miércoles, 30 de enero de 2008

Bienvenido, Mister Stern


15 oct 2007

(Esta es la presunta crónica, con cuatro días de retraso a causa del puente, de los hechos acaecidos en Madrid durante la tarde/noche del jueves 11 de octubre de 2007; es decir, de aquel histórico día en el que la NBA se hizo carne y habitó entre nosotros)

Americanos,
vienen a España
guapos y sanos,
viva el tronío
de ese gran pueblo
con poderío,
olé Virginia,
y Michigan,
y viva Texas, que no está mal,
os recibimos
americanos con alegría,
olé mi mare,
olé mi suegra y
olé mi tía...

Son poco más de las cinco de la tarde, hora taurina (dicen) y mientras bajo Felipe II hacia el Palacio no puedo evitar sentirme un poco como los habitantes de aquel berlanguiano pueblo llamado Villar del Río, justo en el momento en que se preparaban para dar la bienvenida a Míster Marshall. Aquí los americanos nos llegarán en unos pocos minutos y se nos irán en unas pocas horas, no sin antes hacer caja y recordarnos lo encantados que están de habernos conocido. Tan encantados como nosotros, por supuesto.

Entretanto mi cabeza da vueltas recordando la última (y primera, y única) vez que anduvieron por aquí (al decir aquí me refiero a Madrid, que por Cataluña si que estuvieron más veces). Han pasado casi veinte años, diecinueve para ser exactos. Supongo que sería octubre, sé que era 1988. La que entonces aún no era mi mujer (pero ya empezaba a intuir lo que se le venía encima) se aguantó a mi vera la contemplación del partido en un terrible televisor en blanco y negro de un cutre bar vallecano que hoy ya no existe. Allí nos dejamos los ojos para ver a aquellos Celtics de Bird, McHale, Parish, Ainge y Dennis Johnson (que tal vez aún no eran conscientes de haber empezado ya su decadencia) ganar a un Real Madrid que tan solo perdió de 15 (hoy sería normal, entonces era toda una hazaña), encomendado inesperadamente a las habilidades de un actor secundario llamado Pep Cargol. Y todo ello en este mismo lugar, en el entonces vetusto y hoy remozado Palacio de los Deportes.

En aquel viejo Palacio estuve viendo baloncesto, así fuera Madrid o Estu, no menos de cien veces, tal vez muchas más. En este nuevo Palacio tan solo he estado una vez, pero no para ver a Gasol y Calderón (qué más hubiera querido yo) sino a Serrat y Sabina, tal solo dos días después de la aún dolorosa eurofinal. Aquella otra maravillosa noche me chupé una cola (qué mal suena esto) de más de media hora de duración para poder acceder al interior del recinto, de hecho el concierto debió empezar con casi media hora de retraso por el caos organizado en los accesos. Así que hoy no estoy dispuesto a que me pille el toro. Me he venido directamente del trabajo, es muy pronto pero ya estoy aquí...

Y en la puerta como de costumbre me espera el habitual segurata, tamaño dos por dos, que tras registrar concienzudamente mi mochililla me pide que separe los brazos del cuerpo y seguidamente me cachea, de arriba abajo, de los sobacos a los tobillos, afortunadamente sólo por los costados, los huevos no me los toca (no físicamente, al menos). No es que tenga yo pinta de facineroso, al menos no más que el de delante y el de detrás que también corren la misma suerte, sospecho que también la correrán los 13.703 espectadores de pago que al parecer (speaker dixit) asistirán esa tarde al pabellón.

Hasta donde alcanzo a recordar es la primera vez en mi vida (y mira que llevo vida) que me cachean, que ya se sabe que para todo hay una primera vez, que nunca es tarde si la dicha es buena, etc, etc. Ni en los cientos de espectáculos deportivos a los que habré asistido, ni en un edificio público, ni al hacerme el DNI, ni en un aeropuerto, ni siquiera en Disneyland Paris (y mira que estaban atacados de los nervios cuando allí estuve)... Me pregunto ingenuamente si los espectadores habituales del FedEx Forum o del Air Canadá Center (por ejemplo) también serán cacheados cada vez que acuden a su pabellón. Casi mejor prefiero no contestarme...

