martes, 23 de diciembre de 2008

Encesta su Muñeca

La Asociación de Clubes de Baloncesto, en siglas ACB, en estrecha colaboración con las Fábricas Agrupadas de Muñecas de Onil Sociedad Anónima, en siglas FAMOSA (no me ponga esa cara, que sí, que es verdad, que no me lo invento), ha emprendido un año más la campaña Encesta su Juguete, que como es bien sabido tiene por objeto hacer que los niños desfavorecidos reciban también su regalo y tengan algo con lo que jugar estas navidades. Empeño loable y encomiable donde los haya, que cuenta por supuesto con todo mi respeto y apoyo... pero no con mi comprensión. Es decir, comprendo y comparto el fondo, pero la forma se me escapa. Lo siento, será que no doy más de sí.

A ver cómo lo explico sin que me comparen con Herodes: la ACB monta un tinglado según el cual se suman todos los puntos anotados en cada una de sus dos jornadas previas a Navidad; a su vez a cada punto se le otorga un valor de diez euros, por lo que dicho total de puntos de cada jornada se multiplica por diez (lógicamente); y además en cada una de las dos jornadas se lanza un dado gigante, que hará que esa suma total se multiplique por dos o por tres, dependiendo de lo que salga...

Hasta aquí la teoría, que luego viene la práctica: y en la práctica, el dado siempre da tres. Acaso porque dicho dado ya esté suficientemente preparado para la ocasión (lo ignoro), o acaso por el empeño del maestro de ceremonias de turno en que el resultado sea precisamente ése y no otro. Así en Vitoria (sábado 13) como en Barcelona (sábado 20), la mascota que procedió a tirar el dado (en Vitoria una mascota propiamente dicha, en Barcelona Fernando Romay que no es mascota pero como si lo fuera, dicho sea con todo respeto y cariño) debió esmerarse no ya en orientar lo más posible el lanzamiento, sino incluso en abalanzarse sobre el dado antes de que éste acabara de botar, sujetándolo descaradamente con el tres cara arriba, no vaya a ser que siga rodando y al final la vayamos a liar... Vamos, lo que solemos llamar un paripé. Sí, paripé por una buena causa, paripé altruista, solidario incluso. Pero paripé al fin y al cabo.

¿Pero es que acaso podría ser de otra manera? ¿Qué pasaría si alguna vez saliera el dos, si fuera un sorteo (llamémoslo así) limpio, si los maestros de ceremonias se despistaran, si lo arrojaran demasiado lejos y no llegaran a tiempo de sujetarlo, si hubiera un rebote imprevisto, si no pudieran controlarlo? ¿Qué pensaríamos todos entonces? Joder qué ratas los de la ACB, ya les vale, pudiendo multiplicar por tres y van y lo multiplican por dos, serán las restricciones presupuestarias, cómo se nota que hay crisis... Algo así. No, sale tres porque tiene que salir el tres, porque ya está previsto y hasta presupuestado, porque cualquier otra opción carecería por completo de sentido.

Ya, pero entonces ¿para qué sirve lo del dado, aparte de mostrar la publicidad del patrocinador? Buena pregunta, de hecho yo mismo llevo años haciéndomela sin hallar jamás la respuesta. Todos, expectantes como estamos por que comience ya la segunda mitad, miramos estupefactos el dado, todos sabemos que el dado tiene caras que pone x2 y otras que pone x3, todos sin excepción sabemos que saldrá la del tres, hasta el narrador de TVE, antaño Barthe, hoy Cañada, ya nos anuncia que “apuesten a que saldrá el tres”, todos vemos como el dado (previa sujeción) muestra el tres, vemos cómo el espíquer lo grita, cómo las cheerleaders lo celebran, cómo la concurrencia aplaude (como si estuviera) entusiasmada... ¿Para este viaje hacían falta estas alforjas? ¿No bastaría con que las cheerleaders aparecieran con un cartelito, tipo cheque gigante, anunciando que gracias a la inmensa generosidad de la ACB y de su famosa entidad patrocinadora el total resultante se multiplicará por tres? ¿No daría el mismo resultado, no se generaría el mismo entusiasmo, no se obtendría idéntica repercusión publicitaria? Insisto, seguro que todo esto tiene algún sentido, pero yo por más que lo busco soy incapaz de encontrárselo. Será que carezco de espíritu lúdico, o de espíritu navideño, o de ambas cosas.

