jueves, 10 de julio de 2008

cuento chino

Élase una vez una franquicia NBA llamada Bucks, cuya anodina existencia discurría plácidamente en una ciudad norteamericana de honda raigambre alemana y no menos honda tradición cervecera llamada Milwaukee. Allí, a comienzos del verano de 2007, sus máximos rectores se disponían como cada año a la ardua tarea de hacer uso de su elección de primera ronda del draft, en este caso ubicada en la posición número seis, con la lógica finalidad de escoger para su magna organización al mejor jugador disponible en dicha posición...

Y así, tras el pormenorizado estudio de todas las diferentes posibilidades que se les ofrecían, optaron por escoger a un tipo feucho, paliducho, larguirucho, de rasgados ojos y desgarbado cuerpo, que resultaba ser una especie de alero con cuerpo de tres, maneras de cuatro y talla de cinco, y que resultaba responder al bello a la par que proceloso nombre de Yi JianLian.

Claro está que, con ese nombre y esa cara, el tipo no dejaba lugar a posibles equivocaciones: era chino, sin duda. Una cualidad que en Milwaukee no les había pasado desapercibida (generalmente no se les escapan estos pequeños detalles), que ya habían sopesado, que ni les pilló de nuevas ni les supuso ningún tipo de sorpresa. Pero lo que sí les iba a suponer una gran sorpresa sería todo lo que habría de suceder a continuación, que fue que Yi JianLian les dijo ceremoniosamente que sí, que vale, que ha sido un placel, que muchas glacias pol su atención pelo que allí en Milwaukee yo no voy a jugal ni muelto, mile usted... ¿Por qué? Pues hombre de dios (o de Buda, o de quien quiera que usted sea), está clarísimo: que es que allí no hay chinos, que es que por no haber casi no hay ni taiwaneses siquiera...

Aquí, cortos de miras como somos, el tema nos pudo parecer una frivolidad. Rápidamente establecíamos comparaciones, nos imaginábamos a Gasol (a cualquier Gasol) llegando a Memphis y diciendo, no, mire usted, que yo no voy a jugar en esta ciudad porque apenas hay españoles, qué digo españoles, es que no hay ni catalanes, qué digo catalanes, es que santboianos no hay ni uno tan siquiera...

Sí, desde nuestro punto de vista nos puede parecer absurdo, pero miremos más allá de nuestras narices y pongámonos en su lugar: un chino, por el mero hecho de serlo, está acostumbrado a vivir rodeado, qué digo rodeado, arropado por mil cuatrocientos millones de compatriotas, chino arriba chino abajo. ¿Y en esas circunstancias le vamos a pedir a esta pobre y desamparada criatura que se vaya a vivir a un lugar donde casi no hay chinos ni en los restaurantes chinos, donde la inmensa mayoría de sus habitantes no lucen ojos rasgados sino barrigas cerveceras y cabezas de queso? Se me abren las carnes sólo de pensar en tamaña crueldad...

Y no, no me lo comparen con Yao Ming, su egregio compatriota, su legítimo precursor que asumió jugar en Houston pese a no tener tampoco esta ciudad una gran colonia oriental precisamente. Houston es una grandísima urbe: no habrá muchos chinos pero se supone que sí habrá unos cuantos chinos, probablemente sólo en la ciudad de Houston ya habrá más chinos que en todo el estado de Wisconsin. De tal manera que el bueno de Yao se adaptó sin problemas, sin renunciar a sus raíces orientales acogió de inmediato las costumbres occidentales, tanto se integró que cuando un año más tarde le preguntaron “¿tú qué música americana sueles escuchar?”, él raudamente respondió que “el himno; lo escucho al menos ochenta y dos veces al año”...

Pero recuperemos el hilo de la narración y volvamos a nuestro atribulado protagonista, el (presuntamente) más joven e inexperto Yi JianLian, ya resignado a permanecer para siempre jamás en su China natal, abandonado por la NBA y olvidado del mundo... Así hasta que un día, el mismísimo Amo y Señor de la franquicia (y de medio estado de Wisconsin, de paso), por cierto apellidado Kohl para no dejar dudas acerca de su procedencia, se armó de valor, y él mismo fue, en persona, en carne mortal (si bien acompañado de amplio séquito), quien surcó ríos, cruzó valles, atravesó montañas, discurrió por toda clase de inhóspitos parajes (todo ello en su jet privado, probablemente), sólo con la finalidad de alcanzar aquel lejano lugar en el que su deseada criatura penaba tan inmensa desgracia...

Otros ya lo habían intentado sin éxito previamente, y por ello todos ingenuamente pensamos que esta última tentativa estaría igualmente condenada al fracaso... Y sin embargo, oh prodigio, oh maravilla, pocos minutos después el propio Yi JianLian salió por su propio pie de su cautiverio, e incluso de su ensimismamiento, para anunciar a los cuatro vientos que pol supuesto que selá un inmenso placel jugal en Milwaukee, esto es un sueño hecho pol fin lealidad, los Bucks son la mejol flanquicia posible, justo ese equipo con el que siemple había soñado desde que ela un niño...

