viernes, 29 de febrero de 2008

Equipo Fantasía

Solía decir mi padre, en aquellos escasos momentos en que le daba por filosofar, que el hombre es un animal de costumbres. No, no es que la frase fuera suya precisamente, ni que su capacidad filosófica diera mucho de sí, pero estaremos de acuerdo en que no le faltaba razón. Yo, por ejemplo, lo soy: animal (sobre todo) y de costumbres, también.

El pasado sábado, por ejemplo: como tantos otros sábados, puse a grabar el partido de ACB, en esta ocasión un Granada-Real Madrid. Hora de comienzo: las 19:45, no vaya a ser que hoy precisamente recuperen la sana costumbre de hacer un buen previo. Hora de finalización: las 23:00, como siempre, no vaya a ser que haya cinco o seis prórrogas, que se rompa un tablero o se vaya la luz, que ya decía mi abuela que hombre prevenido vale por dos, y que más vale prevenir que curar (ay que ver, qué familia tan refranera). Canal: pues La2, por supuesto, cuál si no…

Así que cuando, ya bien pasadas las 21:30, aterricé de nuevo por el salón de mi casa y fui a hacer la típica comprobación rutinaria, el sonido quitado para no enterarme de cómo van, la mirada apenas de soslayo para no ver el resultado, y el rabillo del ojo no me mostró partido alguno sino una especie de documental, entonces de repente comprendí: la había cagado. Y claro, de inmediato la frustración dio paso al autoreproche, si es que estoy tonto, a ver si no sé de sobra que cuando juega el Madrid lo da Telemadrid, si lo habré pensado mil veces, si hasta habré escrito sobre ello (incluso en este mismo lugar), si es que vaya cabeza que tengo, si es que vaya pedazo de animal (de costumbres)…

Claro, llegados a este punto ustedes (si los hubiere) se preguntarán por qué les cuento mi vida. Pues porque al hilo de todo esto me ha surgido una reflexión (cosa harto infrecuente): a veces necesitamos que algo nos falte, a veces necesitamos echar de menos algunas cosas para poder apreciarlas en su justa medida. Cosas con las que convivimos sin apenas darnos cuenta, cosas que sólo valoramos justo ese día en que de repente dejan de funcionar, dejan de estar a nuestro lado. Cosas tan cotidianas como el frigorífico, la cafetera o la caldera del gas, o (ustedes me permitirán la absurda comparación) cosas tan poco cotidianas como nuestro fiel equipo de comentaristas de La2.

No, no llego a esta presunta reflexión por algo tan tonto como haberme perdido (casi) un partido, que al fin y al cabo la trascendencia del hecho no da para tanto. Llego a esta especie de reflexión por la pérdida (por llamarlo de algún modo) que siento cuando el partido se va a Telemadrid, cuando son otros los que me lo cuentan, cuando no está mi Equipo Fantasía.

(Como ya sabrán, esta denominación de Equipo Fantasía no es mía; la tomo prestada del habitual conductor del contenedor deportivo de los sábados, ahora denominado Teledeporte 2; el susodicho conductor, que si la memoria no me traiciona en exceso responde al nombre de Juan Carlos Rivero, ha utilizado ya esta fórmula más de una vez, y más de dos, para dar paso a sus compañeros desplazados al partido de la ACB)

Y no es que tenga nada en contra de las buenas gentes que hacen ACB en Telemadrid, que, afortunadamente para ellos (y para nosotros) en nada se parecen a los terribles Siro y Chechu del Madrid y su Euroliga, en absoluto, más bien al contrario: Felipe Galán es tirando a sobrio pero conoce el terreno que pisa y sabe de lo que habla, su analista de turno (así sea Toñín Llorente, Indio Díaz o José Miguel Antúnez) no aporta en exceso pero sí lo suficiente (con el ligero partidismo que se espera de cualquier autonómica, sin el fanatismo con que nos desespera su colega de cada jueves), el tal Manu Martín cumple perfectamente con su cometido, el tal Vaquerizo es un poco irritante pero qué le vamos a hacer, no se puede tener todo en esta vida... El resultado final podría estar mejor, pero al fin y al cabo no está nada mal (o será que ya nos conformamos con poco). No, en este caso no es la presencia de Telemadrid lo que (exagerando) me duele, sino la ausencia de La2.

Porque a Televisión Española, que hizo, hace y temo que seguirá haciendo (con perdón, y sin ánimo de ofender) sucesivas cagadas en torno a nuestro deporte, al menos habrá que reconocerle este gran acierto: haber formado un equipo único y exclusivo para la ACB, haberle dotado de continuidad, haber permitido que se vaya engrasando, que todas sus piezas encajen, que se consolide poco a poco, semana a semana hasta haber llegado a ser lo que hoy es: una pieza clave, un componente indisoluble de nuestra dosis de baloncesto semanal.

No hace falta recordar que no siempre fue así, no están tan lejanos aquellos tiempos durante los que padecíamos un constante baile de voces, un narrador para cada ocasión, hasta seis o siete diferentes durante una misma temporada, y los comentarios técnicos (cuando los había) ya eran cosa de Creus pero también (y aún más a menudo) de un Imbroda empeñado en echar por tierra como analista su bien ganado prestigio como entrenador. Nunca sabíamos a qué atenernos, nos sentábamos a ver un partido sin imaginar qué nos esperaba esta vez, si nos lo contarían bien o mal, con o sin comentarios especializados, con o sin realización decente, con o sin apoyo infográfico, con o sin (casi siempre sin) entrevistas a pie de cancha... La única duda era si esto les salía sin querer o aposta, si era que el baloncesto no les importaba una mierda, o que al menos les importaba lo suficiente como para querer cargárselo.

(Tampoco hace falta ir tan lejos en el tiempo: hoy mismo, en el presente, sigue sucediendo lo mismo, en la Euroliga de cada miércoles o jueves: baile de narradores, frecuente ausencia de analistas, programación errática, apatía generalizada, desinterés absoluto. Se me dirá que son muchos partidos, generalmente cuatro a la semana, que no se puede estar a todas y tal vez sea cierto; pero no es menos cierto que, si no en Teledeporte, al menos en el elegido para La2 sí cabría esperar otro trato; sí, solemos tener comentarista, el mejor, el único posible, pero nunca sabemos qué narrador nos tocará, si vendrá con ganas, si estará de buenas, si se habrá levantado con el pie izquierdo... Sólo sabemos que en ningún caso será quien a la mayoría nos gustaría que fuera)

Pero un día, supondremos que debió ser allá por el verano/otoño de 2006, tal vez a alguien se le encendió una bombilla. Tal vez alguien, aún al calor del oro mundialista, decidió que, ya que no podrían acabar con el baloncesto, al menos intentarían hacer algo por él. O algo con él, mejor dicho. O quizá fue la propia ACB la que, cansada de ser el hazmerreír y el hazmellorar con el dichoso tema de las audiencias, decidió dar un paso al frente, decidió al menos hacer valer las condiciones de su propio contrato.