Pero vayamos aún más allá, vayamos a la esencia misma de la cosa. La de vincular directamente el total de euros destinado a juguetes con el total de puntos que se anoten. De acuerdo con las multiplicaciones anteriores cada punto viene a equivaler a 30 euros, por lo que un partido cuyo resultado fuera 115-105 generaría 6.600 euros, mientras que otro cuyo resultado fuera 57-53 generaría 3.300, es decir, exactamente la mitad. Ante lo cual no resultaba extraño escuchar (este año apenas lo hemos oído, pero en temporadas anteriores lo escuchábamos constantemente) aquello de que esperemos que se metan muchos puntos, que la anotación sea alta para hacer que suba más la cifra, para que esta ayuda pueda llegar a muchos más niños que lo necesiten...

¿Qué se pretende entonces? ¿Que no defiendan? ¿Cabe imaginar a un entrenador, en un tiempo muerto, diciéndoles a sus chicos, oye, hoy no apretéis mucho en defensa, no estéis muy encima, bajad los brazos, dejadles que tiren y por el resultado no os preocupéis que ellos harán lo mismo, que ya sabéis que esto es por una buena causa? ¿Habrán de ser aplaudidos, qué digo aplaudidos, aclamados por las calles, técnicos como Curro Segura, cuyo CAI permitió anotar 102 puntos a Unicaja en la Jornada 13, o como (aún más) Txus Vidorreta, cuyo iurbentia consintió 99 puntos al Granca en esta jornada y 97 al Tau en la anterior? ¿Habrá de ser ninguneado, lapidado, arrojado a los infiernos el bueno de Pablo Laso, cuyo modesto Bruesa sólo consintió 136 puntos (65 del Pamesa, 71 del Estu) en el total de estas dos jornadas? Y qué decir de Xavi Pascual, sólo 128 puntos encajados (61 del Menorca, 67 del Madrid), ¿le señalarán con el dedo, le insultarán por las calles, podrá acaso mirarse en el espejo sin sentir feroces remordimientos de conciencia por todos esos pobres niños que no tendrán nada con lo que jugar? ¿O será más bien Joan Plaza quien habrá de recibir un reconocimiento especial por su magna contribución a esta campaña, merced a esa blandísima defensa zonal que permitió a los tiradores blaugranas ensartar triple tras triple como si aquello más que un partido fuera una feria?

Una vez más, no lo entiendo (mira que soy duro de entendederas). ¿Por qué resulta necesario todo esto? ¿no sería mucho más fácil decir, simplemente, la ACB, con la colaboración de Famosa, dona este año chiquicientosmil euros para la causa, chiquicientosmil euros en juguetes para los niños más necesitados, un equis por ciento más que el pasado año, sin necesidad de vincularlo a que se anoten más puntos o menos? Y mira que la cosa ha salido razonablemente bien, ha habido hasta un cien, algún noventa, unos cuantos ochentas, no ha habido cincuentas, ni uno solo... ¿Pero es necesario pasar por esto, que haya que vincular la generosidad del baloncesto con la generosidad de su anotación? Seguramente me contestarán que es que así todo resulta mucho más divertido, mire usted. Tal vez, pero yo no lo veo. Mi espíritu lúdico que brilla por su ausencia, una vez más.

Y ya puestos, ya que estoy en plan tocapelotas (ustedes me perdonen) me permitirán una última pega, ésta referida al patrocinador. Sí, esas famosas muñecas de Famosa que se dirigen al portal, para hacer llegar al niño su cariño y su amistad. Que están muy bien, no seré yo quien lo niegue, una marca ejemplar que lleva años y años en el mercado proporcionando ilusión a las criaturas del mundo entero, qué duda cabe. Así que me parece perfecto, Muñecas Famosa. Pero ¿por qué sólo Famosa? O para ser más exactos, ¿por qué sólo muñecas?

