miércoles, 30 de enero de 2008

Destroyer


14 ene 2008

Definitivamente, es mi ídolo. Y es curioso, nunca lo fue durante su época de jugador, aún a pesar de lo bueno que era el tío. Yo admiraba profundamente su juego, cómo no, pero secretamente yo era más de Dumars, su inolvidable compañero en el perímetro en aquellos irreductibles Pistones de Detroit.

Dumars era mi preferido, Thomas era... otra cosa. Thomas, de nombre Isiah, era un tipo que jugaba como los ángeles y que además poseía una incomparable cara de buena persona. El espejo del alma, dicen, pero él, así dentro como fuera de las canchas, se empeñaba en desmentirlo, en demostrarnos que tras su beatífico gesto probablemente se escondía el más bad de todos aquellos boys.

Un día se retiró (es ley de vida), puso fin a su carrera de jugador e inauguró otra nueva que, sospechábamos, jamás podría parecerse a la anterior. Qué equivocados estábamos. Con ser grande la huella que dejó sobre las canchas, ésta jamás podrá compararse con su inabarcable trayectoria fuera de las canchas.

Para empezar, Toronto. Cuelgas las botas y tu primer trabajo es ser el responsable de operaciones de toda una franquicia NBA, así, sin pasos previos, sin procesos de aprendizaje; es lo que yo digo, para qué empezar de botones pudiendo empezar de presidente... Apenas unos meses más tarde, dieciocho mil operaciones fallidas después, los propietarios de la franquicia canadiense le agradecieron sus servicios y le enseñaron la puerta de salida, cuidándose mucho de poner los medios para que nunca encontrara el camino de regreso. Quién iba a imaginar que aquello sólo fuera el principio...

Siguiente parada: la CBA. O sea, esa liga menor que aquí solemos denominar “Comercial”, como si la letra C no pudiera significar cualquier otra cosa. Hacia el final del segundo milenio la CBA era una liga en crisis, que (se supone que) recurrió a Isiah Thomas no por su experiencia como gestor (cero) sino por su repercusión mediática, tal vez para ver si de este modo lograban levantar tan alicaída competición... Pocos meses después, Isiah Thomas efectivamente había acabado con la crisis; y con la CBA. Había cogido una liga levemente enferma; la dejó literalmente muerta.

Vale, sí, los despachos no parecían ser lo suyo pero quién sabe, tal vez los banquillos... Al mando de Larry Bird, los Pacers de Indiana venían de completar un magnífico trienio culminado con su primera presencia (y única, hasta ahora) en una final NBA. Pero justo en este punto el Pajarraco decidió que ya estaba bien, que aquello no era para él, que a ver qué necesidad tenía él de poner en peligro su salud cuando podía vivir mucho mejor con bastante menos presión. Así que se subió al despacho y entregó las riendas del equipo a Isiah Thomas, que no es que tuviera mucha experiencia como entrenador (cero), pero en quien se supone que vieron... ¿qué sé yo qué demonios vieron?

Y así, nuestro protagonista se convirtió de repente en Isiah “Palos de Ciego” Thomas. Le habían entregado un equipo hecho y derecho, un conjunto en plenitud y él, que no tendría por qué haber tocado nada, se entregó de inmediato a la tarea de destruirlo. Hoy pongo a éstos, mañana pruebo con éstos otros, la semana que viene con aquellos, la otra con los de más allá... Por un momento pareció que podría conseguir una gesta histórica, la de no repetir quinteto jamás, la de alinear 82 cincos titulares distintos en una misma temporada regular. ¿Imposible? De repente aquello que habíamos dado tantos años antes en el colegio, lo de las variaciones, permutaciones y combinaciones, recuperaba todo su sentido: doce elementos (o quince, según), tomados de cinco en cinco, dan como resultado equis combinaciones titulares posibles. Por descabelladas que éstas puedan parecer.

Aquello no estuvo nada mal, de hecho a día de hoy los Pacers todavía intentan recuperarse de aquel tumulto, todavía recogen los frutos de aquella siembra (y de la de Carlisle, si bien en este caso por razones radicalmente distintas). Ya salió de Indianápolis definitivamente convertido en Isiah “Destroyer” Thomas: todo lo que toca se convierte en... (no, no precisamente en oro, más bien al contrario; rellenen ustedes los puntos suspensivos –y así hacen algo- añadiendo el sustantivo que mejor les parezca; yo tengo uno en mente, desde luego, pero es que no quedaría muy elegante el texto si lo pongo).

Tras esta experiencia sus días vinculados a este deporte (fuese de lo que fuese) parecían acabados, con semejante currículum quién iba a osar contratarle otra vez... En estos casos (y otros similares) solía decir mi abuela que siempre hay un roto para un descosido. Qué razón tenía la pobre mujer.

El roto eran los Knicks. Los Knickerbockers de Nueva York, una de las instituciones deportivas más publicitadas y cinematografiadas del planeta, con sede además en uno de los templos deportivos más afamados y míticos de dicho planeta. Esos Knicks cuyo prestigio deportivo siempre había ido muy por detrás del mediático, pero que al menos podían añorar un par de títulos, unas pocas finales, un montón de años en la élite de la Liga. No corrían buenos tiempos sin embargo, no parecía fácil levantar cabeza, tal vez hacía falta un revulsivo... ¿Un revulsivo?

Recuerdo que el día en que se anunció el fichaje de Isiah Thomas como nuevo responsable de operaciones (o como se llamara el cargo) de los Knicks, pensé que aquél sería el final de dicha institución, que probablemente muy pronto asistiríamos a la desaparición definitiva de una de las más emblemáticas franquicias de la NBA. Y claro, al mismo tiempo pensé que exageraba, que tampoco tenía por qué ser siempre así, que aquello no podía ser para tanto...

