viernes, 29 de febrero de 2008

Equipo Fantasía

Solía decir mi padre, en aquellos escasos momentos en que le daba por filosofar, que el hombre es un animal de costumbres. No, no es que la frase fuera suya precisamente, ni que su capacidad filosófica diera mucho de sí, pero estaremos de acuerdo en que no le faltaba razón. Yo, por ejemplo, lo soy: animal (sobre todo) y de costumbres, también.

El pasado sábado, por ejemplo: como tantos otros sábados, puse a grabar el partido de ACB, en esta ocasión un Granada-Real Madrid. Hora de comienzo: las 19:45, no vaya a ser que hoy precisamente recuperen la sana costumbre de hacer un buen previo. Hora de finalización: las 23:00, como siempre, no vaya a ser que haya cinco o seis prórrogas, que se rompa un tablero o se vaya la luz, que ya decía mi abuela que hombre prevenido vale por dos, y que más vale prevenir que curar (ay que ver, qué familia tan refranera). Canal: pues La2, por supuesto, cuál si no…

Así que cuando, ya bien pasadas las 21:30, aterricé de nuevo por el salón de mi casa y fui a hacer la típica comprobación rutinaria, el sonido quitado para no enterarme de cómo van, la mirada apenas de soslayo para no ver el resultado, y el rabillo del ojo no me mostró partido alguno sino una especie de documental, entonces de repente comprendí: la había cagado. Y claro, de inmediato la frustración dio paso al autoreproche, si es que estoy tonto, a ver si no sé de sobra que cuando juega el Madrid lo da Telemadrid, si lo habré pensado mil veces, si hasta habré escrito sobre ello (incluso en este mismo lugar), si es que vaya cabeza que tengo, si es que vaya pedazo de animal (de costumbres)…

Claro, llegados a este punto ustedes (si los hubiere) se preguntarán por qué les cuento mi vida. Pues porque al hilo de todo esto me ha surgido una reflexión (cosa harto infrecuente): a veces necesitamos que algo nos falte, a veces necesitamos echar de menos algunas cosas para poder apreciarlas en su justa medida. Cosas con las que convivimos sin apenas darnos cuenta, cosas que sólo valoramos justo ese día en que de repente dejan de funcionar, dejan de estar a nuestro lado. Cosas tan cotidianas como el frigorífico, la cafetera o la caldera del gas, o (ustedes me permitirán la absurda comparación) cosas tan poco cotidianas como nuestro fiel equipo de comentaristas de La2.

No, no llego a esta presunta reflexión por algo tan tonto como haberme perdido (casi) un partido, que al fin y al cabo la trascendencia del hecho no da para tanto. Llego a esta especie de reflexión por la pérdida (por llamarlo de algún modo) que siento cuando el partido se va a Telemadrid, cuando son otros los que me lo cuentan, cuando no está mi Equipo Fantasía.

(Como ya sabrán, esta denominación de Equipo Fantasía no es mía; la tomo prestada del habitual conductor del contenedor deportivo de los sábados, ahora denominado Teledeporte 2; el susodicho conductor, que si la memoria no me traiciona en exceso responde al nombre de Juan Carlos Rivero, ha utilizado ya esta fórmula más de una vez, y más de dos, para dar paso a sus compañeros desplazados al partido de la ACB)

Y no es que tenga nada en contra de las buenas gentes que hacen ACB en Telemadrid, que, afortunadamente para ellos (y para nosotros) en nada se parecen a los terribles Siro y Chechu del Madrid y su Euroliga, en absoluto, más bien al contrario: Felipe Galán es tirando a sobrio pero conoce el terreno que pisa y sabe de lo que habla, su analista de turno (así sea Toñín Llorente, Indio Díaz o José Miguel Antúnez) no aporta en exceso pero sí lo suficiente (con el ligero partidismo que se espera de cualquier autonómica, sin el fanatismo con que nos desespera su colega de cada jueves), el tal Manu Martín cumple perfectamente con su cometido, el tal Vaquerizo es un poco irritante pero qué le vamos a hacer, no se puede tener todo en esta vida... El resultado final podría estar mejor, pero al fin y al cabo no está nada mal (o será que ya nos conformamos con poco). No, en este caso no es la presencia de Telemadrid lo que (exagerando) me duele, sino la ausencia de La2.

