viernes, 23 de enero de 2009

Coby

¿Suena bien, verdad? Coby ficha por la Penya. Imagine que se lo dicen, no que se lo escriben. Le dicen Coby ficha por la Penya y su mente automáticamente se traslada a Los Ángeles, a ese MVP de la NBA a quien por un segundo le quita el amarillo (y púrpura) para vestirlo de verde (y negro)... justo antes de pensar que le están tomando el pelo, sí, claro, ya, Kobe va a fichar por la Penya, y yo que me lo creo... Pero no, le aclaran, que no es con ka sino con ce, que no acaba en e sino en y griega, ande, mírelo escrito, Coby ficha por la Penya, y su mente automáticamente se traslada 16, casi 17 años atrás, a aquel verano olímpico del 92... para de inmediato pensar que le están tomando otra vez el pelo, sí, claro, ya, la mascota de Mariscal, muy gracioso, a ver qué demonios pintaría en la Penya a estas alturas, vamos que ni para hacer el chorra en los descansos...

Pues es verdad: Coby ficha por la Penya. Un Coby que no es Kobe (aunque ambos hayan compartido vestuario) ni aún menos aquel otro Coby olímpico sino Coby Karl, el hijo del señor y la ex señora Karl, nacido en Wisconsin y criado (entre otros sitios) en Madrid, España, a la vera de su padre don George, en aquel entonces (finales de los ochenta, comienzos de los noventa) entrenador del Real Madrid, luego de Seattle o Milwaukee, hoy orgulloso y satisfecho técnico de los Nuggets de Denver.

Pero Coby no es simplemente el hijo de. La NBA no es un banco ni un comercio ni una empresa pública, nadie accede a la NBA simplemente por el mero hecho de ser hijo de. Coby Karl es un muy buen jugador de baloncesto. Quizá no lo suficiente como para haberse ganado algo más que contados minutos (más o menos de la basura) en aquellos Lakers del pasado año, pero sí lo suficiente como para estarse saliendo estos días en la NBDL (Idaho Stampede, nada menos), sí lo suficiente como para triunfar, más o menos, casi en cualquier lugar donde se lo proponga. Badalona, por ejemplo.

Coby Karl, por lo poco que he podido verle, es un escolta que en caso de emergencia te podría hacer también de base; fantástico tirador, buen pasador, te hace un apaño como defensor, carácter luchador (todo acaba en or). Viene de promediar 18 puntos y seis asistencias en Idaho, y con esas credenciales llega a Badalona para ocupar la plaza que ha dejado vacante Bracey Wright. Y claro, habrá quien espere encontrarse un clon del susodicho ex, pero quien así piense debería quitarse esa idea de la cabeza cuanto antes: Karl es otro perfil, quizás el perfil perfecto para esta Penya; no resulta difícil imaginarlo ya al lado de Ricky, Ribas, Mallet, Laviña, volviendo loco al perímetro contrario, cerrando todas las líneas de pase habidas y por haber, robándola y clavándote el triple en cuanto te descuidas, cuando menos te lo esperas.

Coby Karl, además, no debería tener casi ningún problema de adaptación (aspecto con el que no querrán correr muchos riesgos en Badalona, que digo yo que a estas alturas andarán ya bastante escarmentados). Pero no precisamente por el hecho de que pasara apenas dos años en Madrid durante su más tierna infancia, que eso ya lo tendrá más que olvidado, sino por el hecho de que ha vivido en demasiados sitios, ha cambiado de domicilio demasiadas veces como para que ahora le vaya a resultar extraño venirse para acá. Pero también, y sobre todo, porque a Coby Karl la vida no le ha puesto las cosas fáciles. No, la suya no es la típica historia de chico desarraigado de familia desestructurada a quien el baloncesto haya salvado de una mísera existencia, no, en absoluto. Su historia es completamente distinta, pero no por ello menos dramática.

Coby Karl no fue el típico alumno aventajado (en lo que a baloncesto se refiere) a quien se rifan con sus becas los grandes programas universitarios de la nación. Resulta fácil caer en la tentación de pensar que, con la de contactos que tendrá su padre, casi cualquier college medianamente decente debería haberle abierto de par en par sus puertas. Pues no. Por no abrírsele, ni tan siquiera se le abrieron las de North Carolina, las de esos mismos Tar Heels en los que su progenitor hizo historia a comienzos de los setenta. Coby encontró acomodo en Boise State, modesta universidad del estado de (sí, otra vez) Idaho en la que no tardó en convertirse en estrella... y en descubrir cómo la vida se le volvía completamente del revés.

A Coby Karl (acaso esto sea ya de sobra conocido, ustedes me disculpen si les reitero cosas que ya saben) le fue diagnosticado un cáncer. Pero no un cáncer cualquiera, no en un sitio asequible ni medianamente controlable, no: un delicadísimo tumor en la glándula tiroides, nada menos. Coby Karl fue operado y pasó quimioterapia, pero aquello no fue suficiente; pocos meses después el tumor se le reprodujo aún más fuerte si cabe, y Coby hubo de someterse a otra terrible intervención quirúrgica de más de siete horas, hubo de pasar por muchas más sesiones de quimio, llegó a temerse por su vida mucho más de lo que ahora podamos o queramos recordar. Durante un largo tiempo la preocupación por la salud de Coby resultó ser un tema recurrente en cada madrugada NBA, en cada partido de un George Karl que había padecido él mismo un problema muy similar (cáncer de próstata) muy poco tiempo antes, y en cuyo rictus no resultaba nada difícil adivinar el sufrimiento por el que estaba pasando…

A Coby Karl, por edad, le correspondía el draft de 2007, pero como si no. Con sus antecedentes nadie se atrevió a escogerlo, ni los Nuggets siquiera. Coby, casi aún convaleciente, debió buscarse la vida en ligas de verano, sesiones de prueba y demás bolos similares en una u otra franquicia para finalmente, ya casi a la desesperada, encontrar discreto acomodo en las profundidades del banquillo de los Lakers. Allí, mal que bien, debutó en la NBA; allí debutó incluso en playoffs, aquella inolvidable noche de primera ronda, precisamente contra los Denver Nuggets. De repente, con el partido resuelto, Phil Jackson tuvo el hermoso gesto de hacerle jugar aquellos últimos minutos y algunos jamás olvidaremos la cara de George Karl, enfocada como veinte o treinta veces por las cámaras de televisión, dejando atrás el cabreo por la derrota para entregarse a la emoción, muy difícilmente contenida, de ver allí enfrente a su hijo corriendo por la cancha en plena noche de playoffs, sin que tuviera ya la menor importancia que lo hiciera en el equipo contrario. Tanta tensión, tantos meses de sufrimiento estallándole allí de golpe, aguantándose a duras penas las lágrimas, el corazón casi a punto de salírsele por la boca.

Pero no por ello las cosas iban a ser más fáciles. Este pasado verano, de nuevo sin equipo, Coby volvió a probar aquí y allá, en algún momento hasta se rumoreó muy seriamente que los mismísimos Nuggets de su padre le acogerían en su seno... Pues tampoco, que esto es la NBA, mire usted, que aquí no ha lugar a sentimentalismos. Y que el chico lo que necesita es jugar, recuperar sensaciones, no calentar ya más banquillos: pues eso, que hacia los Stampede de su muy querido Idaho, y de ahí a... ¿Badalona? Coby ficha por la Penya...

Coby está en los 25 años, aún en plena juventud, cualidad fundamental (como su propio nombre indica) de un DKV Joventut que hace apenas unos días batió récords ACB al alinear un quinteto titular compuesto por Ricky Rubio, Pau Ribas, Pere Tomás, Bogdanovic y Norel (20,9 años de media), y que hace apenas unas semanas acabó un partido de Euroliga en Ljubljana con un quinteto aún más joven todavía, Franch, Ribas, Pere Tomás, Eyenga y Norel que ni siquiera sumarán cien años entre los cinco, acaso el quinteto de menor edad que haya jugado nunca en esa competición (y ello con el lujo de aún tener a Ricky en el banquillo). A ese grupo llega Coby: no para ser lo más de lo más sino para ser, sencillamente, uno más: nada más y nada menos que eso.

No les aseguro que vaya a salir bien, a ver quién soy yo para asegurar nada. Pero sí creo que tiene toda la pinta de tratarse de un magnífico fichaje. Y que se ganará rápidamente el favor de la hinchada, y que (si él quiere, si no le llaman ni le tientan de otros lugares) en Badalona podría haber Coby para rato. Y que tal vez un día, quién sabe, acaso escuchemos a las buenas gentes del Olimpic gritar ¡¡¡Coby, Coby, Coby!!!, a la manera en que lo hacen a menudo las glamourosas gentes del Staples. Que la de allí es con ka y e, que la de aquí será con ce y con y griega pero dará igual, ambos gritos sonarán de la misma manera, ambas aficiones se sentirán igualmente felices al proclamarlo. Ojalá.

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