martes, 23 de diciembre de 2008

Encesta su Muñeca

La Asociación de Clubes de Baloncesto, en siglas ACB, en estrecha colaboración con las Fábricas Agrupadas de Muñecas de Onil Sociedad Anónima, en siglas FAMOSA (no me ponga esa cara, que sí, que es verdad, que no me lo invento), ha emprendido un año más la campaña Encesta su Juguete, que como es bien sabido tiene por objeto hacer que los niños desfavorecidos reciban también su regalo y tengan algo con lo que jugar estas navidades. Empeño loable y encomiable donde los haya, que cuenta por supuesto con todo mi respeto y apoyo... pero no con mi comprensión. Es decir, comprendo y comparto el fondo, pero la forma se me escapa. Lo siento, será que no doy más de sí.

A ver cómo lo explico sin que me comparen con Herodes: la ACB monta un tinglado según el cual se suman todos los puntos anotados en cada una de sus dos jornadas previas a Navidad; a su vez a cada punto se le otorga un valor de diez euros, por lo que dicho total de puntos de cada jornada se multiplica por diez (lógicamente); y además en cada una de las dos jornadas se lanza un dado gigante, que hará que esa suma total se multiplique por dos o por tres, dependiendo de lo que salga...

Hasta aquí la teoría, que luego viene la práctica: y en la práctica, el dado siempre da tres. Acaso porque dicho dado ya esté suficientemente preparado para la ocasión (lo ignoro), o acaso por el empeño del maestro de ceremonias de turno en que el resultado sea precisamente ése y no otro. Así en Vitoria (sábado 13) como en Barcelona (sábado 20), la mascota que procedió a tirar el dado (en Vitoria una mascota propiamente dicha, en Barcelona Fernando Romay que no es mascota pero como si lo fuera, dicho sea con todo respeto y cariño) debió esmerarse no ya en orientar lo más posible el lanzamiento, sino incluso en abalanzarse sobre el dado antes de que éste acabara de botar, sujetándolo descaradamente con el tres cara arriba, no vaya a ser que siga rodando y al final la vayamos a liar... Vamos, lo que solemos llamar un paripé. Sí, paripé por una buena causa, paripé altruista, solidario incluso. Pero paripé al fin y al cabo.

¿Pero es que acaso podría ser de otra manera? ¿Qué pasaría si alguna vez saliera el dos, si fuera un sorteo (llamémoslo así) limpio, si los maestros de ceremonias se despistaran, si lo arrojaran demasiado lejos y no llegaran a tiempo de sujetarlo, si hubiera un rebote imprevisto, si no pudieran controlarlo? ¿Qué pensaríamos todos entonces? Joder qué ratas los de la ACB, ya les vale, pudiendo multiplicar por tres y van y lo multiplican por dos, serán las restricciones presupuestarias, cómo se nota que hay crisis... Algo así. No, sale tres porque tiene que salir el tres, porque ya está previsto y hasta presupuestado, porque cualquier otra opción carecería por completo de sentido.

Ya, pero entonces ¿para qué sirve lo del dado, aparte de mostrar la publicidad del patrocinador? Buena pregunta, de hecho yo mismo llevo años haciéndomela sin hallar jamás la respuesta. Todos, expectantes como estamos por que comience ya la segunda mitad, miramos estupefactos el dado, todos sabemos que el dado tiene caras que pone x2 y otras que pone x3, todos sin excepción sabemos que saldrá la del tres, hasta el narrador de TVE, antaño Barthe, hoy Cañada, ya nos anuncia que “apuesten a que saldrá el tres”, todos vemos como el dado (previa sujeción) muestra el tres, vemos cómo el espíquer lo grita, cómo las cheerleaders lo celebran, cómo la concurrencia aplaude (como si estuviera) entusiasmada... ¿Para este viaje hacían falta estas alforjas? ¿No bastaría con que las cheerleaders aparecieran con un cartelito, tipo cheque gigante, anunciando que gracias a la inmensa generosidad de la ACB y de su famosa entidad patrocinadora el total resultante se multiplicará por tres? ¿No daría el mismo resultado, no se generaría el mismo entusiasmo, no se obtendría idéntica repercusión publicitaria? Insisto, seguro que todo esto tiene algún sentido, pero yo por más que lo busco soy incapaz de encontrárselo. Será que carezco de espíritu lúdico, o de espíritu navideño, o de ambas cosas.

Pero vayamos aún más allá, vayamos a la esencia misma de la cosa. La de vincular directamente el total de euros destinado a juguetes con el total de puntos que se anoten. De acuerdo con las multiplicaciones anteriores cada punto viene a equivaler a 30 euros, por lo que un partido cuyo resultado fuera 115-105 generaría 6.600 euros, mientras que otro cuyo resultado fuera 57-53 generaría 3.300, es decir, exactamente la mitad. Ante lo cual no resultaba extraño escuchar (este año apenas lo hemos oído, pero en temporadas anteriores lo escuchábamos constantemente) aquello de que esperemos que se metan muchos puntos, que la anotación sea alta para hacer que suba más la cifra, para que esta ayuda pueda llegar a muchos más niños que lo necesiten...

¿Qué se pretende entonces? ¿Que no defiendan? ¿Cabe imaginar a un entrenador, en un tiempo muerto, diciéndoles a sus chicos, oye, hoy no apretéis mucho en defensa, no estéis muy encima, bajad los brazos, dejadles que tiren y por el resultado no os preocupéis que ellos harán lo mismo, que ya sabéis que esto es por una buena causa? ¿Habrán de ser aplaudidos, qué digo aplaudidos, aclamados por las calles, técnicos como Curro Segura, cuyo CAI permitió anotar 102 puntos a Unicaja en la Jornada 13, o como (aún más) Txus Vidorreta, cuyo iurbentia consintió 99 puntos al Granca en esta jornada y 97 al Tau en la anterior? ¿Habrá de ser ninguneado, lapidado, arrojado a los infiernos el bueno de Pablo Laso, cuyo modesto Bruesa sólo consintió 136 puntos (65 del Pamesa, 71 del Estu) en el total de estas dos jornadas? Y qué decir de Xavi Pascual, sólo 128 puntos encajados (61 del Menorca, 67 del Madrid), ¿le señalarán con el dedo, le insultarán por las calles, podrá acaso mirarse en el espejo sin sentir feroces remordimientos de conciencia por todos esos pobres niños que no tendrán nada con lo que jugar? ¿O será más bien Joan Plaza quien habrá de recibir un reconocimiento especial por su magna contribución a esta campaña, merced a esa blandísima defensa zonal que permitió a los tiradores blaugranas ensartar triple tras triple como si aquello más que un partido fuera una feria?

Una vez más, no lo entiendo (mira que soy duro de entendederas). ¿Por qué resulta necesario todo esto? ¿no sería mucho más fácil decir, simplemente, la ACB, con la colaboración de Famosa, dona este año chiquicientosmil euros para la causa, chiquicientosmil euros en juguetes para los niños más necesitados, un equis por ciento más que el pasado año, sin necesidad de vincularlo a que se anoten más puntos o menos? Y mira que la cosa ha salido razonablemente bien, ha habido hasta un cien, algún noventa, unos cuantos ochentas, no ha habido cincuentas, ni uno solo... ¿Pero es necesario pasar por esto, que haya que vincular la generosidad del baloncesto con la generosidad de su anotación? Seguramente me contestarán que es que así todo resulta mucho más divertido, mire usted. Tal vez, pero yo no lo veo. Mi espíritu lúdico que brilla por su ausencia, una vez más.

Y ya puestos, ya que estoy en plan tocapelotas (ustedes me perdonen) me permitirán una última pega, ésta referida al patrocinador. Sí, esas famosas muñecas de Famosa que se dirigen al portal, para hacer llegar al niño su cariño y su amistad. Que están muy bien, no seré yo quien lo niegue, una marca ejemplar que lleva años y años en el mercado proporcionando ilusión a las criaturas del mundo entero, qué duda cabe. Así que me parece perfecto, Muñecas Famosa. Pero ¿por qué sólo Famosa? O para ser más exactos, ¿por qué sólo muñecas?

No, no desprecio a las muñecas, ni al Nenuco, ni a todos esos otros muñequillos (cuyo nombre ahora mismo no recuerdo) que nos anunciaban en los tiempos muertos. No seré yo quien niegue la utilidad del juego simbólico en la formación de nuestros pequeños, más bien al contrario. Y nadie vea tampoco ningún matiz sexista, líbreme dios, que no hablo de juguetes sólo para niñas ni sólo para niños, ni a estas alturas del siglo me supone ningún problema el que niños o niñas jueguen con muñecas o con muñecos. No van por ahí los tiros. No planteo el en vez de, sino el además de.

O acaso me digan que no es eso, que Famosa es sólo el patrocinador, pero que ello no significa que todos los juguetes repartidos sean de dicha marca. Acabáramos. Puede ser, puede que Famosa patrocine pero no monopolice, que haya también balones, y volquetes y excavadoras, y el barco pirata y el hundir la flota, y clics de Famóbil y casitas de pin y pon, y construcciones de Lego y puzzles Educa, y micromachines y hasta maletines de la señorita Pepis (¿existirá todavía esa señorita Pepis?), y hasta el Monopoly o los Juegos Reunidos Geyper si me apuran, tantos y tantos juguetes cuyo nombre ya ni recuerdo porque ya ni siquiera mi hijo está en esa edad. Puede que haya de todo, tal vez, pero entonces ¿por qué sólo patrocina Famosa? ¿Acaso es que sólo hay espacio (económico) para un único patrocinador? ¿O acaso será que nadie más traga, que la crisis hace estragos y ningún otro juguetero se atreve a meterse en semejante lío? Habrá de todo… o habrá sólo muñecas, no sé. En cualquier caso, ya saben: Nochebuena de amor, Navidad jubilosa, es el mensaje feliz de las muñecas Famosa. En ello estamos.

Pero no teman, que ya dejo de aguarles las fiestas. Y línchenme si quieren, pero no olviden que yo no cuestiono fondo sino forma, que yo comparto el qué pero no entiendo el cómo. Y en todo caso tampoco me lo tengan muy en cuenta, si son sólo cosas mías, manías de un tipo que ya hace demasiados años que perdió el espíritu navideño (si es que alguna vez lo tuvo). Que éstas al fin y al cabo son fechas entrañables, de hecho a mí se me revuelven las entrañas cada vez que llega la Navidad. Por cierto: feliz navidad.

jueves, 18 de diciembre de 2008

el baile de los banquillos

Crecimos creyendo que la NBA era otro mundo (pero estaba en éste). Nada de lo que sucedía en aquella liga nos resultaba familiar: no había ascensos, descensos ni promociones; no tenían Copa ni competiciones internacionales, sino liga y sólo liga; sus campeones no recibían primas sino anillos; su jefe no era presidente sino comisionado; sus equipos no eran clubes deportivos, ni tan siquiera sociedades anónimas, sino franquicias; franquicias que no tenían escudo sino logotipo, que no tenían ultras sino cheerleaders, que ni tan siquiera tenían himno, si acaso el rock&roll de Gary Glitter; franquicias que no tenían cantera, ni equipos filiales ni vinculados, sino esa cosa llamada draft; que jamás pagaban traspasos, que lo más que hacían era intercambiarse jugadores; franquicias cuyos aficionados no parecían ir al baloncesto sino al teatro, no iban a ver ganar a su equipo (ni aún menos a animar a su equipo) sino a disfrutar de un buen espectáculo (y a cenar, de paso); franquicias cuyo merchandáisin contaba tanto o más que la taquilla, cuya cuenta de resultados importaba tanto o más que los resultados mismos; franquicias que no eran equipos sino auténticas empresas.

Sí, definitivamente aquello era otro mundo, nada, absolutamente nada que ver con todas esas truculentas historias que acostumbrábamos a gastarnos por aquí. ¿Nada? Bueno, acaso algo sí era igual: allí, como aquí, como en cualquier competición deportiva de cualquier lugar del mundo, si los resultados no eran buenos se cargaban al entrenador.

Pero eso sí, con moderación: muy gorda tenía que ser allí la crisis para que el técnico pagara el pato. Generalmente (y afortunadamente) los presidentes aguantaban a los entrenadores hasta más allá de lo que cualquier dirigente de los de por aquí hubiese considerado razonable. Sólo cuando ya no había vuelta de hoja, cuando la situación se había vuelto insostenible, el presidente o quien fuera tomaba una decisión que ya estaba cantada de antemano, que más que cesarle parecía que el técnico acabara cayendo por su propio peso. Los ceses a mitad de año casi podían contarse con los dedos de una mano, si acaso lo normal solía ser aguantar hasta la post-temporada para llevar a cabo entonces la intervención quirúrgica...