Porque a Televisión Española, que hizo, hace y temo que seguirá haciendo (con perdón, y sin ánimo de ofender) sucesivas cagadas en torno a nuestro deporte, al menos habrá que reconocerle este gran acierto: haber formado un equipo único y exclusivo para la ACB, haberle dotado de continuidad, haber permitido que se vaya engrasando, que todas sus piezas encajen, que se consolide poco a poco, semana a semana hasta haber llegado a ser lo que hoy es: una pieza clave, un componente indisoluble de nuestra dosis de baloncesto semanal.

No hace falta recordar que no siempre fue así, no están tan lejanos aquellos tiempos durante los que padecíamos un constante baile de voces, un narrador para cada ocasión, hasta seis o siete diferentes durante una misma temporada, y los comentarios técnicos (cuando los había) ya eran cosa de Creus pero también (y aún más a menudo) de un Imbroda empeñado en echar por tierra como analista su bien ganado prestigio como entrenador. Nunca sabíamos a qué atenernos, nos sentábamos a ver un partido sin imaginar qué nos esperaba esta vez, si nos lo contarían bien o mal, con o sin comentarios especializados, con o sin realización decente, con o sin apoyo infográfico, con o sin (casi siempre sin) entrevistas a pie de cancha... La única duda era si esto les salía sin querer o aposta, si era que el baloncesto no les importaba una mierda, o que al menos les importaba lo suficiente como para querer cargárselo.

(Tampoco hace falta ir tan lejos en el tiempo: hoy mismo, en el presente, sigue sucediendo lo mismo, en la Euroliga de cada miércoles o jueves: baile de narradores, frecuente ausencia de analistas, programación errática, apatía generalizada, desinterés absoluto. Se me dirá que son muchos partidos, generalmente cuatro a la semana, que no se puede estar a todas y tal vez sea cierto; pero no es menos cierto que, si no en Teledeporte, al menos en el elegido para La2 sí cabría esperar otro trato; sí, solemos tener comentarista, el mejor, el único posible, pero nunca sabemos qué narrador nos tocará, si vendrá con ganas, si estará de buenas, si se habrá levantado con el pie izquierdo... Sólo sabemos que en ningún caso será quien a la mayoría nos gustaría que fuera)

Pero un día, supondremos que debió ser allá por el verano/otoño de 2006, tal vez a alguien se le encendió una bombilla. Tal vez alguien, aún al calor del oro mundialista, decidió que, ya que no podrían acabar con el baloncesto, al menos intentarían hacer algo por él. O algo con él, mejor dicho. O quizá fue la propia ACB la que, cansada de ser el hazmerreír y el hazmellorar con el dichoso tema de las audiencias, decidió dar un paso al frente, decidió al menos hacer valer las condiciones de su propio contrato.

Fuera por lo que fuera hubo un antes y un después, y ese después parecía prometedor, hasta el punto de que se nos anunció el supuesto fichaje luego supuestamente frustrado de un supuesto Epi del que supuestamente nunca más se supo... Y no sería ése el último tropiezo, que encima resultaba que al narrador elegido le quedaban (nunca mejor dicho) dos telediarios, que alguien, probablemente una eminencia en saneamiento económico y legislación laboral pero una ignorancia en todo lo relativo a condición humana, había fijado para el mes de abril su fecha de caducidad...

