martes, 10 de junio de 2008

el viaje de Rudy

Ésta vendría a ser la crónica de un adiós anunciado. De un viaje que se intuyó hace ya más de tres años, que el verano pasado se tornó ya inminente, que se aplazó tras una charla de café para de esta manera regalarnos algo del mejor baloncesto jamás visto en estos últimos tiempos, para de esa manera regalar a sus buenas gentes badalonesas un buen puñado de sueños hechos por fin realidad. Y algunos, estos días pasados, aún quisimos engañarnos, aún nos imaginamos un último e improbable aplazamiento del aplazamiento, los hubo que hasta crearon una web al grito de rudyquédate (puntocom), muchos nos esforzamos en intentar no ver lo evidente, no quisimos aún darnos cuenta de que aquello ya no tenía vuelta de hoja.

Rudy se a va a la NBA dejándonos un montón de postales para el recuerdo, algunas de las escenas más bellas, de las canastas más irrepetibles que hayamos conocido por estos pagos durante toda nuestra existencia. Mates inverosímiles, alley oops imposibles, arabescos insospechados, zancadas desmesuradas, penetraciones en perfecto estado de levitación, triples desequilibrados tal vez cayendo, de medio lado, de través, al bies, hasta vuelto del revés. Rudy nos deja una sensación como la de aquellos carteles que a veces nos encontrábamos en las fotocopiadoras, las cosas difíciles las hacemos al momento, las imposibles tardamos un poco más.

Rudy se va a la NBA convertido (es opinión unánime) en el mejor dos de Europa. Y convertido también (es sólo mi opinión) en el mejor jugador de Europa (es decir, de entre los que juegan en Europa): no sólo en su puesto; en cualquier puesto. Hagan un repaso, piensen en cualquier jugador a cualquier nivel, evoquen a Papaloukas, Diamantidis, Siskauskas, Vujcic, Pekovic, si quieren también a Marc, Felipe, Planinic, Ilyasova, Lakovic, quien ustedes quieran, y no piensen en lo que fueron ni en lo que han sido sino en lo que actualmente son, y una vez hecho ese ejercicio díganme si alguno de ellos es, a día de hoy, mejor que Rudy Fernández a día de hoy.

Rudy se va a la NBA siendo (otra atrevida opinión personal, me temo) lo más drazenesco desde drazen, lo más parecido a Petrovic que ha producido este continente desde que el mito de Sibenik nos dejó para siempre. Y no me refiero tanto al juego propiamente dicho (posiblemente tan poblado de semejanzas como de diferencias) como a su actitud en cancha o, aún mejor, a las actitudes que provoca sobre una cancha. A las reacciones que genera en los rivales, en los públicos contrarios. A Rudy se le ama o se le odia según se sea amigo o enemigo, hasta un mismo público puede amarle u odiarle en el breve lapso de tiempo de unos pocos meses, según sirva a su club o a su selección. Se le ama o se le odia pero se le admira, por propios o por extraños, siempre.

Rudy se va a la NBA y se va a la lluviosa Oregon, a Portland, a la ciudad que admiró a aquellos Porter-Drexler-Kersey-Williams-Duckworth, a la ciudad que aborreció a los Jail Blazers, a la misma ciudad que ya albergó en su seno a tantos grandes mitos de nuestro deporte en nuestro continente, Fernando Martín, el propio Drazen Petrovic, Arvydas Sabonis, Sasha Djordjevic. A unos les fue mejor y a otros peor, pero para todos ellos ésta fue su verdadera puerta de América.

Rudy se va a la NBA, a vivir en la misma ciudad en la que aún hoy vive su buen amigo Sergio Rodríguez. Y yo no he podido evitar recordar aquella entrevista conjunta que les hizo la revista Gigantes hará ya, qué sé yo, pongamos tres años, cuando empezaban a ser las joyas de la corona de nuestro deporte, cuando ambos aún no eran campeones del mundo ni soñaban con serlo, cuando los cantos de sirena de la NBA eran aún poco menos que una quimera. Pero la quimera estaba ahí, y ya todo el mundo les hablaba de ella, y en esta entrevista les preguntaban cómo se imaginaban su llegada a aquella liga, cuál era su fantasía preferida, y creo que nunca olvidaré cuál fue, en medio del cachondeo mutuo que ambos se tenían, la genial respuesta de Sergio: tirarle un caño a Rudy en el partido de rookies contra sophomores (y siendo Sergio más joven, se sobreentendía que él se veía a sí mismo con los rookies, y a Rudy con los sophomores...). Una fantasía que ya nunca podrá hacerse realidad, por muchas y variadas razones: porque Sergio llegó dos años antes que Rudy, por lo que jamás podrían haber coincidido; porque Sergio jamás pudo jugar ni con los rookies ni con los sophomores, ni casi con su propio equipo; y porque Sergio y Rudy, si el mercado no lo remedia, no serán rivales sino compañeros: el caño, en su caso, se lo tendrá que hacer en los entrenamientos.