Fuera por lo que fuera hubo un antes y un después, y ese después parecía prometedor, hasta el punto de que se nos anunció el supuesto fichaje luego supuestamente frustrado de un supuesto Epi del que supuestamente nunca más se supo... Y no sería ése el último tropiezo, que encima resultaba que al narrador elegido le quedaban (nunca mejor dicho) dos telediarios, que alguien, probablemente una eminencia en saneamiento económico y legislación laboral pero una ignorancia en todo lo relativo a condición humana, había fijado para el mes de abril su fecha de caducidad...

Sí, muy pronto habrá pasado ya un año desde que Pedro Barthe colgó (o le colgaron) el micrófono, y es bien cierto que aún le echamos de menos, que nunca dejaremos de echarle de menos; pero no es menos cierto que si le echamos de menos es por lo que fue (por lo que representó para nuestro deporte, porque -como ya quedó dicho en su día- nuestro baloncesto no está para permitirse esta clase de lujos, para dejar escapar de esta manera algo de lo mejor que tiene), pero no por quien le sustituyó. Podríamos poner del revés un típico juego de palabras, y si otras veces se dice que salimos de Guatemala para ir a Guatepeor, en este caso bien podría decirse (aunque suene ridículo) que salimos de Piedrabuena para ir a Piedramejor.

Piedramejor, por supuesto, es Arsenio Cañada. (Arsenio o Arseni, que nunca sé cómo llamarle, si atendiendo a su naturaleza catalana o a sus raíces conquenses, esas por las que el otro día puso firme, medio en broma medio en serio, a Romay cuando éste tuvo la ocurrencia de decir que determinado jugador había puesto a otro “mirando a Cuenca”; lo lógico sería usar el Arseni pero creo que él suele referirse a sí mismo como Arsenio, así que probablemente le acabaré llamando de cualquiera de las dos maneras, unas veces de una y otras de otra, confío en que ustedes sabrán comprenderlo)

Y así, los que en aquellos días previos a la marcha de Barthe anduvimos sumidos en el desasosiego, pensando quién nos caería en suerte o en desgracia, temiéndonos nachos, estébanes, quién sabe si incluso algo peor, finalmente respiramos aliviados. Retirado y fuera del Ente Trecet, abducido por las motos Riveras, Cañada no era simplemente una buena opción; era, de lejos, la mejor opción posible.

Y hoy bien podemos decir que aquel suspiro de alivio ha evolucionado hasta convertirse en infinita satisfacción. De hecho, si no quedara muy cursi, diría que Arseni es un soplo de aire fresco para los que amamos este deporte: porque le gusta el baloncesto, porque disfruta viéndolo y contándolo, porque transmite su disfrute al telespectador; porque su gusto por el juego se impone sobre cualquier partidismo, porque vibra por igual con un triple del Barça que con uno del Madrid, con un mate de la Penya igual que con uno del Tau; porque no es tendencioso, porque no busca fantasmas hasta debajo de las piedras, porque fue (en sus años mozos) árbitro y eso le permite no obsesionarse, no estar juzgando el arbitraje constantemente, y al mismo tiempo no le impide tratar los errores puntuales como lo que son, simples errores, no persecuciones orquestadas...

Pero sobre todo por su forma de contarlo, por su dinamismo, porque transmite alegría y no crispación, porque con él cualquier partido es siempre una fiesta, nunca un drama. Y por su juventud, por esos apenas treinta años tras esa cara de niño que no parece corresponderse con el tono más cascado de su voz; porque a él aún le quedarían veinte años, si no más, para caer víctima de cualquier otro plan de saneamiento... Sí, probablemente exagero, probablemente él no sea ni mucho menos el mejor narrador que hayamos conocido; pero igualmente estoy convencido de que, hoy por hoy, es el mejor de todos los narradores posibles.

Y a su lado Chichi Creus, ustedes me permitirán que le llame así sólo por esta vez, por su mote de siempre, por más que ahora Televisión Española o quien corresponda pretendan que nos olvidemos de él, que sea sólo Joan, como si las buenas gentes del baloncesto no hubieran utilizado ese apodo durante más de tres décadas sin que a nadie (y aún menos a él mismo) le pareciera ofensivo, sin que hubiera que estar buscando dobles o triples sentidos a cada paso. El senyor Creus, el gran Creus, EL MAESTRO, con mayúsculas.

¿Qué decir sobre él que no haya sido dicho ya (incluso por mí mismo, incluso aquí mismo)? Todos aquellos que hemos ido a clase durante unos cuantos años de nuestra vida (o sea, todos) hemos conocido profesores que probablemente sabían muchísimo de una determinada materia, pero que no la sabían explicar; y otros que eran exactamente lo contrario, tipos de extraordinaria elocuencia pero completamente vacíos, que podían pasarse horas y horas disertando acerca de la nada absoluta. Por eso, cuando aparecía un profesor en el que unían las dos circunstancias, saber, y saber contarlo, éramos felices (todo lo felices que podíamos ser): cuántas carreras no se han hecho, cuantas aficiones y adicciones por determinadas materias no han nacido a partir del profesor que un día sin querer nos enseñó que aquello, un muermo en la voz de otro, con él resultaba sencillamente apasionante...

Ése es Creus. No es exactamente mi caso, Creus no me ha enganchado a esto, que son ya demasiadas décadas las que uno lleva entregado a la causa. Pero si usted es joven y se acerca por primera vez a este deporte, y lo hace con curiosidad, sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, es más que probable que a poco que se descuide quede abducido para siempre. Porque se lo explicará un señor que sabe de esto como el que más (si no más) y cuya capacidad didáctica está fuera de toda duda. Que le explicará un montón de detalles en los que apenas se había fijado, que le diseccionará el juego con una capacidad de análisis absolutamente fuera de lo común, y que por el mismo precio hasta le adivinará, partiendo de un nimio detalle, lo que va a suceder a continuación, atención a Fulanito, ahora Fulanito cortará por la zona y mientras Menganito se la pasará a Zutanito, y tras el bloqueo de Perenganito el balón llegará finalmente a Fulanito que estará solo para tirar de tres... Y casi siempre es así, y casi siempre vemos (con las lógicas variantes) la jugada que él ya nos había dicho que íbamos a ver.

Ése es Creus. EL MAESTRO. Y uno no sabe si alegrarse hasta el infinito por tenerle de asistente de Pepu en la selección, o si entristecerse hasta el fondo por no poder tenerle de comentarista de Televisión Española en los próximos Juegos Olímpicos. Si es que ya decía mi madre (otra aficionada a las frases) que no se puede tener todo en esta vida...

Pero alguien en Televisión Española tal vez debió pensar que Creus era demasiado serio, que tanta sabiduría no podía ser buena, no vaya a ser que la gente se nos envicie y luego a ver qué hacemos... Así que no, que había que buscar como fuera un contrapunto, un complemento lúdico-festivo. Tras el supuesto fiasco del supuesto Epi, se supone que a alguien en un momento de inspiración le dio por acordarse de Romay, de su simpatía, bonhomía y don de gentes, y de lo barato que nos va a salir si al fin y al cabo ya le tenemos en plantilla, juzgando piruetas en la cosa esa del baile...

