jueves, 18 de diciembre de 2008

el baile de los banquillos

Crecimos creyendo que la NBA era otro mundo (pero estaba en éste). Nada de lo que sucedía en aquella liga nos resultaba familiar: no había ascensos, descensos ni promociones; no tenían Copa ni competiciones internacionales, sino liga y sólo liga; sus campeones no recibían primas sino anillos; su jefe no era presidente sino comisionado; sus equipos no eran clubes deportivos, ni tan siquiera sociedades anónimas, sino franquicias; franquicias que no tenían escudo sino logotipo, que no tenían ultras sino cheerleaders, que ni tan siquiera tenían himno, si acaso el rock&roll de Gary Glitter; franquicias que no tenían cantera, ni equipos filiales ni vinculados, sino esa cosa llamada draft; que jamás pagaban traspasos, que lo más que hacían era intercambiarse jugadores; franquicias cuyos aficionados no parecían ir al baloncesto sino al teatro, no iban a ver ganar a su equipo (ni aún menos a animar a su equipo) sino a disfrutar de un buen espectáculo (y a cenar, de paso); franquicias cuyo merchandáisin contaba tanto o más que la taquilla, cuya cuenta de resultados importaba tanto o más que los resultados mismos; franquicias que no eran equipos sino auténticas empresas.

Sí, definitivamente aquello era otro mundo, nada, absolutamente nada que ver con todas esas truculentas historias que acostumbrábamos a gastarnos por aquí. ¿Nada? Bueno, acaso algo sí era igual: allí, como aquí, como en cualquier competición deportiva de cualquier lugar del mundo, si los resultados no eran buenos se cargaban al entrenador.

Pero eso sí, con moderación: muy gorda tenía que ser allí la crisis para que el técnico pagara el pato. Generalmente (y afortunadamente) los presidentes aguantaban a los entrenadores hasta más allá de lo que cualquier dirigente de los de por aquí hubiese considerado razonable. Sólo cuando ya no había vuelta de hoja, cuando la situación se había vuelto insostenible, el presidente o quien fuera tomaba una decisión que ya estaba cantada de antemano, que más que cesarle parecía que el técnico acabara cayendo por su propio peso. Los ceses a mitad de año casi podían contarse con los dedos de una mano, si acaso lo normal solía ser aguantar hasta la post-temporada para llevar a cabo entonces la intervención quirúrgica...

Recuerdos de un pasado que ya nunca más ha de volver... Porque este año, los dirigentes de la Liga norteamericana de baloncesto parecen (con perdón, dicho sea sin ánimo de ofender) los de la Liga española de fútbol. Seis entrenadores, seis, cesados ya en el mes y medio que llevamos de temporada. Seis entrenadores de un total de treinta, es decir la quinta parte, es decir uno de cada cinco, es decir el veinte por ciento de los técnicos de esa Liga (que cantidad de maneras de decir exactamente lo mismo). Seis que ya no se comerán el turrón (cosa que tampoco harán los otros veinticuatro, dado que allí no lo tienen por costumbre), a saber, Jordan (Eddie) en Washington, Carlesimo en Oklahoma, Wittman en Minnesota, Mitchell en Toronto, Cheeks en Philadelphia, Theus en Sacramento. Será cosa de la crisis, que en estos días los ejecutivos anden un poco más inquietos, qué sé yo...

Seis ceses que así al pronto yo agruparía en tres categorías: los que entiendo poco, los que entiendo aún menos y los que no entiendo absolutamente nada. Lo cual, evidentemente, no es culpa suya sino mía: porque de natural soy duro de entendederas, y porque estas soluciones quirúrgicas a mitad de temporada no me gustan, por definición: a menudo perjudican más que benefician, generalmente (pasada la típica reacción inicial) no arreglan nada sino que complican aún más las cosas; además, en muchos (buenos) profesionales generan incertidumbre y desconcierto, y en unos pocos (malos) profesionales dejan como un poso, como una sensación de que el poder está en sus manos, de que pueden quitar y poner entrenadores según les pete, según se les antoje poner mejor o peor desempeño, echarle más o menos esfuerzo. Ya digo, ésta es sólo mi opinión...