Recuerdos de un pasado que ya nunca más ha de volver... Porque este año, los dirigentes de la Liga norteamericana de baloncesto parecen (con perdón, dicho sea sin ánimo de ofender) los de la Liga española de fútbol. Seis entrenadores, seis, cesados ya en el mes y medio que llevamos de temporada. Seis entrenadores de un total de treinta, es decir la quinta parte, es decir uno de cada cinco, es decir el veinte por ciento de los técnicos de esa Liga (que cantidad de maneras de decir exactamente lo mismo). Seis que ya no se comerán el turrón (cosa que tampoco harán los otros veinticuatro, dado que allí no lo tienen por costumbre), a saber, Jordan (Eddie) en Washington, Carlesimo en Oklahoma, Wittman en Minnesota, Mitchell en Toronto, Cheeks en Philadelphia, Theus en Sacramento. Será cosa de la crisis, que en estos días los ejecutivos anden un poco más inquietos, qué sé yo...

Seis ceses que así al pronto yo agruparía en tres categorías: los que entiendo poco, los que entiendo aún menos y los que no entiendo absolutamente nada. Lo cual, evidentemente, no es culpa suya sino mía: porque de natural soy duro de entendederas, y porque estas soluciones quirúrgicas a mitad de temporada no me gustan, por definición: a menudo perjudican más que benefician, generalmente (pasada la típica reacción inicial) no arreglan nada sino que complican aún más las cosas; además, en muchos (buenos) profesionales generan incertidumbre y desconcierto, y en unos pocos (malos) profesionales dejan como un poso, como una sensación de que el poder está en sus manos, de que pueden quitar y poner entrenadores según les pete, según se les antoje poner mejor o peor desempeño, echarle más o menos esfuerzo. Ya digo, ésta es sólo mi opinión...

De todos modos, ustedes me permitirán (con su infinita paciencia) que entre un poco más en detalle. Entiendo un poco, por ejemplo, el cese de Sam Mitchell... entre otras cosas porque resultaría muy cínico por mi parte echarme ahora las manos a la cabeza y decir que hay que ver, que cómo es posible. Ya alguna vez me despaché a gusto sobre él, diciendo que me parecía un buen entrenador de temporada regular y un pésimo entrenador de playoffs, lo cual por cierto me ocasionó un ligero disgusto: un amable (y anónimo) lector, todo cargadito de razón, me puso verde y me espetó que a ver qué habría hecho yo en semejante situación. Pero eso era lo que pensaba entonces, hace año y medio, que ya no es exactamente lo que pienso a día de hoy: hoy ya ni siquiera creo que fuera un buen entrenador de temporada regular.

Y sin embargo, por extraño que parezca, todo ello no significa que esté de acuerdo con este cese. O, para ser más exactos, con la oportunidad de este cese. En el verano de 2007 (aún a pesar de ser el entrenador del año) o en éste de 2008, aún caliente su clasificación para playoffs pero también su prematura eliminación, sí que lo habría entendido, e incluso compartido. Pero ¿ahora?

A ver: Mitchell puede tener la culpa de muchas cosas, pero no parece que la tenga de la plantilla que le han dejado. Sí ha llegado Jermaine O’Neal, pívot tan bueno como frágil, que entre las lesiones que arrastra y las que le surgen a cada momento nunca sabes si podrás contar con él, ni cómo. Pero a cambio, pensemos en lo que se fueron dejando por el camino: por ejemplo a Delfino, imprescindible en la rotación del pasado año, mucho más que un puro tirador al estilo Kapono; por ejemplo al mismísimo Garbajosa, que el año pasado ya no jugó pero el anterior fue pieza clave para que llegaran donde llegaron; o por ejemplo a T.J. Ford.

Sí, también a T.J. Ford, no me ponga esa cara. Ford está en las antípodas de lo que yo pienso que debe ser un base (y de lo que él mismo era durante su etapa universitaria en Texas), pero esto es como decía mi abuela, ni tanto ni tan calvo que se le vean a uno los sesos: todos reclamábamos que Calderón fuera el base titular, pero no que fuera el único. Largar a Ford está bien (y más si puedes traerte a O’Neal a cambio), pero dejar al equipo con un solo base útil (aún por extraordinario que éste sea) no hay franquicia que lo resista. Ukic aún está muy tierno (y no sabemos si algún día dejará de estarlo) y Solomon es un chupón tiralotodo incapaz de crear juego, que al Maccabi le pudo hacer (relativamente) algún apaño, pero que a los Raptors no les dará más que quebraderos de cabeza.

Así las cosas Toronto puede presumir de un magnífico quinteto titular, pero carece de rotación solvente en el puesto de base, carece de rotación solvente en el puesto de alero y carece de rotación solvente en el puesto de pívot, por más que ahora hayan fichado al tal Voskuhl que ya no está precisamente en sus mejores años (y que ya era un jugador mediocre en sus mejores años). Todo lo cual va en el débito de un Colangelo que realizó una magnífica labor en Phoenix, pero que se está cubriendo de gloria en Canadá. Todo lo cual... más la aparente cagada de haber gastado todo un número uno del draft en ese Bargnani al que se le pone más cara de bluff por cada día que pasa.

Este es el panorama que se encuentra el amigo Jay Triano, hasta donde alcanza mi memoria el primer entrenador no estadounidense en toda la historia de la NBA (vale, sí, D’Antoni tiene la nacionalidad italiana... pero no consta que dejara de ser ciudadano americano por ello). Mi memoria también alcanza a haberle visto jugar alguna que otra vez contra España, en alguno de aquellos Mundiales o Juegos Olímpicos de los ochenta. Y hasta alcanza a haberle visto entrenar a aquella selección canadiense que, Nash al frente, nos apalizó en Sydney 2000. Y obviamente la NBA no le pilla de nuevas, tras haberse tirado unos cuantos años a la vera de Mitchell en ese mismo banquillo, así que cabe presumir que probablemente será un buen entrenador, pero también que se encuentra ante un marrón importante: intentar mejorar algo, justo en ese momento de la temporada en el que ya apenas hay tiempo para cambiar nada. Estos Raptors trianeros intentarán correr más, jugar más alegre, ganar más partidos (sobre todo esto último). Esperemos, por el bien de Calde (y por el nuestro, como fanes suyos que somos), que finalmente lo consigan.

Hasta aquí el capítulo dedicado a Toronto, pasemos ahora (más sucintamente, que esto ya me está quedando demasiado largo) por el resto. También puedo entender, siquiera un poco, lo de Eddie Jordan en Washington. Vale que no está Arenas (nunca está Arenas) pero, con todo y con eso, equipo había para algo más que lo que estaban haciendo: con Caron Butler y Antawn Jamison quizá no puedas aspirar a ganar el anillo, pero sí a hacer un papel medianamente digno.

Lo de Carlesimo en Oklahoma City ya lo voy entendiendo menos. A lo largo de su carrera, Carlesimo ha demostrado con creces su probada solvencia como técnico universitario en Seton Hall, y su no menos probada solvencia como técnico asistente a las órdenes de Popovich en San Antonio. Pero lo de ser entrenador-jefe en la NBA ya es otro cantar. Carlesimo, como tantos otros entrenadores universitarios, llegó acostumbrado al ordeno y mando y le costó entender que en la superprofesionalizada NBA las cosas no son así, no pueden ser así. Quizás aquella mañana en la que estuvo a punto de morir estrangulado a manos de Sprewell, empezara a darse cuenta de que aquí los modales cuarteleros conviene dejarlos al otro lado de la puerta...

En cualquier caso, quien ficha a Carlesimo ya sabe lo que ficha. Y quien lo echa, debería saber también por qué lo echa. Vamos a ver, señores, ¿se han parado ustedes a pensar en el equipo que tienen? Un equipo construido alrededor de Kevin Durant y que además cuenta como principales jugadores con... Kevin Durant. Un Durant que es una maravilla y va a serlo todavía más, pero que no deja de ser un chaval de apenas veinte años comenzando su segunda temporada profesional, con la calidad y la irregularidad que cualquiera pueda imaginar. Añádase además la mudanza de este verano, un montón de profesionales reubicándose, cambiando Seattle por Oklahoma City (nada menos) con los trastornos que todo ello conlleva, y también por ese lado podremos entender muchas cosas. ¿Cargarse al entrenador? ¿acaso alguien pensaba que podrían aspirar a otra cosa? No, Carlesimo podrá ser culpable de muchas cosas a lo largo de su carrera, no lo dudo; pero no de ésta.

Y casi en el mismo capítulo metería lo de Wittman en Minnesota. Kevin McHale es un tipo por el que siempre tuve una admiración profunda como jugador, quizás uno de los mejores cuatros que uno haya visto en su vida, superando sus evidentes limitaciones físicas con enorme sencillez y calidad. Todo lo cual no quita para que, como jefe de operaciones de los Wolves, me haya parecido casi siempre un auténtico desastre, genuino candidato al imaginario premio al peor ejecutivo del año (que no habría podido ganar, porque se lo habría quitado siempre Isiah Thomas). Bien es verdad que su última gran operación, aún pareciendo la más absurda, quizá fuera la única que tuviera algún sentido: visto que en todos estos años no hemos sido capaces de construir un equipo alrededor de Garnett, deshagámonos de Garnett e intentemos construir otra cosa. En ello siguen.

Así que Wittman fuera, como si él o cualquiera de sus antecesores hubieran tenido la culpa de algo, y el nuevo entrenador se llama... Kevin McHale, que ahora habrá de prescindir de sus magníficos jerséis, recuperar el odiado traje y bajar a la arena, donde le esperarán Al Jefferson y compañía. Y entre la compañía, por cierto, el emergente rookie Kevin Love, atípico cuatro que en ningún lugar podría encontrar mejor maestro. Tuvimos la suerte de conocer a McHale como jugador y la dudosa suerte de conocer a McHale como gestor; ahora sólo nos resta averiguar qué clase de McHale nos deparará el destino como entrenador.

Y vayamos a Philadelphia, donde los Sixers no sólo han cesado a un entrenador, han cesado también a un pedazo de historia, de la mejor historia por la que haya pasado esa franquicia. ¿Por qué? Ellos sabrán. Mo Cheeks, gran ex jugador y mejor persona (dicen), sobrevivió a duras penas a aquella caterva de Jail Blazers, y ahora parecía estar sobreviviendo también aquí, en la que siempre fue su casa, a este grupo de buenos jugadores recién reforzado con el advenimiento del mesías Elton Brand. Y no es que les vaya mal pero quizá tampoco tan bien como esperaban, que es que se ve que algunos se creyeron que ahora ya aspirarían al título, que tiemblen los Celtics, que tiemblen los Lakers que aquí estamos nosotros, sin pararse a pensar en que Mister 20/10, además de adaptarse a una nueva ciudad y a unos nuevos sistemas, tenía que adaptarse también a una nueva realidad: la de jugar cada dos días después de haberse tirado lesionado un año entero. ¿Solución? Pues nos cargamos a Cheeks, que además es buen tío y se resignará, que no dirá ni oste ni moste ni largará nada a la prensa, y luego ya veremos lo que hacemos... Huida hacia adelante, que le llaman. Lo dicho, ellos sabrán.

Acabemos en Sacramento, donde tampoco se han podido resistir a los caprichos de la moda imperante: si ahora lo que se lleva es cargarse entrenadores, pues nosotros no vamos a ser menos. Reggie Theus, que en sus buenos tiempos fue un buen jugador NBA con aires de estrella de Jólibud (o una presunta estrella de Jólibud que por avatares del destino acabó jugando en la NBA, no sé), llego en el verano de 2007 a la capital de California tras haberse labrado un brillante currículum dirigiendo a la Universidad de Nuevo México. Y durante la temporada 2007/2008 no es ya que lo hiciera bien, es que hasta se ganó casi la candidatura a entrenador del año, sacándole un magnífico rendimiento a una plantilla que se aproximaba peligrosamente a la mediocridad.

Claro que eso fue el año pasado. En éste las cosas no iban nada bien, pero tenía coartada: la ausencia por lesión de su mejor jugador, Kevin Martin, dejándole además una plantilla ya de por sí floja pero ahora también descompensada, con muchos más ingredientes por dentro que por fuera. Eximentes varios, pero que no sirven de nada cuando el cese ni siquiera depende de los malos resultados porque la decisión está ya tomada de antemano: desde al menos un mes antes, cuando a los hermanos Maloof, propietarios de hoteles y casinos en Las Vegas y de paso también de los Kings, les pillaron en una pillada como esas que tan típicas son por aquí, que de vez en cuando escuchamos a algún político, a micrófono (presuntamente) cerrado, decir mandagüevos, o hablando del coñazo de desfile, o de si los del partido propio son unos hijos de no sé qué... A ellos les pasó lo mismo y por ello supimos que la decisión estaba tomada desde hacía más de un mes, que tan sólo debía ser cuestión de esperar el momento preciso. Así que Theus fuera, y fuera también su primer asistente Chuck Person, el hombre del rifle, el que quizá debería haberle sustituido... La locura continúa.