Como siempre, como un molinillo: fue llegar y empezar a agitar las aguas a su alrededor, una operación tras otra hasta poner del revés a las tres cuartas partes de su equipo. Él se había encontrado una panda de jugadores desmotivados, y antes de que nos diéramos cuenta la había sustituido por una inmensa colección de egos absolutamente imposibles de motivar. Consiguió juntar bajo el mismo techo a los jugadores más egocéntricos de la Liga y, en una penúltima vuelta de tuerca genial, designó para entrenarlos al técnico más enemigo de egocentrismos que podía encontrarse en toda la Liga. El rosario de la aurora era una tontería en comparación con la forma en que aquello acabó.

Así que nada, echamos a Larry Brown, paguémosle lo que tenía que cobrar e indemnicémosle además hasta el hartazgo, al fin y al cabo qué más da, si ya estamos quintuplicando el tope salarial pagando sueldos delirantes a nuestros jugadores de medio pelo, total por unos cuantos millones y millones de dólares más que le demos a este señor por estar en su casa viendo cómo perdemos, ya ves tú, qué importancia tiene, será por dinero... Y cómo no, recurramos a la socorrida estrategia de quítate tú para ponerme yo, si ya era el amo en los despachos ahora lo seré también en los banquillos, que al fin y al cabo ya he demostrado sobradamente mi incompetencia en ambos campos por separado, pero aún nadie sabe de lo que puedo ser capaz en ambos campos a la vez...

Pasado un tiempo prudencial, bien podemos afirmar que si los Knicks de Nueva York aún no han desaparecido es porque tienen aún el respaldo de una gran masa social y de un inmenso poderío económico. Porque por él no ha quedado, desde luego, él ha seguido haciendo todo lo que estaba en su mano: operaciones descabelladas (los Blazers jamás le agradecerán lo suficiente haberles librado de Randolph, el enésimo ego para su colección), alineaciones delirantes y hasta comportamientos obscenos, como ese ya nada presunto acoso sexual cuyo castigo, por increíble que parezca, tampoco cayó sobre él sino sobre la franquicia, faltaría más.

Sus hitos apenas tienen precedentes en la historia del baloncesto mundial. Ha conseguido provocar manifestaciones en las calles pidiendo su cese, ha conseguido que sus superiores ordenen la expulsión del sacrosanto Madison Square Garden para aquellos aficionados (de pago, por supuesto) que se signifiquen o extralimiten en sus protestas, ha puesto a media Capital del Mundo del revés, ha conseguido que la franquicia con mayor seguimiento mediático de toda la NBA, que una de las instituciones deportivas más publicitadas del planeta Tierra sea ahora la comidilla, el hazmerreír de media humanidad.

Hubo un tiempo en que teníamos Knicks hasta en la sopa, no pasaba una semana sin que les televisaran un par de partidos. Ahora no, ahora afortunadamente les vemos de pascuas a ramos, de ciento al viento. El otro día les vimos, sin embargo, contra los Raptors de Calderón (si no de qué): los Raptors no están bien, no atraviesan su mejor momento, no pasan por su mejor forma; sin embargo, qué duda cabe, son un equipo. Los Knicks no; los Knicks son una banda. Y no lo disimulan ni en la cancha ni en el banquillo (con ese Randolph diciéndole de todo al protagonista de nuestra historia, por el mero hecho de sustituirle). Si las cosas son así de cara al público, no quiero ya ni pensar cómo serán tras las puertas cerradas de su vestuario. [Todo lo cual no significa que no puedan ganar algún partido muy de vez en cuando; por ejemplo la pasada madrugada, precisamente contra los Pistons, probablemente con la única intención de estropearme el artículo]

Lo dicho, es mi ídolo, yo de mayor quiero ser como él (o mejor aún, yo quiero ser como Mark Aguirre, su amigo del alma, ése al que metió en los Pistons a costa de echar a Dantley, ése al que luego ha ido colocando de una u otra manera en todos aquellos sitios por los que ha pasado). Él ha conseguido subvertir uno de los principios más sacrosantos de cualquier organización, el afamado Principio de Peter según el cual todo individuo avanza en el escalafón hasta que alcanza eso que llamaríamos nivel de incompetencia. Él no. Él hace tiempo ya que alcanzó y rebasó con creces dicho nivel, y sin embargo sigue avanzando, y avanzando, y avanzando...

Sabedios dónde estará su techo. Quién sabe si algún día no le veremos de Comisionado de la NBA (que al fin y al cabo experiencia ya tiene, si ya lo fue de la CBA), poniendo todos los medios a su alcance para acabar con la competición deportiva más pujante y boyante sobre la faz de la Tierra. Quién sabe si algún día no le veremos incluso de Presidente de los Estados Unidos de América (cosas aún peores se han votado), dejando pequeños a algunos antecesores suyos de cuyo nombre no quiero acordarme, poniendo en grave peligro (aún más, si cabe) la paz mundial. Quién sabe hasta dónde podrá llegar...

Así que bien pensado, señor Dolan, casi mejor no le cese, háganos usted ese inmenso favor. Que él siga jugando a su antojo con sus Knicks, para que de esta manera el resto de la humanidad pueda respirar tranquilo. Y sobre todo, que los aficionados de la Gran Manzana piensen que no, que él no les está robando el espectáculo, por la sencilla razón de que él, y sólo él, es el espectáculo. Él, Isiah "Destroyer" Thomas, uno de los mejores bases de la historia de este deporte, una de las personalidades más inquietantes de la historia del deporte.


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