De todos modos, ustedes me permitirán (con su infinita paciencia) que entre un poco más en detalle. Entiendo un poco, por ejemplo, el cese de Sam Mitchell... entre otras cosas porque resultaría muy cínico por mi parte echarme ahora las manos a la cabeza y decir que hay que ver, que cómo es posible. Ya alguna vez me despaché a gusto sobre él, diciendo que me parecía un buen entrenador de temporada regular y un pésimo entrenador de playoffs, lo cual por cierto me ocasionó un ligero disgusto: un amable (y anónimo) lector, todo cargadito de razón, me puso verde y me espetó que a ver qué habría hecho yo en semejante situación. Pero eso era lo que pensaba entonces, hace año y medio, que ya no es exactamente lo que pienso a día de hoy: hoy ya ni siquiera creo que fuera un buen entrenador de temporada regular.

Y sin embargo, por extraño que parezca, todo ello no significa que esté de acuerdo con este cese. O, para ser más exactos, con la oportunidad de este cese. En el verano de 2007 (aún a pesar de ser el entrenador del año) o en éste de 2008, aún caliente su clasificación para playoffs pero también su prematura eliminación, sí que lo habría entendido, e incluso compartido. Pero ¿ahora?

A ver: Mitchell puede tener la culpa de muchas cosas, pero no parece que la tenga de la plantilla que le han dejado. Sí ha llegado Jermaine O’Neal, pívot tan bueno como frágil, que entre las lesiones que arrastra y las que le surgen a cada momento nunca sabes si podrás contar con él, ni cómo. Pero a cambio, pensemos en lo que se fueron dejando por el camino: por ejemplo a Delfino, imprescindible en la rotación del pasado año, mucho más que un puro tirador al estilo Kapono; por ejemplo al mismísimo Garbajosa, que el año pasado ya no jugó pero el anterior fue pieza clave para que llegaran donde llegaron; o por ejemplo a T.J. Ford.

Sí, también a T.J. Ford, no me ponga esa cara. Ford está en las antípodas de lo que yo pienso que debe ser un base (y de lo que él mismo era durante su etapa universitaria en Texas), pero esto es como decía mi abuela, ni tanto ni tan calvo que se le vean a uno los sesos: todos reclamábamos que Calderón fuera el base titular, pero no que fuera el único. Largar a Ford está bien (y más si puedes traerte a O’Neal a cambio), pero dejar al equipo con un solo base útil (aún por extraordinario que éste sea) no hay franquicia que lo resista. Ukic aún está muy tierno (y no sabemos si algún día dejará de estarlo) y Solomon es un chupón tiralotodo incapaz de crear juego, que al Maccabi le pudo hacer (relativamente) algún apaño, pero que a los Raptors no les dará más que quebraderos de cabeza.

Así las cosas Toronto puede presumir de un magnífico quinteto titular, pero carece de rotación solvente en el puesto de base, carece de rotación solvente en el puesto de alero y carece de rotación solvente en el puesto de pívot, por más que ahora hayan fichado al tal Voskuhl que ya no está precisamente en sus mejores años (y que ya era un jugador mediocre en sus mejores años). Todo lo cual va en el débito de un Colangelo que realizó una magnífica labor en Phoenix, pero que se está cubriendo de gloria en Canadá. Todo lo cual... más la aparente cagada de haber gastado todo un número uno del draft en ese Bargnani al que se le pone más cara de bluff por cada día que pasa.

Este es el panorama que se encuentra el amigo Jay Triano, hasta donde alcanza mi memoria el primer entrenador no estadounidense en toda la historia de la NBA (vale, sí, D’Antoni tiene la nacionalidad italiana... pero no consta que dejara de ser ciudadano americano por ello). Mi memoria también alcanza a haberle visto jugar alguna que otra vez contra España, en alguno de aquellos Mundiales o Juegos Olímpicos de los ochenta. Y hasta alcanza a haberle visto entrenar a aquella selección canadiense que, Nash al frente, nos apalizó en Sydney 2000. Y obviamente la NBA no le pilla de nuevas, tras haberse tirado unos cuantos años a la vera de Mitchell en ese mismo banquillo, así que cabe presumir que probablemente será un buen entrenador, pero también que se encuentra ante un marrón importante: intentar mejorar algo, justo en ese momento de la temporada en el que ya apenas hay tiempo para cambiar nada. Estos Raptors trianeros intentarán correr más, jugar más alegre, ganar más partidos (sobre todo esto último). Esperemos, por el bien de Calde (y por el nuestro, como fanes suyos que somos), que finalmente lo consigan.

