un montón de lituanos (a esas horas ya son más que italianos y turcos juntos).



De entrada, espejismo. Turquía parece por fin un equipo, y nosotros vamos y nos lo creemos. No así los italianos que, conducidos por un errático Bulleri, deambulan sin rumbo por la pista. La diferencia se instala en quince puntos casi antes de que nos demos cuenta, el guión previsto salta hecho añicos...



Por poco tiempo. A la vuelta del descanso ya es otro partido. Italia muerde en defensa, despierta Bargnani, despierta Gigli, despierta il bello Belinelli tan elegante y brillante en todas sus acciones. Y Turquía vuelve a ser Turquía: es decir, Turkoglu contra el mundo.



Segundos finales con empate a 70. La última posesión es turca, o sea de Turkoglu. Media Italia se abalanza sobre él, pero eso ya estaba previsto. Balón a Kutluay, muñeca de seda toda la vida de dios, allí en su esquinita más solo que la una... Falla.



En la prórroga Turquía, fiel a sus principios, se encomienda al turkoglusistema. La criatura ya pasa con creces de los 30 (puntos) pero no es dios, así que llega un momento en el que también falla. En cambio a Italia empieza a salirle todo, hasta empiezan a mostrar ese puntito de chulería y suficiencia tan característico suyo, como si no lo hubieran pasado mal, como si todo aquello hubiera sido una exhibición. Los italianos, cuando te ganan, es como si te ganaran dos veces.



Los turcos se van (aunque todavía les quedará hacer el paripé contra Francia) y lo hacen como la gran decepción de esta segunda fase (no la gran decepción del torneo, que ésa es Serbia). Y con sus NBA, Turkoglu y Okur, convertidos en la cara y la cruz de una misma moneda. Y un tercer (ya ex) NBA, Ilyasova, que ya no sería cara ni cruz, sino canto. Ha jugado poco, y cuando lo ha hecho ha pasado totalmente inadvertido por la pista. No sé si será culpa suya o de sus superiores, pero yo si fuera barcelonista quizás empezaría a preocuparme...



Las emociones vividas parecen sólo un aperitivo de la gran tarde que nos espera... Qué equivocados estamos. A esas horas aún no sabemos que ya hemos vivido todas las emociones de la jornada, que ya no tendremos ninguna más.



Ahí afuera, mientras tanto, parece haber lío. La policía ha cerrado las puertas del pabellón, y al otro lado de la cristalera mantiene rodeados a un puñado de alegres (tal vez demasiado) lituanos a los que se les ha debido escapar la pinza. A este lado del cristal los restantes lituanos reclaman que se les deje entrar, gritan Lietuva Lietuva sin parar ni un instante, parece que la tensión puede ir en aumento pero finalmente las aguas vuelven a su cauce, la sangre no llega al río, todo vuelve a estar en orden, jugadores presentados, himnos sonados, regalo entregado por la Organización a Ramunas Siskauskas por ser hoy su cumpleaños (lo nunca visto), ya podemos empezar...



Y a poco de empezar Francia se encuentra con que ya tiene a Weis y Turiaf con un montón de lucecitas verdes en su casillero de personales. Bergeaud rebusca en el banquillo y encuentra a Badiane, genuino representante de la escuela de brincadores franceses, pero poco más. La resistencia francesa se acabará en cuanto le toque descansar a Parker y aparezca el voluntarioso (pero nada más) Sangaré. En un abrir y cerrar de ojos Lituania ya gana de 20, y aún no hemos llegado al descanso.



Inciso, hablando de Parker: una vez más todos nos preguntamos si estará Longoria en el pabellón. Quizá la Organización debería hacer aquello de los añorados Tip y Coll, algo así como... “Señoras y señores, antes de comenzar les pedimos un fuerte aplauso para... ¡¡¡Eva Longoria!!!”, y todos aplaudiríamos, y un foco recorrería las gradas, y... “no, no la busquen, porque... no está, si no ha venido... pero nosotros lo decimos todas las noches, por si acaso. ¿Que un día viene? Eso que llevamos por delante. ¿Que no viene? Eso que llevamos por detrás...”