Y hasta aquí. Seis han caído, seis en tan solo mes y medio, y esto puede ser sólo el principio. Si hiciéramos el juego ese de las proyecciones que tanto gusta a algunos comentaristas televisivos, ese de han metido treinta puntos en el primer cuarto, luego si siguieran a este ritmo acabarían con 120 al final del partido, y dado que la temporada regular NBA dura algo menos de seis meses, llegaríamos a finales de abril con ¡24 entrenadores despedidos! Vamos, que se salvarían Sloan, Popovich y cuatro más...

Pero no, no se me asusten, evidentemente eso no va a suceder, de ningún modo. La situación retornará poco a poco a la normalidad, las aguas volverán a su cauce, a estas alturas pocos ceses veremos ya... lo que no significa que no veamos aún alguno: quizás el de Atlanta, que el hombre se empeña en hacer bien las cosas por más que sus jefes parezcan tenérsela jurada desde hace ya algún tiempo, esperando que cometa el más mínimo error; o quizás Vinnie “Quindici” Del Negro, que llegó al banquillo de los Bulls por su cara bonita (es un decir), sin un mínimo currículum que le respaldara, y que parece estar dando sobradas muestras de que no sabe qué hacer con ese equipo (desde 1998 nadie parece saber qué hacer con ese equipo); o quizás el mismísimo Iavaroni, que ahora parece gozar de un periodo de tregua merced a esta última racha de buenos resultados, pero que tampoco le va a durar eternamente; o quizás, quizás, quizás... Tiempo al tiempo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

por mi gran culpa

La cosa ésta de haber salido yo más bien agnóstico (o ateo, no sé) a veces tiene sus contrapartidas, sus contraindicaciones. La del santoral, por ejemplo: yo nunca sé ni me importa en qué santo vivo, cuál es el santo del día; yo jamás felicito a nadie por eso que llaman onomástica, no tengo ni la menor idea de cuándo es el santo de mi madre, ni el de mi hermano, ni siquiera el de mi hijo. Sé cuándo es el santo de mi señora esposa porque coincide con su cumpleaños, y sé cuando es el mío porque todo dios lo sabe, porque es de esas fechas marcadas en rojo en el calendario, de esas que todo el mundo te felicita aunque tú no quieras. Sé muy poco de santos, lo cual jamás me ha representado el más mínimo problema...

Hasta ayer. Ayer, 9 de noviembre, era la Almudena (Nuestra Señora de). Un santo (una santa, en este caso) que habitualmente sí sé muy bien cuándo cae, por la sencilla razón de que aquí suele ser fiesta. Es (dicen) la patrona de Madrid, razón por la cual nos suele traer un puente que suele resultar toda una bendición (nunca mejor dicho), unos días ideales para viajar porque, aunque vayas donde vayas te lo encontrarás todo infestado de madrileños (como de costumbre), al menos sabes que esta vez apenas encontrarás gentes de otros sitios. Suele ser así, pero claro, no siempre es así. A veces no ha lugar a puente, a veces, como ayer, cae en domingo, no necesita que le hagan fiesta porque ya es fiesta de serie. Y entonces, claro está, te olvidas por completo de su existencia.

Como yo ayer, por ejemplo. Yo ayer olvidé que, si bien se supone que vivo en un estado presuntamente laico (aconfesional, para ser más exactos), igualmente se supone que vivo en una Comunidad Autónoma cuyas autoridades suelen pasarse esa laicidad y esa aconfesionalidad por el forro de los ropajes de su señora Presidenta, que dios guarde muchos años (pero bien guardada, a ser posible). Yo ayer programé cuidadosamente mi deuvedé para que me grabara en Telemadrid el Barça-Estu, y seguidamente me fui con mi mujer y mi hijo a disfrutar del otoño paseando por un parque en agradable mañana dominical. Para luego volver, comer, recoger y ya por fin desmoronarme en mi sofá, pulsar el play... y encontrarme un Especial Informativo (ya a cualquier cosa le llamamos información) consistente en la retransmisión, en directo y en rigurosa exclusiva (¿cuánto habrán pagado por los derechos?) de la santa misa y posterior procesión de la susodicha virgen, desde su Catedral hasta la mismísima Plaza Mayor. Toda la santa mañana.

Todo muy santo, ciertamente, pero a mí se me llevaban los demonios. Me agarré un cabreo de proporciones bíblicas, sólo atenuado en un principio por esos típicos mecanismos de defensa que a veces solemos utilizar para engañarnos a nosotros mismos: total pues qué más da, si tampoco habrá sido para tanto, si tal y como están uno y otro seguro que habrá ganado el Barça de treinta, si no habrá tenido ni la más mínima emoción... para seguidamente poner el teletexto (que era lo que tenía más a mano en ese instante), leer Barcelona 71 – Estudiantes 72... y entonces ya no es que se me llevaran los demonios, ya es que directamente me quería morir, sólo de pensar en cuánto habría podido disfrutar yo viendo ese dichoso partido.

Que no es que Telemadrid no lo diera (que no lo dio), sino que lo movió a La Otra, su fantasmagórico segundo canal visible apenas en tedeté. Algo es algo, dirán algunos, que otros hay (y no miro a nadie) que cuando es San Nadal (siempre es San Nadal) capaces son de mover cielo y tierra para que todos veamos al santo, y éstos lo movido no se lo llevan ni a su tercer ni a su cuarto ni a su quinto canal, no: lo hacen desaparecer, sencillamente (si alguien no sabe de qué estoy hablando, que acuda a la anterior entrada de este blog, denominada Telerrealidad). Decía que Telemadrid mandó el baloncesto a La Otra, y si hasta hubiera avisado con tiempo de dicho cambio pues quién sabe, no nos habría hecho mucha gracia pero al menos habríamos podido soportarlo (que no entenderlo). Pero siete días antes Felipe Galán se despidió anunciando que la próxima semana, aquí en Telemadrid, partidazo, Barça-Estudiantes, y así mismo quedó reflejado durante todos estos días en toda guía de televisión que se precie. Sí, yo pequé de ingenuo, de creérmelo todo, de no desconfiar, de no mirar su web (que ahí sí vendría, supongo) antes de salir de casa, de no haberlo ni tan siquiera sospechado, de no recordar tan señalada fecha... Pequé de ingenuo y no es poco pecado, en estos tiempos que corren.

Y en el pecado llevé yo la penitencia, encima. Mira que por grabar este partido (que no grabé) dejé yo de grabar otro, ese Granca-Unicaja, también sumamente apetecible, que ofrecía Andalucía TV (única Autonómica que se digna a dar ACB a través de sus canales por satélite), éstos sin santa patrona de por medio, que yo sepa. Y al final ni el uno ni el otro, si no quieres caldo pues toma dos tazas, y si quieres dos tazas pues te quedas sin ninguna. Pues qué bien.

Vamos, que estoy en racha: en poco más de una semana me he ido a perder dos de los partidos que más ilusión podían hacerme, aquel Olympiacos-Unicaja y este Barça-Estu: dos citas imprescindibles (y aquí es cuando mi señora, si leyera esto, aparecería para decirme que es que a mí todos los partidos me parecen importantes, todos me resultan imprescindibles, sin término medio; quizá tenga razón, pero aún así hay algunos que son más imprescindibles que otros). Y en aquella primera, San Nadal Bendito, muy poco podría yo haber hecho, pero esta segunda será siempre por mi culpa, por mi gran culpa, por mi grandísima culpa (golpeo mi pecho mientras escribo): por descreído, por ateo, por olvidarme de fecha tan señalada, de virgen tan principal como para que Telemadrid le consagre (nunca mejor dicho) medio domingo, así llueva o truene, así haya que mover el baloncesto o lo que se tercie, todo sea por ver el recorrido de Nuestra Señora de la Almudena a lo largo de la Calle Mayor.

Así que aquí me tienen, intentando poner los medios para que no me vuelva a suceder: poniéndome al día en cuestiones de santoral a estas alturas de mi vida. Investigando en el socorrido gúguel, que me informa puntualmente de que el próximo domingo 16 es Santa Margarita de Escocia (reina), el domingo 23 es San Clemente I (papa y mártir), el domingo 30 es San Andrés (apóstol), el domingo 7 de diciembre es San Ambrosio (obispo y doctor)... Sí, santos todos ellos aparentemente inocuos, inofensivos incluso, pero ¿quién me dice a mí que alguno de ellos no sea el santo patrón de Navalagamella, Torremocha del Jarama, Valdemaqueda o Buitrago de Lozoya? Esta Comunidad tiene casi doscientos municipios, y no osaré yo jamás imaginar que los sabios e insignes rectores de Telemadrid puedan caer en la tentación de dispensar trato de favor hacia San Isidro y la Almudena, patrones de esta Villa y Corte, en perjuicio de otros santos no menos meritorios, y cuyo único pecado (sospecho que no debería utilizar esta palabra) pueda ser acaso el de ser patrones de localidades de menor fuste. No, por dios, Telemadrid es una televisión pública caracterizada por su acendrado respeto a las minorías (basta ver cualquiera de sus informativos para comprobarlo), así que jamás podría caer en tan escandaloso caso de discriminación: si el patrón de Patones de Arriba es (pongamos) San Cucufato, pues hasta allí habrán de acudir sus unidades móviles en dicha fecha, para dar cumplida cobertura a los actos religiosos inherentes a tan magna celebración...

Vale, al menos hay algunos que son tan difíciles: puedo imaginar, no sin esfuerzo, que el patrón de San Lorenzo de El Escorial sea San Lorenzo, que el de San Sebastián de los Reyes sea San Sebastián, que el de San Fernando de Henares sea San Fernando, que el de San Agustín de Guadalix sea San Agustín, que el de Santorcaz será San Torcaz, por razones más o menos obvias. Pero ¿quién demonios (sospecho que esta palabra tampoco será la más adecuada) podrá ser el santo patrón de (por ejemplo) Móstoles, o de Torrejón de Ardoz, dado que no me consta que Iker Casillas o Jorge Garbajosa (respectivamente) hayan sido aún canonizados? No, me temo que no me va a resultar fácil ponerme al día en cuestiones de santidad. Me temo que son ya demasiados años, que será ya demasiado tarde, que nunca podré ya estar seguro de si Telemadrid me dará o no un determinado partido, de qué acto religioso se me aparecerá cualquier domingo por la mañana a la vuelta de cualquier esquina.

Si al final va a ser lo que me decían de niño en el colegio (de curas, por cierto), que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Y mira que yo no entendí jamás aquello (joder, pues si es todopoderoso que empiece por enderezar los renglones y así ya luego le resultará más fácil, pensaba yo con infantil candidez), que he necesitado alcanzar la madurez (física, no mental) para entenderlo, para experimentarlo en mis propias carnes. Quién me lo iba a decir a mí, a mis años, con mis ideas (o mi falta de ideas, no sé) y aquí me hallo, explorando los intrincados recovecos de la santidad. Definitivamente, los caminos del Señor son inescrutables.

viernes, 31 de octubre de 2008

telerrealidad

Sales de casa un jueves por la mañana, sabes que no volverás hasta la noche, programas cuidadosamente el deuvedé para grabar el partido de Euroliga que La2 anuncia para las 19:45, estás todo el día currando, vuelves, cenas, haces todas las tareas domésticas habidas y por haber y cuando por fin te arrellanas y te repantingas en tu sofá para ver al fin tu partido, le vas a dar al play y en tu televisor (tras varios minutos de noticias varias) se te aparece un extraño francés de apellido Monfils (o sea, Mishijos), el cual porta una sospechosa raqueta en su mano derecha. Qué hace este tío aquí, te preguntas durante un instante, tan sólo el breve periodo que tarda el realizador en irse al otro lado y mostrarnos a su rival, el insigne, el eminente, el insustituible, el imprescindible (sobre todo imprescindible) Rafa Nadal que a su vez porta otra raqueta, ésta en su mano izquierda...

Que está muy bien, no seré yo quien lo critique, faltaría más, hasta ahí podíamos llegar. Soy el primero en admirar a Nadal, en disfrutar con su juego y con sus triunfos, y hasta entiendo que su fama trasciende fronteras, que su importancia va mucho más allá de lo meramente deportivo para elevarse hasta la categoría de icono mediático, que sus partidos son de interés general cual si del fútbol en tiempos de Cascos se tratara, que todos y cada uno son absolutamente imprescindibles, así se trate de una final de Gran Slam u olímpica o de un partido de octavos de final de cualquier torneo de segunda.