Sus comienzos no fueron fáciles, ni para la audiencia ni (aún menos) para él. Su pasado madridista, del que ni podía ni quería desprenderse, empezó a complicarlo todo, a repartir prejuicios por doquier, a hacer que todos le miráramos con lupa. Y él tampoco ayudó, más bien al contrario, dejándose llevar por su subjetividad cada vez que tocaba opinar sobre decisiones arbitrales relativas al equipo de sus amores. Empezaron a caerle palos de todos los colores (menos el blanco) y quizás eso le hizo recapacitar, o quizás le recapacitaron, no sé. Sí sé que a partir de un determinado momento se puso un puntito en la boca, se refugió en sus gracias, en sus ocurrencias, en sus piques con Creus, en alguna mínima aportación técnica, y optó por morderse la lengua si de arbitrajes en torno al blanco se trataba (si bien a veces ese mordisco resultó demasiado evidente, como durante la reciente semifinal copera).

Evidentemente sigue y seguirá habiendo muchos telespectadores que ni le tragan ni le tragarán, es ley de vida. Pero muchos otros han (hemos) aprendido a amarle, a respetarle o a soportarle, según; y a entenderle como parte indisoluble del espectáculo que estamos viendo. Evidentemente nunca aportará ni el uno por ciento de lo que aporta Creus, pero es que nadie jamás le habrá pedido eso, ni esa es ni de lejos su función. Él está ahí, ya quedó dicho, de contrapunto, para la cosa lúdica, lo humorístico, los chascarrillos, sus gracietas, sus dimes y diretes, su más vale un porsiaca que tres penseque, su la constancia en los reveses dio el triunfo a los portugueses (o algo así) y demás ocurrencias sacadas de sabedios dónde… Y así, muchos de aquellos que en su día no entendimos su presencia hoy seríamos los primeros en lamentar su ausencia. Hoy, por extraño que pueda parecer, la ACB en TVE ya no sería lo mismo sin él.

Y además, cómo no, están las chicas (denominación probablemente machista y discriminatoria dado que no recuerdo haber utilizado la expresión “los chicos” para referirme a sus colegas masculinos, por lo que de inmediato me apresuro a pedir disculpas): Fe y Virtudes, Virtudes y Fe (Esperanza y Caridad aún no han llegado, ni se les espera). La cada vez menor presencia de previos y post-partidos a punto estuvo de arrinconarlas en un segundo o tercer plano, pero la llegada de Arsenio les salvó sobradamente. Ya apenas queda tiempo antes (de hecho las entrevistas a los entrenadores ya van enlatadas casi siempre), ya queda escaso tiempo enmedio, ya casi nunca hay tiempo después pero al menos ahora se les da bola durante, cada una apostada tras el banquillo que ese día le toca, contándonos cosas cuando es preciso, participando de vez en cuando en alguna conversación.

Y en su día tuvimos fe en Fe pero no tanto en Virtudes, cuyo nombre nos retrotraía a épocas pretéritas, a aquellas retransmisiones amargas de los tiempos prepluseros de mediados/finales de los noventa... También nuestros temores resultaron infundados en esta ocasión: su aparente sosería inicial poco a poco fue dando paso a una mucho mayor desenvoltura, de tal manera que hoy (más allá de meros matices estéticos) ya apenas apreciamos diferencias entre ambas.

Todos ellos, Arsenio/Arseni, Joan/Chichi, Fernando, Fe, Virtudes (más todos aquellos, probablemente no menos importantes, que no vemos ni conocemos), hacen que los sintamos casi como si fueran de la familia, como una presencia tan acogedora, tan confortable como ese sofá en el que nos arrellanamos para ver nuestro partido semanal. Y cuentan quienes saben de esto que las audiencias sabatinas aún no son para tirar cohetes pero que al menos algo han subido, y a mí en mi ingenuidad me gustaría pensar que, además de buenos horarios y mejores atenciones, este Equipo Fantasía también haya tenido algo que ver.

Y no era tan difícil, bastaba con acabar con los cambios, con aquel baile semanal, crear un grupo fijo con el que pudiéramos identificar a la ACB, con el que la ACB también pudiera identificarse. Al menos eso ya se ha conseguido, pero no quisiera yo que esto sonara sólo como un canto de alabanza (aunque lo parezca) porque aún queda mucho por conseguir. En términos de realización, de respeto por el juego (por su duración, por sus tiempos), de promoción, de entusiasmo por su propio producto, probablemente aún quede mucho por hacer; pero no por ello dejemos de valorar lo poco o mucho que ya se ha hecho.

Empezábamos diciendo que a menudo sólo nos acordamos de las cosas cuando nos faltan, que sólo las valoramos cuando las echamos de menos. No sabemos qué ocurrirá con la ACB dentro de unos meses, quizás aún siga en este mismo sitio, quizás se haya ido a parar a otra casa televisiva y quién sabe si entonces no estaremos dando palmas con las orejas porque al fin habremos conseguido la promoción y el tratamiento y el respeto que nuestro deporte merece. Pero quién sabe también si no correremos el riesgo de que ya nadie vuelva a contárnoslo igual, de que ya nadie se entusiasme como Arsenio ni lo analice como Chichi, de que ya no tengamos las chorradas de Romay ni los oportunos apuntes de Fe o Virtudes; de que al final acabemos echando terriblemente de menos a nuestro Equipo Fantasía.

viernes, 15 de febrero de 2008

la vida es sueño

Aún hoy, tanto tiempo después, tantos éxitos a sus espaldas, encontramos gente incapaz de llamarle por su nombre. Aún hoy encontramos noticias (y no una ni dos ni tres) que se refieren a él como Juan Carlos Calderón, cual si del autor del Eres Tú se tratara; o que le llaman Pedro Calderón, cual si del De La Barca se tratara; y no descarten que cualquier día me le nombren Gabriel Humberto (nada menos) cual si de un ex futbolista se tratara, o incluso Ramón como si fuera un presidente blanco cualquiera...

Me le pueden llamar como quieran pero él es José Manuel Calderón. A día de hoy el quinto jugador de la NBA en la clasificación de asistencias (y aún más arriba estaría de haber sido titular desde el principio), sólo por detrás de cuatro fenómenos de la naturaleza como Steve Nash, Chris Paul, Jason Kidd y Deron Williams, nada menos; y a día de hoy el líder indiscutible de una clasificación que a algunos les produce mucha risa (luego veremos a quién), mientras otros la consideran el principal baremo para evaluar el puesto de base: el ratio asistencias/pérdidas.

Y esto es así desde que se lesionó T.J. Ford, e incluso ya era así desde antes: lógicamente sus asistencias no eran tantas, más que nada porque sus minutos eran veinte y no cuarenta, pero su número de pases de canasta por cada pérdida ya estaba disparado, ya por aquel entonces era el más alto de la Liga. Y aquí nos congratulábamos por ello, y bien orgullosos que nos sentíamos de sus éxitos y sus triunfos, y echábamos de menos que tuviera más minutos pero al mismo tiempo lo entendíamos (casi todos, pese al furibundo chauvinismo de algún medio) dado el alto nivel de su compañero, y cuando éste se lesionó lo sentimos pero al mismo tiempo gozamos con el increíble ascenso de nuestro Calde a la superélite de los bases de la Liga...