¿Qué había pasado? ¿Acaso el Amo y Señor de Milwaukee, además de poderes económicos (presuntamente inútiles en este caso, por estar tasada por la NBA la nómina de las primeras elecciones del draft), tendría también tal vez poderes mágicos? En otros lejanos reinos, algunos seres deslenguados y maledicentes pensaron en sabediós qué promesas ocultas, del tipo tú vente un año a Milwaukee y yo te garantizo que jugarás cuarenta minutos por partido aunque no te los merezcas, o bien del tipo tú vente un año a Milwaukee y yo te garantizo que en ese plazo te traigo medio millón de chinos con los que repoblar la ciudad, o bien (dadas las dificultades logísticas que planteaba la propuesta anterior) del tipo tú vente un año a Milwaukee y yo te garantizo que al cabo de ese año te dejaré escapar para que puedas irte a jugar a donde quieras...

Fuese por lo que fuese, lo cierto es que Yi JianLian acudió definitivamente a Milwaukee, donde no encontró apenas chinos pero sí que halló cientos de miles de milwaukenses (y wisconsinianos en general) que le recibieron con los brazos abiertos. Acudió dispuesto a cumplir su promesa y a fe que así lo hizo, empleándose con tan notable encomio en su dura y abnegada tarea que los resultados no tardaron en llegar: sus números eran fantásticos, su rendimiento en cancha provocaba la admiración de propios y extraños, todos aquellos que en su día dudaron ahora presenciaban sus elevadas prestaciones con estupor...

Poco duró tanta alegría, sin embargo: el famoso rookie wall en su caso no fue muro, fue más bien muralla (china). El mismo jugador que en la primera mitad de la temporada se había ganado con creces acudir al partido de rookies contra sophomores del fin de semana de las estrellas, acabaría esa misma temporada sin merecer siquiera formar parte de ninguno de los tres mejores quintetos de novatos del año... Una vez más negros nubarrones se cernían sobre el espigado cuello de Yi JianLian: ¿cuál era el verdadero Yi? ¿el que nos había epatado en los primeros meses de competición, o el que nos había espantado en los últimos?

Y sin embargo, justo cuando la crisis (perdón, quería decir desaceleración, aunque en este caso no encaje mucho dicho término) parecía no tener fin, un insospechado, inesperado e inusitado acontecimiento vino a cambiar para siempre el destino de nuestro atribulado protagonista, devolviéndole la alegría, la felicidad y hasta las ganas de vivir: pocas horas antes del draft de 2008 el contrato de Yi (y de paso, el de su fantasmagórico compañero Simmons) viajaba hacia New Jersey, cruzándose con el de Richard Jefferson por el camino...

Y así en Milwaukee todo fue dicha y regocijo: de un plumazo cambiaban dos problemas por una solución, por un gran jugador, uno de esos que casi nunca es all star pero casi siempre parece quedarse a sólo un pasito de ser all star...

Y así para Yi JianLian todo fue dicha y regocijo: de un plumazo el hijo del señor y a la señora Yi, ése a quien pusieron de nombre JianLian, volvía a su ser, retornaba a su mundo, recuperaba su equilibrio sobre la faz de la Tierra: de no ver chinos ni por televisión pasaba a tenerlos hasta en la sopa (de aletas de tiburón, en este caso), merced a la proximidad (inmediatez, casi diríamos) de Nueva Jersey con Nueva York, es decir, con el mayor barrio chino (dicho sea con permiso de San Francisco, no se me vayan a enfadar) que el mundo conoció fuera de los remotos confines del Lejano Oriente...

Y así en New Jersey todo fue dicha y regocijo, ya que de un plumazo mataban dos pájaros de un tiro (plumazo o tiro, no sé...): por un lado solucionaban su endémico problema de asistencia de público, abriendo sus puertas a esa comunidad china que ahora ya no se limitaría a acudir esporádicamente a su pabellón, como hacía cada vez que un compatriota llegaba a la ciudad, sino que podría hacer constantemente ese corto viaje de Chinatown a Meadowlands, mediante cinematográfico túnel, ya que ahora tendrían al compatriota permanentemente instalado en dicha ciudad... (y eso ahora, que en un par de años ya ni necesitarán túnel siquiera...)

Y por otro lado, la marcha de Jefferson les permitía liberar todo un pedazo de trozo de cacho de espacio salarial, escribiendo así el primer capítulo de un cuLeBrón que concluirá allá por el verano de 2010, cuando las Redes (o sea, los Nets) se muden a Brooklin, cuando ese amigo íntimo (antes sutilmente mencionado) del propietario rapero de la entidad finalice su etapa en Cleveland y acuda presto a emprender una nueva vida en la Gran Manzana...

En resumidas cuentas, que (nunca mejor dicho) todos fuelon felices y comielon peldices (que en este caso serían perdices agridulces en salsa de ostras, acompañadas tal vez de rollitos de primavera). Y cololín, cololado, este cuento (chino) se ha telminado...

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