Si yo lo entiendo, entiendo todo eso y entiendo además que el tenis, maravilloso deporte donde los haya, merece tener un hueco en la programación de nuestras televisiones. Y de hecho es lo que hace Televisión Española, abrirle un pequeño y modesto huequecillo en la programación de su canal temático, Teledeporte, programación que por ejemplo, para este mismo jueves, anunciaba: 11:00 – directo, tenis, Masters Series de Paris; 13:00 – directo, tenis, Masters Series de Paris; 15:00 – directo, tenis, Masters Series de Paris; 17:00 – directo, tenis, Masters Series de Paris; 19:00 – directo, tenis, Masters Series de Paris; 21:00 – directo, tenis, Masters Series de Paris; 23:15... no, a las once y cuarto de la noche ya no nos queda más tenis, ya lo hemos dado todo pero no caigamos en el error de ofrecer alguno de los cuatro partidos de Euroliga hoy disputados, ni aún en diferidísimo siquiera, no por dios, si resulta que son las tantas y aún no hemos dado fútbol, cómo puede ser eso, démosles este mismo partido italiano, Lazio-Chievo, no vaya a ser que los aficionados echen en falta su dosis y luego no nos duerman, hasta ahí podíamos llegar, somos una televisión pública luego debemos proporcionar un servicio público, procurar el bienestar de la inmensa mayoría de nuestros telespectadores, faltaría más...

Si es que en el fondo somos unos pardillos. Allá por el 20 de octubre, en el comienzo de la Euroliga, eso que ahora llamamos Opening Day porque se ve que queda más fino que decir Partido Inaugural, el voluntarioso a la par que bienintencionado narrador Diego Martínez nos contó que cada semana podríamos ver todos los encuentros de nuestros equipos, uno de ellos por La2, los otros cuatro por Teledeporte. Y nosotros fuimos y nos lo creímos. De hecho hasta es posible que él mismo, no menos ingenuo que nosotros, también se lo creyera mientras lo decía.

Y la primera semana sí fue más o menos así: ese lunes vimos al Tau en La2 y ya en días posteriores Teledeporte nos ofreció al Madrid en directo, al Unicaja en semidirecto, a la Penya en diferidísimo, al Barça que iba a ser sólo con un ligero retardo pero que al final también se nos cayó a la mañana siguiente... Podría ser mejor, ciertamente, pero visto lo visto ya casi nos dábamos con un canto en los dientes si todas las semanas fueran así...

Porque esta segunda semana la programación, así de entrada, ya nos venía coja: miércoles el Madrid, jueves el Unicaja por La2, Barça y Tau que se caen a la mañana del viernes en Teledeporte... Y al Joventut que le den. Que le den otros quiero decir, sus canales autonómicos mismamente, que a nosotros ya no nos cabe, que esta semana es que hay mucho tenis, mire usted, y si acaso ya veremos si le encontramos un hueco en la mañana del sábado, día ideal porque para entonces ya ni dios se acordará de cómo quedaron, así que podrán verlo con la misma emoción que si fuera en directo… Y en cualquier caso qué más da, si tampoco necesitamos verlo, si con imaginárnoslo tenemos ya más que suficiente, si a estas alturas de nuestra vida ya tampoco nos hace falta mucho más...

Pero aún así, si al menos hubiéramos podido ver los otros cuatro partidos anunciados, pues tal vez nos habríamos vuelto a dar con ese mismo canto en los dientes, que acabaremos con los piños machacados de tanto darnos... Sobre todo esa gran cita de la semana, sin duda el partido cumbre, y por ello (y por empezar más temprano, también) el elegido (presuntamente) para La2, el nuevo y flamante Unicaja de Aíto rindiendo visita al manicomio de la Paz y de la Amistad, al milmillonario Olympiacos de Papaloukas o Childress... Pues no. ¿Que acaso un partido del Unicaja en El Pireo va a ser más importante que Nadal enfrentándose (es un decir) al Mishijos éste, en octavos de final del segundo torneo en orden de importancia de entre todos aquellos que se disputan cada año en París de la Francia? Pues eso.

Así pues, vale, asumámoslo: asumamos que Nadal es de interés general y que su mera aparición sirve para levantar cualquier programación. Asumamos que nos levanten el baloncesto sin aviso previo... bueno, sin aviso previo, sin aviso posterior, sin información alguna, sin explicación de ninguna clase, que esto de dar explicaciones es muy peligroso, lo mismo vas, lo explicas y se malacostumbran, y luego ya se creen con derecho a que se lo tengamos que explicar todo... Vale, está bien, está Nadal ergo la Euroliga no puede ir por La2, pero... ¿y por Teledeporte?

No hombre no, por Teledeporte no, qué cosas tiene usted. En Teledeporte tenemos anunciado tenis, no vamos a cambiar la programación, qué pensarían los aficionados al tenis, que está muy feo eso de anunciar una cosa y luego dar otra... Pues es verdad, mire, no había caído pero ahora que lo dice... Además la suprema trascendencia planetaria de Nadal nos obliga a dar sus partidos por Teledeporte, por La2 y por tve1 también si es preciso, y por donde haga falta, como el discurso del Rey en Nochebuena, como el parte o el desfile de otros tiempos, y espérese que cualquier día no saquemos un Real Decreto obligando a ofrecerlos a todas las demás cadenas...

Aunque quizá no faltará quien diga que todo esto nos está bien empleado, que en el fondo tenemos lo que nos merecemos. No tanto los aficionados, pobres de nosotros, como el baloncesto en general y como la Euroliga en particular. Porque si el mercado se mueve por eso que llaman la ley de la oferta y la demanda, pues entonces tenemos un problema: este verano la Euroliga generó una oferta, sus derechos de televisión, para la cual no encontró demanda alguna. Es decir, no encontró más demanda que la que ya tenía: algunas (sólo algunas) Autonómicas, para dar a los equipos de su Comunidad respectiva, y para el resto TVE, pero no porque quieran ni porque les haga ilusión sino porque casi no les quedaba otro remedio: bueno, venga, vale, si esto no lo quiere nadie pues nosotros os haremos el favor, al menos nos servirá para rellenar huecos pero luego no os vengáis quejando de si lo damos así o asao ni de si lo dejamos de dar...

Dicho y hecho. La Euroliga, como la ACB, están en el Ente Público porque sí, porque no hay otra opción, porque nadie más las quiere. Pero eso sí, con una diferencia: que al menos a la ACB me la tratan con cariño: aceptables realizaciones, buenos medios, el mejor narrador disponible, un analista para los aspectos técnicos y otro (es un decir) para los lúdico-festivos, una o dos entrevistadoras, un horario (casi) fijo, una costumbre... Que sí, que podría estar mejor pero al menos es algo; o es mucho, si lo comparamos con aquello que tuvimos tres o cuatro años atrás.

Ese cariño que recibe la ACB es todo un lujo al lado del profundo desprecio que recibe la Euroliga: desapariciones repentinas, diferidos constantes, horarios cambiantes, narradores solitarios y (digámoslo así) desiguales, comentarios técnicos inexistentes, carencia absoluta de entrevistas, previos, análisis y demás parafernalia, y la sensación permanente de que con todo y con eso nos están haciendo un gran favor, casi como si nos dieran una limosna; vamos, que si os lo damos es porque nos dais pena así que encima no vengáis a quejaros, y si no os gusta pues ya sabéis, ahí tenéis la puerta, a ver dónde encontráis otra televisión que os quiera...

Y eso es lo malo, que no la hay, que no existe demanda para esta oferta, nos guste o no (que no nos gusta, evidentemente): a Antena3 y Tele5 ni les hables de baloncesto, ni a laSexta, que mucho colegueo con la selección en los veranos pero que ahora anda en otras cosas, en sus júrboles mayormente. Y Sogecable, con su Cuatro y sus Pluses, pues dirán que ellos bastante tienen con su NBA, aún más este año que han decidido echar el resto, partidos por doquier, comentaristas invitados a tutiplén, todo ello quizá para convencer al señor Stern, para que siga depositándoles su confianza y haga oídos sordos a esas otras propuestas que le llegan para el año que viene, la de laSexta, la de (sí, créanselo) TVE, que mira tú, se ve que esto sí les interesa, vaya por dios… Sí, en Sogecable dicen ser la casa del basket pero por ahora sólo son la casa de la NBA. Y está muy bien que lo sean, de hecho la NBA no podría estar mejor en ningún otro sitio. Pero para ser esa casa del basket deberían hacer reformas, tirar algún tabique, ampliar la construcción por algún lado… Y no, por ahora no parece que estén por la labor.

Llegados a este punto, tal vez los mandamases de la Euroliga deberían hacérselo mirar. Deberían ser capaces de vender su producto, o al menos de intentarlo; pero si no saben venderlo y tienen que regalarlo, entonces lo mínimo sería que supieran cómo y a quién se lo regalan; cómo trata luego ese producto su cliente (por llamarle de algún modo), de qué manera lo hace llegar al gran público: si cuida su marca, si la promueve, si la ningunea, si la prostituye incluso. Deberían hacer siquiera un mínimo control de calidad. Sí, tendrían que empezar a preocuparse muy seriamente por estos y otros temas pero no hay cuidado, que ellos ahora mismo están en otras cosas...

Por ejemplo en su imparable proceso autodestructivo, reinventando la autofagia como nueva modalidad de gestión deportiva. Sumidos en guerras no ya fratricidas sino parricidas, enfrentados consigo mismos y con quien los fundó, y todo por un quítame allá esos equipos, que si yo quiero que siempre jueguen los mismos, que si yo prefiero que también juegue el campeón de Moldavia o el de Beluchistán... Y mientras unos y otros se matan por cómo será la Euroliga del futuro, poco a poco, sin que apenas se den cuenta, se les va apagando la Euroliga del presente. O dicho a la manera clásica, entre todos la mataron y ella sola se murió. En ello estamos.

viernes, 17 de octubre de 2008

mudanzas (para tiempos de crisis)

Dicen (no recuerdo ahora mismo quién lo dijo) que en tiempos de crisis no hacer mudanza. Y dicen también que vivimos tiempos de crisis, ergo... no paramos de mudarnos, de hecho justo ahora andamos haciendo más mudanzas que nunca.

Empezó la cosa esa de los coches que hacen burrrruummm, burrrruummm, también llamada Fórmula Uno. Ya no es que al amigo Écleston le haya entrado ahora querencia por los circuitos urbanos, esos que hace pocos años eran tan peligrosos que había que suprimirlos, qué digo suprimirlos, borrarlos de la faz de la Tierra, si acaso mantendremos el de Mónaco por la tradición y (mayormente) por la pasta que nos deja. Eso era antes pero ahora ya no, que a ver quién necesita circuitos si resulta que las ciudades están llenas de calles, total si esto al fin y al cabo va a ser como lo de Mahoma y la montaña, si la gente no viene a las carreras llevemos las carreras a la gente...

Pero no, con eso no bastaba, había que dar un paso más, algo que impresionara, que demostrara al mundo entero la suprema hegemonía de esta megacompetición planetaria. Un gran premio nocturno, lo nunca visto, qué gran idea, qué inmenso universo de posibilidades se abre ante nuestros ojos, todos esos coches que no llevaban ni faros de posición y que a partir de ahora podrán deslumbrarse con las largas, darse ráfagas en los adelantamientos, qué alegría, qué emoción... Pues no. Nada de luces en los coches, sólo eso faltaba, hasta ahí podíamos llegar, vamos a ver, nosotros somos la Fórmula Uno así que hagamos algo infinitamente más sofisticado y tecnológicamente avanzado que todo eso, cojamos una ciudad cualquiera, pongamos Singapur, y llenémosle las calles de farolitos cual si se tratara de la plaza mayor en las fiestas del pueblo pero a lo bestia, un derroche de kilowatios que deje abrumados y epatados a los países más desarrollados del planeta, a los subdesarrollados ya no digamos... ¿Crisis? ¿What crisis?

Claro está que, ante tal despliegue de medios, las restantes organizaciones que rigen los destinos de las más grandes competiciones que en el mundo son no podían quedarse con los brazos cruzados. Verbigracia la NBA, referencia, luz, faro y guía de todas las ligas de todos los deportes a todo lo largo y ancho del planeta. ¿Acaso nosotros vamos a ser menos que esa Fórmula Guan (One) de los cojguáns (coj….)?, preguntaría enardecido el insigne señor Stern. ¡¡¡¡Noooooo!!!!, respondería no menos enardecida su corte (y cohorte) de aduladores (a quienes a partir de ahora llamaremos acólitos, que queda más discreto). Así pues, hagamos algo grande, algo insigne, eterno, que se recuerde por los siglos de los siglos, de generación en generación, hagamos… ¡¡¡un partido al aire libre!!!

Qué gran idea, señor Stern, dirían al unísono todos sus acólitos pelotas, si bien no faltaría alguno (éste, más bien tocapelotas) que añadiría que eso no es tan nuevo, que eso al fin y al cabo ya lo juegan muchos de nuestros chicos cada verano, ¿no se ha enterado, señor Stern?, lo llaman playground o algo así... Noooooo, playground no, por dios qué asco, suelos de cemento, vallas metálicas, canastas de cadenas, barrios de pobres, por favor, qué vulgaridad, cómo se atreve siquiera a pensar eso de mí, respondería raudo el susodicho señor Stern fulminando en ese mismo instante al acólito respondón. No, yo me refiero a un partido de verdad, de los de toda la vida, como es debido, como dios manda, con su suelo de parquet, sus gradas estratosféricas, sus damas escotadas y enjoyadas en primera fila, con toda la alegría y la diversión que sólo nosotros somos capaces de proporcionar. Un partido como cualquier otro, pero eso sí: sin techo. A la luz de la luna.