Pero lo que nunca se nos ocurrió, ni en el mejor de nuestros sueños, fue que pudiese ser all star. Nunca, hasta que a un prestigiosísimo columnista de la ESPN le dio por proponerlo como tercer base de la Conferencia Este (tras Kidd y Billups), en atención a su sobresaliente rendimiento... Claro está, aquí, de la mano de nuestros entusiastas medios de comunicación, rápidamente nos apresuramos a comprar la idea. Pasamos de ni imaginar siquiera que pudiese estar en Nueva Orleáns, a afirmar categóricamente que tenía que estar en Nueva Orleáns, sí o sí, acaso cabía otra posibilidad...

Y con tal idea me le calentaron la cabeza, y empezaron a preguntarle, y él, pues a ver qué va a contestar, pues que ir al all star sería un sueño... Pero ya nos lo dijo hace varios siglos (y en otro contexto) uno de sus homónimos, uno de aquellos con cuyo nombre le confunden, nada menos que Don Pedro, el De La Barca, cuando afirmó categóricamente que toda la vida es sueño... y los sueños, sueños son.

Sabido es que José Manuel Calderón no será all star. Aquella propuesta del avezado periodista de ESPN, a la que gustosamente se sumó un buen puñado de especialistas de por allí (y todos y cada uno de los de aquí), no prosperó, tal vez nunca existió la más mínima posibilidad de que prosperara, tal vez Doc Rivers y sus colegas jamás manejaron su nombre al elaborar su lista de suplentes. O quizá sí, no lo sabemos pero en cualquier caso tengámoslo claro, una vez más: los sueños, sueños son.

¿Y por qué? Pues porque la competencia es altísima, porque el nivel de Calde es extraordinario pero aún siéndolo no lo es más que el de otros, de los que fueron elegidos e incluso de alguno que quedó fuera... Y porque tal vez ésta no es su guerra, acaso ésta no sea su fiesta.

Me explico... O aún mejor, en vez de explicarlo yo dejaré que lo haga un apreciado y afamado colega. Colega de Calderón en lo profesional, colega mío en este arduo vicio de juntar letras en un blog (si bien sospecho que en su caso no lo hará por mero amor al arte). Un tipo que quizá les resultará familiar, llamado Gilbert Arenas y apodado Agente Zero, que hace unos días vino a decir textualmente esto que sigue:


On the East side, I don’t know if there were any big snubs. I mean, some people wanted Jose Calderon. Jose Calderon? Who? Come on man, this is All-Star, people. When I’ve seen some of the names that are being thrown around on the ticker as snubs, it’s killing me. I understand Calderon has the best assist-turnover ratio in the league, but you know what’s funny? All back-up point guards have the best assist-turnover ratios. Screw it, Kevin Ollie should be an All-Star then! For like five or six years, Ollie was No. 1 in assist-turnover ratio!

An All-Star is an All-Star! He’s playing at a high level. That means, if you take him off the team, that team should fall down if he’s that one guy. An All-Star means that he is dominating the game of basketball. It’s not even about numbers necessarily, it’s about dominating.

I could probably say that Richard Jefferson got snubbed maybe Josh Smith too. His 18 points, 10 rebounds and three blocks puts him at No. 14. Richard Jefferson is No. 13. Turkoglu is No. 15. But, El Calderon? Come on.

I’ve been loving the way he’s been playing for the last two years. When he first came into the league he was a little timid and scared to shoot the ball, but he’s taking over that team. But All-Star? He’s about 20 years away from being an All-Star.

This is the difference between Antawn and Caron stepping up with me out and Calderon stepping up with T.J. Ford out: Antawn is second in the league in double-doubles and there’s only five players in the league averaging 20 and 10 – he’s one of them. There’s Dwight Howard, Al Jefferson, Carlos Boozer, Chris Bosh and Antawn. Four of those five are All-Stars and their teams are winning. Caron is playing at a high level. He’s taking over the game when he’s been playing – All-Star. Calderon is managing a team. If he was up for Rookie All-Star, Sophomore All-Star … BOOM … he’d get in. He might even be MVP! But for the big show? The big game? No.


Fin de la cita. Y ahora procedamos a la traducción, de manera muy, muy libre: un all star es para gente como yo, tipos que se tiran cuarenta tiros por partido así metan treinta o diez, tipos que dominan el juego por sí mismos sin incurrir en la vulgaridad de preocuparse por su equipo, que al fin y al cabo aquí somos cinco así que yo voy a lo mío que para eso soy la estrella, del trabajo sucio que se ocupen los demás; un all star es eso, para tipos mediáticos que pegan brincos y hacen mates y no se la pasan al compañero ni por equivocación, qué clase de vulgaridad es esa de dársela a otro si te la puedes tirar tú, hace falta ser simple para hacer algo así; un all star es para tipos de mi estilo, tíos que hacemos ruido, que proporcionamos titulares, que no nos callamos ni debajo del agua, no para un base que encima es un soso, que nunca se queja ni habla mal de nadie y cuyo único mérito es no perder balones, ya ves tú, como si eso le preocupara a alguien, como si las pérdidas de balón tuviesen la menor importancia en esta Liga...

Vale. Sus razones tendrá (en su original, por supuesto, no en mi traducción), yo no se las discuto. Pero hace trampas. Le quedan bien, todo muy simpático, la gente le ríe las gracias pero sin darse cuenta de que alguna de dichas gracias no se ajusta a la realidad. O se ajusta sólo a medias, lo que (como suele decirse de las verdades a medias) es aún peor que si no se ajustara en absoluto.

Lo de Kevin Ollie, por ejemplo: vale, puede ser que Ollie haya sido cinco o seis años líder del ratio asistencias/pérdidas, será así, yo no se lo discuto, no tengo el dato ni tiempo ni paciencia para buscarlo. Pero, más allá de los datos, la mera comparación Ollie/Calderón resulta ofensiva para el sentido común. Kevin Ollie, hasta donde yo alcanzo a recordar, fue un temporero que jugó (y a veces aún juega) en como una docena de equipos a lo largo de su carrera desempeñando siempre papeles meramente secundarios, de pura intendencia. Tal vez fuera muchas veces líder de esta clasificación, insisto que no seré yo quien lo discuta, no pretenderé saber yo de NBA más que mi admirado colega, faltaría más. Pero aunque así fuera: ¿es lo mismo ser líder del ratio asistencias/pérdidas jugando 15 minutos por partido que 35? ¿es lo mismo promediar (pongamos) 3 asistencias y 0,5 pérdidas que promediar 9 asistencias y 1,5 pérdidas?

