viernes, 17 de octubre de 2008

mudanzas (para tiempos de crisis)

Dicen (no recuerdo ahora mismo quién lo dijo) que en tiempos de crisis no hacer mudanza. Y dicen también que vivimos tiempos de crisis, ergo... no paramos de mudarnos, de hecho justo ahora andamos haciendo más mudanzas que nunca.

Empezó la cosa esa de los coches que hacen burrrruummm, burrrruummm, también llamada Fórmula Uno. Ya no es que al amigo Écleston le haya entrado ahora querencia por los circuitos urbanos, esos que hace pocos años eran tan peligrosos que había que suprimirlos, qué digo suprimirlos, borrarlos de la faz de la Tierra, si acaso mantendremos el de Mónaco por la tradición y (mayormente) por la pasta que nos deja. Eso era antes pero ahora ya no, que a ver quién necesita circuitos si resulta que las ciudades están llenas de calles, total si esto al fin y al cabo va a ser como lo de Mahoma y la montaña, si la gente no viene a las carreras llevemos las carreras a la gente...

Pero no, con eso no bastaba, había que dar un paso más, algo que impresionara, que demostrara al mundo entero la suprema hegemonía de esta megacompetición planetaria. Un gran premio nocturno, lo nunca visto, qué gran idea, qué inmenso universo de posibilidades se abre ante nuestros ojos, todos esos coches que no llevaban ni faros de posición y que a partir de ahora podrán deslumbrarse con las largas, darse ráfagas en los adelantamientos, qué alegría, qué emoción... Pues no. Nada de luces en los coches, sólo eso faltaba, hasta ahí podíamos llegar, vamos a ver, nosotros somos la Fórmula Uno así que hagamos algo infinitamente más sofisticado y tecnológicamente avanzado que todo eso, cojamos una ciudad cualquiera, pongamos Singapur, y llenémosle las calles de farolitos cual si se tratara de la plaza mayor en las fiestas del pueblo pero a lo bestia, un derroche de kilowatios que deje abrumados y epatados a los países más desarrollados del planeta, a los subdesarrollados ya no digamos... ¿Crisis? ¿What crisis?

Claro está que, ante tal despliegue de medios, las restantes organizaciones que rigen los destinos de las más grandes competiciones que en el mundo son no podían quedarse con los brazos cruzados. Verbigracia la NBA, referencia, luz, faro y guía de todas las ligas de todos los deportes a todo lo largo y ancho del planeta. ¿Acaso nosotros vamos a ser menos que esa Fórmula Guan (One) de los cojguáns (coj….)?, preguntaría enardecido el insigne señor Stern. ¡¡¡¡Noooooo!!!!, respondería no menos enardecida su corte (y cohorte) de aduladores (a quienes a partir de ahora llamaremos acólitos, que queda más discreto). Así pues, hagamos algo grande, algo insigne, eterno, que se recuerde por los siglos de los siglos, de generación en generación, hagamos… ¡¡¡un partido al aire libre!!!

Qué gran idea, señor Stern, dirían al unísono todos sus acólitos pelotas, si bien no faltaría alguno (éste, más bien tocapelotas) que añadiría que eso no es tan nuevo, que eso al fin y al cabo ya lo juegan muchos de nuestros chicos cada verano, ¿no se ha enterado, señor Stern?, lo llaman playground o algo así... Noooooo, playground no, por dios qué asco, suelos de cemento, vallas metálicas, canastas de cadenas, barrios de pobres, por favor, qué vulgaridad, cómo se atreve siquiera a pensar eso de mí, respondería raudo el susodicho señor Stern fulminando en ese mismo instante al acólito respondón. No, yo me refiero a un partido de verdad, de los de toda la vida, como es debido, como dios manda, con su suelo de parquet, sus gradas estratosféricas, sus damas escotadas y enjoyadas en primera fila, con toda la alegría y la diversión que sólo nosotros somos capaces de proporcionar. Un partido como cualquier otro, pero eso sí: sin techo. A la luz de la luna.