No, no desprecio a las muñecas, ni al Nenuco, ni a todos esos otros muñequillos (cuyo nombre ahora mismo no recuerdo) que nos anunciaban en los tiempos muertos. No seré yo quien niegue la utilidad del juego simbólico en la formación de nuestros pequeños, más bien al contrario. Y nadie vea tampoco ningún matiz sexista, líbreme dios, que no hablo de juguetes sólo para niñas ni sólo para niños, ni a estas alturas del siglo me supone ningún problema el que niños o niñas jueguen con muñecas o con muñecos. No van por ahí los tiros. No planteo el en vez de, sino el además de.

O acaso me digan que no es eso, que Famosa es sólo el patrocinador, pero que ello no significa que todos los juguetes repartidos sean de dicha marca. Acabáramos. Puede ser, puede que Famosa patrocine pero no monopolice, que haya también balones, y volquetes y excavadoras, y el barco pirata y el hundir la flota, y clics de Famóbil y casitas de pin y pon, y construcciones de Lego y puzzles Educa, y micromachines y hasta maletines de la señorita Pepis (¿existirá todavía esa señorita Pepis?), y hasta el Monopoly o los Juegos Reunidos Geyper si me apuran, tantos y tantos juguetes cuyo nombre ya ni recuerdo porque ya ni siquiera mi hijo está en esa edad. Puede que haya de todo, tal vez, pero entonces ¿por qué sólo patrocina Famosa? ¿Acaso es que sólo hay espacio (económico) para un único patrocinador? ¿O acaso será que nadie más traga, que la crisis hace estragos y ningún otro juguetero se atreve a meterse en semejante lío? Habrá de todo… o habrá sólo muñecas, no sé. En cualquier caso, ya saben: Nochebuena de amor, Navidad jubilosa, es el mensaje feliz de las muñecas Famosa. En ello estamos.

Pero no teman, que ya dejo de aguarles las fiestas. Y línchenme si quieren, pero no olviden que yo no cuestiono fondo sino forma, que yo comparto el qué pero no entiendo el cómo. Y en todo caso tampoco me lo tengan muy en cuenta, si son sólo cosas mías, manías de un tipo que ya hace demasiados años que perdió el espíritu navideño (si es que alguna vez lo tuvo). Que éstas al fin y al cabo son fechas entrañables, de hecho a mí se me revuelven las entrañas cada vez que llega la Navidad. Por cierto: feliz navidad.

jueves, 18 de diciembre de 2008

el baile de los banquillos

Crecimos creyendo que la NBA era otro mundo (pero estaba en éste). Nada de lo que sucedía en aquella liga nos resultaba familiar: no había ascensos, descensos ni promociones; no tenían Copa ni competiciones internacionales, sino liga y sólo liga; sus campeones no recibían primas sino anillos; su jefe no era presidente sino comisionado; sus equipos no eran clubes deportivos, ni tan siquiera sociedades anónimas, sino franquicias; franquicias que no tenían escudo sino logotipo, que no tenían ultras sino cheerleaders, que ni tan siquiera tenían himno, si acaso el rock&roll de Gary Glitter; franquicias que no tenían cantera, ni equipos filiales ni vinculados, sino esa cosa llamada draft; que jamás pagaban traspasos, que lo más que hacían era intercambiarse jugadores; franquicias cuyos aficionados no parecían ir al baloncesto sino al teatro, no iban a ver ganar a su equipo (ni aún menos a animar a su equipo) sino a disfrutar de un buen espectáculo (y a cenar, de paso); franquicias cuyo merchandáisin contaba tanto o más que la taquilla, cuya cuenta de resultados importaba tanto o más que los resultados mismos; franquicias que no eran equipos sino auténticas empresas.