Puestos a hacer odiosas comparaciones, hagámoslas con otro base que tampoco es que se pareciera a Calderón (excepto, si acaso, en la infravaloración que padeció durante buena parte de su carrera): Tyrone Bogues, aquel a quien apodaron Muggsy Bogues, el jugador adulto más bajito que jamás hayamos conocido y (probablemente) jamás conoceremos, aquel que invadió el espacio vital de Drazen Petrovic durante nuestro Mundobasket 86, aquel que luego pasó a formar pareja exótica con Manute Bol en Washington (más de 70 centímetros les separaban), aquel que luego estuvo años y años dirigiendo a los (entonces) Charlotte Hornets. Bogues fue casi siempre titular (y cuando no lo fue, siempre acabó jugando más minutos que el que lo era), jugó más de treinta minutos y dio casi diez asistencias por noche, lideró durante varios años este dichoso ratio que tanto nos ocupa... y no, no fue all star (al menos hasta donde yo alcanzo a recordar) pero no porque no lo mereciera; quizás porque alguien decidió que su anotación no era la suficiente, quizás porque su estatura provocó que nunca le tomaran demasiado en serio, quizás porque siempre le tomaron más como la mascota de la Liga que como el pedazo de jugador hecho y derecho que en realidad fue.

Caso, éste sí, parecido al de Calde... pero con un matiz aún más favorable al de Villanueva de la Serena: éste, el nuestro, sí anota consistentemente, sí supera cada noche los diez puntos, a menudo los veinte pero no de cualquier manera, no tirándose los cordones de las zapatillas al estilo de nuestro apreciado y distinguido colega, no: más bien exactamente al contrario.

Hace unos años que escuché por primera vez hablar del club 170, una especie de baremo que algún columnista se inventó para medir la excelencia de los tiradores. Pertenecerían a tan selecto club aquellos jugadores capaces de promediar un porcentaje superior al 50 por ciento en tiros de campo, al 40 por ciento en triples y al 80 por ciento en tiros libres (y 50+40+80=170, de ahí su nombre). A menudo los miembros de dicho club se pueden contar con los dedos de una sola mano, de hecho recuerdo que la primera vez que lo escuché su único miembro era Jeff Hornacek, asesino silencioso por aquel entonces en las filas de los Jazz.

No sé cuántos jugadores integran esta temporada dicho club (ustedes me perdonarán, no tengo ni tiempo ni paciencia para buscarlo, invito desde aquí a algún sufrido lector a que lo haga)... pero sí que conozco a uno de ellos: pero no de forma ajustada, no por los pelos, no; sobradamente. De hecho hasta podríamos cambiar de nombre al club, subir el nivel, convertirlo en el club 180 (50+40+90) o incluso 185 (50+45+90): Calderón, a día de hoy, está por encima del 54 por ciento en tiros de campo, por encima del 47 por ciento en triples, por encima del 92 por ciento en tiros libres. Me encantaría saber cuántos jugadores de aquella Liga pueden comparársele siquiera.

Pero como decía nuestro distinguido y apreciado colega, esto del all star ni siquiera tiene que ver con los números sino con otros muchos factores. Él habla de dominio, de dominación, tradúzcase como se quiera. Para ser all star habría que dominar el juego de tal manera que, si a ese dominador le sacas de su equipo, éste cayera en picado sin su presencia. Eso sí sería dominación, por lo visto.

Hombre, señor Arenas, digo yo que está feo que usted, precisamente usted, establezca este criterio, porque no sé si se ha dado cuenta de que sus Washington Wizards son mejores sin usted de lo que lo eran con usted. Sí, ya lo sé, usted metía cuarenta puntos, hacía jugosas declaraciones al acabar y aún sacaba tiempo para jugar póker on-line en el recreo, me consta, usted es un crack, de eso no me cabe la menor duda. Pero sin usted sus compañeros ganan más partidos que antes, como si les hubiera venido dios a ver, como si esos Butler o Jamison a quienes usted acertadamente menciona se hubieran liberado al recuperar de nuevo el placer de jugar, al sentir de nuevo el tacto del balón en sus manos. ¿Cómo dice? ¿Que lo que importa no es que el equipo gane partidos sino que la estrella meta puntos? Ay, perdone, se me había olvidado...

Pero otra vez hace usted trampas, admirado amigo Arenas. Vamos a ver, ¿está usted queriendo decir que si sacáramos a Calderón de los Raptors éstos no se resentirían, que seguirían su buena marcha como si tal cosa? Desengáñese. Si sacáramos a Calde estando Ford al cien por cien, su equipo lo acusaría pero tal vez saldría adelante. Pero si nos lleváramos a Calde de Toronto con Ford en su renqueante estado actual, su equipo tendría muy serias dificultades para sobrevivir. Y no digamos ya si Calde hubiera desaparecido de Toronto durante el tiempo que Ford estuvo lesionado, aquellos meses en que Mitchell no le podía dejar ni tres minutos en el banquillo sin que todo se colapsara al ¿mando? de un escolta chupón como Dixon o de un prejubilado como Darrick Martín. Amigo Arenas, esto, y no otras cosas, sí que es dominación.

O si lo prefiere, llamémoslo de otra manera: liderazgo, por ejemplo. Tal vez al mercado le interese creer que el líder de estos Raptors es Bosh por la sencilla razón de que es la estrella y el que mejores números hace y el que más cobra y demás zarandajas... Y sin embargo, nos basta una mera observación de este equipo para darnos cuenta de la verdadera realidad: Calderón, el chico sencillo, el que jamás pega una voz ni dice una palabra más alta que otra, es que les reúne, el que forma el corrillo para levantarles el ánimo o corregir cualquier cosa, el que habla con unos y con otros juntos o por separado (y llama la atención ver con qué atención le escuchan). Es, como buen base, la prolongación del entrenador en la cancha pero es también mucho más que eso: un líder natural, de esos que no necesitan imponerse, de esos cuyo ascendiente sale solo, cae por su propio peso.

En cualquier caso, no me vayan a pensar que la estimable opinión de nuestro distinguido colega es mayoritaria en aquellos pagos. Ya dijimos al principio que unos cuantos se apuntaron al carro del Calderón all star a partir de aquel primer columnista de ESPN, y de la misma manera son unos cuantos también los que ahora han discrepado de Arenas; no traeré aquí sus textos para no alargar (aún más) este artículo y para no someterles de nuevo a la lectura de otro tocho en inglés, que con una dosis ya han tenido bastante por esta vez.

Pero sí comentaré algo a lo que ya se refirió Antonio Rodríguez uno de estos pasados jueves, y que tiene su origen en un tipo llamado Carlos Morales: puertorriqueño, ex entrenador y a día de hoy prestigiosísimo comentarista de NBA en castellano. El susodicho Morales estableció el que para él sería el quinteto de jugadores más infravalorados de la Liga… y sí, efectivamente, en el número 1, en el puesto de base de dicho quinteto, figura por méritos propios nuestro Jose Calderón. Pero para entender mejor de qué estamos hablando mencionaré también a los otros cuatro integrantes de dicho quinteto, a saber: Manu Ginóbili, Stephen Jackson, Shawn Marion y Marcus Camby. Es decir, no nos habla de jugadores semianónimos que deberían tener más reconocimiento sino de otra clase de infravaloración, completamente diferente: jugadores que ya tienen ese reconocimiento, que ya llevan el cartel de estrellas pero cuya consideración, en su opinión, debería ser aún más alta, hasta el nivel de megaestrellas incluso. Ése sería el status de Calderón a día de hoy.