Tercer cuarto: Bergeaud coloca a Flo Pietrus y Boris Diaw como pareja (presuntamente) interior, y la cosa parece funcionar. El juego francés se dinamiza, el ex de Unicaja se da el gusto de poner unos cuantos tapones y hacer unos cuantos mates en los que serán sus aros esta próxima temporada... y para de contar. En Lituania da igual quién juegue, todos, titulares o suplentes, mantienen un magnífico nivel. Sin embargo en Francia en cuanto llega el relevo se acaba el partido.



Así que nos quedamos prematuramente sin emoción en el Francia-Lituania pero siempre nos quedará el Alemania-Eslovenia... Craso error. Al final del primer cuarto Eslovenia ya gana 30-9 y Nowitzki ya está más pendiente de las Red Foxes que de Bauermann (lo normal, por otra parte). Y aún nos quedan treinta minutos (de la basura).



Aquello ya no tiene ningún sentido, pero las alemanas no lo saben. Las alemanas son media docena de orondas aficionadas armadas con un bombo, que gritan rítmicamente Deutschland Deutschland y defense defense, según su equipo ataque o defienda. Y lo hacen una y otra vez, lo hacen en todas y cada una de las ocasiones, sin cambiar nunca de grito, sin variar jamás el ritmo ni la cadencia, así llueva o truene; el partido está concluido desde antes de empezar pero ellas continúan hasta el último segundo del último minuto con fiabilidad alemana, como si no supieran parar, como si estuvieran programadas por ordenador, como si sus cabezas fueran cuadradas, como si tuvieran que cumplir a rajatabla con todos los tópicos. La situación es tan absurda que los propios aficionados eslovenos optan por burlarse, gritando defense-defense a coro con ellas aún cuando el que ataca es su equipo. Al final Eslovenia gana de 30. No está mal, porque en muchos momentos del partido pareció que acabaría ganando de 60.



A la salida me encuentro con una conocida, la jefa de una empresa de diseño publicitario con la que hemos tenido bastante relación en mi trabajo. No parece que le interese mucho el baloncesto (apenas sabe quién es Nowitzki, y eso que acaba de verle), así que no resulta difícil imaginar qué hace allí: les han regalado entradas, a ella y a unos cuantos compañeros suyos; se las ha regalado uno de los patrocinadores del evento, ya que su empresa fue la que les montó el stand en el pabellón... “pero yo las quería para ver a España, y esas no me las dan, ya ves tú...” Y yo, prudente, le digo, sí chica, hay que ver, qué mala suerte, en vez de decirle lo que me pide el cuerpo, te jodes, haber pagado 220 euros como tuve que hacer yo...



Camino del metro me entrego al feo vicio de la reflexión. Me pregunto cuánta gente habrá así en el pabellón, cuánta gente habrá de gorra descohonándose de todos aquellos que nos hemos dejado un buen pedazo de sueldo en el empeño; me pregunto cuántas entradas no habrán regalado a los patrocinadores si estos tienen no sólo para ellos, sino también para repartir entre sus clientes y proveedores; me pregunto, si esto es así en la segunda fase, qué no habrán regalado para la fase final; me pregunto cuántas entradas saldrían realmente a la venta aquel 1 de junio en el que yo (y tantos como yo) me quedé sin abono para el Palacio, teniendo que conformarme con éste; me pregunto por qué me hago tantas preguntas, si sé de antemano que jamás voy a encontrar respuestas.



V



Rusia-Croacia. Mientras apuro el bocadillo de (presunto) bacon que he tenido que comprarme deprisa y corriendo, consecuencia de llegar desde el trabajo sin tiempo para comer, me dedico a buscar rusos y croatas en las gradas del pabellón. Los rusos están allí enfrente, perfectamente reconocibles, gritando su habitual Rusia Rusia (que en ruso suena algo así como rasilla rasilla), animando sin parar. Los croatas, en cambio, están... ¿dónde están los croatas?