Sí, definitivamente aquello era otro mundo, nada, absolutamente nada que ver con todas esas truculentas historias que acostumbrábamos a gastarnos por aquí. ¿Nada? Bueno, acaso algo sí era igual: allí, como aquí, como en cualquier competición deportiva de cualquier lugar del mundo, si los resultados no eran buenos se cargaban al entrenador.

Pero eso sí, con moderación: muy gorda tenía que ser allí la crisis para que el técnico pagara el pato. Generalmente (y afortunadamente) los presidentes aguantaban a los entrenadores hasta más allá de lo que cualquier dirigente de los de por aquí hubiese considerado razonable. Sólo cuando ya no había vuelta de hoja, cuando la situación se había vuelto insostenible, el presidente o quien fuera tomaba una decisión que ya estaba cantada de antemano, que más que cesarle parecía que el técnico acabara cayendo por su propio peso. Los ceses a mitad de año casi podían contarse con los dedos de una mano, si acaso lo normal solía ser aguantar hasta la post-temporada para llevar a cabo entonces la intervención quirúrgica...

Recuerdos de un pasado que ya nunca más ha de volver... Porque este año, los dirigentes de la Liga norteamericana de baloncesto parecen (con perdón, dicho sea sin ánimo de ofender) los de la Liga española de fútbol. Seis entrenadores, seis, cesados ya en el mes y medio que llevamos de temporada. Seis entrenadores de un total de treinta, es decir la quinta parte, es decir uno de cada cinco, es decir el veinte por ciento de los técnicos de esa Liga (que cantidad de maneras de decir exactamente lo mismo). Seis que ya no se comerán el turrón (cosa que tampoco harán los otros veinticuatro, dado que allí no lo tienen por costumbre), a saber, Jordan (Eddie) en Washington, Carlesimo en Oklahoma, Wittman en Minnesota, Mitchell en Toronto, Cheeks en Philadelphia, Theus en Sacramento. Será cosa de la crisis, que en estos días los ejecutivos anden un poco más inquietos, qué sé yo...

Seis ceses que así al pronto yo agruparía en tres categorías: los que entiendo poco, los que entiendo aún menos y los que no entiendo absolutamente nada. Lo cual, evidentemente, no es culpa suya sino mía: porque de natural soy duro de entendederas, y porque estas soluciones quirúrgicas a mitad de temporada no me gustan, por definición: a menudo perjudican más que benefician, generalmente (pasada la típica reacción inicial) no arreglan nada sino que complican aún más las cosas; además, en muchos (buenos) profesionales generan incertidumbre y desconcierto, y en unos pocos (malos) profesionales dejan como un poso, como una sensación de que el poder está en sus manos, de que pueden quitar y poner entrenadores según les pete, según se les antoje poner mejor o peor desempeño, echarle más o menos esfuerzo. Ya digo, ésta es sólo mi opinión...

De todos modos, ustedes me permitirán (con su infinita paciencia) que entre un poco más en detalle. Entiendo un poco, por ejemplo, el cese de Sam Mitchell... entre otras cosas porque resultaría muy cínico por mi parte echarme ahora las manos a la cabeza y decir que hay que ver, que cómo es posible. Ya alguna vez me despaché a gusto sobre él, diciendo que me parecía un buen entrenador de temporada regular y un pésimo entrenador de playoffs, lo cual por cierto me ocasionó un ligero disgusto: un amable (y anónimo) lector, todo cargadito de razón, me puso verde y me espetó que a ver qué habría hecho yo en semejante situación. Pero eso era lo que pensaba entonces, hace año y medio, que ya no es exactamente lo que pienso a día de hoy: hoy ya ni siquiera creo que fuera un buen entrenador de temporada regular.

Y sin embargo, por extraño que parezca, todo ello no significa que esté de acuerdo con este cese. O, para ser más exactos, con la oportunidad de este cese. En el verano de 2007 (aún a pesar de ser el entrenador del año) o en éste de 2008, aún caliente su clasificación para playoffs pero también su prematura eliminación, sí que lo habría entendido, e incluso compartido. Pero ¿ahora?