Rudy se va a la NBA, a un equipo cuyo propietario, de nombre Paul Allen, ostenta el sexto puesto de la clasificación mundial de fortunas que establece la revista Forbes, y hasta hubo un tiempo que ocupó no el sexto sino el tercer lugar según esa misma publicación. Un tipo que allá por su adolescencia tuvo la sin par ocurrencia de juntarse con un amiguete para montar entre ambos una pequeña empresa, a la que bautizaron con el bello nombre de Microsoft. Hoy el susodicho amigo, Guille Puertas (o sea Bill Gates, aclaro por si alguien aún no había caído), sigue al frente de tan socorrido negocio mientras que Allen, que al parecer ya no está en Microsoft ni puñetera falta que le hace, se dedica básicamente a hacer lo que le dé la gana: por ejemplo, tomar un avión (probablemente de su propiedad, aunque no me consta) un viernes en Portland, aterrizar un sábado en El Prat, de allí marcharse a Badalona a presenciar in situ un Joventut-Estudiantes, esponjarse de gusto al ver a su futuro chico marcarse un partidazo metiendo treinta puntos uno detrás de otro y finalmente volverse más ancho que pancho por donde había venido. Será por dinero...

Rudy se va a la NBA, y ya los del gremio de agoreros se han ocupado concienzudamente de explicarnos de pe a pa toda la sucesión de catástrofes que se le vendrá encima en cuanto aterrice en Oregon: que si no tendrá minutos, que si se tirará todo el año chupando banquillo, que si le espera la misma suerte (desgracia, más bien) que a Sergio, que si McMillan no confiará en él porque no le conoce, que si se convertirá en el eterno suplente de Brandon Roy, que si... Pues vale, pero a mí no todo me vale; no me vale por ejemplo esa eterna comparación Sergio-Rudy tan traída por los pelos: cuando Sergio se fue no era nadie (entiéndaseme el término nadie: era nuestra debilidad, nuestro sueño, el base que nos tenía enamorados con toda clase de filigranas y arabescos, con sus ocurrencias inconcebibles; pero aún le faltaba mucho más de lo que tenía, aún estaba mucho menos hecho que a medio hacer, aún apenas sabía lo que era defender, aún no conocía la cara oculta de este juego); Rudy en cambio se va siendo (insisto en ello) el mejor de Europa en su posición, tal vez el mejor de Europa en cualquier posición: curtido en mil batallas, con (él sí) una defensa irreprochable, con unos cuantos títulos en su zurrón. Hagan ustedes pues, por equipo y por nacionalidad, todas las comparaciones que les apetezcan; pero no sin antes reconocer conmigo que en este caso son muchas menos las semejanzas que las diferencias.

Rudy se va a la NBA, y sí que parece evidente que de entrada se encontrará con un obstáculo llamado Brandon Roy. Y competir con Roy no es competir con un cualquiera sino hacerlo con un crack, con una estrella emergente (si bien cada vez más emergida) de aquella Liga, con un tipo que en 2007 ya fue rookie del año y en 2008 mejoró sensiblemente sus prestaciones. Pero el hecho de jugar en el mismo puesto no tendría por qué hacerles necesariamente incompatibles, aún menos si tenemos en cuenta que el ex de la Universidad de Washington puede desempeñar el papel de base a las mil maravillas. Y sí, es bien sabido que a McMillan no le gusta ponerle en ese puesto pero no es menos cierto que a veces la necesidad obliga: si no tienes ningún uno decente (es decir, ningún director de juego que responda a su nivel de exigencia, ningún base a su imagen y semejanza), y en cambio tienes dos doses extraordinarios de los cuales uno de ellos puede ejercer también de base mucho más que decentemente, lo sensato parece hacer de la necesidad virtud. Sí, podemos ponernos en lo peor pero yo más bien prefiero pensar que al final las cosas acabarán cayendo por su propio peso.

Sí, Rudy se va a la NBA y es usted muy dueño de avisarnos que se estrellará, del mismo modo que ya en su momento se nos informó de que Gasol o Calderón igualmente se estrellarían. Yo no, yo opino exactamente lo contrario, yo supongo que con el tiempo, con el paso de los años tal vez deberé comerme con patatas mis propias palabras, aquellas que voy a decir a continuación: yo me tiro al vacío y además sin red, yo apuesto firmemente que Rudy un día será all star en la NBA. Sí, no me ponga esa cara, no se me asuste; no me refiero al partido de rookies contra sophomores ni al concurso de triples ni al de mates ni al desafío de habilidades siquiera, me refiero al verdadero all star game, al auténtico partido de las estrellas. No, no será el próximo año ni el siguiente, quizás tampoco el otro ni el de después. Tal vez habrán de pasar seis años, ocho, diez incluso, pero yo estoy convencido de que sucederá; de que todas sus inmensas facultades, su calidad, su actitud, su intensidad, su carácter competitivo, su instinto depredador, todo ello le acabará abriendo las puertas de la gloria. Por extraño que a día de hoy aún nos pueda parecer.

Hay jugadores que entran en NBA con la única idea de sobrevivir. Otros llegan con la idea de vivir, de vivir más o menos bien, o muy bien incluso. Y luego están los que llegan para triunfar. Rudy sólo entiende esta categoría, Rudy Fernández llega a Portland del mismo modo que sale de Badalona y que salió en su día de Mallorca, con el triunfo entre ceja y ceja, con la determinación del campeón, con la obstinación del que sabe lo que quiere, del que sabe aún mejor qué es lo que necesita para conseguirlo. El mundo es suyo, la NBA es suya. Al tiempo.

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