No sé cuál es la razón, pero me llama poderosamente la atención que Croacia sea, con diferencia, el país que menos aficionados ha traído a este Eurobasket. No está más lejos que otros, no es más pobre que otros, no tiene menos tradición baloncestera que otros sino más bien al contrario. Y sin embargo, decir pocos sería decir mucho. En las gradas jamás los he visto, en los vestíbulos sí puedo haberme cruzado con alguno, no más de tres o cuatro fácilmente reconocibles por sus cuadritos rojos y blancos. Tal vez hubo más, pero estarían de incógnito.



Y otra vez me viene a la mente la famosa historia del reciente Europeo Sub 18, ya demasiadas veces contada y por todos conocida pero que me temo que relataré una vez más. Resulta que a un grupo de aficionados de Fuenlabrada les dio el primer día por animar a Croacia, porque sí, sin motivo ni razón, simplemente por la mera diversión de tomar partido por uno de los dos equipos contendientes. Podría haber quedado todo ahí, pero la respuesta que recibieron por parte de los propios jugadores croatas fue tan simpática y receptiva que siguieron animándoles fielmente durante todo el campeonato (incluso el día que jugaron contra España). Al final acabaron haciendo amistad, los jugadores croatas les regalaron camisetas, se juntaron con ellos en las gradas a ver los otros partidos...



Y digo yo (metiéndome en lo que no me importa): dado que la Federación croata habrá dispuesto de un cupo de abonos como cualquier otro equipo participante, ¿no les habría tenido cuenta regalar una docena de entradas a estos chavales fuenlabreños? No creo que les hubiera resultado muy difícil localizarles (seguro que hasta intercambiaron sus direcciones de correo electrónico) y ellos desde luego habrían estado encantados de poder gritar Croacia Croacia, con sus camisetas croatas puestas, simplemente a cambio de poder ver el torneo gratis.



Mientras me dedico a divagar, el partido continúa sin sobresaltos. Ventajas mínimas para un lado o para el otro, cuentas en las gradas... Intentamos recordar por cuánto ganó Rusia a Grecia, porque si gana Croacia (y luego Grecia) puede darse un triple empate; yo me atrevo a apuntar que hasta podría darse un cuádruple empate si se diera el caso de que Israel ganara a España, pero por la forma en que me miran entiendo que nadie contempla ni por asomo esa posibilidad. En esas estamos cuando de repente toda la conversación deja de tener sentido. Los enkos (Kirilenko, Samoilenko, Savrasenko...) ponen tierra de por medio. A otra cosa.



La siguiente cosa es el Grecia-Portugal. Tiene pinta de que tendrá poca historia, y dicha pinta se confirma ya en cuanto empieza el segundo cuarto. Pero eso no significa que los portugueses bajen los brazos; más bien al contrario, continuarán peleando dignamente hasta el final (no todos pueden decir lo mismo) ante el mismísimo campeón de Europa, conseguirán que todo el pabellón les anime por encima de la consabida retahíla griega, se llevarán la mayor ovación recibida en el Telefónica Arena por cualquier selección no llamada España. Si ya fue un gran éxito clasificarse para el Eurobasket, no digamos ya lo que les ha supuesto alcanzar la segunda fase, haber sido capaces incluso de ganar un partido en esta fase. Éste debería ser, también, un gran punto de partida para el baloncesto portugués. Esperemos que así sea.



En esos últimos minutos del Grecia-Portugal (como en cada partido previo al de España) ya está con nosotros... ¡¡¡Suso!!! Suso Superfán, como le llama el speaker. Suso es el gran invento de la temporada, el gran descubrimiento de este Eurobasket, ya veremos si no será también el gran fichaje de la FIBA para llevárselo como a las Red Foxes a animar otras competiciones por esos mundos de dios. Mitad animador sociocultural mitad agitador de masas, en él conviven su capacidad de persuasión, su simpatía innata, sus ojos enajenados, sus facultades físicas, su dinamismo a prueba de bomba. Aquellos que le vean por la tele tal vez pensarán que su labor se limita a algunos tiempos muertos pero nada más lejos de la realidad. Durante el juego sigue incansable de acá para allá, levantando públicos de sus asientos, motivando a la peña de mil maneras. Un pedazo de crack, Suso.