A ver: Mitchell puede tener la culpa de muchas cosas, pero no parece que la tenga de la plantilla que le han dejado. Sí ha llegado Jermaine O’Neal, pívot tan bueno como frágil, que entre las lesiones que arrastra y las que le surgen a cada momento nunca sabes si podrás contar con él, ni cómo. Pero a cambio, pensemos en lo que se fueron dejando por el camino: por ejemplo a Delfino, imprescindible en la rotación del pasado año, mucho más que un puro tirador al estilo Kapono; por ejemplo al mismísimo Garbajosa, que el año pasado ya no jugó pero el anterior fue pieza clave para que llegaran donde llegaron; o por ejemplo a T.J. Ford.

Sí, también a T.J. Ford, no me ponga esa cara. Ford está en las antípodas de lo que yo pienso que debe ser un base (y de lo que él mismo era durante su etapa universitaria en Texas), pero esto es como decía mi abuela, ni tanto ni tan calvo que se le vean a uno los sesos: todos reclamábamos que Calderón fuera el base titular, pero no que fuera el único. Largar a Ford está bien (y más si puedes traerte a O’Neal a cambio), pero dejar al equipo con un solo base útil (aún por extraordinario que éste sea) no hay franquicia que lo resista. Ukic aún está muy tierno (y no sabemos si algún día dejará de estarlo) y Solomon es un chupón tiralotodo incapaz de crear juego, que al Maccabi le pudo hacer (relativamente) algún apaño, pero que a los Raptors no les dará más que quebraderos de cabeza.

Así las cosas Toronto puede presumir de un magnífico quinteto titular, pero carece de rotación solvente en el puesto de base, carece de rotación solvente en el puesto de alero y carece de rotación solvente en el puesto de pívot, por más que ahora hayan fichado al tal Voskuhl que ya no está precisamente en sus mejores años (y que ya era un jugador mediocre en sus mejores años). Todo lo cual va en el débito de un Colangelo que realizó una magnífica labor en Phoenix, pero que se está cubriendo de gloria en Canadá. Todo lo cual... más la aparente cagada de haber gastado todo un número uno del draft en ese Bargnani al que se le pone más cara de bluff por cada día que pasa.

Este es el panorama que se encuentra el amigo Jay Triano, hasta donde alcanza mi memoria el primer entrenador no estadounidense en toda la historia de la NBA (vale, sí, D’Antoni tiene la nacionalidad italiana... pero no consta que dejara de ser ciudadano americano por ello). Mi memoria también alcanza a haberle visto jugar alguna que otra vez contra España, en alguno de aquellos Mundiales o Juegos Olímpicos de los ochenta. Y hasta alcanza a haberle visto entrenar a aquella selección canadiense que, Nash al frente, nos apalizó en Sydney 2000. Y obviamente la NBA no le pilla de nuevas, tras haberse tirado unos cuantos años a la vera de Mitchell en ese mismo banquillo, así que cabe presumir que probablemente será un buen entrenador, pero también que se encuentra ante un marrón importante: intentar mejorar algo, justo en ese momento de la temporada en el que ya apenas hay tiempo para cambiar nada. Estos Raptors trianeros intentarán correr más, jugar más alegre, ganar más partidos (sobre todo esto último). Esperemos, por el bien de Calde (y por el nuestro, como fanes suyos que somos), que finalmente lo consigan.

Hasta aquí el capítulo dedicado a Toronto, pasemos ahora (más sucintamente, que esto ya me está quedando demasiado largo) por el resto. También puedo entender, siquiera un poco, lo de Eddie Jordan en Washington. Vale que no está Arenas (nunca está Arenas) pero, con todo y con eso, equipo había para algo más que lo que estaban haciendo: con Caron Butler y Antawn Jamison quizá no puedas aspirar a ganar el anillo, pero sí a hacer un papel medianamente digno.