Y después de todo este rollo, retomemos el hilo del principio: ¿merecía Calderón ser all star? No seré yo quien diga tal cosa… ni tampoco la contraria. Con toda esta parrafada no he pretendido promover su participación en dicho evento (además, quién soy yo para promover nada), sino únicamente rebatir (o intentarlo, al menos) los argumentos de aquellos colegas (suyos y/o míos) que le niegan el pan y la sal.

Es decir: Calde es mi debilidad, y no es de ahora, no lo es desde que está en la NBA ni desde que gana medallas con la selección ni desde que estuvo en el Tau, lo era ya en sus etapas alicantina y fuenlabreña, cuando aún era suplente pero ya nos contaban que había ojeadores americanos pendientes de sus huesitos y nosotros no nos lo acabábamos de creer. Y, como debilidad mía que es, sería all star siempre, de por vida, en todos y cada uno de los certámenes que tuvieran lugar por los siglos de los siglos (amén).

Pero insisto: tal vez ésta no sea su fiesta. Ésta, como acertadamente la definió una vez Andrés Montes, es la feria de las vanidades; un certamen para que aquellos tipos con egos desmedidos puedan por una vez al año desplegar su inmenso egocentrismo sin que nadie ose criticarles por ello; un evento para tipos como Arenas (si estuviera sano, o si quisiese estarlo), como tantos otros; no para aquellos que simplemente intentan (y a menudo consiguen) jugar al baloncesto poniendo siempre el bien de su equipo por encima del suyo propio, valorando más sus victorias que sus números, priorizando sus títulos por encima de sus estadísticas. Y todo ello sin ruido (pero con muchas nueces), sin que apenas se note, con tal sencillez y humildad como para que aún hoy queden algunos incapaces de aprenderse su nombre de pila.

O dicho de otra manera, quizás con menos coherencia, quizás con más chulería: Calderón no es all star. Ni lo es ni tal vez lo será nunca, así que pasen veinte años como dice Arenas. Ni lo es ni puñetera falta que le hace serlo. Él es demasiado bueno como para eso.

lunes, 4 de febrero de 2008

Euroideas

Euromuermo

En primer lugar una aclaración, antes de que el título anterior pueda inducir a error: me encanta la Euroliga. Es, por derecho propio y por definición, la mejor competición de clubes de Europa, la que nos permite ver enfrentarse a los mejores equipos del continente, la que nos muestra a los mejores jugadores que aún no emigraron a América, o a aquellos que ya retornaron de su emigración, o a tantos otros que emigraron en sentido inverso porque no tenían sitio allí, pero que hoy son los mejores de entre los que juegan aquí. Me encanta esta competición (como casi todas, por otra parte), y creo que el abundante número de entradas en este mismo lugar dedicadas a ella (o a temas relacionados tangencialmente con ella) no dejará lugar a dudas al respecto.

Así que, después de toda esta sarta de obviedades para explicar mi amor incondicional por dicha competición, ya sólo me quedaría justificar tan demoledor título. A ver: me encanta la Euroliga... pero me desencanta el sistema de competición de la Euroliga. Me desencanta, me desespera y hasta me crispa.

Me desespera esta eterna primera fase que ahora termina, esta sucesión interminable de partidos intrascendentes, innecesarios, inocuos y demás in que se nos puedan ocurrir. Me desespera estar catorce semanas en danza para acabar clasificando a 16 equipos de 24 (es decir, las dos terceras partes). Me crispa que nos vendan como decisivos de la muerte y como trascendentes de toda trascendencia partidos de equipos ya clasificados que en el mejor de los casos subirán o bajarán un puesto, como si quedar segundo en vez de tercero, o tercero en lugar de cuarto, fuese realmente significativo de cara a la fase posterior. Me desespera la sensación que tenemos todos de que toda ésta “fase previa” apenas ha servido para nada (si acaso, para clasificar a los equipos que ya suponíamos que se iban a clasificar), de que la Euroliga de verdad empieza ahora, de que la verdadera competición comenzará cuando en un par de semanas se inaugure el deseado Top 16.

Tal vez me dirán que lo mismo (o aún peor) sucede en la NBA, que al fin y al cabo ellos juegan no ya 14 sino 82 partidos más o menos insípidos, total para acabar jugándoselo todo en los playoffs. Pues sí, así es... pero con matices:

1º) La NBA es allí. La Euroliga, en cambio, es aquí. El que a ellos, los americanos, les guste así no significa que a nosotros, los europeos, nos tenga que gustar exactamente lo mismo.

2º) La NBA da preponderancia a lo mercantil sobre lo deportivo, al negocio sobre la victoria, basándose para ello en un público que prima el espectáculo por encima de la mera competición: allí lo primero es pasarlo bien, si luego además se gana pues miel sobre hojuelas; exactamente lo contrario que aquí: aquí (en Europa, me refiero) lo primero y casi lo único es “ganar o ganar”; lo meramente lúdico queda en un discreto segundo plano. Sus 82 partidos a nosotros nos pueden parecer demasiados, una barbaridad; pero a ellos, para su idea de negocio/espectáculo, les funciona. En cambio nuestros 14 partidos, para nuestra idea de competición, no funcionan en absoluto.

3º) Hubo un tiempo, en aquella NBA que conocimos en los 80, en que se clasificaban para playoffs 16 equipos de los 23 que había, lo que venía a ser un sinsentido muy similar a éste nuestro de ahora. Hoy ya no es así: hoy (en realidad desde hace ya unos cuantos años) se clasifican para playoffs 16 equipos de un total de 30, es decir, muy poco más del cincuenta por ciento; sustancial diferencia respecto al 67 por ciento que clasificamos aquí.

y 4º) En contra de lo que se suele considerar por aquí, la temporada regular NBA (al igual que la de la ACB, por cierto) sí que sirve para algo: allí no es igual quedar segundo que tercero, no da lo mismo ser cuarto que ser quinto, en absoluto; a mejor puesto más fáciles rivales, mayor ventaja de campo en los sucesivos cruces. Nada que ver, una vez más, con el método euroliguero, que sólo te ¿garantiza? una presunta mejor posición en un sorteo para otra fase que te hará jugar tres partidos en casa y tres fuera, de una u otra manera, siempre.

Ahora bien, lejos de mi intención hacer una crítica meramente destructiva. Sería muy poco elegante por mi parte poner verde lo que hoy (más o menos) funciona sin ofrecer siquiera una alternativa, sin al menos proponer algo a cambio. Así pues, permanezcan atentos a sus pantallas...

Euroutopías

Pero antes de entrar en harina, me permitirán ustedes que delire un poco. Me permitirán ustedes que ponga sobre la mesa tres hermosas utopías (tan deseables como irrealizables, por definición), antes de plantear mi propuesta sobre la base de la más pura y dura realidad.

Primera utopía: reducir los equipos en competición. 24, se mire por donde se mire, son demasiados, tanto más cuanto que un buen puñado de ellos son los suficientemente malos (o poco buenos, sería mejor decir) como para tener reservadas a su nombre las plazas de eliminados (o sea, de no clasificados para el Top 16) desde el comienzo mismo de la Euroliga.