Hasta aquí el capítulo dedicado a Toronto, pasemos ahora (más sucintamente, que esto ya me está quedando demasiado largo) por el resto. También puedo entender, siquiera un poco, lo de Eddie Jordan en Washington. Vale que no está Arenas (nunca está Arenas) pero, con todo y con eso, equipo había para algo más que lo que estaban haciendo: con Caron Butler y Antawn Jamison quizá no puedas aspirar a ganar el anillo, pero sí a hacer un papel medianamente digno.

Lo de Carlesimo en Oklahoma City ya lo voy entendiendo menos. A lo largo de su carrera, Carlesimo ha demostrado con creces su probada solvencia como técnico universitario en Seton Hall, y su no menos probada solvencia como técnico asistente a las órdenes de Popovich en San Antonio. Pero lo de ser entrenador-jefe en la NBA ya es otro cantar. Carlesimo, como tantos otros entrenadores universitarios, llegó acostumbrado al ordeno y mando y le costó entender que en la superprofesionalizada NBA las cosas no son así, no pueden ser así. Quizás aquella mañana en la que estuvo a punto de morir estrangulado a manos de Sprewell, empezara a darse cuenta de que aquí los modales cuarteleros conviene dejarlos al otro lado de la puerta...

En cualquier caso, quien ficha a Carlesimo ya sabe lo que ficha. Y quien lo echa, debería saber también por qué lo echa. Vamos a ver, señores, ¿se han parado ustedes a pensar en el equipo que tienen? Un equipo construido alrededor de Kevin Durant y que además cuenta como principales jugadores con... Kevin Durant. Un Durant que es una maravilla y va a serlo todavía más, pero que no deja de ser un chaval de apenas veinte años comenzando su segunda temporada profesional, con la calidad y la irregularidad que cualquiera pueda imaginar. Añádase además la mudanza de este verano, un montón de profesionales reubicándose, cambiando Seattle por Oklahoma City (nada menos) con los trastornos que todo ello conlleva, y también por ese lado podremos entender muchas cosas. ¿Cargarse al entrenador? ¿acaso alguien pensaba que podrían aspirar a otra cosa? No, Carlesimo podrá ser culpable de muchas cosas a lo largo de su carrera, no lo dudo; pero no de ésta.

Y casi en el mismo capítulo metería lo de Wittman en Minnesota. Kevin McHale es un tipo por el que siempre tuve una admiración profunda como jugador, quizás uno de los mejores cuatros que uno haya visto en su vida, superando sus evidentes limitaciones físicas con enorme sencillez y calidad. Todo lo cual no quita para que, como jefe de operaciones de los Wolves, me haya parecido casi siempre un auténtico desastre, genuino candidato al imaginario premio al peor ejecutivo del año (que no habría podido ganar, porque se lo habría quitado siempre Isiah Thomas). Bien es verdad que su última gran operación, aún pareciendo la más absurda, quizá fuera la única que tuviera algún sentido: visto que en todos estos años no hemos sido capaces de construir un equipo alrededor de Garnett, deshagámonos de Garnett e intentemos construir otra cosa. En ello siguen.

Así que Wittman fuera, como si él o cualquiera de sus antecesores hubieran tenido la culpa de algo, y el nuevo entrenador se llama... Kevin McHale, que ahora habrá de prescindir de sus magníficos jerséis, recuperar el odiado traje y bajar a la arena, donde le esperarán Al Jefferson y compañía. Y entre la compañía, por cierto, el emergente rookie Kevin Love, atípico cuatro que en ningún lugar podría encontrar mejor maestro. Tuvimos la suerte de conocer a McHale como jugador y la dudosa suerte de conocer a McHale como gestor; ahora sólo nos resta averiguar qué clase de McHale nos deparará el destino como entrenador.