Lo de Carlesimo en Oklahoma City ya lo voy entendiendo menos. A lo largo de su carrera, Carlesimo ha demostrado con creces su probada solvencia como técnico universitario en Seton Hall, y su no menos probada solvencia como técnico asistente a las órdenes de Popovich en San Antonio. Pero lo de ser entrenador-jefe en la NBA ya es otro cantar. Carlesimo, como tantos otros entrenadores universitarios, llegó acostumbrado al ordeno y mando y le costó entender que en la superprofesionalizada NBA las cosas no son así, no pueden ser así. Quizás aquella mañana en la que estuvo a punto de morir estrangulado a manos de Sprewell, empezara a darse cuenta de que aquí los modales cuarteleros conviene dejarlos al otro lado de la puerta...

En cualquier caso, quien ficha a Carlesimo ya sabe lo que ficha. Y quien lo echa, debería saber también por qué lo echa. Vamos a ver, señores, ¿se han parado ustedes a pensar en el equipo que tienen? Un equipo construido alrededor de Kevin Durant y que además cuenta como principales jugadores con... Kevin Durant. Un Durant que es una maravilla y va a serlo todavía más, pero que no deja de ser un chaval de apenas veinte años comenzando su segunda temporada profesional, con la calidad y la irregularidad que cualquiera pueda imaginar. Añádase además la mudanza de este verano, un montón de profesionales reubicándose, cambiando Seattle por Oklahoma City (nada menos) con los trastornos que todo ello conlleva, y también por ese lado podremos entender muchas cosas. ¿Cargarse al entrenador? ¿acaso alguien pensaba que podrían aspirar a otra cosa? No, Carlesimo podrá ser culpable de muchas cosas a lo largo de su carrera, no lo dudo; pero no de ésta.

Y casi en el mismo capítulo metería lo de Wittman en Minnesota. Kevin McHale es un tipo por el que siempre tuve una admiración profunda como jugador, quizás uno de los mejores cuatros que uno haya visto en su vida, superando sus evidentes limitaciones físicas con enorme sencillez y calidad. Todo lo cual no quita para que, como jefe de operaciones de los Wolves, me haya parecido casi siempre un auténtico desastre, genuino candidato al imaginario premio al peor ejecutivo del año (que no habría podido ganar, porque se lo habría quitado siempre Isiah Thomas). Bien es verdad que su última gran operación, aún pareciendo la más absurda, quizá fuera la única que tuviera algún sentido: visto que en todos estos años no hemos sido capaces de construir un equipo alrededor de Garnett, deshagámonos de Garnett e intentemos construir otra cosa. En ello siguen.

Así que Wittman fuera, como si él o cualquiera de sus antecesores hubieran tenido la culpa de algo, y el nuevo entrenador se llama... Kevin McHale, que ahora habrá de prescindir de sus magníficos jerséis, recuperar el odiado traje y bajar a la arena, donde le esperarán Al Jefferson y compañía. Y entre la compañía, por cierto, el emergente rookie Kevin Love, atípico cuatro que en ningún lugar podría encontrar mejor maestro. Tuvimos la suerte de conocer a McHale como jugador y la dudosa suerte de conocer a McHale como gestor; ahora sólo nos resta averiguar qué clase de McHale nos deparará el destino como entrenador.

Y vayamos a Philadelphia, donde los Sixers no sólo han cesado a un entrenador, han cesado también a un pedazo de historia, de la mejor historia por la que haya pasado esa franquicia. ¿Por qué? Ellos sabrán. Mo Cheeks, gran ex jugador y mejor persona (dicen), sobrevivió a duras penas a aquella caterva de Jail Blazers, y ahora parecía estar sobreviviendo también aquí, en la que siempre fue su casa, a este grupo de buenos jugadores recién reforzado con el advenimiento del mesías Elton Brand. Y no es que les vaya mal pero quizá tampoco tan bien como esperaban, que es que se ve que algunos se creyeron que ahora ya aspirarían al título, que tiemblen los Celtics, que tiemblen los Lakers que aquí estamos nosotros, sin pararse a pensar en que Mister 20/10, además de adaptarse a una nueva ciudad y a unos nuevos sistemas, tenía que adaptarse también a una nueva realidad: la de jugar cada dos días después de haberse tirado lesionado un año entero. ¿Solución? Pues nos cargamos a Cheeks, que además es buen tío y se resignará, que no dirá ni oste ni moste ni largará nada a la prensa, y luego ya veremos lo que hacemos... Huida hacia adelante, que le llaman. Lo dicho, ellos sabrán.