Y es que no falla, cada año cogemos los grupos en disputa, miramos su composición y automáticamente sentenciamos que el equipo alemán, el polaco, tal vez los franceses, acaso también algún esloveno/serbio/croata en puntual crisis, son carne de cañón. Y desgraciadamente casi siempre acertamos, casi siempre los que se quedan fuera del Top 16 son los que siempre pensamos que se quedarían fuera del Top 16. También hay excepciones, por supuesto, y nunca falta algún pequeño en su año de gracia o algún grande en su año de desgracia. Pero son las menos, el noventa por ciento de las ocasiones siempre acaba pasando lo que tenía que pasar.

La solución sería tan sencilla, tan simple como reducir el número de equipos. Una Euroliga de 16 equipos (ó de 20, a lo sumo) aumentaría sensiblemente la calidad media de los participantes, lo que elevaría en igual medida el nivel medio de la competición.

¿Sencilla, dije? Ni por asomo. Más bien imposible, tan imposible como en cualquier otra liga que conozcamos cuyas decisiones se tomen de forma colegiada o democrática. Nadie quiere autoinmolarse, nadie se reúne para decidir que el año que viene en vez de crecer vamos a menguar, nadie quiere oír hablar de menos equipos por la sencilla razón de que la resta le puede tocar a él. Añádase además que muchos reducidos serían de países muy concretos (sí, esos que dije más arriba) cuya presencia prácticamente se extinguiría de la competición, y se entenderá mejor por qué esta propuesta, en ésta como en otras ligas, no deja de ser una pura utopía. Aunque sea de sentido común.

Segunda utopía: modificar el calendario, agrupando las competiciones de tal manera que éstas no se entrecrucen. Y ésta ni siquiera es una idea mía (tampoco yo doy tanto de sí), que sé que la ACB ya la barajó hace algunos años, sospecho que para acabar topándose de bruces con la dura realidad.

Es decir: a día de hoy, las competiciones europeas y las domésticas se solapan en el calendario. La ACB comenzó a primeros de octubre y acabará más o menos a mediados de junio, la Euroliga comenzó poco después y acabará en mayo, durante seis o siete meses los equipos van de una competición a otra, de la ceca a la meca, de (pongamos) Málaga a Moscú, de Moscú a Valladolid, de Valladolid a Kaunas, de Kaunas a Las Palmas, de Las Palmas a Estambul... Y sí, me dirán que así sucede en todos y cada uno de los deportes a imagen y semejanza del sacrosanto fútbol, pero eso significa sólo que las cosas son así, no que necesariamente tengan que ser así.

Imaginemos: la ACB y demás competiciones nacionales (incluyendo Copa) de octubre a marzo, a razón de dos partidos por semana; la Euroliga y demás competiciones europeas de abril a junio, con dos citas a la semana igualmente. O bien, si se prefiere, al revés: Euroliga de octubre a diciembre, ligas nacionales de enero a junio (en ambos casos julio, agosto y septiembre quedarían para vacaciones y/o competiciones de selección). El aficionado no dispersaría tanto su atención entre ligas diferentes, el jugador ya no digamos, los medios de comunicación por fin sabrían en qué centrarse, los largos viajes de una competición ya no te pasarían factura en la otra...

Estaría bien que así sucediera, pero... no sucederá. Tal vez torres más altas hayan caído, pero no en nuestro deporte. Sería demasiado bonito como para ser verdad.

y Tercera utopía: cerrar la competición. Es decir, una liga cerrada, sin entradas ni salidas, sin ascensos ni descensos, de X equipos que se comprometieran a mantener una serie de condiciones deportivas, económicas, de infraestructuras, etc, a imagen y semejanza de la sacrosanta NBA.

Esta es quizás la utopía más utópica de las tres, la que (pese a haberse hablado sobre ella en tantas ocasiones) no verán ni nuestros hijos ni tal vez tampoco nuestros nietos... entre otras cosas porque ni yo mismo, mientras lo escribo, estoy convencido de su viabilidad. Sí, en USA esto funciona a las mil maravillas pero ya quedó dicho que su forma de entender del deporte (y la vida, tal vez) es radicalmente diferente a la nuestra (no digo que sea peor ni tampoco mejor; es simplemente distinta). Aquí en cambio el aficionado está acostumbrado a que los equipos se tengan que ganar de una forma u otra su participación en las competiciones europeas, ante lo que un cambio de escenario tan radical generaría un masivo rompimiento de esquemas.

Habría que pensárselo muy despacio, que hacer muchos números, que elaborar complejos estudios de mercado antes de atreverse a dar un paso así, que lo pusiera todo del revés, que encerrara a los más grandes equipos de Europa en una liga común desgajándoles tal vez para siempre de todas sus competiciones locales, regionales y nacionales. Sí, sería un gran paso para acercarnos a la NBA, para que ésta nos acogiera en su seno, para que estableciera sin más dilación su famosa División Europea de la que tanto se habló en su momento... Sería, es, ciencia-ficción, deporte-ficción.

Europropuesta

Así pues, atengámonos a la cruda realidad. No cambiará (a menos) lo de los 24 equipos, no se alterará la idiosincrasia de la competición, no se modificarán las reglas del juego ni se tambalearán las sacrosantas estructuras del baloncesto europeo. Vale, está bien, todo eso no podremos cambiarlo (ni ninguna otra cosa, probablemente) así que centrémonos en lo más asequible, en lo más discutible, en el mero formato de la actual competición. Sin más.

Pero antes, una última consideración (pesadito estoy): del mismo modo que los futboleros suelen decir que cada español es un seleccionador, cabría decir igualmente que cada aficionado al baloncesto es un sistema de competición. Quien más quien menos, viendo cualquier partido de cualquier torneo, ha hecho el juego mental de pensar qué pasaría si los grupos no fueran de tantos sino de cuantos, si luego en las eliminatorias no se cruzaran los unos contra los otros sino los éstos contra los aquellos... Sí, es un vicio, tan absurdo como inevitable.

Así que yo voy a dar rienda suelta al mío. Voy a contar (por fin) cuál sería mi sistema de competición ideal para la Euroliga. Que no es ni mejor ni peor que el de cualquier otro, pero sí tiene una cualidad esencial que lo distingue de todos los demás: que es el mío y, dado que suelo ser yo el juntaletras titular de este lugar, pues voy y lo suelto impunemente. Pero lejos de mí la pretensión de sentar cátedra, faltaría más, así que ahí queda para que los presuntos lectores (si los hubiere) le pongan todas las pegas, críticas, sugerencias, mejoras o propuestas alternativas que sean menester.