Así que sus acólitos se pondrían raudos a trabajar, elogiando la brillantez e inteligencia de su amado ser supremo por fuera y mientras cagándose en todo lo cagable por dentro, como más o menos hacemos todos cada vez que nuestro jefe nos endosa un marrón con cualquier absurda ocurrencia. Primer problema: ¿dónde? A ver, tenemos un país (USA, me refiero) lleno de estadios, de béisbol y fútbol americano, todos ellos preciosos, megamodernos y en los que cabe mogollón de gente, pero que si les montamos la cancha en el centro nos dirán que se ve muy lejos, y si la ponemos en un fondo nos tocará cerrar el otro lado con gradas supletorias, una de esas superestructuras llenas de hierro, tubos y asientos, que en pista cubierta apenas se notan pero al aire libre cantan que no veas. Pero vamos a ver, ¿acaso no existirá, en todo nuestro inmenso país, un estadio al aire libre pero con pista pequeña, que se utilice para algún deporte de dimensiones parecidas al nuestro?

Claro, es verdad, el tenis, cómo no se nos ocurrió antes. A ver pensemos: el Open USA, Flushing Meadows, Nueva York, la gran manzana, la capital del mundo, el ombligo del universo... Vale, sí, bien pensado, señor, pero en octubre y de noche lo mismo las criaturas se nos quedan frías, piense que igual le da por llover (con el consiguiente trasiego para los chicos de la mopa, que no darían abasto), ya sabe cómo es aquí el tiempo en esta época del año... Vaya por dios, pues entonces, a ver, qué otros grandes torneos de tenis tenemos: está el de Cincinnati, Ohio, que digo yo que habría que descartarlo por la misma razón; está el de Cayo Vizcaíno, Florida, que ahí sí suele hacer bueno pero siempre corres el riesgo de que se te aparezca el huracán Fulana o el ciclón Mengano y te joda el invento. Y está el de Indian Wells...

¿Indian Wells? Mira, eso sí estaría bien, como su propio nombre indica: Indiana, el estado más baloncestero de la Unión, aunque me da que ahí también debe hacer un frío que pela por las noches... No, no se me equivoque, señor, Indian Wells no está en Indiana, le ponen ese nombre sólo para despistar, para hacer el indio pero en realidad está en Palm Springs, en la soleada California, junto al desierto, a tiro de piedra de las mejores playas del Pacífico, de hecho allí hace tanto calor que el torneo de tenis lo tienen que hacer en febrero, si lo hicieran en julio directamente se cocerían en su propio jugo... Qué me dice, es perfecto, fenomenal, maravilloso de la muerte, precisamente lo que andábamos buscando, el escenario ideal para una noche de octubre, sin calor, sin frío...

Sin frío, sí, pero con fresco. Que tú durante el día puedes estar a 50 grados centígrados o a qué sé yo, 280 de esos fahrenheit, un suponer, pero luego el sol se pone, te cae el relente de la noche, te viene la brisa del mar y a poco que te descuides te quedas tieso si no llevas al menos una chaqueta o una rebequita en condiciones. Que menuda gracia, vas y juntas para la ocasión a los dos equipos más ofensivos (dicho sea en términos de ataque, no en términos de ofender) de toda la NBA y entre los dos no te suman ni 150 puntos, ahí todos con las muñecas y hasta las conexiones neuronales atrofiadas, todo un Denver y un Phoenix 77 a 72, si llegamos a hacer un Memphis-Charlotte igual ni pasan de 30, para este viaje no sé yo si hacían falta alforjas. Ahora que eso sí, todo muy bonito, que no tendremos un enorme marcador colgando del techo (más que nada porque no hay techo) pero a cambio tenemos un pedazo de dirigible, no uno de esos de juguete que sacamos en los tiempos muertos de la ACB para lucir la publicidad sino uno de verdad, de esos que sobrevuelan la instalación con sus potentes cámaras mostrándonos planos jamás vistos (lógicamente) de la cancha desde el aire…

Que digo yo, ya puestos a ser originales, ¿por qué no haber jugado de día? A las cinco en punto de la tarde (hora taurina), con sol y moscas, con tendidos de sol y de sombra, con el dirigible mostrándonos esculturales cuerpos californianos achicharrándose a fuego lento en sus piscinas de sus inmensas mansiones, más tarde toda la belleza del hermoso crepúsculo cayendo allá lejos, sobre el Pacífico... Total, ¿qué podría haber pasado? Si acaso algún efecto colateral, alguna insolación de leve a severa en las gradas, que los de la mopa tuvieran que recoger algún excremento de gaviota o similar, que el sol decolorara el parquet, que a los jugadores de piel más clara, pongamos Nash o Dragic por ejemplo, se les quedara la marca de los tirantes y anduvieran luego luciendo moreno agromán durante unos días... Nada grave, en cualquier caso.