Y entre partido y partido, paseíto. Te cruzas con Corbalán (muchos le miran simplemente con curiosidad, pero a algunos todavía se nos pone la piel de gallina), con Charly Sainz de Aja (con él de algún modo empezó todo esto, y alguien debería reconocérselo), con Mateo Ramos (creo), con Emiliano Rodríguez... y con un montón de esos que llaman gente guapa, de esos de no sé quién es pero su cara me suena un montón, algunos/as incluso están siendo entrevistados/as para la ocasión, me planteo que quizás tendré que hacer de tripas corazón (nunca mejor dicho) y ver más tomates otra vez que venga a un sarao de estos...



En el palco hoy cambiamos Príncipe por Rey. La presencia policial no se había notado a lo largo de la tarde (quizá porque Su Majestad no decidió venir hasta el último momento, andaría liado el hombre, se ve que sólo al final pudo escaparse de sus múltiples y variados quehaceres...), pero ahora de repente resulta abrumadora. Un agente, mirada insensible y cuerpo de armario, se plantifica en el pasillo que tengo delante, junto a la escalera que baja hacia las gradas inferiores. A mí no me molesta, pero a buena parte de la gente que está más arriba hacia mi izquierda les tapa casi toda la cancha, les pilla justo en su ángulo de visión. Le piden que se eche un poco, sólo un poquito para atrás y él se limita a decir no con un mero movimiento de cabeza; se lo vuelven a pedir, oiga, por favor, perdone, podría... a lo que por fin contesta, no, si yo le perdono, le perdono pero no me voy a mover...



Afortunadamente minutos más tarde le llega el relevo, y éste resulta ser, además de policía, persona. No tiene ningún inconveniente en cumplir con su trabajo apenas medio metro más atrás, junto a la pared del vomitorio (con perdón), pudiendo controlar lo mismo sin que para ello le haga falta molestar a nadie. Problema solucionado.



El problema, ahora, está en la cancha. A mí me daba mala espina el partido contra Israel (de hecho habría preferido incluso que pasara Serbia, por extraño que parezca), selección que siempre nos ha complicado muchísimo la vida, sólo hay que mirar los últimos Eurobasket para comprobarlo. Y de entrada los acontecimientos parecen confirmar mis peores presagios. Pepu hace titulares a los Rodríguez (es decir, los que no jugaron contra Rusia) y ello sin duda puede ser muy positivo para reafirmarlos y que se sientan partícipes del proyecto (especialmente en el caso de Sergio). Pero no funciona. En ataque estamos mal (salvo Pau, que se sale) y en defensa simplemente no estamos. Al final del primer cuarto los israelíes, triple va triple viene, nos han clavado 29 puntos. Lo nunca visto.



Durante el segundo cuarto Gasol suma y sigue, y sigue sumando, pero además emerge Calderón reivindicándose como el mejor base de la competición (junto a Parker, pero ambos por encima de cracks como Papaloukas, Jasikevicius o Holden), creando y repartiendo, metiendo y haciendo meter a los demás. La defensa empieza a multiplicarse por todas partes, Jiménez aparece hecho un coloso, Mumbrú se sale, la muñeca mágica de Garbajosa emerge de nuevo. Algún aficionado sigue nervioso (y exclama ¡¡¡Pepuuuu, mete a Navarroooo!!!, sin darse cuenta de que Pepu ha optado sensatamente por reservarlo para cuartos), pero resulta evidente que la cosa ya está en vías de solución.