Sí, muy pronto habrá pasado ya un año desde que Pedro Barthe colgó (o le colgaron) el micrófono, y es bien cierto que aún le echamos de menos, que nunca dejaremos de echarle de menos; pero no es menos cierto que si le echamos de menos es por lo que fue (por lo que representó para nuestro deporte, porque -como ya quedó dicho en su día- nuestro baloncesto no está para permitirse esta clase de lujos, para dejar escapar de esta manera algo de lo mejor que tiene), pero no por quien le sustituyó. Podríamos poner del revés un típico juego de palabras, y si otras veces se dice que salimos de Guatemala para ir a Guatepeor, en este caso bien podría decirse (aunque suene ridículo) que salimos de Piedrabuena para ir a Piedramejor.

Piedramejor, por supuesto, es Arsenio Cañada. (Arsenio o Arseni, que nunca sé cómo llamarle, si atendiendo a su naturaleza catalana o a sus raíces conquenses, esas por las que el otro día puso firme, medio en broma medio en serio, a Romay cuando éste tuvo la ocurrencia de decir que determinado jugador había puesto a otro “mirando a Cuenca”; lo lógico sería usar el Arseni pero creo que él suele referirse a sí mismo como Arsenio, así que probablemente le acabaré llamando de cualquiera de las dos maneras, unas veces de una y otras de otra, confío en que ustedes sabrán comprenderlo)

Y así, los que en aquellos días previos a la marcha de Barthe anduvimos sumidos en el desasosiego, pensando quién nos caería en suerte o en desgracia, temiéndonos nachos, estébanes, quién sabe si incluso algo peor, finalmente respiramos aliviados. Retirado y fuera del Ente Trecet, abducido por las motos Riveras, Cañada no era simplemente una buena opción; era, de lejos, la mejor opción posible.

Y hoy bien podemos decir que aquel suspiro de alivio ha evolucionado hasta convertirse en infinita satisfacción. De hecho, si no quedara muy cursi, diría que Arseni es un soplo de aire fresco para los que amamos este deporte: porque le gusta el baloncesto, porque disfruta viéndolo y contándolo, porque transmite su disfrute al telespectador; porque su gusto por el juego se impone sobre cualquier partidismo, porque vibra por igual con un triple del Barça que con uno del Madrid, con un mate de la Penya igual que con uno del Tau; porque no es tendencioso, porque no busca fantasmas hasta debajo de las piedras, porque fue (en sus años mozos) árbitro y eso le permite no obsesionarse, no estar juzgando el arbitraje constantemente, y al mismo tiempo no le impide tratar los errores puntuales como lo que son, simples errores, no persecuciones orquestadas...

Pero sobre todo por su forma de contarlo, por su dinamismo, porque transmite alegría y no crispación, porque con él cualquier partido es siempre una fiesta, nunca un drama. Y por su juventud, por esos apenas treinta años tras esa cara de niño que no parece corresponderse con el tono más cascado de su voz; porque a él aún le quedarían veinte años, si no más, para caer víctima de cualquier otro plan de saneamiento... Sí, probablemente exagero, probablemente él no sea ni mucho menos el mejor narrador que hayamos conocido; pero igualmente estoy convencido de que, hoy por hoy, es el mejor de todos los narradores posibles.

Y a su lado Chichi Creus, ustedes me permitirán que le llame así sólo por esta vez, por su mote de siempre, por más que ahora Televisión Española o quien corresponda pretendan que nos olvidemos de él, que sea sólo Joan, como si las buenas gentes del baloncesto no hubieran utilizado ese apodo durante más de tres décadas sin que a nadie (y aún menos a él mismo) le pareciera ofensivo, sin que hubiera que estar buscando dobles o triples sentidos a cada paso. El senyor Creus, el gran Creus, EL MAESTRO, con mayúsculas.