Así que sus acólitos se pondrían raudos a trabajar, elogiando la brillantez e inteligencia de su amado ser supremo por fuera y mientras cagándose en todo lo cagable por dentro, como más o menos hacemos todos cada vez que nuestro jefe nos endosa un marrón con cualquier absurda ocurrencia. Primer problema: ¿dónde? A ver, tenemos un país (USA, me refiero) lleno de estadios, de béisbol y fútbol americano, todos ellos preciosos, megamodernos y en los que cabe mogollón de gente, pero que si les montamos la cancha en el centro nos dirán que se ve muy lejos, y si la ponemos en un fondo nos tocará cerrar el otro lado con gradas supletorias, una de esas superestructuras llenas de hierro, tubos y asientos, que en pista cubierta apenas se notan pero al aire libre cantan que no veas. Pero vamos a ver, ¿acaso no existirá, en todo nuestro inmenso país, un estadio al aire libre pero con pista pequeña, que se utilice para algún deporte de dimensiones parecidas al nuestro?

Claro, es verdad, el tenis, cómo no se nos ocurrió antes. A ver pensemos: el Open USA, Flushing Meadows, Nueva York, la gran manzana, la capital del mundo, el ombligo del universo... Vale, sí, bien pensado, señor, pero en octubre y de noche lo mismo las criaturas se nos quedan frías, piense que igual le da por llover (con el consiguiente trasiego para los chicos de la mopa, que no darían abasto), ya sabe cómo es aquí el tiempo en esta época del año... Vaya por dios, pues entonces, a ver, qué otros grandes torneos de tenis tenemos: está el de Cincinnati, Ohio, que digo yo que habría que descartarlo por la misma razón; está el de Cayo Vizcaíno, Florida, que ahí sí suele hacer bueno pero siempre corres el riesgo de que se te aparezca el huracán Fulana o el ciclón Mengano y te joda el invento. Y está el de Indian Wells...

¿Indian Wells? Mira, eso sí estaría bien, como su propio nombre indica: Indiana, el estado más baloncestero de la Unión, aunque me da que ahí también debe hacer un frío que pela por las noches... No, no se me equivoque, señor, Indian Wells no está en Indiana, le ponen ese nombre sólo para despistar, para hacer el indio pero en realidad está en Palm Springs, en la soleada California, junto al desierto, a tiro de piedra de las mejores playas del Pacífico, de hecho allí hace tanto calor que el torneo de tenis lo tienen que hacer en febrero, si lo hicieran en julio directamente se cocerían en su propio jugo... Qué me dice, es perfecto, fenomenal, maravilloso de la muerte, precisamente lo que andábamos buscando, el escenario ideal para una noche de octubre, sin calor, sin frío...

Sin frío, sí, pero con fresco. Que tú durante el día puedes estar a 50 grados centígrados o a qué sé yo, 280 de esos fahrenheit, un suponer, pero luego el sol se pone, te cae el relente de la noche, te viene la brisa del mar y a poco que te descuides te quedas tieso si no llevas al menos una chaqueta o una rebequita en condiciones. Que menuda gracia, vas y juntas para la ocasión a los dos equipos más ofensivos (dicho sea en términos de ataque, no en términos de ofender) de toda la NBA y entre los dos no te suman ni 150 puntos, ahí todos con las muñecas y hasta las conexiones neuronales atrofiadas, todo un Denver y un Phoenix 77 a 72, si llegamos a hacer un Memphis-Charlotte igual ni pasan de 30, para este viaje no sé yo si hacían falta alforjas. Ahora que eso sí, todo muy bonito, que no tendremos un enorme marcador colgando del techo (más que nada porque no hay techo) pero a cambio tenemos un pedazo de dirigible, no uno de esos de juguete que sacamos en los tiempos muertos de la ACB para lucir la publicidad sino uno de verdad, de esos que sobrevuelan la instalación con sus potentes cámaras mostrándonos planos jamás vistos (lógicamente) de la cancha desde el aire…

Que digo yo, ya puestos a ser originales, ¿por qué no haber jugado de día? A las cinco en punto de la tarde (hora taurina), con sol y moscas, con tendidos de sol y de sombra, con el dirigible mostrándonos esculturales cuerpos californianos achicharrándose a fuego lento en sus piscinas de sus inmensas mansiones, más tarde toda la belleza del hermoso crepúsculo cayendo allá lejos, sobre el Pacífico... Total, ¿qué podría haber pasado? Si acaso algún efecto colateral, alguna insolación de leve a severa en las gradas, que los de la mopa tuvieran que recoger algún excremento de gaviota o similar, que el sol decolorara el parquet, que a los jugadores de piel más clara, pongamos Nash o Dragic por ejemplo, se les quedara la marca de los tirantes y anduvieran luego luciendo moreno agromán durante unos días... Nada grave, en cualquier caso.

Y es que estas cosas o se hacen bien o no se hacen: nada de andarse con medias tintas, nada de que inventen ellos, si queremos I+D, ó I+D+I, ó I+D+I+D o lo que demonios sea, pues llevemos nuestra innovación y nuestro desarrollo hasta el final: ¿qué tal un partido sobre la nieve, en pleno mes de enero, en ese mismo Denver por ejemplo? O aún mejor: ¿qué tal un partido en la playa?

Sí, en la playa: al fin y al cabo, si ya existe el voley-playa y el fútbol-playa, ¿por qué no puede existir el basket-playa (Beach-BasketBall, aunque lo llamaríamos BBB para abreviar)? Sí, ya lo sé, no hace falta que usted me lo diga: porque sobre la arena la pelota no bota. ¿Y qué? Pues si no se puede botar no se bota, sólo pase y tiro, y si con eso no basta suprimamos del reglamento la violación de pasos, que al fin y al cabo las violaciones no deberían existir en ningún caso, por definición. Pero si no quisiéramos prescindir del bote, pues entonces nos bastaría con buscar un balón que bote... es decir, una pelota de playa, de las de toda la vida, de esas hinchables de colores que pone Kodak o Nivea (pero que en este caso luciría orgullosa el anagrama de nuestro patrocinador, idea que el resto de deportes sin duda no tardarán en copiarnos); sí claro, tendría sus contrapartidas, el juego sería más lento, en los tiros de media distancia tal vez se la llevaría el aire... Vaya lo uno por lo otro, que ya se sabe que no se puede tener todo en esta vida.

Renovarse o morir, ya saben. Quedémonos de brazos cruzados y muy pronto descubriremos cómo nos van pasando por la derecha o por la izquierda todas esas competiciones que antes creíamos tener por debajo. Cualquier día el Tour de Francia montará una etapa bajo los puentes del Sena (aún no tenemos bicis adaptadas al medio acuático pero podemos utilizar barcas a pedales, que casi viene a ser lo mismo), cualquier día la Champions League montará una jornada de puertas abiertas con partidos en la Plaza Mayor de Madrid, la de Sant Jaume de Barcelona, el Picadilly londinense, la Piazza Navona romana, la del Duomo milanesa, la Marienplatz muniquesa y así sucesivamente, todas ellas alfombradas de césped para la ocasión (lo malo van a ser las estatuas y/o fuentes que hay por el medio). ¿Y la Fórmula Uno?

No, la Fórmula Uno no se va a conformar con sus farolillos singapurenses, querrá ir más allá, si la NBA ha hecho un partido al aire libre hagamos nosotros un gran premio en pista cubierta, cojamos cualquier dome de esos que hay en USA y montemos un gran circuito en su interior, o aún mejor, pensemos si acaso existirá en el mundo una ciudad con tal kilometraje de túneles en su subsuelo como para… Y ahí raudo emergerá nuestro Ruizga, el faraón de la M-30 alcanzando la suprema culminación de su megalomanía, poniendo su magna obra a disposición del señor Écleston y sus secuaces, digo acólitos, kilómetros y kilómetros de túneles para probar una vez más nuestra incomparable capacidad organizativa, para mostrar al mundo entero quiénes somos, lo sobradamente preparados que estamos para acoger en nuestro seno esos presuntos Juegos del 2016…

Sí, son tiempos de crisis pero también de mudanza, no les quepa la menor duda. Huidas hacia adelante, llamaban también a estas cosas. Que se lo pregunten si no a esa Euroliga que, ante la atónita mirada de la ACB (que ésta sí que no huye ni se muda ni se mueve hacia ningún lado), ha decidido emprender no una fuga sino dos, y en direcciones no ya diferentes sino contrapuestas incluso. Pero ésta ya es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión…

lunes, 29 de septiembre de 2008

depresión pre-parto

La Supercopa debería ser una fiesta. La Supercopa, antes llamada Showtime (supongo que ese nombre acabó por resultar un tanto pretencioso) debería ser pregonada a los cuatro vientos como la gran fiesta iniciática de nuestro baloncesto, el verdadero punto de partida, la puesta de largo de cada nueva temporada. Y las buenas gentes, que en su inmensa mayoría no ven baloncesto de clubes desde hace cuatro meses ni baloncesto de competición oficial desde hace un mes, acudirían ilusionadas al grito de anda qué bien, otra vez estos, ya empieza el espectáculo, y al acabar éste saldrían entusiasmadas ante la gran temporada que se les avecina…

Vale, sí, ya me despierto. Sí, así debería de ser, o al menos así me gustaría que fuera. Así acudí (televisivamente) yo, que aún a pesar de mi avanzada edad aún vivo de ilusiones (sí, como el tonto de los cojones), con la misma tierna ingenuidad de cada comienzo de temporada, tan convencido de que tras acabar la final quedaría yo rebosante de optimismo y henchido de satisfacción por los cuatro costados. Y sin embargo, al acabar la Supercopa, mi resultado final fue que se me quedó una cara de idiota aún superior a la habitual (lo que ya tiene mérito), a la par que una sensación depresiva en torno a nuestro deporte que aún me dura a día de hoy.

Viernes, 19 horas. Comienza la primera semifinal, todo un Tau-Barça, y en las gradas hay literalmente cuatro gatos. Pero vamos a ver, ¿no habíamos quedado que en Zaragoza llevaban doce años esperando este momento? ¿No se suponía que, después de tantas temporadas en LEB abarrotando el Príncipe Felipe, estarían ansiosos por volver a ver baloncesto de altísimo nivel? ¿Dónde están, entonces? Ah bueno, será que para muchos la tarde del viernes aún es día de labor y hay que esperar a que cierren los comercios, o será que el Tau-Barça se les da una higa, que ellos lo que realmente quieren es ver a su CAI, que según vayan pasando los minutos irán acudiendo y cuando empiece la segunda semifinal esto estará hasta la bandera… Pues tampoco. Más gente hay, sí, y se hacen oír y da gusto escuchar como animan a su equipo, pero llenar, lo que se dice llenar el pabellón, no lo llenan ni de lejos. Y sin embargo el CAI gana brillantemente, se mete en la final y Arsenio Cañada, prodigio de optimismo, proclama que ¡¡¡y mañana esto estará a rebosar!!! Veremos.