Llego a mi localidad, en su día comprada literalmente a ciegas (me pilló de vacaciones, no tenía Internet, lo hice por teléfono). No está mal, aunque podría estar mejor. Justo en una esquina, justo en diagonal, justo encima de la bocana (terrible palabro) de vestuarios, justo debajo de una de las pantallas gigantes... Quedan cincuenta minutos para que empiece el chou. En uno de los lados de la pista ya calienta el Estu en pleno, en el otro lado lo hace un único jugador de los Grizzlies, precisamente uno que no resulta muy difícil reconocer: 215 centímetros de estatura, raza blanca, cabello abundante, barba poblada...

Cinco minutos más tarde Gasol decide que ya está bien y se dispone a reunirse con sus compañeros. Pero los aún escasos aficionados de las gradas contiguas al acceso a vestuarios deciden que no están dispuestos a dejar pasar semejante oportunidad. Piden autógrafos y Pau acude presto a firmarlos, pese a los denodados esfuerzos de un tipo de tez oscura, cabeza afeitada y traje marrón que no está dispuesto a consentir semejante ruptura del protocolo establecido. Tira de él una y otra vez, intenta llevárselo de todas las formas posibles pero Pau no cede y allí permanece firmando en periódicos, programas de mano, camisetas, balones... Si el boli que le alcanzan no escribe, es el propio Pau el que le pide otro boli a otro aficionado para que nadie se quede sin su recuerdo. Finalmente el tipo del traje marrón termina rendido a la evidencia, hasta acaba echando una mano y alcanzándole a Pau los papeles para firmar, a ver si así al menos aquello acaba cuanto antes...

Pasa el tiempo, todo está ya preparado, al pie del cañón ya vemos a Daimiel, Carnicero, Loncar... y a Rafa Vecina, haciendo honor a aquel mote que un día le puso Montes, de repente un extraño, nunca mejor dicho. Antes de que todo empiece, el speaker nos lee un comunicado: nos dice que la NBA y la Organización del Certamen asumen el compromiso de brindarnos un espectáculo seguro, cómodo y divertido, por lo que toda aquella persona que presente un comportamiento conflictivo, o que utilice palabras abusivas u ofensivas o gestos obscenos será inmediatamente expulsada del pabellón; nos pide que no nos peleemos ni arrojemos objetos a otros espectadores (de arrojar objetos a la pista no dicen nada, se ve que eso ni les cabe en la cabeza); nos advierte que si vemos a alguien que incumpla estas normas tenemos la obligación de denunciarlo, al acomodador o miembro de la Organización más cercano; y por si acaso también nos recuerda que el pabellón dispone de un completísimo sistema de vídeo-vigilancia, para que nadie pueda escapar bajo ningún concepto. Un espectador, a mi lado, realiza una profunda reflexión, ya ves tú, aquí tantas normas y luego allí están a tiros en los colegios... No entro al trapo, no me atrevo a asentir no vaya a ser una trampa, no me vayan a delatar...

Ya están todos, estudiantiles y grizzlies, en la pista: ovación de gala para Navarro (“quién hubiera dicho que le íbamos a aplaudir así, con la de veces que nos ha jodido”, comenta un madridista; “no, si yo le aplaudo precisamente por eso, porque se ha ido”, contesta otro), ovación de gala para Gasol, tibios aplausos para el resto de los protagonistas... excepto para Darko Milicic que se ha pasado todo el verano haciendo amigos, la criatura: sus consideraciones sobre la blandura de Pau, unidas a sus profundas reflexiones sobre las madres y las hijas de los árbitros y sobre la condición sexual de los mismos, parecen haberle convertido en el ser más odiado de todo el pabellón. Ya en juego los abucheos se reproducen cada vez que toca el balón. Si le quedara algo de inteligencia lo habría dejado estar, y los silbidos se habrían ido apagando por sí solos; pero no es el caso: en un momento dado responde levantando los brazos, como pidiendo venga, más, silbad más todavía... El ruido aumenta, le dicen de todo, algún espectador cercano muestra su preocupación, cuidado con lo que le llamamos, acordaros de las normas, a ver si nos van a echar...