En el tercer cuarto Israel ya ve que aquello es imposible, y muy poco después acabará deshaciéndose como un azucarillo. Al final 26 a favor, lo que no está mal si pensamos que en un momento dado llegaron a ser 13 en contra. Al final la fiesta habitual, la catarsis colectiva, pero también la vieja sensación de que todo aquello da igual, de que en realidad lo único verdaderamente importante será lo que suceda a partir de ahora.



y VI



Esta vez traen refuerzos. Las incansables alemanas del bombo, conscientes de su inferioridad numérica, han debido pedir ayuda a todos sus paisanos disponibles de tal manera que hoy son unos cuantos más para animar. Y además resulta evidente que, tras la portentosa exhibición de su equipo ante Eslovenia, ya no las tienen todas consigo. Por eso se han fabricado unas pequeñas pancartas de color amarillo fosforito, a palabra por pancarta, en las que se lee KÄMPFT FÜR EURER TRAUM, que mis escasas nociones de alemán y mi no menos escaso sentido común me dicen que debe ser algo así como luchad por nuestro sueño. Una quinta pancarta muestra los aros olímpicos, para que quede claro cuál es ese sueño.



Son más, pero siguen siendo menos que los del contrario. Y sin embargo no lo parece. Italianos hay unos cuantos, se les ve por todas partes, se sabe que están por cómo de intensamente aplauden las canastas de su equipo. Pero no animan, sólo asisten. Sólo en una única ocasión un pequeño grupo corea un forza ragazzi apenas audible. Y pare usted de contar.



El partido, sobra decirlo, es dramático. Uno seguirá vivo y jugará contra España, el otro quedará para pelearse con Turquía, Israel y Portugal por los puestos 9 al 12. Pero la intensidad va en proporción inversa con la calidad. El juego sale horrible, los porcentajes espantosos, al descanso llegaremos con empate a 27 nada menos. Sólo Belinelli parece salvarse del naufragio general pero justo entonces, ohhhh, mamma mía, va y se lesiona. Se va para el banquillo a la pata coja, con su tobillo colgando. Luego le harán un apaño para que vuelva, pero ya no será lo mismo.



En el tercer cuarto la crisis ya afecta incluso a un desconocido Nowitzki, hasta el punto de que Bauermann decide sentarlo antes de lo que acostumbra. Y hete aquí que, sorpresas te da la vida, ése precisamente es el momento que elige Alemania para despegar de la mano de Herber, puro tirador, habitual actor secundario que hoy definitivamente tiene la tarde tonta.



Alemania entra en el último cuarto con 9 de ventaja. Vuelve Nowitzki, y esta vez vuelve de verdad. Sin excesos, pero al menos ya enchufa algunos de esos triples imposibles suyos. Enfrente el renqueante Belinelli sigue siendo el mejor, aparece también Bargnani, se arrebata de vez en cuando Bulleri. Pero el resto ni están ni se les espera. Son los mejores minutos del partido pero para Italia no son suficientes. Y para colmo en los últimos instantes parecen empeñarse en hacerlo todo mal, cometen faltas cuando no deben, no las cometen cuando ya no hay otra opción... Miro a Dino Meneghin, allá en un extremo del banquillo, y no puedo evitar tener la sensación de que se le deben estar llevando los demonios, de que a sus 57 años aún daría cualquier cosa por abalanzarse sobre la cancha a pelear algún rebote. Italia está fuera. Su rutilante nueva generación aún deberá esperar un par de años para demostrar de qué es capaz.



Hoy el paseo entre partido y partido me va a deparar una gratísima sorpresa. En un rincón poco concurrido veo a un tipo de raza negra haciéndose fotos con un par de chavales. El tipo es alto (pero no desmesurado), de edad mediana, viste un polo azul eléctrico y su incomparable cara de buena persona me resulta terriblemente familiar. Soy un pésimo fisonomista pero juraría que se trata de Rolando Blackman, y mis escasas dudas se desvanecen cuando compruebo que su polo lleva el logo de los Mavericks. Mi pertinaz timidez no es mayor que mis ganas de saludarle así que me dirijo a él, le comento las muchas veces que he admirado su juego. Y el tipo resulta ser extremadamente cordial, me da las gracias y me dice sois los mejores en el difícil castellano de quien ya hace muchos años que es más yanqui que panameño. Y me lo repite otra vez, sois los mejores (entiendo que se refiere a nuestra selección, obviamente), parece decirlo con total sinceridad. Un gusto, de verdad.