Sábado, 18 horas. Hola hola, comienzaaaaa… ¡¡¡Carrusel!!! El de los goles, el del espectáculo, el de… Y tras las presentaciones, tras los resultados, tras la relación de festejos futbolísticos previstos para esa tarde, tras las múltiples chorradas de rigor Paco González va recibiendo a sus colaboradores en esa primera hora de programa, uno de los cuales viene siendo Miguel Ángel Paniagua, se supone que el máximo y supremo especialista de baloncesto en aquella casa. Así que González le pregunta: “oye, esto de la Supercopa, los triples, los mates y eso, ¿se puede ver por algún sitio, lo dan por algún canal?" A lo que Paniagua, ni corto ni perezoso, responde: “pues… la verdad es que no lo sé, Paco, yo es que estas cosas las sigo sólo por Internet así que la verdad es que no tengo ni idea, no te puedo decir si lo dan o no…” Interviene Castaño (Pepe Domingo): “ayer yo creo que sí lo dieron, me suena que ayer sí lo estaban dando por algún canal, no sé…” Y sólo entonces se escuchan algunas voces de fondo, del que lee los mensajes o del que hace los coros en la publicidad, diciendo que “será la Española, pues la Española debe ser, Televisión Española, será…

Llegados a este punto, ya no sé qué me deprime más: acaso la ignorancia de unos profesionales que probablemente sepan perfectamente qué canal da un Conquense-Alcoyano o un Portuense-Linense, pero que no tienen ni zorra idea de por dónde se puede ver el que se supone que es uno de los grandes acontecimientos deportivos del fin de semana; o acaso el desinterés que les merece dicho acontecimiento, mostrando bien a las claras que no es ya que no lo sepan sino que ni siquiera les importa un pimiento no saberlo; o acaso el desprecio, el que ni siquiera les importe mostrar toda esa ignorancia y ese desinterés en antena, total qué más da que esto no lo sepamos, total a quién le importa toda esta mierda; o acaso la impotencia (o incompetencia) de una Asociación de Clubes de Baloncesto incapaz de hacerse oír, incapaz de hacer saber, no ya a sus aficionados sino a sus intermediarios dónde, cuándo, cómo, por qué y (sobre todo) por dónde se juegan sus propios acontecimientos, esos que digo yo que deberían de estar obligados y encantados de promocionar…

Decido apagar la radio, no sin antes escuchar como Miguel Ángel Paniagua (que al menos esto sí se lo sabe) pide a su jefe, y de paso a la audiencia, que en el concurso de mates preste especial atención a un joven congoleño de 19 años llamado Serge Ibaka. Lo cual sin duda deja impresionado a un Paco González a quien todo lo que se le ocurre preguntar (aguantándose claramente la risa) es cómo se escribe ese apellido, Vaca (que imaginaremos que debió entender algo así como Sergi Vaca, como si no fuera congoleño sino catalán). Paniagua se lo explica pacientemente, poniendo mucho énfasis en la I latina inicial para así al menos evitar en lo posible el cachondeo, para dejarlo más o menos claro… Apago la radio, definitivamente.

Y enciendo la tele, que el chou ya está a punto de comenzar. Desde el plató, el presentador (o director, o lo que sea) de ese macroprograma llamado Teledeporte 2, es decir, Juan Carlos Rivero, anuncia con su (escaso) entusiasmo habitual que damos paso a los triples, a los mates, a la gran final de la Supercopa, así que nos vamos a Zaragoza y lo hacemos con el equipo habitual de comentaristas de Televisión Española, ¡esta vez, con un nuevo refuerzo! ¡¡¡Cielo santo, un nuevo refuerzo, loado sea el señor, sea por siempre bendito y alabado!!! Y claro, todos en nuestras casas de inmediato pensamos en Pepu, automáticamente suponemos, deducimos que habrán cristalizado finalmente las presuntas conversaciones de estas últimas semanas...

Así que nos vamos al pabellón Príncipe Felipe, hoy también más vacío que lleno, que será que el presunto lleno a rebosar será luego, cuando juegue el CAI, y esto otro de los triples y los mates casi mejor que lo vea su padre... En medio de la pista, rodeados por un graderío desolador, emergen como de costumbre Cañada y Romay, cada uno en su taburete. ¿Y el refuerzo? ¿Tendrán a alguien nuevo para las entrevistas? (Pero rápidamente comprobamos que no, que allí sólo está Virtudes Fernández dado que su habitual ex compañera Fe López parece haber sido abducida para causas de más alto rango) ¿Tendrán un nuevo operador de cámara, un nuevo productor, acaso un nuevo realizador que nos ofrezca el concurso de mates de forma particularmente brillante a la par que creativa? (Quizá fuera esto último, por lo que pudimos presenciar después) Pero no, no puede ser, será Pepu o en su defecto otro similar, lo que pasa es que soy un impaciente, seguro que ahora en breves segundos Arsenio y Fernando nos lo introducen (con perdón)... Pasan los segundos. Pasan los minutos. Cañada y Romay no introducen ni presentan a nadie que no sean los propios participantes del concurso de triples. ¿Dónde está el refuerzo? Claro, será que no quieren quemarlo con los concursos y le reservan para el partido, seguro que será entonces cuando...

Así que asistimos al concurso de triples, correctamente realizado y amenamente narrado (o sea, lo normal; pero que conviene reflejarlo porque hubo un tiempo, aún no demasiado lejano, en que esta mera normalidad ya resultaba excepcional). Cuartos de final, semifinales... A la final llegan Bullock y Mallet. Tira Bullock, consigue 20 puntos, se va medianamente satisfecho, llega el turno de Mallet... Y es justo entonces, en ese preciso momento, cuando Televisión Española decide dar paso a la publicidad, que son exactamente las 18:53 así que es ahora cuando tiene que entrar el corte de las 18:53, ya que si esperáramos un solo minuto (tan solo uno, lo que tarda en tirar Mallet) entonces ya no sería el corte de las 18:53, sería el de las 18:54, quizás incluso 18:55 y eso sí que no, los anuncios entran cuando deben y a quien no le guste que se joda, que pa cuatro gatos que son total les estará bien empleado, por depravados, por estar viendo esta perversión en vez del Cine de Barrio como dios manda...

Y así transcurren siete hermosos minutos, siete: anuncios surtidos, autopromociones, teletiendas inclusive... ¿Será posible que, gracias a la perfecta y ejemplar coordinación ACB-TVE, por otra parte tantas veces demostrada, en Zaragoza hayan parado el concurso, que tengan allí esperando al pobre Mallet hasta que acabe la publicidad? Así que pruebo a poner la radio, justo en el momento (también es casualidad) en que conectan con el compañero destacado en el pabellón Príncipe Felipe (que hasta enviado especial tienen, por dios qué lujo, ya ves tú, y yo antes poniéndoles verdes), que nos cuenta que ya hay campeón del concurso de triples, Louis Bullock, tras haber derrotado a Mallet en la final... Mientras, en mi televisor aún continúa la teletienda.

Eso sí, acaban los siete interminables minutos y La2 retoma el concurso exactamente donde lo dejó, es decir, con la actuación de Mallet: evidentemente en diferido, aunque tal vez aún quedara algún ingenuo que pensara que no, que habían tenido parado el chou y aquello seguía siendo en directo... Que, si lo pensamos, esto del breve diferido (seguro que ellos preferirán llamarlo semidirecto) abre un inmenso abanico de posibilidades; imaginemos: última posesión del encuentro, el equipo que pierde de 1 lleva el balón, faltan 8 segundos para el final, el base cruza el medio campo, se la pasa al tirador y... justo entonces congelamos la imagen y metemos diez minutos de anuncios, con toda la gente ahí expectante ante la pantalla; y luego ya sí, claro, después de haberse aguantado la publicidad ya les ponemos el desenlace, que al fin y al cabo si esto ya lo hacemos (sistemáticamente) en todas las series televisivas, a ver por qué no vamos a poder hacerlo en el baloncesto... ¿En el fútbol? No hombre no, en el fútbol no, por dios, la gente se enfadaría, hasta ahí podíamos llegar...

Llega pues la hora de los mates. Pero antes, conozcamos al jurado... Por cierto, hablando del jurado (o más bien, de lo que rodea al jurado), antes me van a permitir que me ponga un poco tiquismiquis, pejiguera diríamos, tocapelotas incluso... Los miembros del jurado, a la hora de puntuar un mate, tienen la posibilidad de utilizar, además de puntos enteros (los 7, 8, 9 ó 10 de toda la vida), medios puntos: es decir, pueden puntuar ocho y medio, nueve y medio, incluso (en el último mate) diez y medio. Y para ello disponen, además de las tablillas habituales, de otras que se supone que son las que otorgan esos medios puntos, y en las que se lee “05”. No, no 50 sino 05 y da igual que se le dé la vuelta, se lee exactamente lo mismo por ambas caras. De tal manera que si alguien por ejemplo decide puntuar un mate con nueve y medio, lo que se lee no es 9,50 sino 9,05. Que vale, que sí, que nos entendemos, que todos sabemos lo que significa... pero que en mi pueblo 9,05 no es nueve y medio sino nueve con cero cinco, es decir, nueve puntos y cinco centésimas de punto. Y si sumáramos dos puntuaciones de nueve y medio nos debería dar diecinueve, pero 9,05 más 9,05 suman 18,10... ¿No hubiera sido más fácil poner en las tablillas “50”, ó “,5” (es decir, simplemente la coma y el cinco, o el cinco sin coma incluso)? Sí, me dirán que todo esto no es más que una soberana gilipollez (pero no se me quejen ahora, que conste que yo al principio ya se lo advertí), pero qué quieren que les diga: sí, se trata de un detalle nimio, sin importancia ninguna (lo reconozco) pero también, al mismo tiempo, de muy significativa cutrez.

Retomemos el hilo: estábamos conociendo al jurado, compuesto como cada año por Walter Szczerbiak y cuatro más (si bien este año los cuatro más son todos gente de prestigio en el mundo de la canasta, démonos con un canto en los dientes por ello), cuando de repente se escucha un clamor en el pabellón. ¿Qué había pasado? ¿Acaso se había caído una lámpara, acaso habían descubierto al presunto refuerzo Pepu acercándose por fin a la posición de comentarista, acaso había irrumpido Fluvi (mascota de la extinta Expo) sobre el parquet? Pues no, no había ocurrido nada de eso sino algo muchísimo más simple: el concurso de mates acababa de comenzar. Es decir, mientras nosotros comprobábamos en primer plano la evolución del bigote del señor Szczerbiak del año pasado a éste, Pops Mensah-Bonsu (hay que ver, qué impaciente la criatura) se dedicaba ya a machacar el aro sin piedad ninguna. Con razón dirá Arsenio Cañada pocos segundos más tarde que hay que estar muy pendiente de las repeticiones, que en esto de los mates las repeticiones son muy importantes. Ya te digo, sobre todo si no te dejan verlos en directo...

A todo esto el concurso de mates sigue avanzando, mate va mate viene, y poco a poco vamos comprendiendo que el realizador tiene un estilo muy suyo, muy particular en lo que a dar mates se refiere: el realizador, movido por criterios estéticos muy discutibles y por criterios baloncestísticos más bien nulos, parece haber decidido que veamos casi todas las tomas en directo desde la cámara cenital, situada en todo lo alto del pabellón como su propio nombre indica. Un plano cenital que en algún momento de algún partido puede quedar muy aparente, pero que en un concurso de mates nos quita todo el relieve: imposible apreciar la altura del salto, la profundidad, la estética de casi todos los movimientos... Sí, claro, luego veremos dos, tres, hasta cuatro repeticiones que nos mostrarán todos los detalles de pe a pa, y es que un mate puede maravillarte en las repeticiones, pero no sin antes impactarte en el directo. Capacidad de impacto que se nos quedará seriamente mermada si sólo podemos ver los mates desde el cielo.

En un momento dado, Pops Mensah-Bonsu tiene una idea: hará un mate saltando por encima de un operador de cámara (de esos que van con la herramienta a cuestas sobre el parquet) y de su auxiliar, el que le va dirigiendo. Y allá que se sitúan los dos, cámara en ristre, con más miedo que vergüenza, y en éstas que el realizador decide pinchar precisamente esa cámara, vaya por dios: de tal manera que vemos venir como un toro a Mensah-Bonsu, saltar, abrirse de piernas, desaparecer... y medio segundo después escuchamos el lógico griterío en el pabellón, y mientras nosotros seguimos pinchados en esa cámara, contemplando un magnífico plano de la canasta de enfrente, allí al fondo... Que digo yo que un realizador medianamente normal podría haber pensado: ya que éste no va a poner la cámara en posición vertical cuando pase el jugador, dado que ello podría poner en peligro su integridad física y hasta menoscabar su masculinidad (la del jugador, se entiende), está claro que si doy ese plano el mate no se va a ver, así que mejor lo dejo para repeticiones y el directo lo doy con otra cámara... Sí, ya lo sé, que eso ya habría sido pensar mucho, que supongo que pido demasiado. Cuánta razón tenías, Arsenio, qué importantes son las repeticiones en esto de los mates...

Pero se acabaron los concursos, llega ya el partido y con él tiene que llegar ¡¡¡el refuerzo!!! A ver: Arsenio Cañada como siempre impecable en la narración, Fernando Romay en los comentarios técnicos (precioso eufemismo), Virtudes Fernández en las entrevistas, y el juego que comienza y allí que no presentan a nadie, que no aparece nadie más... A estas alturas, hasta el telespectador más ingenuo (o sea, yo) supone ya que Juan Carlos Rivero tal vez oyó campanas, y vaya usted a saber dónde...