¿Qué decir sobre él que no haya sido dicho ya (incluso por mí mismo, incluso aquí mismo)? Todos aquellos que hemos ido a clase durante unos cuantos años de nuestra vida (o sea, todos) hemos conocido profesores que probablemente sabían muchísimo de una determinada materia, pero que no la sabían explicar; y otros que eran exactamente lo contrario, tipos de extraordinaria elocuencia pero completamente vacíos, que podían pasarse horas y horas disertando acerca de la nada absoluta. Por eso, cuando aparecía un profesor en el que unían las dos circunstancias, saber, y saber contarlo, éramos felices (todo lo felices que podíamos ser): cuántas carreras no se han hecho, cuantas aficiones y adicciones por determinadas materias no han nacido a partir del profesor que un día sin querer nos enseñó que aquello, un muermo en la voz de otro, con él resultaba sencillamente apasionante...

Ése es Creus. No es exactamente mi caso, Creus no me ha enganchado a esto, que son ya demasiadas décadas las que uno lleva entregado a la causa. Pero si usted es joven y se acerca por primera vez a este deporte, y lo hace con curiosidad, sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, es más que probable que a poco que se descuide quede abducido para siempre. Porque se lo explicará un señor que sabe de esto como el que más (si no más) y cuya capacidad didáctica está fuera de toda duda. Que le explicará un montón de detalles en los que apenas se había fijado, que le diseccionará el juego con una capacidad de análisis absolutamente fuera de lo común, y que por el mismo precio hasta le adivinará, partiendo de un nimio detalle, lo que va a suceder a continuación, atención a Fulanito, ahora Fulanito cortará por la zona y mientras Menganito se la pasará a Zutanito, y tras el bloqueo de Perenganito el balón llegará finalmente a Fulanito que estará solo para tirar de tres... Y casi siempre es así, y casi siempre vemos (con las lógicas variantes) la jugada que él ya nos había dicho que íbamos a ver.

Ése es Creus. EL MAESTRO. Y uno no sabe si alegrarse hasta el infinito por tenerle de asistente de Pepu en la selección, o si entristecerse hasta el fondo por no poder tenerle de comentarista de Televisión Española en los próximos Juegos Olímpicos. Si es que ya decía mi madre (otra aficionada a las frases) que no se puede tener todo en esta vida...

Pero alguien en Televisión Española tal vez debió pensar que Creus era demasiado serio, que tanta sabiduría no podía ser buena, no vaya a ser que la gente se nos envicie y luego a ver qué hacemos... Así que no, que había que buscar como fuera un contrapunto, un complemento lúdico-festivo. Tras el supuesto fiasco del supuesto Epi, se supone que a alguien en un momento de inspiración le dio por acordarse de Romay, de su simpatía, bonhomía y don de gentes, y de lo barato que nos va a salir si al fin y al cabo ya le tenemos en plantilla, juzgando piruetas en la cosa esa del baile...

Sus comienzos no fueron fáciles, ni para la audiencia ni (aún menos) para él. Su pasado madridista, del que ni podía ni quería desprenderse, empezó a complicarlo todo, a repartir prejuicios por doquier, a hacer que todos le miráramos con lupa. Y él tampoco ayudó, más bien al contrario, dejándose llevar por su subjetividad cada vez que tocaba opinar sobre decisiones arbitrales relativas al equipo de sus amores. Empezaron a caerle palos de todos los colores (menos el blanco) y quizás eso le hizo recapacitar, o quizás le recapacitaron, no sé. Sí sé que a partir de un determinado momento se puso un puntito en la boca, se refugió en sus gracias, en sus ocurrencias, en sus piques con Creus, en alguna mínima aportación técnica, y optó por morderse la lengua si de arbitrajes en torno al blanco se trataba (si bien a veces ese mordisco resultó demasiado evidente, como durante la reciente semifinal copera).

Evidentemente sigue y seguirá habiendo muchos telespectadores que ni le tragan ni le tragarán, es ley de vida. Pero muchos otros han (hemos) aprendido a amarle, a respetarle o a soportarle, según; y a entenderle como parte indisoluble del espectáculo que estamos viendo. Evidentemente nunca aportará ni el uno por ciento de lo que aporta Creus, pero es que nadie jamás le habrá pedido eso, ni esa es ni de lejos su función. Él está ahí, ya quedó dicho, de contrapunto, para la cosa lúdica, lo humorístico, los chascarrillos, sus gracietas, sus dimes y diretes, su más vale un porsiaca que tres penseque, su la constancia en los reveses dio el triunfo a los portugueses (o algo así) y demás ocurrencias sacadas de sabedios dónde… Y así, muchos de aquellos que en su día no entendimos su presencia hoy seríamos los primeros en lamentar su ausencia. Hoy, por extraño que pueda parecer, la ACB en TVE ya no sería lo mismo sin él.