Blackman evidentemente está haciendo labores de ojeador para sus Mavs, pero se me ocurre que cuando vuelva deberá contarle a su jefe la enorme cantidad de chavales que habrá visto, en este partido como en cualquier otro de Alemania, vistiendo una camiseta de Dallas con el dorsal 41 a la espalda. El señor Cuban, al que su equipo no le da más que disgustos, al menos podrá sentirse muy orgulloso de cómo le marcha el negocio.



Francia-Turquía. Debería ser una cita ineludible, dos equipazos, unos cuantos jugadores NBA, un buen puñado de estrellas del baloncesto europeo, un lujo... Y sin embargo es el único partido de toda esta Segunda Fase que no sirve absolutamente para nada. Pase lo que pase Francia quedará tercera del grupo, pase lo que pase Turquía será última. Relajación total.



En un momento dado el speaker nos anuncia que hoy, como ayer, está entre nosotros Bill Russell. Ya lo hizo ayer en pleno partido de España pero la ovación apenas nos duró cinco segundos porque se reanudaba el juego. Hoy en cambio su presencia ya resulta mucho más importante que el no-partido que estamos viendo, así que por fin podemos ovacionarle como realmente se merece.



Pero Bill Russell, ya puestos, se merecía algo mejor. Anunciar por megafonía su presencia me parece un gran acierto, pero anunciarlo con el balón en juego me parece un grandísimo desacierto. Hay unos cuantos tiempos muertos, hay veces que ni siquiera salen las cheerleaders y las cámaras se dedican simplemente a buscar parejas que se besen o animadores estrafalarios para mostrarlos por las pantallas gigantes. ¿Por qué no se puede dedicar un tiempo muerto completo para rendir merecido homenaje a toda una leyenda de nuestro deporte? ¿Por qué hacerlo necesariamente en pleno juego, justo cuando Parker va botando el balón por el medio de la pista?



Blackman, Russell, la leyenda del baloncesto femenino Ann Meyers que también, como Russell, ha sido inducida (no sé si la expresión es correcta, pero peor sería decir introducida) hoy al flamante Hall of Fame de la FIBA, todos ellos en suma están asistiendo a lo que podríamos denominar un partido de baja intensidad. Pero hay una excepción: Kaya Peker parece estar jugando como si le fuera la vida en ello, como si este partido fuera el último de su carrera, como si aquello importara, como quizá deberían jugarlo todos los que le rodean. Es tal su desempeño que más de una vez parece estar a punto de lesionarse, sé de alguno a quien le podría dar un vahído si ello sucediera...



Sin embargo Turquía pierde una vez más, fiel a sus costumbres, y encima lo hace de paliza ante una Francia que se da un gustazo de mates, cabriolas y arabescos varios, por cierto sin Flo Pietrus (en el banquillo, vestido de civil). Y todo ello sucede en apenas hora y media, casi sin faltas, casi sin tiempos muertos, casi sin espacio para disfrutar de Tanya Crevier (no estoy seguro de que ése sea exactamente su apellido), malabarista de pelotas recién traída de USA para la ocasión, casi sin tiempo siquiera para disfrutar de las cheerleaders...



Evoquemos a las cheerleaders, pues. A los dos grupos que hemos disfrutado en esta fase: las míticas Red Foxes del CSKA de Moscú (que curiosamente no son rusas sino ucranianas) y el Zalgiris Kaunas Dance Team (que éstas sí que son genuinamente lituanas, y cuando juega su selección no intentan disimularlo).