Y sí, la gente acabó acudiendo; no en masa, no a rebosar ni a reventar, pero sí en número suficiente para que el Príncipe Felipe acabara teniendo un aspecto más que presentable. Demasiado buen aspecto, en cualquier caso, porque ahora ya vamos sabiendo algunas cosas: por ejemplo que la afición zaragozana, volcada con su equipo hasta el punto de haber arrasado en unos pocos días con todos los abonos disponibles para la Liga, alucinó sin embargo en colores cuando vio los precios fijados por la ACB para esta Supercopa, el más barato de los cuales (el de esos fondos casi siempre vacíos, seguramente) resultó ser de 35 euros (o sea, casi 6.000 pelas de las de antes). O por ejemplo que a esa misma hora, y en el estadio de La Romareda que digo yo que no debe andar muy lejos de allí, se disputa un emocionante choque futbolístico entre el Real Zaragoza y el Real Murcia. Y que ambos eventos no tienen por qué tener necesariamente el mismo público, pero que habrá unos cuantos que sí coincidan, que quieran ir a las dos cosas y se vean en la tesitura de tener que escoger. Y que yo, entre toda una final de la Supercopa y un partido cualquiera de la Liga Adelante, antes Segunda División, desde luego que no tendría ninguna duda, pero yo soy yo (y mis circunstancias), y me temo que en estos temas mi opinión no es ya que no sea mayoritaria, es que no es ni tan siquiera minoritaria, es más bien irrisoria.

Así pues, qué quieren que les diga: vale que se vieron muy buenos momentos de baloncesto; vale que la Supercopa nos dejó un gran Tau, un estupendo Teletovic, un sorprendente McDonald, un fantástico Vidal, un sublime Prigioni; y un gran CAI, y un muy buen Barça, y una Penya plagada de agujeros (bajas, y bajas formas) pero que aún así hizo un digno papel; y un buen concurso de triples y un mejor concurso de mates y todo lo que ustedes quieran, pero con todo y con eso yo sigo aquí con mi desencanto a cuestas; como si la ACB se hubiera empeñado durante todo el fin de semana en transmitir y contagiar a todo dios una permanente sensación de desgana, de apatía, de pura rutina carente por completo de entusiasmo. Como si organizasen la Supercopa por mero compromiso, como procurando que la gente diga joder, ya están éstos otra vez aquí en vez de qué bien, ya están éstos otra vez aquí. Si trataban (entre otras cosas) de generar expectación de cara al inicio de la Liga, a mí lo único que han conseguido provocarme es un considerable bajón.

O quizá no sean ellos, o tal vez seré yo, que no tendré un buen día, que estaré de lunes, qué sé yo. Será el otoño.

lunes, 22 de septiembre de 2008

como si no hubiera pasado el tiempo

Estos últimos días de septiembre, esta rara segunda quincena, siempre a medio camino entre la competición internacional de selecciones y la doméstica de clubes, tiene siempre, aún a pesar de su aparente vacío, unas cuantas fechas marcadas en rojo en nuestro calendario. Por ejemplo el llamado Torneo de la Comunidad de Madrid, para aquellos que vivimos en dicha Comunidad. O por ejemplo la Lliga Catalana, para quienes viven en Cataluña o para quienes, aún a seiscientos kilómetros de distancia, podemos acceder a su televisión a través del dial 93 de Digital +.

Dos competiciones que así al principio parecen lo mismo, pero que (al menos en mi consideración) no lo son, en absoluto. El Torneo de la Comunidad de Madrid, aún a pesar de su aparente oficialidad, no consigue quitarse de encima cierta apariencia de mero trofeo veraniego, quizás agravada por el hecho de que se disputa en formato triangular, a modo de liguilla, en fechas más o menos separadas en el tiempo, en canchas más o menos pequeñas ubicadas en localidades más o menos alejadas de la capital. En cambio la Lliga Catalana, que en principio podría parecer tres cuartos de lo mismo, transmite desde el primer momento una absoluta sensación de competición oficial, y ello aún a pesar de que de lliga (o al menos de lo que nosotros solemos entender por liga, es decir, algo así como el enfrentamiento de todos contra todos) tenga más bien poco, de que sea más bien en formato de copa, de semifinales y final... Pero da igual: basta ver con qué solemnidad todos los protagonistas (catalanes o no) escuchan Els Segadors, antes del comienzo de la final, para darnos cuenta de que nos disponemos a asistir a un acontecimiento realmente importante...

Aunque el pronóstico previo a dicho acontecimiento pareciera empeñado en desmentir la trascendencia y la grandeza del mismo. Escenario el mismísimo Palau Blaugrana, la casa de un Barça que resulta ser (no podía ser de otra manera) uno de los finalistas. El mismo Barça imponente de toda la pretemporada, el mismo Barça plagado de fichajes de relumbrón, el mismo Barça que presume legítimamente de poseer una de las mejores plantillas de Europa. Un Barça que tan solo presenta la baja de Ilyasova (ya de vuelta del preeuropeo, pero aún no incorporado al equipo), frente a un DKV Joventut privado de media columna vertebral: sin Ricky Rubio, convertido ya, a sus (aún) diecisiete años, en referencia principal, en faro y guía de este equipo; sin Pops Mensah-Bonsu, el que en una sola noche cambió el destino del Granada y que ahora tendrá un año entero para reafirmarse como el principal fichaje de esta Penya; sin el aún desconocido (pero no por ello menos importante) Luka Bogdanovic... Una Penya así, plagada de caras nuevas e imberbes yogurines, parece carne de cañón, y tanto da que empiece ganando, que comience jugando como los ángeles: en el fondo todos estamos convencidos de que es sólo cuestión de tiempo, de que en un momento dado el Barça dará un puñetazo en la mesa, dirá hasta aquí hemos llegado y hará valer su supuestamente evidente superioridad. Y sin embargo...

Y sin embargo pasaron cinco minutos que luego fueron diez, y luego veinte, y más tarde treinta, y finalmente resultó que ya no había vuelta de hoja, que aquello ya no tenía vuelta atrás, que aquella seguía siendo la misma Penya de siempre, como si no tuviera bajas, como si Aíto aún ocupara su banquillo, como si Rudy aún estuviera sobre la cancha en vez de sobre la grada, allí en primera fila, disfrutando de sus últimas horas en Barcelona antes de emprender (de hecho lo habrá emprendido ya, esta pasada madrugada) viaje hacia lo desconocido (o sea, hacia Portland); como si no se hubiesen producido cambios, como si todo siguiese exactamente igual que estaba hace cuatro meses, como si no hubiera pasado el tiempo.

O dicho de otra manera: la Penya sigue siendo una gozada, verles jugar sigue siendo gloria bendita de principio a fin. Y no importa que no esté Aíto porque está Sito (al fin y al cabo sólo cambia una letra), cuya cara de chico tímido esconde o parece esconder toda una enciclopedia del baloncesto en su interior. Un Sito Alonso cuya zona 2-3 (muy activa, muy móvil, muy trabajada, muy bien hecha) se basta y se sobra para descuajaringar de un plumazo todo el entramado ofensivo blaugrana. Un Sito Alonso que parece ser algo más, mucho más que un mero alumno aventajado. Algunos ya lo sospechábamos.

Y no importa que no esté Rudy, al menos esta vez no importó porque le han puesto una réplica llamada Bracey Wright, ayer idéntico (en sus muchos aciertos, y también en sus errores) a aquél que un día conocí en los Hoosiers de la Universidad de Indiana. Y tampoco importa que aún no haya llegado Mensah-Bonsu porque está Jasaitis: sí, el mismo Simas Jasaitis que un día no lejano nos deslumbró en el Lietuvos Rytas, que luego se nos fue diluyendo en el Maccabi, que acabó desapareciendo en el Tau (tal vez, después de tantos años, víctima de una sobredosis de Spahija), que reapareció tímidamente en los pasados Juegos Olímpicos (cualquiera que viera la que nos lió en semifinales puede dar fe de su reaparición) y que ahora, ya plenamente desintoxicado, emerge de nuevo como la estrella que siempre pensamos que era: alternando (por necesidades del guión) su puesto de tres con el de cuatro, ayudando en todo, reboteando aquí y allá, clavando triple tras triple en las mismas narices de cada defensor... Si sigue así, en Vitoria no tardarán en preguntarse si éste es el mismo jugador que tuvieron durante todo un año pelándose el culo en el banquillo.

Y ni siquiera importa que no esté Ricky porque está, sigue estando Demond Mallet. El primo pequeño de Shaquille O’Neal (cabría un Mallet entero en cada pierna de Shaq), aún más pequeño incluso si lo comparamos con el de enfrente, con un ya de por sí pequeño Andre Barret, pero que ayer, en casa del vecino, ante el mejor rival posible decidió hacerse grande, muy grande: triple va, triple viene, algunos muy difíciles, otros sencillamente imposibles y todo ello envuelto por una especie de halo de infalibilidad, como si estuviese tocado por la gracia divina, como si no pudiese fallar pasara lo que pasara. Quizá las ausencias le hicieran sentirse más protagonista que de costumbre; quizás eso, sentirse protagonista, sea lo único que este jugador necesite para sentirse plenamente feliz sobre una cancha de baloncesto.

Pero a una maquinaria bien engrasada no le basta sólo con algunas piezas, las necesita todas: piezas ya curtidas como Laviña, Jagla o Sonseca, o más nuevas como Pau Ribas o Henk Norel (ojo con este chico, que está para liarla a poco que le den minutos), todas ellas funcionando a pleno rendimiento. Y sin olvidarnos de esas pequeñas incursiones de futuro (aún más) verdinegro, de las fugaces (pero intensas) apariciones de Pere Tomás durante la final, o antes de Franch y Eyenga...

¿Y el Barça? Bien, gracias. El Barça (que este año por esa cosa de los patrocinios se llama Regal Barça, así que los duelos Madrid-Barça bien podrían ser llamados Real-Regal, que queda muy propio) bien, pero bien a secas. Bien porque en tan buen partido estaría feo decir que uno de los dos contendientes estuvo mal. Bien sin excesos, el típico bien de pretemporada, ése que todos sabemos que ahora carece por completo de importancia, que nada tendrá que ver este momento con tantos (presumiblemente buenos) momentos posteriores. Bien con matices porque bien, lo que se dice bien, estuvo Navarro (pero de más a menos), estuvo Grimau (una vez más el clavo ardiendo al que agarrarse cuando las cosas no funcionan) y estuvo, sobre todo, por encima de todos, Fran Vázquez: sin apenas equivocarse, sin regalar faltas innecesarias, reboteando todo lo habido y por haber, metiéndolas de dentro y de fuera, de todos los colores. Dejando salir toda esa clase que se le supone, y que esperemos que esta vez ya no sea flor de un día. Que dure. ¿Los demás? Sí, se supone que allí estuvieron, que también anduvieron por allí. Muy poco más por ahora.

En suma: un muy buen partido, un gran espectáculo, una verdadera delicia. A la que contribuyó, un año más, la Televisió de Catalunya. Es ésta la única vez en todo el año que puedo ver baloncesto a través de su señal internacional, que luego ni dará ACB (como suele hacer, por ejemplo, Andalucía TV) ni competición europea alguna (como solía hacer, por ejemplo, la Televisión Canaria); pero siempre salgo encantado de esta única cita anual: evidentemente no es mi idioma, ni siquiera lo hablo en la intimidad como algún otro, acaso entienda apenas el cincuenta por ciento de lo que escucho. Y con eso me resulta más que suficiente para apreciar el buen trabajo de Rovirosa, Solozábal y compañía, el gusto que destilan por este deporte, la pasión que le ponen, la sensibilidad con que lo tratan.

Claro, usted tal vez piense que exagero, y no lo niego, quizá tenga razón. Pero entienda que yo llegué a este partido justo después del tenis, es decir, justo después de apreciar en toda su magnitud la portentosa elocuencia de ese Nacho Calvo cuya ausencia de nuestro deporte nunca agradeceremos lo bastante. Nacho, debieron decirle, que como el tenis es en Las Ventas metas algún símil taurino de vez en cuando, y él, ni corto ni perezoso, verónica, media verónica, derechazo, manoletina, pase de pecho, qué gran faena, faena de aliño, no hay quinto malo, un toro bravo (ése era Roddick), se crece con el castigo, ha clavado el estoque, estocada hasta la empuñadura, vuelta al ruedo, salir por la puerta grande y tantos otros que a estas alturas ya habré olvidado, tantos que hasta parecía que no era a Nadal sino a ese tal José Tomás a quien estábamos viendo (de tantas veces como lo nombró), tantos como para acabar contagiando a su compañero Arseni Pérez e incluso al pobre Alex Corretja, el único que ponía allí algo de tenis de vez en cuando...

Así que claro, comprenderá usted que yo llegara a la Lliga Catalana presto para entusiasmarme con cualquier cosita... Entusiasmarme, sencillamente, con ver baloncesto bien realizado, bien contado y bien tratado; con poder escuchar los tiempos muertos y que éstos, incluso, se oigan; qué digo se oigan: que hasta se entiendan (y ello en ambos banquillos, por increíble que parezca); y hasta con tener micrófonos en las solapas de dos de los tres árbitros del encuentro (uno de ellos Alzuria, en su despedida del arbitraje), que no es que sea algo nuevo, que ya lo había hecho (por ejemplo) laSexta en los amistosos de la selección, pero que ésta es casi la primera vez (y el casi lo pongo por curarme en salud) que se hace en partido oficial, que hasta escuchamos en primer plano sus discusiones con Laviña, Pascual o Sito Alonso, que hasta escuchamos de primera mano como se ha de interpretar la nueva regla de los codos: si hay contacto es antideportiva, si no lo hay es técnica, y poco importa que en este caso se hayan equivocado, que interpreten como sacada de brazos un mero giro del torso de Jagla: sabemos qué pitaron, y sobre todo sabemos por qué lo pitaron. Ojalá pudiera cundir el ejemplo.