A todo esto el partido comienza con una ocupación ciertamente irregular de las gradas. Las localidades baratas y las de precio medio se ven llenas en un 90 ó 95 por ciento; en cambio las caras aún no están ni al 50 por ciento, para variar. Ya irán viniendo... Ya se aprecia mucha más presencia madridista que estudiantil, algo que se confirmará aún más según avance la tarde. De la Demencia ni rastro, si alguno hay estará de incógnito. Si bien, en honor a la verdad, luego tampoco habrá rastro de los Ojos del Tigre, los Berserkers u otras peñas blancas, como si este tipo de grupos fueran absolutamente incompatibles con el espíritu lúdico-festivo que envuelve al evento.

Hacia la mitad del primer cuarto llega ese momento que todos habíamos estado esperando desde que comenzó el partido: el momento en que se estropean los relojes de posesión. ¿los barridos? ¿los inhibidores de frecuencia? No consta que haya presencia de la familia real, pero, vistas las medidas de seguridad que hay a la entrada, tampoco aquello resulta tan extraño. La cosa se arregla (más o menos), parece que podremos continuar.

Final del primer cuarto... y final del partido, todo a la vez: Memphis, sin hacer nada del otro mundo pero tomándose las cosas muy en serio, aplasta 32-11 a un Estu que se comporta como si le hubiera plantado ahí el ayuntamiento sin saber muy bien por qué. Por no saber no saben ni qué hacer con los tiempos muertos, inusitadamente largos para sus costumbres, buena parte de los cuales, una vez acabada la charla de De Pablos, se los pasan mirando las cosas que ocurren en medio de la pista. Y sólo nos quedan 36 minutos (de la basura, con perdón)...

Es como chocar contra una pared: escasitos de tiro exterior (y hoy aún más, porque Lorbek no juega), escasísimos de presencia interior sólo queda el socorrido recurso a las penetraciones, muy útil si juegas contra (por ejemplo) iurbentia, pero suicida si juegas contra Grizzlies. Sólo Jasen y Larry Lewis sobreviven a duras penas, el resto naufraga sin remisión pero al menos nos queda la posibilidad de que el Estu saque al escaparate a su gran cantera, versión internacional: a Clark y a Torres ya les conocemos, así que hoy nos presenta en sociedad a Yannick Driesen (que pese a su tamaño consigue pasar desapercibido) y a Jayson Granger (que nos regala unos cuantos detalles muy esperanzadores). Y pare usted de contar.

El descanso nos trae un magnífico acróbata importado del Cirque du Soleil... y una pregunta: ¿dónde están las cheerleaders? La respuesta la tendremos en el primer tiempo muerto de la segunda mitad, con la aparición en escena del Raptors Dance Pak. Es decir, Memphis no parece haber traído animadoras, sino más bien un modesto equipo de animación: chicos fuertotes que levantan chicas, chicas que ponen posturas y realizan piruetas encima de los chicos... En cambio de Toronto sabemos que ha desplazado a Madrid a buena parte de su organización, la prensa habla de hasta 60 personas, el aficionado de mi derecha dice que está aquí Torontontero (no, no es muy original...)

Las mascotas sí están ambas: la de los Grizzlies se llama Grizz y es un oso gris (como su propio nombre indica), mientras que los Raptors se llama Raptor (todo un alarde de creatividad) y es una especie de dinosaurio rojo. Pero también en esto, como en tantas otras cosas, gana Toronto: Grizz se limita a cubrir el expediente, dar algún salto en la cama elástica, algún paseo por la grada... En cambio Raptor es mucho más travieso, incordia a propios y extraños, parodia a los de miembros de la organización, levanta y sienta al público cual si de Suso se tratara...

A todo esto, el partido (o lo que queda de él) continúa: la gente pide a Navarro y Iavaroni lo pone, la gente pide que vuelva Gasol y Iavaroni les deja con las ganas... tal vez no se hayan dado cuenta de que Pau se está poniendo hielo en el muslo, tal vez no reparen en que Iavaroni no pondría jamás a su jugador franquicia con los treinta puntos que lleva de ventaja, ni aunque el partido se disputara en la plaza del pueblo de Sant Boi de Llobregat...

Al menos, antes de acabar, tendrá lugar un momento insospechado: un salto entre dos. Es decir, se pelea por un balón, los árbitros decretan lucha y ello supone que deberán acudir al salto Navarro (que debe hacer la tira de años que no lo practica) y Beirán (que tal vez no haya saltado nunca; o tal vez, si acaso, en infantiles). Todo ello nos mueve a profundas reflexiones: todos preferiríamos que esta suerte volviera a nuestro baloncesto, a ninguno nos gusta la alternancia... Es lo que hay.