Y vayamos a Philadelphia, donde los Sixers no sólo han cesado a un entrenador, han cesado también a un pedazo de historia, de la mejor historia por la que haya pasado esa franquicia. ¿Por qué? Ellos sabrán. Mo Cheeks, gran ex jugador y mejor persona (dicen), sobrevivió a duras penas a aquella caterva de Jail Blazers, y ahora parecía estar sobreviviendo también aquí, en la que siempre fue su casa, a este grupo de buenos jugadores recién reforzado con el advenimiento del mesías Elton Brand. Y no es que les vaya mal pero quizá tampoco tan bien como esperaban, que es que se ve que algunos se creyeron que ahora ya aspirarían al título, que tiemblen los Celtics, que tiemblen los Lakers que aquí estamos nosotros, sin pararse a pensar en que Mister 20/10, además de adaptarse a una nueva ciudad y a unos nuevos sistemas, tenía que adaptarse también a una nueva realidad: la de jugar cada dos días después de haberse tirado lesionado un año entero. ¿Solución? Pues nos cargamos a Cheeks, que además es buen tío y se resignará, que no dirá ni oste ni moste ni largará nada a la prensa, y luego ya veremos lo que hacemos... Huida hacia adelante, que le llaman. Lo dicho, ellos sabrán.

Acabemos en Sacramento, donde tampoco se han podido resistir a los caprichos de la moda imperante: si ahora lo que se lleva es cargarse entrenadores, pues nosotros no vamos a ser menos. Reggie Theus, que en sus buenos tiempos fue un buen jugador NBA con aires de estrella de Jólibud (o una presunta estrella de Jólibud que por avatares del destino acabó jugando en la NBA, no sé), llego en el verano de 2007 a la capital de California tras haberse labrado un brillante currículum dirigiendo a la Universidad de Nuevo México. Y durante la temporada 2007/2008 no es ya que lo hiciera bien, es que hasta se ganó casi la candidatura a entrenador del año, sacándole un magnífico rendimiento a una plantilla que se aproximaba peligrosamente a la mediocridad.

Claro que eso fue el año pasado. En éste las cosas no iban nada bien, pero tenía coartada: la ausencia por lesión de su mejor jugador, Kevin Martin, dejándole además una plantilla ya de por sí floja pero ahora también descompensada, con muchos más ingredientes por dentro que por fuera. Eximentes varios, pero que no sirven de nada cuando el cese ni siquiera depende de los malos resultados porque la decisión está ya tomada de antemano: desde al menos un mes antes, cuando a los hermanos Maloof, propietarios de hoteles y casinos en Las Vegas y de paso también de los Kings, les pillaron en una pillada como esas que tan típicas son por aquí, que de vez en cuando escuchamos a algún político, a micrófono (presuntamente) cerrado, decir mandagüevos, o hablando del coñazo de desfile, o de si los del partido propio son unos hijos de no sé qué... A ellos les pasó lo mismo y por ello supimos que la decisión estaba tomada desde hacía más de un mes, que tan sólo debía ser cuestión de esperar el momento preciso. Así que Theus fuera, y fuera también su primer asistente Chuck Person, el hombre del rifle, el que quizá debería haberle sustituido... La locura continúa.

Y hasta aquí. Seis han caído, seis en tan solo mes y medio, y esto puede ser sólo el principio. Si hiciéramos el juego ese de las proyecciones que tanto gusta a algunos comentaristas televisivos, ese de han metido treinta puntos en el primer cuarto, luego si siguieran a este ritmo acabarían con 120 al final del partido, y dado que la temporada regular NBA dura algo menos de seis meses, llegaríamos a finales de abril con ¡24 entrenadores despedidos! Vamos, que se salvarían Sloan, Popovich y cuatro más...

Pero no, no se me asusten, evidentemente eso no va a suceder, de ningún modo. La situación retornará poco a poco a la normalidad, las aguas volverán a su cauce, a estas alturas pocos ceses veremos ya... lo que no significa que no veamos aún alguno: quizás el de Atlanta, que el hombre se empeña en hacer bien las cosas por más que sus jefes parezcan tenérsela jurada desde hace ya algún tiempo, esperando que cometa el más mínimo error; o quizás Vinnie “Quindici” Del Negro, que llegó al banquillo de los Bulls por su cara bonita (es un decir), sin un mínimo currículum que le respaldara, y que parece estar dando sobradas muestras de que no sabe qué hacer con ese equipo (desde 1998 nadie parece saber qué hacer con ese equipo); o quizás el mismísimo Iavaroni, que ahora parece gozar de un periodo de tregua merced a esta última racha de buenos resultados, pero que tampoco le va a durar eternamente; o quizás, quizás, quizás... Tiempo al tiempo.

No hay comentarios: