jueves, 3 de abril de 2008

los Cuatro Finales

...que eso, y no otra cosa, es lo que realmente significa Final Four. Aquí vamos por libre y solemos traducir Final a Cuatro, olvidándonos de ese pequeño detalle al que a menudo aludía Ramón Trecet: que los ingleses (y/o americanos), que son muy suyos, normalmente suelen poner el adjetivo por delante del sustantivo y no al revés. Y así en NCAA se habla de Sweet Sixteen que serían los dulces dieciséis, de Elite Eight que serían los ocho de la élite y de Final Four que serían los Cuatro Finales.

Y una vez reiterada esta disquisición, tan absurda como innecesaria por otra parte, vayamos al grano. Cuatro Finales, pues, cuatro equipos a cual más potente, cuatro favoritos, cuatro números uno de su respectiva región llegando juntos a Final Four por primera vez en la historia (o al menos por primera vez en mi historia: hasta donde alcanza mi memoria). Cuatro potencias que nos regalarán tres partidos inolvidables, que nos deberían dejar una Final Four absolutamente irrepetible.

UCLA

Pasaron su momento difícil en segunda ronda, contra la siempre complicada Texas A&M. Pero el resto del torneo fue coser y cantar. Abrumaron a Western Kentucky en semifinal regional, y en la final contra Xavier ni siquiera hubo partido. Llegan así a su tercera Final Four consecutiva, algo nada extraño en los lejanos tiempos de Wooden pero nada habitual en estos tiempos de hoy en día. Lo logró Duke del 90 al 92, Kentucky del 96 al 98... La movilidad funcional lo pone muy difícil, las constantes huidas (hacia adelante) de las estrellas lo hacen casi imposible.

Y sin embargo aquí están los Bruins dispuestos a que su tercera sea la vencida, confiados porque esta vez Florida no podrá ya cruzarse en su camino. Tras los vaivenes del fin de siglo UCLA parece haber encontrado por fin la estabilidad, gracias a la inmensa cabeza de Ben Howland y a su atractivo proyecto que siempre genera buenos reclutamientos por doquier. Siguen defendiendo como nadie pero no excluyen el ataque, basado en las infinitas posibilidades de una plantilla versátil como pocas. Una plantilla que echa de menos a Aaron Afflalo pero no sufre por ello, porque a cambio este año nos presenta en sociedad a...

Kevin Love

No, no resulta una temeridad otorgar ya el cartel de estrella a este freshman californiano de aires surferos, fornido descendiente por línea paterna de aquellos Beach Boys que nos cantaban sus Buenas Vibraciones en los años sesenta. Aunque quizás hubieran debido cantar aquella otra de All you need is Love, que debió ser lo que pensaron sus Bruins cuando hace algún tiempo se fueron decididamente a por él. Y a fe que acertaron, que se fueron a encontrar con un portento en el interior de la zona, con una especie de presunto cinco que en realidad es un cuatro de libro, de manual. Un tipo que tan pronto te la lía de espaldas al aro con movimientos primorosos como te lo ataca de cara resultando imparable, y al que para acabar de complicarte la vida no le costará ningún trabajo salirse al otro lado del arco y clavarte unos cuantos triples, no te vayas a confiar. Una verdadera joya.

Es decir, algo así como la guinda del pastel. Porque estos Bruins que ya eran un buen equipo sin él, con él son extraordinarios. Allí sigue dirigiendo el magnífico base Collison (para algunos el mejor de la nación; no me atrevería yo a decir tanto, en absoluto), y a su lado el explosivo Westbrook más ese Josh Shipp que es pura clase, más el trabajo sencillo pero incesante de Mbah a Moute, más todo lo que sale del banquillo, Keefe, Aboya, Lorenzo Mata... No, esta vez la bestia negra no estará, esta vez los enemigos no serán caimanes sino tigres. Dicen que a la tercera va la vencida pero también dicen que no hay dos sin tres, ahora sólo les queda averiguar cuál de ambos refranes será más cierto.

MEMPHIS

Allá por octubre me parecían el mejor equipo de la nación, el favorito absoluto para ganarlo todo. Y a día de hoy no encuentro argumentos para desmentir esa apreciación, más allá de esa insospechada inconsistencia en los tiros libres (tercer peor equipo en ese apartado de toda la NCAA) que a punto estuvo de costarles un disgusto ante Mississippi State en segunda ronda. No así en su semifinal y final regional, en las que sencillamente se pasearon, primero ante Michigan State y finalmente ante Texas. Y mira que ésta parecía empresa difícil jugándose como se jugaba en Houston, con el 99 por ciento del inmenso pabellón (por cierto, banquillos, mesa de anotadores y primera fila de gradas por debajo del nivel de la cancha como si ésta fuera una tarima o un escenario; algo realmente curioso) vestido de ese color anaranjado arcilloso tan característico de los Longhorns, con los aficionados Tigers en inmensa minoría... Pero dio igual porque a la hora de la verdad ni les olieron, Texas jamás estuvo en el partido por más que intentara disimularlo durante los últimos tres minutos con un lastimoso paripé, cometiendo falta tras falta cuando ya nada tenía remedio y provocando la desesperación del respetable.

Decir Memphis es decir derroche físico por doquier con una devastadora fuerza interior llamada Joey Dorsey más la clase que a su lado pone Dossier; decir Memphis es hablar de una profundísima plantilla, de Anderson, Kemp, Allen, Taggart y tantos otros que emergen desde el banquillo para ofrecer minutos a cuál mejor. Decir Memphis es hablar de una estrella llamada Chris Douglas-Roberts, CDR para los amigos, finísimo dos con pinta de tres, físicamente imponente y técnicamente rebosante de clase, que era sin lugar a dudas su estrella más rutilante hasta que hace unos meses aterrizó por el FedEx Forum...

Derrick Rose

O lo que es lo mismo, el que según todos los indicios, pronósticos y prospecciones será número dos del draft, y hasta número uno sería de no haberse cruzado en su camino la Bestia Beasley. A Rose me lo comparan con Wade y, salvando las distancias, no me parece descabellada tal comparación: magnífico driblador, corta la zona como nadie, vuela hacia canasta con penetraciones imposibles... Tirador pasable pero mejorable (también en esto se parece a Wade), sí que hay algo en lo que gana al de los Heat: visión de juego, capacidad de pase. Puede ser un dos pero es mucho más base, y base puro será en la NBA.

Añádase además su magnífica actitud, sin que se le conozcan más problemas de comportamiento que el que protagonizó el otro día en semifinales regionales cuando le fueron a dar puntos en una ceja y salió huyendo despavorido porque le tiene pánico a las agujas (para los tatuajes curiosamente no debe afectarle). Dentro de unos meses varias franquicias NBA soñarán con tenerle en sus filas. Pero de momento está en los Tigers de la Universidad de Memphis, y éstos simplemente sueñan con que les lleve al título el próximo lunes 7 de abril.

NORTH CAROLINA

Hasta llegar a la final regional su torneo fue una especie de ejercicio de aplastamiento, destrozando sin miramientos a todo aquel que osó ponérseles por delante, así fueran las mismísimas Arkansas (que se cargó a la deprimida Indiana en primera ronda, impidiendo así un esperadísimo enfrentamiento) o Washington State. Sólo en el último escalón, allá por los Elite Eight, aparecieron los imponentes Cardinals de Louisville y de Pitino dispuestos a darles la noche. Y a fe que lo intentaron, y que hacia la mitad de la segunda mitad (valga la…) hasta creyeron que podrían conseguirlo… y en estas estaban, tan ilusionados las criaturas, cuando se produjo el arrebato postrero del eternamente arrebatado Hansbrough para acabar dejándoles con las ganas.

Créanme que estos Tar Heels son un equipazo (lo que tampoco representa una novedad, todos los aquí presentes lo son) que puede presumir de una rotación amplísima en la cual todos aportan: Green y Thomas las meten desde fuera, Ginyard da defensa y trabajo sucio, Deon Thompson (que me encanta, y a quien alguno recordará de la final del Mundial Sub19) proporciona muchísima calidad en el puesto de cuatro, Stephenson ayuda por dentro… Todo eso está muy bien, pero el equipo se sustenta sobre todo en tres patas: un magnífico base, Ty Lawson, serio, sobrio, espectacular sin excesos y que apenas comete errores; un extraordinario tirador (y anotador) que responde al musical nombre de Wayne Ellington; y…

Tyler Hansbrough

¿De qué manera podría yo explicar su juego? A ver, piense usted por ejemplo en los jugadores interiores más elegantes que su mente sea capaz de recordar: piense en aquel otro Tar Heel llamado Brad Daugherty, piense en el mismísimo Hakeem Olajuwon... Bueno, pues éste Tyler Hansbrough representa exactamente todo lo contrario. No es precisamente un prodigio de gracilidad la criatura, no resulta estético sino más bien tosco, no supera a sus rivales con finísimos movimientos de pies ni elaboradísimos pasos de baile sino que, sencillamente, los arrolla. Su dominio de hombros, codos, caderas, rodillas y cualesquiera otras prominencias de su cuerpo es simplemente abrumador y le posibilita abrirse los espacios más insospechados, aclarar su zona en defensa, crearse huecos inverosímiles en ataque.

Pero que no se interprete de lo anterior que no tiene calidad porque sí que la tiene, y mucha. No se es jugador del año del baloncesto universitario (lo más parecido a MVP) simplemente por utilizar bien las protuberancias corporales; hace falta además saber jugar muy bien a esto. Y él sabe manejarse como nadie pero es que además dispone de otra cualidad que le hace absolutamente diferente a todos los demás, algo que podríamos llamar determinación: juega cada partido como si fuese el último de su carrera, como si le fuera la vida en ello, así se trate de un encuentro de pretemporada en Hawai o de una Final Four en San Antonio. Su rostro casi desencajado, sus ojos enajenados, su boca entreabierta... son como su imagen de marca, nos ofrecen la permanente sensación de que jamás admitirá un no por respuesta, de que él jamás saldrá derrotado de allí suceda lo que suceda, cueste lo que cueste. Todos aquellos que en el Alamodome quieran derrotarlo deberán pasar por encima de su cadáver.

KANSAS

De los cuatro semifinalistas, estos Jayhawks son, de lejos, los que peor lo han pasado en el Torneo. No durante las tres primeras rondas en las que apenas necesitaron despeinarse, la verdad. Pero llegaron a la final regional y se encontraron con un emparejamiento teóricamente (sólo teóricamente) mucho más cómodo que el de los otros tres equipos que nos ocupan. No, Kansas no debería vérselas contra un número 2 ni un número 3 sino contra un número 10, nada menos. Vale, sí, la asombrosa Universidad de Davidson se ha cargado a media región, al número 7 (Gonzaga), al 2 (Georgetown) y al 3 (Wisconsin) pero llegados a este punto ya vendrán fundidos, ya tirarán la toalla, ya pensarán que bastante han hecho, ¿no? Pues no.

Y mira que plantearon magníficamente el partido, que maniataron a esa maravilla llamada Stephen Curry (25 puntos, pero lejos de sus porcentajes paranormales de las tres anteriores rondas), que más de una vez pensaron que ésta sería la definitiva… Ni por esas. Davidson, 2 abajo, tuvo la última bola para empatar o ganar y 16 segundos para decidir qué hacía con ella, pero con Curry sobremarcado el balón fue a parar al base Richards y éste lanzó su triple postrero al vacío para alivio de Bill Self: un gran entrenador que llevaba toda su carrera perdiendo finales regionales, que jamás había llegado a la Final Four. De haberse repetido la historia, tal vez habría sido éste su último partido con los Jayhawks. De ahí su tensión, de ahí la sensación cuando vimos su imagen de que durante el vuelo de aquel último tiro le dio tiempo a ver pasar toda su vida (o al menos toda su carrera) en diapositivas...