Al grano: tres fases (en lugar de las cuatro actuales): una primera fase de grupos, una segunda de playoffs y la fase final, la que llamaríamos F8 ó Final Eight (sí, no me he equivocado, Final Eight o Final a Ocho, como maltraducimos comúnmente por aquí): pasemos a explicar cada una de ellas (o intentémoslo, al menos):

1ª fase: cuatro grupos, de seis equipos cada uno, que jugarían todos contra todos (lógicamente) a doble vuelta, disputando un total de diez jornadas. Al término de la cual:

- El primero de cada grupo se clasificaría directamente para la F8.
- El segundo y el tercero de cada grupo se clasificarían para disputar los playoffs.
- El cuarto de cada grupo no se clasificaría para nada, pero obtendría (al igual que los anteriores) la permanencia, es decir, el derecho a volver a participar en la Euroliga al año siguiente.
- El quinto clasificado de cada grupo disputaría una eliminatoria (luego veremos contra quién), también en formato de playoff, para intentar conseguir esa misma permanencia.
- Y el sexto clasificado de cada grupo perdería la categoría, descendería, llámese como se quiera... es decir, quedaría fuera de la Euroliga para la siguiente temporada.

2ª fase: playoffs, que disputarán como ya quedó dicho los segundos y terceros clasificados de cada uno de los cuatro grupos. Cruzándose como de costumbre, es decir:

- 2º del A contra 3º del B
- 2º del B contra 3º del A
- 2º del C contra 3º del D
- 2º del D contra 3º del C

Playoffs al mejor de cinco encuentros, lógicamente con ventaja de campo para los segundos y desventaja para los terceros, que se disputarían en formato 2-2-1 durante tres semanas sucesivas:

- Primera semana (martes y jueves), partidos 1 y 2, en la cancha del segundo clasificado.
- Segunda semana (martes y jueves), partidos 3 y (en su caso) 4, en la cancha del tercer clasificado.
- Y tercera semana (el día que se quiera), partido 5 (si fuera necesario), de nuevo en cancha del segundo.

Y fase final, es decir, F8, que obviamente disputarían los cuatro equipos que fueron campeones de grupo en la primera fase (que gozarían de la condición de cabezas de serie) y los cuatro ganadores de la fase de playoffs. Evidentemente con el formato clásico: cuartos de final, semifinales y final.

A su vez, simultáneamente a la Euroliga se disputaría también la Copa ULEB, con una sustancial novedad: sus cuatro mejores equipos (semifinalistas) ascenderían a la Euroliga, es decir, obtendrían de forma automática el derecho a disputar al año siguiente dicha competición. Mientras que los cuatro siguientes (cuartofinalistas) obtendrían el derecho a disputar una eliminatoria de ascenso con aquellos que quedaron quintos en sus respectivos grupos de la Euroliga.

Dichas eliminatorias se disputarían igualmente en formato de playoffs, también a cinco partidos, con el mismo formato (y en las mismas fechas) que la segunda fase de la Euroliga, y con ventaja de campo en principio para aquellos que luchan por su supervivencia en dicha competición. Evidentemente los cuatro que resultaran ganadores jugarían la Euroliga al año siguiente, mientras que los cuatro perdedores quedarían fuera.

Hasta aquí la explicación, que tal vez me habrá quedado un tanto farragosa (lo siento, no sé hacerlo de otra manera). Ahora entraríamos en la justificación, es decir, por qué este sistema y no otro, qué ventajas le veo...

- La principal: en la primera fase todo sirve, cada partido es decisivo porque cada puesto es importante, se acabó aquello de que dé igual quedar segundo que tercero, tercero que cuarto; aquí no: aquí ser primero es claramente mejor que ser segundo (acceso directo a la F8), ser segundo es mejor que ser tercero (ventaja de campo en los playoffs), ser tercero es mejor que ser cuarto (playoffs), ser cuarto es mejor que ser quinto (permanencia garantizada), ser quinto es mejor que ser sexto (playoffs de permanencia). Cada puesto es sensiblemente mejor que el que está por debajo y sensiblemente peor que el que queda por encima. Nada sobra, todo importa.

- La competición se concentra: a día de hoy son necesarias 22 semanas para llegar a la F4, mientras que con este otro sistema bastarían 13 semanas para llegar a la F8. Alguien dirá que a menos partidos menos ingresos, a lo que yo respondería que tal vez, pero no necesariamente: en la primera fase de la actual Euroliga apenas había intensidad, salvo en momentos muy puntuales o en episodios muy concretos; de hecho la verdadera intensidad empieza ahora, con el Top 16. En cambio mi propuesta implicaría intensidad desde el primer día; y hasta el último, sin equipos que se abandonen por estar ya clasificados o eliminados. Así pues menos partidos, pero no necesariamente menos ingresos ya que su interés sería mayor.

- No se cerraría la competición, pero sí se le dotaría de una cierta estabilidad, dado que un mínimo de 16 equipos (y un máximo de 20) repetirían de un año para otro. Al mismo tiempo también se garantizaría una cierta movilidad (por contradictorio que pueda parecer) dado que un mínimo de 4 equipos (y un máximo de 8) siempre cambiarían de una a otra temporada.

- La Copa ULEB saldría tremendamente reforzada, ya que se convertiría en el único medio posible para acceder a la Euroliga, otorgando de 4 a 8 plazas por temporada para dicha competición. De esta manera las competiciones nacionales ya no otorgarían plazas para la Euroliga, sino exclusivamente para la ULEB. Claro, habrá quien piense que esto es injusto, que cómo es posible que el eventual campeón de liga de un determinado país no tenga acceso directo para... Pues tal vez, pero no más injusto que el sistema de plazas reservadas ya para varios años tan habitual en estos últimos tiempos.

- ¿Por qué F8 en lugar de F4? Empecemos por hacer historia, yéndonos a la primera Euroliga privada (ajena a la FIBA), cuya final se disputó por el sistema de playoff. Aquella final, Virtus-Baskonia, alcanzó los cinco partidos y fue brillantísima, pese a lo cual los rectores de la Euroliga se apresuraron a revisar el modelo. ¿Por qué? Porque una final europea en playoff queda muy bonita y está muy bien, pero sólo despierta expectación en un par de países (los de los equipos participantes, obviamente) mientras que los medios de comunicación del resto del Continente pasan ampliamente de ella. Así que la solución estaba clara, recuperar la Final Four, que implica a muchos más países, concretamente a la friolera de... cuatro, y eso en el mejor de los casos, que muy a menudo sólo son tres: un equipo griego, otro ruso y dos españoles; un equipo ruso, otro israelí y dos italianos... Así que estamos en las mismas: el resto de Europa, la que no tiene equipos en disputa, pasa olímpicamente. ¿Cómo paliar eso? Evidentemente soluciones mágicas no hay, pero cambiar la F4 por la F8 ayudaría, sin duda: imaginemos por ejemplo, dos equipos griegos, dos españoles, un ruso, un israelí, un italiano, un lituano tal vez... Con esta composición, nada improbable por otra parte, ya tendríamos seis países implicados, ya tendríamos una repercusión mediática muy superior.

Acabemos: evidentemente este modelo dista mucho de ser perfecto (ni pretende serlo), por la sencilla razón de que ninguno lo es. Todo sistema de competición es justo y a la vez injusto, gusta a los unos en la misma medida en que disgusta a los otros. Es sólo una idea, una más, una de las muchas que andarán rondando por las cabezas de tantos aficionados igualmente disgustados con el sistema actual. Y aquí la dejo, por si a alguien le apeteciera retomarla, por si a alguien le pudiera interesar. Queda a su entera disposición.