Y es que estas cosas o se hacen bien o no se hacen: nada de andarse con medias tintas, nada de que inventen ellos, si queremos I+D, ó I+D+I, ó I+D+I+D o lo que demonios sea, pues llevemos nuestra innovación y nuestro desarrollo hasta el final: ¿qué tal un partido sobre la nieve, en pleno mes de enero, en ese mismo Denver por ejemplo? O aún mejor: ¿qué tal un partido en la playa?

Sí, en la playa: al fin y al cabo, si ya existe el voley-playa y el fútbol-playa, ¿por qué no puede existir el basket-playa (Beach-BasketBall, aunque lo llamaríamos BBB para abreviar)? Sí, ya lo sé, no hace falta que usted me lo diga: porque sobre la arena la pelota no bota. ¿Y qué? Pues si no se puede botar no se bota, sólo pase y tiro, y si con eso no basta suprimamos del reglamento la violación de pasos, que al fin y al cabo las violaciones no deberían existir en ningún caso, por definición. Pero si no quisiéramos prescindir del bote, pues entonces nos bastaría con buscar un balón que bote... es decir, una pelota de playa, de las de toda la vida, de esas hinchables de colores que pone Kodak o Nivea (pero que en este caso luciría orgullosa el anagrama de nuestro patrocinador, idea que el resto de deportes sin duda no tardarán en copiarnos); sí claro, tendría sus contrapartidas, el juego sería más lento, en los tiros de media distancia tal vez se la llevaría el aire... Vaya lo uno por lo otro, que ya se sabe que no se puede tener todo en esta vida.

Renovarse o morir, ya saben. Quedémonos de brazos cruzados y muy pronto descubriremos cómo nos van pasando por la derecha o por la izquierda todas esas competiciones que antes creíamos tener por debajo. Cualquier día el Tour de Francia montará una etapa bajo los puentes del Sena (aún no tenemos bicis adaptadas al medio acuático pero podemos utilizar barcas a pedales, que casi viene a ser lo mismo), cualquier día la Champions League montará una jornada de puertas abiertas con partidos en la Plaza Mayor de Madrid, la de Sant Jaume de Barcelona, el Picadilly londinense, la Piazza Navona romana, la del Duomo milanesa, la Marienplatz muniquesa y así sucesivamente, todas ellas alfombradas de césped para la ocasión (lo malo van a ser las estatuas y/o fuentes que hay por el medio). ¿Y la Fórmula Uno?

No, la Fórmula Uno no se va a conformar con sus farolillos singapurenses, querrá ir más allá, si la NBA ha hecho un partido al aire libre hagamos nosotros un gran premio en pista cubierta, cojamos cualquier dome de esos que hay en USA y montemos un gran circuito en su interior, o aún mejor, pensemos si acaso existirá en el mundo una ciudad con tal kilometraje de túneles en su subsuelo como para… Y ahí raudo emergerá nuestro Ruizga, el faraón de la M-30 alcanzando la suprema culminación de su megalomanía, poniendo su magna obra a disposición del señor Écleston y sus secuaces, digo acólitos, kilómetros y kilómetros de túneles para probar una vez más nuestra incomparable capacidad organizativa, para mostrar al mundo entero quiénes somos, lo sobradamente preparados que estamos para acoger en nuestro seno esos presuntos Juegos del 2016…

Sí, son tiempos de crisis pero también de mudanza, no les quepa la menor duda. Huidas hacia adelante, llamaban también a estas cosas. Que se lo pregunten si no a esa Euroliga que, ante la atónita mirada de la ACB (que ésta sí que no huye ni se muda ni se mueve hacia ningún lado), ha decidido emprender no una fuga sino dos, y en direcciones no ya diferentes sino contrapuestas incluso. Pero ésta ya es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión…

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