En resumidas cuentas: un soplo de aire fresco, un estupendo oasis en medio del desierto (en términos baloncestísticos) de mediados/finales de septiembre. Una fiesta que de algún modo tendrá continuidad en breve: ambos equipos se volverán a enfrentar en la primera jornada de la ACB, el domingo 5 de octubre, cita a la que llegará el Barça rumiando venganza por lo ocurrido ayer... o tal vez no porque es probable que se encuentren incluso antes, quizás este mismo sábado 27 en la final de la Supercopa. Puede que acaben jugando tres partidos en apenas quince días, que empiecen la Liga estando ya hasta las narices los unos de los otros...

Pero a nosotros, que nos quiten lo bailao. Como a esa Penya, ese DKV Joventut que, en contra de todos los pronósticos, tiene ya en sus vitrinas el primer título oficial de la temporada: que sigue ganando, que sigue maravillando, que sigue jugando que te cagas al baloncesto, exactamente igual que lo hacía hace cuatro, seis u ocho meses; como si no se hubiera ido nadie, como si todo siguiera igual, como si no hubiera pasado el tiempo.

domingo, 31 de agosto de 2008

la riquirrubina

Hace ya unos cuantos años, el cantante dominicano (y gran amante de este deporte, por cierto) Juan Luis Guerra popularizó un tema dedicado a cierta sustancia corporal llamada bilirrubina, nada más y nada menos. Dado que el saber no ocupa lugar permítame que, aunque me consta que usted sabe perfectamente qué es y en qué consiste dicha sustancia, le recuerde someramente que, según la Wikipedia (no se me quejará de labor de investigación), la bilirrubina es un pigmento biliar de color amarillo anaranjado que resulta de la degradación de la hemoglobina; esta biomolécula se forma cuando el eritrocito desaparece del aparato circulatorio por su extrema fragilidad, aproximadamente cuando ha alcanzado la plenitud de su vida; su membrana celular se rompe y la hemoglobina liberada es fagocitada por los macrófagos tisulares del organismo, sobre todo los macrófagos del bazo, hígado y médula ósea (...) Los macrófagos de los tejidos transportan la porfirina de la hemoglobina en bilirrubina que viaja unida a la albúmina sérica (proteína transportadora) por el torrente sanguíneo al hígado, donde se separan y la bilirrubina se secreta por la bilis y se degrada... Todo lo cual está muy bien y es muy instructivo, pero digamos que Juan Luis Guerra le dio un sentido mucho más romántico a la par que lúdico, algo así como que me sube la bilirrubina, cuando te miro y no me miras, y no lo quita la aspirina, no, suero con penicilina, aaaaay, me sube la bilirrubina... (más o menos, que tampoco es que esté yo muy ducho en asuntos salseros).

Vamos, que bilirrubina viene (al menos la primera parte de su nombre) de bilis. Una pena, porque uno podría tener la fantasía de que hubiera sido descubierta en su día por algún investigador llamado precisamente Billy Rubio, de quien habría tomado su denominación... Nada más lejos de la realidad, al parecer.

Pero ustedes, de natural gente amable y comprensiva (cómo no van a ser comprensivos si están leyendo toda esta sarta de tonterías) me permitirán que yo les hable de otra sustancia infinitamente más desconocida que la anterior, una sustancia que no figura en la Wikipedia, que por increíble que parezca si googleamos su nombre aún no encontraremos ni una sola referencia siquiera. Una sustancia que, al contrario de la anterior, sí debe su denominación a la persona que la descubrió y nos la descubre cada día, y que la segrega y la expulsa y contagia con ella a todos los que están a su alrededor. Una sustancia que a partir de ahora llamaremos rickyrrubina, o, si se prefiere para facilitar su lectura en castellano, sencillamente riquirrubina.

¿Cómo podríamos definir la riquirrubina? Por ejemplo: dícese de la reacción química que experimenta todo jugador, entrenador o mero aficionado al baloncesto justo en el preciso instante en que Ricky Rubio salta a la cancha y comienza a presionar al base del equipo rival. O bien: llámase así igualmente a una sustancia aparentemente imperceptible que segrega el susodicho jugador y que provoca un efecto inmediato sobre propios y extraños, resultando enormemente benéfica en los propios y sumamente perjudicial en los extraños.

Ciertamente dicha sustancia no había sido formulada hasta la fecha, si bien no podremos decir que haya sido descubierta precisamente ahora. De hecho sus primeros síntomas aparecieron en la ciudad de Sevilla durante los primeros meses del año 2004, mientras allí se disputaba una extraña competición infantil denominada Minicopa. Aunque la manifestación definitiva de su existencia se produjo apenas año y medio más tarde, en los comienzos del otoño de 2005, durante la disputa de la Lliga Catalana y de las primeras jornadas de la ACB. Y a partir de aquel momento su expansión resultó ya imparable: en apenas un año se había extendido por todo el país, en apenas dos años había contagiado a todo el continente, en apenas tres ha terminado por epatar a todo el planeta.

Dicha sustancia no ha podido aún ser sintetizada en laboratorio alguno, por lo que resulta particularmente difícil definir sus características. No es fácil decir cómo es, es mucho más sencillo decir qué no es: no es inodora ni incolora ni aún menos insípida, y ello aún a pesar de su aparente imperceptibilidad. No es incolora porque tiene color (obviedad), el cual de otoño a primavera suele ser verde penya, si bien cada verano acostumbra a mutar a rojo selección. No es inodora porque huele (otra obviedad), si bien preguntarse a qué huele sería como preguntarse a qué huelen las nubes (por ejemplo). Y sin embargo podemos conjeturar que muy probablemente huela a sudor, a intensidad, a adrenalina en estado puro (y no me venga usted ahora con que la adrenalina no huele, por favor, permítame la licencia). Y en ningún caso es insípida porque tiene sabor (última obviedad), ese sabor del baloncesto bien jugado atrás y adelante, el de la sensatez unida a la brillantez, el del equilibrio junto a la chispa, el de todo lo que hace bello a este maravilloso deporte.

En cualquier caso hoy sabemos que se trata de una sustancia sujeta a previsibles mutaciones, especialmente en todo lo relativo a su color. Hoy, como quedó dicho, es verde (y negra) durante la mayor parte del año pero parece haber suficientes indicios de que no siempre va a ser así. En apenas un año, tal vez dos, la riquirrubina previsiblemente cruzará el charco y se extenderá por esos Estados Unidos de América que al parecer ya la esperan con los brazos abiertos. Y para saberlo no hace falta ser científico, no es necesario hacer prospección alguna, basta con acudir a las fuentes del saber, que en este caso serían las webs dedicadas a adivinar (o intentarlo, al menos) cómo serán los próximos drafts. Es decir, podemos consultar (insisto, no se me quejarán ustedes de labor de investigación) por ejemplo draftexpress.com, que no se para en barras y sitúa a Ricky Rubio como número uno del próximo draft, éste de 2009 nada menos. Nbadraft.net no se tira tan claramente a la piscina: no le sitúa en 2009 sino en 2010 y concretamente en su número 2, sólo por detrás de un reputadísimo chaval de instituto llamado John Wall (Juan Muro, si hubiese nacido a este lado del Atlántico). Basketdraft.com también lo lleva al 2010 pero para situarlo en el mismísimo número 1 de dicha promoción, por delante del susodicho Wall… y así sucesivamente. Sí, vale, su año para ser drafteado de serie sería 2012, pero podría presentarse ya el próximo… y probablemente no lo haga en 2009, pero será muy difícil que nuestra riquirrubina no viaje definitivamente a USA allá por el verano de 2010.

Pero no se me inquiete, no en exceso al menos. Tal vez en apenas dos años perderemos la riquirrubina verde, pero aún podremos disfrutar durante muchos otros veranos de la otra versión, la de coloración roja. En este sentido sencillamente produce vértigo ponerse a imaginar, echar la vista hacia delante, contar de cuatro en cuatro y soñar los sueños que aún nos quedan: contar que en Londres 2012 aún tendrá 21 años, edad con la que muy probablemente aún seguirá siendo el más joven de esa selección (de hecho, de haber tenido hoy esa edad aún habría seguido siendo el más joven de esta selección de Pekín); que en (pongamos, supongamos) Chicago 2016 (Madrid es demasiado sueño como para hacerse realidad) aún tendrá 25 años; que en (sigamos suponiendo) París 2020 tendrá la óptima edad de 29 años; y que incluso en Sabediosdónde 2024 estará todavía en los 33, aún a falta de dos o tres meses para cumplir los 34. Es decir que, siempre y cuando nuestra selección se clasifique (nunca demos nada por supuesto), él podría completar un perfecto repóker de cinco participaciones olímpicas al máximo nivel (y de Mundiales y Europeos ya ni hablemos). Lo dicho, produce vértigo sólo pensarlo…

Pero produce aún más vértigo pensar en lo que puede suceder allá en USA, a partir de ese mismo momento en que se nos vaya. No lo diré yo, dejaré que lo diga un tal Jason Kidd, que en estos días pasados afirmaba, en frase típicamente norteamericana, que sólo el cielo es el límite de Ricky Rubio. Y él lo sabe bien. Él, que ha sido uno de los mejores bases de la NBA en estas últimas dos décadas; él, que ha convertido el triple-doble en pura rutina, experimentó en sus propias carnes los efectos de la riquirrubina durante la histórica final de Pekín, tan maravillosa que aún me estremezco al recordarla y hasta me tiemblan los dedos al teclear. Él, que le dobla la edad, que hasta podría ser su padre, que ya jugaba en NCAA cuando Ricky aún iba a la guardería, que ya jugaba en NBA cuando Ricky aún estaba en preescolar, tuvo que ver cómo aquel imberbe chaval de El Masnou se la liaba una y otra vez, atrás y adelante… Probablemente nunca Jason Kidd se haya sentido tan viejo sobre una cancha como se sintió el pasado domingo 24 de agosto.

Pero es que la riquirrubina es también eso: es descaro, picardía, atrevimiento, es faltar al respeto a tus mayores, a esos mismos mayores cuyos pósters probablemente aún empapelen las paredes de tu habitación. Es decisión, la que le permite meter la mano donde nadie más la mete, cortar ese pase al que nadie más llega, es tirarse ese triple aún reconociéndose no ser (aún) buen tirador, pero con la certeza de que es precisamente ése y no otro el que tiene que meter. Es, sobre todo, inteligencia, la que le lleva a bajar con el pecho un balón a falta de 28 segundos para sólo empezar a jugarlo a falta de 24 para que el reloj de posesión coincida con el de partido, para no dejar posesión al rival rompiendo así los esquemas de propios y extraños, de los que tendrían que saberse el reglamento y hasta de los que supuestamente se lo saben; suprema inteligencia para saber dónde hay qué estar, cuándo hay que hacer una cosa o la contraria, como y por qué tomar una determinada decisión, precisamente esa decisión y no otra…

En apenas un par de meses Ricky Rubio tendrá dieciocho años. Podrá ya votar, podrá sacarse el carnet de conducir, podrá hacer toda clase de trámites administrativos sin necesitar la autorización de su progenitor, podrá ya legalmente salir de copas o tomarse unas cañas con los colegas si ese es su deseo… Y todo ello le sucederá apenas dos meses después de haber logrado algo que algunos privilegiados tardan media vida en lograr, algo que la inmensa mayoría de deportistas no conseguirá jamás durante toda su carrera: una medalla olímpica, de oro por más señas, si bien se la dieron (a él y a todos sus compañeros) bañada en plata por aquello del qué dirán… Sí, en dos meses Ricky será mayor de edad y sin embargo algunos, todos aquellos que padecemos los efectos (sumamente benéficos, en nuestro caso) de su riquirrubina, hace ya mucho tiempo que le vemos así, de hecho jamás le hemos visto de ninguna otra manera. Ricky Rubio ejerce como mayor de edad desde hace ya unos cuantos años, por más que su DNI se empeñe en querer demostrarnos lo contrario.

Todo eso y mucho más es la riquirrubina, ésa que, como diría (más o menos) Juan Luis Guerra, se nos sube cuando le miramos y él no nos mira, es decir, todas y cada una de las veces en que le vemos jugar. Esa sustancia sólo aparentemente formulada, apenas descubierta y sin embargo aún por descubrir, por contradictorio que ello parezca. Porque eso es lo más maravilloso: con ser extraordinarios sus efectos conocidos, resulta todavía mucho más extraordinario imaginar cuántos efectos aún nos quedarán por conocer. Sigamos soñando.