Acabemos en Sacramento, donde tampoco se han podido resistir a los caprichos de la moda imperante: si ahora lo que se lleva es cargarse entrenadores, pues nosotros no vamos a ser menos. Reggie Theus, que en sus buenos tiempos fue un buen jugador NBA con aires de estrella de Jólibud (o una presunta estrella de Jólibud que por avatares del destino acabó jugando en la NBA, no sé), llego en el verano de 2007 a la capital de California tras haberse labrado un brillante currículum dirigiendo a la Universidad de Nuevo México. Y durante la temporada 2007/2008 no es ya que lo hiciera bien, es que hasta se ganó casi la candidatura a entrenador del año, sacándole un magnífico rendimiento a una plantilla que se aproximaba peligrosamente a la mediocridad.

Claro que eso fue el año pasado. En éste las cosas no iban nada bien, pero tenía coartada: la ausencia por lesión de su mejor jugador, Kevin Martin, dejándole además una plantilla ya de por sí floja pero ahora también descompensada, con muchos más ingredientes por dentro que por fuera. Eximentes varios, pero que no sirven de nada cuando el cese ni siquiera depende de los malos resultados porque la decisión está ya tomada de antemano: desde al menos un mes antes, cuando a los hermanos Maloof, propietarios de hoteles y casinos en Las Vegas y de paso también de los Kings, les pillaron en una pillada como esas que tan típicas son por aquí, que de vez en cuando escuchamos a algún político, a micrófono (presuntamente) cerrado, decir mandagüevos, o hablando del coñazo de desfile, o de si los del partido propio son unos hijos de no sé qué... A ellos les pasó lo mismo y por ello supimos que la decisión estaba tomada desde hacía más de un mes, que tan sólo debía ser cuestión de esperar el momento preciso. Así que Theus fuera, y fuera también su primer asistente Chuck Person, el hombre del rifle, el que quizá debería haberle sustituido... La locura continúa.

Y hasta aquí. Seis han caído, seis en tan solo mes y medio, y esto puede ser sólo el principio. Si hiciéramos el juego ese de las proyecciones que tanto gusta a algunos comentaristas televisivos, ese de han metido treinta puntos en el primer cuarto, luego si siguieran a este ritmo acabarían con 120 al final del partido, y dado que la temporada regular NBA dura algo menos de seis meses, llegaríamos a finales de abril con ¡24 entrenadores despedidos! Vamos, que se salvarían Sloan, Popovich y cuatro más...

Pero no, no se me asusten, evidentemente eso no va a suceder, de ningún modo. La situación retornará poco a poco a la normalidad, las aguas volverán a su cauce, a estas alturas pocos ceses veremos ya... lo que no significa que no veamos aún alguno: quizás el de Atlanta, que el hombre se empeña en hacer bien las cosas por más que sus jefes parezcan tenérsela jurada desde hace ya algún tiempo, esperando que cometa el más mínimo error; o quizás Vinnie “Quindici” Del Negro, que llegó al banquillo de los Bulls por su cara bonita (es un decir), sin un mínimo currículum que le respaldara, y que parece estar dando sobradas muestras de que no sabe qué hacer con ese equipo (desde 1998 nadie parece saber qué hacer con ese equipo); o quizás el mismísimo Iavaroni, que ahora parece gozar de un periodo de tregua merced a esta última racha de buenos resultados, pero que tampoco le va a durar eternamente; o quizás, quizás, quizás... Tiempo al tiempo.