73-98. El Estu se va por donde ha venido, Memphis lo mismo... pero Gasol y Navarro aún continúan en cancha en el preciso instante en que aparecen dos jugadores de los Raptors que casualmente resultan ser Calderón y Garbajosa. Los cuatro se abrazan en medio de la pista rodeados por una nube de fotógrafos, y justo en ese momento emerge junto a ellos un señor mayor, bajito y trajeado, que resulta ser El Comisionado Portela (del otro Comisionado, el de verdad, Stern, no se aprecia ni rastro, aunque todos suponemos que por allí anda). Portela quiere acabar lo que empezó en la Supercopa de 2006, renombrando unas cuantas estrellas con el nombre de cada jugador campeón del mundo. Navarro ya tenía la suya, ahora ya la tienen también los otros tres. Más aplausos, más pabellón entero en pie. Calde y Garba se quedan, pronto se les unirán Felipe Reyes y Rafa Vecina en animada tertulia; Navarro y Gasol se nos van; éste último se quiere quedar de nuevo a firmar autógrafos, pero esta vez no ha lugar: el tipo del traje marrón le echa los brazos por la cintura (tampoco le llega mucho más arriba) y literalmente le arrastra hacia el interior de los vestuarios.

Ahora sí, ya estamos todos: las gradas (casi) a rebosar; los espectadores que ocupan sus asientos ya de nuevo informados de que no podrán decir palabras ofensivas ni hacer gestos obscenos; los jugadores que se disponen a ser presentados... pero también hay malas noticias, como que nos quedaremos sin ver al mejor jugador de cada uno de los equipos. Por ahí andan, Bosh vistiendo un impecable traje gris, Felipe vistiendo una impecable camiseta gris y unos impecables vaqueros... que afortunadamente aquí todavía no ha llegado lo del Dress Code (pero todo se andará, me temo). Llegan las presentaciones, las ovaciones... Tal cual hicieron Jasen y Pau en el partido anterior, ahora son Calde, Garba y Felipe (y por qué no también Mumbrú, se pregunta alguien) los que toman el micrófono para darnos las gracias por venir. Ya podemos empezar.

Toronto empieza arrollando 0-9 y por un momento sospechamos que tendremos la reedición del partido anterior... pero no. El primero en sumarse a la fiesta es La Araña Smith, luego llegará Sweet Bullock, más tarde Raül... y cuando todo parece estabilizado, emerge el factor Llull. Plaza le da minutos como a tantos otros (que hoy hay 48 para repartir) y el menorquín decide que no existe un momento mejor para jugar el partido de su vida (hasta ahora). Lo que, dicho sea de paso, llena de preocupación al acérrimo madridista que tengo a mi izquierda, tiene que jugar así precisamente hoy que estará toda la NBA observando, ya ves, otro que nos quitan, como si lo viera...

Descanso. Nos disponemos a observar una actuación de las cheerleaders, tal vez más larga que de costumbre... pero hete aquí que las que emergen no son las Raptors Dance Pak, sino las concursantes del programa Supermodelo 2007, de Cuatro (qué casualidad, el mismo canal que retransmite el partido, mira tú qué cosas). Se ve que les han puesto ese reto, el de montar un baile en el centro de la pista, cual si de las animadoras de Toronto se tratara, si acaso un poco menos rubias. Aparentemente les sale bien... pero ellas no las debían tener todas consigo porque acabada su actuación se ponen como locas, los que estamos encima de ellas (quiero decir, en las gradas que están justo encima de la entrada de vestuarios) las vemos abrazarse como si todas hubieran ganado el concurso, celebrarlo como si hubieran logrado la mayor de las hazañas... La verdad, tampoco parecía para tanto.

Pero también queda tiempo para hablar de baloncesto: por extraño que parezca si miramos al marcador, hay consenso en que Toronto juega mucho mejor al baloncesto que Memphis. Tal vez no sea culpa de Iavaroni, tal vez sea lo normal: Memphis es un equipo en reconstrucción mientras que Toronto es un equipo ya hecho, Memphis aún apenas conoce sus nuevos sistemas mientras que Toronto juega de memoria, Memphis se está hartando de probar con unos y con otros mientras que en Toronto juegan (casi) los que tienen que jugar... Es así, por más que la paliza anterior y la igualdad actual parezcan indicar exactamente lo contrario. (y es que quizás la diferencia esté también en el nivel del rival, me temo).