Y además, cómo no, están las chicas (denominación probablemente machista y discriminatoria dado que no recuerdo haber utilizado la expresión “los chicos” para referirme a sus colegas masculinos, por lo que de inmediato me apresuro a pedir disculpas): Fe y Virtudes, Virtudes y Fe (Esperanza y Caridad aún no han llegado, ni se les espera). La cada vez menor presencia de previos y post-partidos a punto estuvo de arrinconarlas en un segundo o tercer plano, pero la llegada de Arsenio les salvó sobradamente. Ya apenas queda tiempo antes (de hecho las entrevistas a los entrenadores ya van enlatadas casi siempre), ya queda escaso tiempo enmedio, ya casi nunca hay tiempo después pero al menos ahora se les da bola durante, cada una apostada tras el banquillo que ese día le toca, contándonos cosas cuando es preciso, participando de vez en cuando en alguna conversación.

Y en su día tuvimos fe en Fe pero no tanto en Virtudes, cuyo nombre nos retrotraía a épocas pretéritas, a aquellas retransmisiones amargas de los tiempos prepluseros de mediados/finales de los noventa... También nuestros temores resultaron infundados en esta ocasión: su aparente sosería inicial poco a poco fue dando paso a una mucho mayor desenvoltura, de tal manera que hoy (más allá de meros matices estéticos) ya apenas apreciamos diferencias entre ambas.

Todos ellos, Arsenio/Arseni, Joan/Chichi, Fernando, Fe, Virtudes (más todos aquellos, probablemente no menos importantes, que no vemos ni conocemos), hacen que los sintamos casi como si fueran de la familia, como una presencia tan acogedora, tan confortable como ese sofá en el que nos arrellanamos para ver nuestro partido semanal. Y cuentan quienes saben de esto que las audiencias sabatinas aún no son para tirar cohetes pero que al menos algo han subido, y a mí en mi ingenuidad me gustaría pensar que, además de buenos horarios y mejores atenciones, este Equipo Fantasía también haya tenido algo que ver.

Y no era tan difícil, bastaba con acabar con los cambios, con aquel baile semanal, crear un grupo fijo con el que pudiéramos identificar a la ACB, con el que la ACB también pudiera identificarse. Al menos eso ya se ha conseguido, pero no quisiera yo que esto sonara sólo como un canto de alabanza (aunque lo parezca) porque aún queda mucho por conseguir. En términos de realización, de respeto por el juego (por su duración, por sus tiempos), de promoción, de entusiasmo por su propio producto, probablemente aún quede mucho por hacer; pero no por ello dejemos de valorar lo poco o mucho que ya se ha hecho.

Empezábamos diciendo que a menudo sólo nos acordamos de las cosas cuando nos faltan, que sólo las valoramos cuando las echamos de menos. No sabemos qué ocurrirá con la ACB dentro de unos meses, quizás aún siga en este mismo sitio, quizás se haya ido a parar a otra casa televisiva y quién sabe si entonces no estaremos dando palmas con las orejas porque al fin habremos conseguido la promoción y el tratamiento y el respeto que nuestro deporte merece. Pero quién sabe también si no correremos el riesgo de que ya nadie vuelva a contárnoslo igual, de que ya nadie se entusiasme como Arsenio ni lo analice como Chichi, de que ya no tengamos las chorradas de Romay ni los oportunos apuntes de Fe o Virtudes; de que al final acabemos echando terriblemente de menos a nuestro Equipo Fantasía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

grande zaid, grande