Las foxes son más elegantes, más artísticas, tienen más clase como si dijéramos. Disponen de un interminable fondo de armario y de un inagotable repertorio que parece incluir piezas preparadas específicamente para todos y cada uno de los equipos participantes. Las lituanas en cambio son más acrobáticas, más orientadas hacia la pirueta que hacia la danza. Y tienen un número que yo no había visto jamás y que podríamos denominar “la canasta humana” (o bien “pasar por el aro”): una animadora se encarama sobre sus compañeras para introducirse de cabeza por la canasta, quedándose colgada del aro por sus piernas para finalmente acabar bajando cual balón cualquiera. Todas ellas, unas y otras, han despertado estos días el entusiasmo de las buenas gentes y hasta los bajos instintos de más de uno, por ejemplo el de aquellos que durante el España-Grecia corearon sin recato un “a por ellas, oéée...”



El paseo previo al último encuentro de la noche muestra un cúmulo de celebridades baloncesteras nunca visto por estos pagos, quizá porque se va acercando la fase final y ya todo dios va llegando a Madrid. Están los de todos los días, ése Zoran Savic que no se pierde un partido (¿qué pensará de Ilyasova, por cierto?), ese otro que, aunque no puedo afirmarlo al cien por cien (ya dije antes que soy un pésimo fisonomista), juraría que es Mahmuti, el del Efes... Pero hoy está también Nikola Loncar (y también por cierto David Carnicero, su compañero del Plus), está Karnisovas, está el impecable e incomparable Sasha Djordjevic que sin lugar a dudas es el más demandado para fotos, autógrafos, entrevistas, etc. Y habrá muchos más que no me encuentro, o que no reconozco, o que reconozco su cara pero soy incapaz de ponerle nombre... Luego en las gradas alguien dirá que le han dicho que por lo visto también está Sabonis en el pabellón; puede ser, pero yo no le vi (y a éste de haberlo visto sí que le habría reconocido, evidentemente).



Lituania-Eslovenia. Numéricamente el mejor partido del torneo hasta ahora, el que enfrenta a las dos únicas selecciones invictas. Además el que gane tendrá premio (Croacia) y el que pierda castigo (Grecia). La cosa pinta muy bien pero yo me temo lo peor. Se supone que hoy ¿juega? de nuevo la selección de fútbol y, a la vista de lo que sucedió el pasado sábado, casi temo otra desbandada general.



Nada más lejos de la realidad. El pabellón presenta un magnífico aspecto, evidentemente no está lleno pero es sin duda la mejor entrada vista en un partido sin España. Y el ambiente no puede ser mejor, con cientos (tal vez miles) de lituanos animando sin parar (y también aprovechando para mostrar una pancarta pidiendo la libertad de un compatriota, que digo yo que aún seguirá detenido por la que algunos liaron el otro día), y con un buen montón de eslovenos haciendo todo el ruido que pueden para contrarrestar la superioridad del rival. Y la fiesta de las gradas se traslada rápidamente a la cancha para que lituanos y eslovenos nos brinden una inolvidable primera mitad, todo un espectacular despliegue jugado de poder a poder.



Pero poder por poder, el poder lituano es hoy por hoy muy superior al poder esloveno. Quizá ya se lo temía el propio Bill Russell cuando abandonó el pabellón cuatro minutos antes del descanso, quizá él desde su experiencia ya intuyó que aquellos de verde tenían más recursos, más y mejor banquillo, y que con el tiempo acabarían arrollando a aquellos otros de blanco, tan buenos de titulares como escasos de suplentes.



Punto y final. El Telefónica Arena cierra sus puertas (en un par de días servirá de escenario para un presunto concierto de Raphael, veterano vocalista de gran éxito hace más o menos cuarenta años), y las buenas gentes del baloncesto se marchan al gran Palacio de los Deportes. Somos muchos los que no les podremos acompañar, de hecho me basta con escuchar los comentarios camino del metro para saber que no estoy solo, que hay unos cuantos que como yo se apuntaron a esto porque se quedaron sin lo otro.



A aquellos que estén allí, que lo disfruten (lo harán, seguro), que los demás nos tendremos que conformar con disfrutarlo (en la medida de lo posible) por televisión. Y como dijo aquél, lástima que terminó el festival de hoy, pronto volveremos con más diversiones... Fue muy bello mientras duró.



Un artículo de: Zaid

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