También hay consenso en que los Raptors juegan mucho mejor con Calderón que con Ford. Evidentemente no somos neutrales y tal vez ya estemos predispuestos, pero aún así la sensación se percibe a simple vista: Ford es rapidísimo (en vivo su velocidad llama muchísimo la atención), da gusto verle cortar la zona rival cual cuchillo en mantequilla... pero se juega demasiados tiros, absorbe demasiado tiempo de posesión, él puede ser más o menos determinante de cara al aro pero el juego de conjunto se resiente. En cambio Calde de mucho más ritmo al ataque de su equipo, aporta un dinamismo, un movimiento de balón, una fluidez casi imposible de encontrar con T.J.

Aunque éste no siempre fue así, hubo un tiempo, pongamos en sus años mozos cuando era freshman en la Universidad de Texas, en que daba más asistencias que ningún otro base en toda la NCAA. Y en su primer año en Milwaukee tampoco era éste su papel... Pero se ve que fue llegar a Toronto y creerse aquello de que él era la segunda opción (eso con Bosh; sin Bosh ya no digamos). Así son las cosas, me temo. No diré que Calderón sea mejor jugador que Ford (aunque lo piense), pero sí diré que los Raptors juegan mejor con Calderón que con Ford. Aunque se me note una vez más la parcialidad, la debilidad.

Tercer cuarto. De repente el Madrid se pone por delante, en un abrir y cerrar de ojos va ganando 68-63, el madridista que tengo a mi izquierda saca el móvil y tira una foto al electrónico para inmortalizar el histórico momento, no vaya a ser que no se repita... Se repetirá, pero él aún no lo sabe.

A todo esto, el partido es magnífico. Vale, sí, es un amistoso, pero también es el duelo entre dos buenos equipos, NBA versus ACB, luchando denodadamente por la victoria... o quizá sea que, comparado con el partido anterior, ya cualquier cosa nos parece hermosa. Tenemos emoción, tenemos buen juego... tenemos también una constante sucesión de tiempos muertos para disfrutar de los concursos más insospechados, el concurso de EA Sports, el concurso de Powerade, el concurso de Adidas, el concurso de Las Vegas... El más escalofriante es el concurso de KFC, cuyo ganador será aquel que tarde menos tiempo en vestirse como el muñeco que aparece en su logo, obteniendo como premio un año de comida gratis en KFC. Se me revuelven el colesterol y los triglicéridos, sólo de pensarlo.

Llega la traca final. Calde por supuesto la ve desde el banquillo, Ford la vive desde la pista, faltaría más. Enfrente Plaza nos sorprende, otorgando el mando en plaza (nunca mejor dicho) a Llull, en justo premio a sus elevadas prestaciones del final del segundo cuarto. Pero lo que ya nadie espera es que dichas prestaciones aún se vean corregidas y aumentadas, con otros dos portentosos triples (tamaño NBA, no lo olvidemos), una buena dirección y una extraordinaria defensa sobre la dirección rival.

Como a treinta segundos del final llegará la jugada que resume el partido, una pérdida de Ford que más bien es un robo de Llull, primorosamente atento a la línea de pase. Canasta, adicional (creo recordar), otra vez cinco de ventaja, el júbilo consiguiente, la locura. Algo así como veintiséis tiempos muertos después (y con un susto de por medio, el que nos dan Garbajosa y el ex macabeo Parker, estampándose cabeza con cabeza en su lucha por un balón), la victoria blanca finalmente se consuma: 104-103 (diferencia engañosa, ya que los tres últimos puntos de Toronto llegan con un triple de Ford literalmente sobre la bocina).

Doce y veinte (más o menos) de la noche. La gente abandona el Palacio contenta y feliz. Sí, vale, porque el Madrid ha ganado. Pero no puedo evitar tener la sensación de que si finalmente hubiera perdido, la gente estaría saliendo casi igual de contenta y de feliz. Al fin y al cabo esto era una fiesta, y se ha disfrutado como tal. Ahora las buenas gentes de Mister Stern se nos van, nuestra película se nos acaba. Será hasta la próxima. Y esperemos, y deseemos, que esta vez no tengan que pasar otros diecinueve años...

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