En el caso de Kansas resulta aún más difícil que en los tres anteriores personalizar el estrellato en un solo jugador. Es el equipo más coral de los cuatro, un conjunto en el que nadie se acerca a los 15 puntos por partido, pero en el que cuatro jugadores promedian más de 10 por partido. Así que resulta difícil escoger: podríamos quedarnos con la fuerza interior demoledora de Darrel Arthur, a quien ayudan cumplidamente Darnell Jackson y el siberiano Sasha Kaun. O podríamos quedarnos con la inmensa clase y dulce muñeca de Mario Chalmers, o con alguno de sus cómplices como el buen base Russell Robinson o el muy prometedor Sherron Collins. Pero puestos a escoger, pese a todo, me quedo con...

Brandon Rush

La historia de los hermanos Rush se ha contado ya demasiadas veces: primero fue JaRon, estrella en UCLA poco antes de que sus problemas extradeportivos torcieran su carrera para siempre; luego fue Kareem, estrella en Missouri que ahora intenta estabilizar su irregular carrera en los Pacers tras haber paseado su fantástico tiro por Lakers, Bobcats y Lietuvos Rytas; y ahora es Brandon, estrella en Kansas pero un poco menos que el año pasado por estas fechas: por aquel entonces sus inmediatos sueños de NBA se le truncaron tras destrozarse la rodilla durante un partidillo informal. Así que volvió al campus de Lawrence y allí sigue, y hasta parece que ha vuelto a ser el que fue, el fino tirador, fantástico penetrador y estupendo defensor (que se lo pregunten a Curry) que un día conocimos. Y probablemente así será, pero no nos engañemos: los ojeadores NBA ya jamás le mirarán de la misma manera.


Y fin de la historia. Hasta aquí el rollo, los datos, las descripciones, las comparaciones y demás palabrería que apenas sirve para nada. Lo bueno, lo real, lo de verdad empieza ahora, comenzará el sábado por la noche con dos semifinales impresionantes (como no podía ser de otro modo): en primer lugar Memphis-UCLA (y estos días se recuerda mucho la final regional que les enfrentó hace dos años, cuando el imponente ataque de los Tigers se quedó en cuarentaytantos puntos ante la no menos imponente defensa de los Bruins); y a continuación North Carolina-Kansas (y estos días se recuerda mucho el paso de Roy Williams de una a otra universidad, cuando siendo aún entrenador de Kansas desmintió tajantemente su marcha a los Tar Heels... para marcharse a sus amados Tar Heels apenas diez días después).

Y para el lunes quedará la final. ¿Qué final? Buena pregunta. Hagan sus apuestas, aquellos que aún se atrevan a hacerlas. Yo no, desde luego. Otras veces tienes al menos un indicio, una señal, la sensación o incluso la evidencia de que un equipo es mejor que el otro. Esta vez no. Esta vez los cuatro equipos me parecen igualmente buenos, igualmente candidatos, igualmente posibles y hasta probables campeones. Usted verá...

Pues eso: Véalo. Véalo por donde pueda, así se llame Canal +, Sportmanía, Internet, lo que sea, pero véalo. Hágame caso, no vaya a ser que luego acaben teniendo razón todos aquellos que anticipan, con conocimiento de causa, con los datos en la mano, que ésta puede acabar siendo la mejor Final Four de la historia. No se lo pierda, no vaya a ser que luego tenga que pasarse media vida lamentando habérselo perdido. Avisado queda. Y repito: usted verá...

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